miércoles, 25 de junio de 2014

HACIA UN NUEVO HUMANISMO

El amor no es un impulso ciego
                                      
Aunque, repitiendo los principios evangélicos, todos reconocemos que el amor es la clave que interpreta todos los enigmas humanos y la fórmula que resuelve todos los problemas de la convivencia, en la práctica, no lo aplicamos con la coherencia ni con la asiduidad que sería de esperar. A veces, temiendo que nos ciegue y nos despiste, neutralizamos su posible influencia e, incluso, actuamos en contra de sus dictados. Es frecuente, también, que lo cubramos de apariencias rígidas, que lo disimulemos con máscaras grotescas, para evitar que los demás adviertan su poderosa influencia. 
En contra de las explicaciones que lo definen como un mero impulso expansivo, como una fuerza generosa o como una donación gratuita, el amor constituye el procedimiento que más nos enriquece personalmente, el que más sufrimientos nos genera y el que más goces nos proporciona. Nos hace fuertes y valientes, y, al mismo tiempo, vulnerables y cobardes. A pesar de que sabemos que es el capital más rentable, solemos invertir en él nuestros recursos con una asombrosa parquedad.
A veces, por confundirlo con el gusto, con el interés, con el deseo o con la pasión, afirmamos que el amor es ciego, incontrolable y, por lo tanto, imposible de orientar, de frenar o de estimular, pero los destinatarios preferidos del amor de los que se dicen creyentes, han de ser aquellas personas que sufren, aunque no  despierten apetencias o aunque no resulten atractivas, agradables ni beneficiosas.

José Antonio Hernández Guerrero



lunes, 23 de junio de 2014

SÍMBOLOS ALCALAÍNOS - LAS HOGUERAS DE SAN JUAN



El verano se recibía en Alcalá con una gran hoguera en la Plaza Alta. Se solía celebrar la víspera de San Juan, el 23 de junio, noche del solsticio del verano. El símbolo más importante era el rito de la hoguera, y su finalidad, añadirle más fuerza al sol, pues a partir del 21 de junio, se iba haciendo más débil, y los días, cada vez más cortos.

Los adolescentes y los jóvenes acarreaban leña y viejas maderas por el pueblo y los campos y la llevaban a la Plaza de San Jorge. A las doce en punto, les prendían fuego y las llamas organizaban una auténtica fogata de proporciones monumentales. Varios hombres se hacían cargo de alimentar el fuego y de cuidar que los niños no nos acercáramos a la hoguera.

A continuación, los jóvenes saltaban la hoguera con gran impulso para no quemarse. Algunos lo hacían con una especie de pértiga para superar a las llamas. Nadie sabía quién había iniciado aquella tradición, pero se repetía cada año puntualmente la noche de San Juan.

Después he leído que los pioneros de las hogueras de San Juan fueron la gente de la mar, los pescadores, para recibir la estación del verano, la más propicia para sus faenas pesqueras. Lo hacían en las playas y quemaban las maderas que arrojaba el mar y las barcas destrozadas.

Los alicantinos aseguran que la noche de San Juan comenzó celebrándose en Alicante. Después se extendió por las costas pesqueras españolas; más tarde, llegaron a los países del mediterráneo y a los países nórdicos. Hoy, la tradición ha llegado a todo el mundo y se celebran en todas partes.

A las doce de la noche del día de San Juan, las costas y las playas de nuestro planeta se convertirán en una aureola de fuego que iluminará todos los mares. Pero las mejores hogueras las harán los alicantinos. A las doce de la noche quemarán una monumental palmera y, a continuación, prenderán la Cremá de la Foguera Oficial y la Foguera Infantil. Y volverán unos, a saltar las llamas; y otros, a subir con tablas las olas del mar.

                                                                                              

JUAN LEIVA                    


                          

FOTOS DE LA PROCESIÓN DEL CORPUS CHRISTI EN ALCALÁ DE LOS GAZULES












































































La custodia procesional se concertó en 1614 con el maestro platero sevillano Bartolomé del Castillo, siendo donación del capitán Alonso de Coca, vecino de Alcalá de los Gazules. Es un templete de 75 marcos de plata blanca de peso, adoptando la forma circular, con dos cuerpos desarmables; las ocho columnas pareadas sostienen cúpula y linterna. Mide un metro de altura por veinticuatro centímetros de diámetro en el basamento. Influencias platerescas en las proporciones y profusión de adornos grabados y algún artificio barroco. La linterna cobija una imagen del Salvador de plata dorada. En el interior de la cúpula se aloja esquilón de plata, que tintinea al ponerse la pieza en movimiento. La custodia propiamente dicha es de plata dorada y se compone de pie decorado de forma análoga a los grabados del templete y un cuerpo o sol de rayos dorados y esmaltados con el viril al centro.

El tiempo que hará...