Venir
a Alcalá es fácil. Solo proponérselo. Más, hay que tener intención. A mitad de
camino entre la zona del Sherry y el Estrecho. Entre la bahía gaditana y los
pueblos blancos del norte de la provincia. No pertenece a la campiña de Jerez,
ni a la bahía de Cádiz, ni a la sierra, ni al Campo de Gibraltar. No está al
norte, al sur, al este ni al oeste. Se sitúa en medio y es “Corazón de la Ruta
del Toro”.
Serpenteando
la carretera, se dejan atrás campos acotados. Es el reino del toro de lidia. En
otros tiempos fueron meta y Meca de los aspirantes a ser “alguien” en el toreo.
Por aquí pasaron, y se forjaron, figuras que han encabezado carteles de lujo.
Soñaron tardes de gloria y sacaron triunfos a hombros.
No
falta un kilómetro para llegar y, en un recodo de la empinada carretera, se nos
presenta Alcalá, asentada en la ladera de un cerro, al alcance de la mano. La
torre de la Iglesia, allá arriba.
Blanca, dulce, silenciosa
te presentas de repente,
gallarda, gentil, airosa,
recostada levemente.
No
parecía que pudiera tener un palmo llano, cuando a distancia la divisábamos,
encaramada en las nubes; sin embargo, una entrada amplia y cómoda, a modo de
paseo, nos recibe. La “Playa”, le llaman. Aunque de agua y arena, nada. Unos
bares, una parada, un breve descanso y una mirada desde abajo. Se abarca casi
todo el pueblo. Sol y cal. Contraste de luz y sombras. Caravaggio y Sorolla.
Reverberación y penumbras. Todo un deleite para la vista. Una postal para el
turismo. Claridad hiriente para los ojos. Cuántas veces, lápiz y papel, el
turista de paso, cautivo por lo que veía, se llevó unos bocetos y una
panorámica. No lo detuvo el reclamo de una propaganda. Sí, la sorpresa de un
acierto.
Todo el pueblo un portento
tan blancas y pequeñitas,
que parecen sus casitas
de lejos, un nacimiento.
A
partir de aquí, siempre ascender. Cuestas, curvas, pendientes, pretiles. Todo
un prodigio de equilibrio.
Calles de dura pendiente
para un lento caminar
que, hechas más que para andar,
sube “escalando” la gente.
Aquí
se respira paz; aquí se palpa tranquilidad; aquí la serenidad se vive. El reloj
del tiempo se detiene. Tampoco hace falta. De prisas no se entiende. De
bullicios, tampoco. Todo a su aire, con un ritmo, con una medida. “Sube como
viejo si quieres llegar como joven”, se hace realidad. Después de todo, solo
son tres días. Una mala noche en una mala posada, decía Teresa de Ávila. Para
qué, pues, correr. Honda filosofía de un pueblo sabio y viejo.
Calma, paz, serenidad,
armonía, maravilla,
aire puro, claridad,
cielo azul, sol que brilla.
Ya
hemos visitado el pueblo. Calles y plazas; alternando lo viejo con lo nuevo. Lo
antiguo con lo moderno. La forja con el aluminio. La piedra con el cemento.
Unas
bellas panorámicas jalonan distintos lugares: el “Picacho” y la Sierra de
Grazalema se ven desde aquí. Los llanos que conducen a las tierras del
Estrecho, desde allí; desde este otro lado se divisa Benalup, Vejer y, en días
de nítido horizonte, por un hueco entre esta población y Conil, vemos el espejo
terso y rutilante del mar. Y desde donde nos encontramos, Plaza Alta y
alrededores, todo lo anterior, en un abanico de 360 grados. La Parroquia, su
patrón San Jorge, con su caballo y todo.
La Parroquia, con más brillo,
a todo el pueblo domina,
y a su lado un Castillo
que se ve desde Medina.
Esto
es distinto. Como entonces decía el eslogan publicitario. El clima, envidiable.
El frío no se conoce. Para el calor, no necesitamos airearnos. El “Levante” se
encarga de este menester. Y lo hace gratuitamente. ¡Cuánta fuerza
desaprovechada! ¡Cuánta energía perdida! ¡Cuántos kilovatios escapados!
Algo
tiene este pueblo que sugestiona y cautiva al visitante. Es más: el que vino
por casualidad, echó raíces. Quien fue invitado, se convirtió en asiduo. El que
se alejó, vuelve. Quien no puede, no lo olvida.
Es tan ferviente el anhelo
de gozar es Tabor,
que afirmamos, sin rubor,
se vive cerca del Cielo.
Hay
motivos para ello. Son varios y diferentes. Ambiente, circunstancias,
estímulos, habitantes.
Y
salimos fuera. Al campo. Aquí el campo se vive. Se vive del campo y para el
campo. “Voy al campo” es tan familiar como ir al bar de la esquina. Va el que
lo tiene y el que no. El que lo disfruta y el que lo sufre. El que lo arrienda
y quien lo trabaja. El mayor y el niño. La cuadrilla y la familia. El campo es
origen y fin. Principio y final. El campo lo es todo. Sin campo, Alcalá no
existiría. Campo como negocio y como entretenimiento. Para labor y
esparcimiento. Para ganado y cacería. Campo de ida y vuelta. Campo para refugio
y como pretexto. Campo para el lunes y fin de semana. Para el nativo y el
forastero. En el campo alcalaíno se celebra el trato del ganado y la Primera
Comunión del pequeño. Trabajo y fiesta. Obligación y devoción. Bendita tierra,
que de ella salimos y regresamos a ella. Y por ella pasamos, y trabajamos, y
sudamos, y descasamos.
Escopeta al hombro; perros,
liebres, conejos, perdices,
que hacen, por estos cerros,
a cazadores, felices.
Parece
que de Alcalá ya se ha escrito todo. ¡Es tan pequeño! ¿Qué más se puede hablar?
Si acaso, nos hemos excedido. Tal vez por cariño o por agradecimiento. Pero
desde luego, con sinceridad. Mas, queda por decir lo más importante. El
elemento humano. Sus hombres y sus mujeres. Sin ellos, lo anterior serían
reliquias. Arqueología y Topografía. Historia y Geografía. Flora y Fauna. Con
ellos, todo es vida. Lucha y pasión. Grandeza y miseria. Hombres y mujeres.
Hombres
que sufren y esperan. De esto entienden algo. Sufren con la emigración. La
carestía. La ausencia. La dificultad. La separación. El paro. Tú, Alcalá, que
eres imán y atractivo para los de fuera, has sido catapulta para tus hijos. Tú,
que has sabido atraer al extraño, no has podido retener a los de dentro. Tú,
que tuviste cierta influencia y poder en otros tiempos, te has mostrado
impotente en la actualidad. No te merecías este desgarro. Y con pena salieron.
A Alemania. A la industria. A la capital. A la aventura. Y, ya se sabe, no todo
son éxitos. Los fracasos se ignoran. Pero se viven. Y sobre todo, se padecen.
Alcalá, temple y crisol de hombres y espíritus.
Y,
qué decir de sus mujeres. Como el poeta Antonio Machado sintetizaba la
descripción de Andalucía y terminaba… y Sevilla. Así podríamos afirmar: todo lo
dicho… y sus mujeres. Detalles… no son precisos. Distinciones… sobran.
Comparaciones… son odiosas. Hechos, conclusiones, realidades. Llegar y
quedarse, venir y volver.
Tú, por una carretera
llegaste como viajero,
sin saber de que manera
te sentiste prisionero.
Y
así uno, y diez, y cien. “Algo tiene el agua cuando la bendicen”. Y el milagro
del agua, del clima y el amor, te dieron tus hijos. Y ellos, orgullosos de su
pueblo, se resisten a salir de Alcalá. Y son, inigualables pregoneros. Y la
recuerdan, y regresan y la aman. Ley de vida.
Quizás del patrón el santo
unos ojos de mujer,
con tanto hechizo y encanto
que tuviste que caer.
Ni
tú recuerdas cómo fue. O tal vez, sí. Hoy ya es pasado, historia y fruto
maduro. Para otros, fue espejismo. Ilusión. Flechazo.
Como ave muerta de sed
que acude al agua sedienta,
todos caímos en la red
sin apenas darnos cuenta.
Alcalá,
alejada y solitaria. Contrita y esperanzada. Pasado y presente. Alcalá, amor y
dolor. Día y noche. Gloria y fracaso. Alcalá de todos y para todos. Que acoge y
emigra. Que toma y da. Alcalá para otro día.
Vuelvo siempre a mi rincón
con horizontes azules,
dejo entero el corazón
a Alcalá de los Gazules.
Que ya te di mis temores,
mis esfuerzos y sudores,
Alcalá de mi ilusión,
Alcalá de mis amores.
José Arjona Atienza
Alcalá de los Gazules, 1 de Junio de 2013