lunes, 21 de julio de 2014

SÍMBOLOS ALCALAÍNOS - APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA HERMANDAD DE LA VIRGEN DE LOS SANTOS


Tengo en mis manos un libro con el modesto título de Apuntes para la Historia de la Hermandad de la Virgen de los Santos. Su autor es el historiador alcalaíno Ismael Almagro Montes de Oca. Lo del modesto título es un gesto, porque Ismael ha buceado en la más prolífica documentación de seis siglos de historia de Alcalá, del santuario y de la Hermandad.

Inmediatamente, hay que decir que no hay actitud más necia que ignorar la sabiduría de nuestros mayores, venga de quien venga y sea de la época que sea. Oí decir de pequeño que “si quieres ser persona, hay que ser noble de espíritu como si fueras descendiente real y, a la vez, simple y sencillo como hijo de campesino”. En Alcalá abundan estas personas nobles, sencillas y humildes que nos han contado nuestra historia.

Los Apuntes para la Historia de la Hermandad es una riqueza apócrifa, porque ha estado oculta durante siglos. Es verdad que, aunque no se había escrito totalmente, se comunicaba de abuelos a nietos y de padres a hijos. Pero era una transmisión oral que puede cometer errores, aunque dicen los historiadores que la transmisión oral, en ciertas épocas, ha sido más fiel que la transmisión escrita.

El libro de Ismael ofrece un trabajo fundamental, como es el ordenar los hechos cronológicamente por siglos, por años, por meses, por días. Muchos de los acontecimientos los conocíamos, pero no sabíamos cuándo habían sucedido, ni las pifias y desaciertos que se habían cometido. En este tipo de historias es necesario que se imponga la verdad y que se distinga la leyenda diafanamente, para evitar oscuridades.

Según Ismael, su trabajo contempla tres períodos: El primero abarca desde la fundación de la Hermandad en la segunda mitad del siglo XVII, hasta finales del siglo XVIII. El  segundo período comienza en el siglo XVIII y se nombra a la Virgen de los Santos Patrona de Alcalá, pero la Hermandad desaparece con la invasión Napoleónica. El tercer período se inicia en 1910 y en él se reorganiza de nuevo la Hermandad.

Ese es el planteamiento histórico. Pero el desarrollo es una tupida y formidable red de hechos, celebraciones, sucesos, exvotos, acaecimientos, intervenciones de cardenales, presencia de obispos, relación de sacerdotes, alcalaínos y devotos foráneos que forjan una historia que llega a todos: niños, adolescentes, jóvenes y mayores en torno a la Virgen de los Santos.

Esta historia faltaba en Alcalá y, afortunadamente, desde ahora podemos contar con ella y reconocer ordenadamente muchas de las cosas que ya sabíamos. Gracias, Ismael, y mi enhorabuena por el trabajo bien hecho y regalo a nuestro Alcalá.
                                                                                                       

                                                                        Juan Leiva        





miércoles, 16 de julio de 2014

EL FUNDAMENTO DE LA PAZ ES EL RESPETO AL OTRO

  
En mi opinión, el único camino para lograr la paz es el cultivo –la educación- en el respeto que nos han de inspirar los otros, no por lo que tienen, sino por lo que son: “seres humanos”. De la misma manera que, a veces, valoramos más las peanas, las tribunas, los escenarios y los tronos que a los personajes que en ellos se asientan, también es frecuente que respetemos a las personas, más por los cargos que ostentan, que por su condición humana y por su talla moral. Nosotros opinamos que, por el contrario, merece más respeto nuestra común dignidad humana que las distintas funciones que, eventualmente, desempeñemos. Aunque parezca una obviedad, no está demás que afirmemos que es digno del mismo respeto el general y el soldado, el rey y el ciudadano, el profesor y el alumno, el obispo y el monaguillo, el pobre y el rico, el listo y el torpe, la señora y la criada, el blanco y el negro, el creyente y el agnóstico, el guapo y el feo.    
Este respeto es -o debería ser-, a nuestro juicio, el fundamento último de todas las normas que regulan nuestros comportamientos éticos, nuestras relaciones sociales e, incluso, nuestras actividades políticas. Éste sería, sin duda alguna, el camino que hemos de recorrer para lograr y para mantener la PAZ. En esta consideración de la persona se apoyan los derechos humanos de los individuos: unos valores que, como por ejemplo la libertad, la justicia y el trato correcto, constituyen los fundamentos de la convivencia en paz de las personas y los cimientos de la colaboración mutua imprescindible para mejorar la calidad de vida y, en consecuencia, para lograr un mayor bienestar.
Esta dignidad suprema de todas las mujeres y de todos los hombres es el escalón que nos levanta sobre los demás seres de la naturaleza, éste es el peldaño fundamental que nos constituye a todos en sujetos dignos de respeto. Las demás escalas, los escalafones, las categorías, los rangos, las jerarquías y los títulos, por muy pomposos que sean, por mucho que se revistan de oropeles, poseen una mínima relevancia si los comparamos con la básica. El respeto esencial, por lo tanto, no es una exigencia determinada por la edad, por el saber o por el gobierno, sino una consecuencia de nuestra común condición humana, es una derivación de la dignidad suprema del ser humano.
Si, aceptando esta premisa, dirigiéramos una mirada panorámica al conjunto de la sociedad y de la historia, tendríamos la impresión de que contemplamos un paisaje bastante homogéneo en el que las posibles elevaciones no están determinadas por los cargos políticos, por las relevancias sociales, por los niveles económicos ni siquiera por las “dignidades” religiosas sino, más bien, por la coherencia ética, por la competencia profesional o por el servicio social, en resumen, por la nobleza y por la calidad personal.       
A veces hemos tenido la impresión de que el respeto era esa actitud infantil, sumisa y miedosa ante los poderosos, una secuela de una carencia de libertad intelectual, moral y religiosa, en vez de ser una respuesta adulta y libre al que le confiamos una misión de servicio a la sociedad. Por eso, hemos podido comprobar cómo el tradicional despotismo del jefe orgulloso y brutal ha destruido el respeto solidario y lo ha reemplazado por el servilismo que ha dado lugar al atropello, a la huida o a la rebelión.
Hemos de evitar confundir la falta de respeto un debilitamiento de las viejas formas y la sustitución por otras pautas acordes con la sociedad democrática. El respeto es -insistimos- una de las formas de la solidaridad y, por eso, hemos afirmado que todos y cada uno de los seres humanos son dignos del mismo respeto, aunque no estemos de acuerdo con sus ideas, con sus palabras o con sus comportamientos. La única manera de inspirar respeto es respetándose a sí mismo y respetando a los demás. Para lograrlo hemos de conocer el valor propio y reconocer el valor de los demás.




José Antonio Hernández Guerrero

SÍMBOLOS DE ALCALÁ - LOS HUMILLADEROS DEL SANTUARIO



                     
El camino de Alcalá al santuario estaba hecho a base de huellas, de cascos de herradura de las caballerías y de zancadas de los alcalaínos de todas las generaciones. “Se ha hecho camino al andar” –que diría Antonio Machado-. Pero el camino nunca ha resultado pesado, todo lo contrario, era un delicioso paseo que nadie despreciaba desde la primavera hasta el otoño. En los humilladeros han descansado todos los antepasados, que han hecho el recorrido reiteradas veces. De Alcalá al santuario hay una legua, cinco kilómetros a ojos de buen cubero. Los chavales, cuando íbamos al santuario, contábamos los kilómetros que nos quedaban. El camino comenzaba en San Antonio, seguía en el cruce de la autopista  Jerez-Los Barrios, casi a mitad del camino. Seguíamos por la trocha hasta el cruce, donde está el primer humilladero, tomábamos el camino y, a unos cuatrocientos metros, encontrábamos la segunda cruz. Sobre la última colina se contemplaba el santuario y encontrábamos el tercer humilladero. Y abajo, en la entrada del santuario, el cuarto humilladero.   

Decía nuestro querido paisano Fernando Toscano que “los humilladeros están ahí desde el siglo XIV”, cuando el hijo del rey de Marruecos salió de Algeciras con el ánimo de conquistar el poblado de Alcalá. Acamparon en el Llano del Tardal –hoy de los Santos-, antigua vega del morisco Monte Gibralvar, junto al camino o cañada del Esperón. Se le opuso un contingente de tropas cristianas al mando de la Orden de San Pedro de Alcántara, con varios Consejos de la Comarca. Poco después se libraba la batalla de Pagana o Patrite, en el Llano de la Pelea, donde pereció el reyezuelo moro. El poema de Alonso el Onceno relata que, al amanecer, descubrieron los soldados un crucifijo colgado en una alta vara, hecho que nadie ha podido explicar. Su padre Abdull-Hassan, vino a vengar la pérdida de su hijo, pero fue derrotado en la nueva victoria cristiana de la batalla del Salado de Tarifa. Según la costumbre, los alcalaínos levantaron el humilladero conmemorativo. El origen de la palabra es muy antigua, viene de la raíz latina “humilitas”, humildad, y tiene varias acepciones, entre otras, postrarse de rodillas para orar ante la cruz de piedra con la evocadora alabanza de SANCTUS, SANCTUS, SANCTUS.  
 
En muchas entradas y salidas de los pueblos de España, encontramos un pilar con una cruz o una imagen, para anunciar una ermita, un santuario, el límite de un pueblo, de una propiedad, de la memoria de una batalla o, simplemente, un descanso para caminantes... Algunos de estos monolitos son auténticas obras populares y artísticas. Son los humilladeros, un lugar religioso para hincar la rodilla y orar. En la carretera de acceso al santuario de la Virgen de los Santos nos encontramos cuatro humilladeros anunciando el santuario. Lo de “humilladero”, en algunos pueblos,  tenía como misión ser el punto final del Vía Crucis en Cuaresma, indicar un cruce de caminos, un punto  de descanso y oración para los caminantes, indicar el camino de una ermita o santuario, el límite de un pueblo o de un poblado y, en algunos casos, incluso, el lugar para castigar o degollar a los malhechores. El nombre proviene del latín, “humilitas”; en castellano, humildad, porque la persona se humilla para orar ante  Dios o la Virgen. Algunos tenían mala fama, por su lugar solitario, y de ahí, el carácter insultante de la frase “Te voy a llevar al humilladero.” En Aragón han sido llamados “pilones, peirones” o pairones”, siendo el lugar donde se castigaba con el cepo a los infractores de delitos, como la caza furtiva menor,  “en las tierras del Señor”. En Alcalá, los humilladeros tienen como objetivo señalizar la memoria de una batalla,  indicar el camino de la ermita y ser el símbolo del santuario para todos los romeros.


JUAN LEIVA
                                                                                       

 



jueves, 10 de julio de 2014

ALCALÁ DE LOS GAZULES





ALCALÁ DE LOS GAZULES
Por José M. Paredes Grosso

…sobre un monte triangular y agudo aparece
la más hermosa visión de un pueblecito que
imaginarse pueda”

         IMAGINAD una carretera que se desliza entre campiñas amables decoradas con toros negros y vacas pías, florecida de blancas cortijadas hilvanadas por el verde gris de las pitas y de las chumberas. Figuraos todo esto bajo un cielo azul resplandeciente y con esa luz dorada que es como un cendal que lo envuelve todo y parece que casi se puede tocar. La carretera corre festiva su cantarina carrera, sorteando aquí un otero, salvando acá un arroyuelo lleno de flores y vacío de agua. La campiña está ceñida por serranías no muy lejanas, donde recortan su airosa silueta las negras torres de un castillo derruido.

         A medida que la carretera avanza la idílica pradera donde retozan los becerros y galopan blancos potros se va tornando menos amable, más arisca y más hermosa todavía. El camino, que hasta aquí avanzaba despreocupado y sonriente, ahora tiene buen cuidado de ir evitando cerros con el ceño fruncido de alcornoques; se ve obligado a enroscarse en una pina ladera, sobre un barranco espeso de arboleda; se prende ansiosamente a la falda de la montaña, mirando con vértigo al despeñadero, y, por fin, sale a un terreno más seguro y se desliza cansado entre farallones de piedra y quebrantosos alcores, donde el color de las rocas conjura perfectamente con el de la tierra y el verde opaco de los chaparros.

         El camino, agotado por este penoso zigzagueo, se detiene de pronto: enmarcado por dos soberbios peñascales que forman una estrecha bambalina vertical, sobre un monte triangular y agudo, aparece la más hermosa visión de un pueblecito que imaginarse pueda. Es una perspectiva impresionista, de casitas compuestas poéticamente unas contra otras, distintas y semejantes; con un mágico juego de matices que van desde el blanco de plata al azul tenue. En casi todas partes sucede que donde hay luz también hay sombra; en esta visión panorámica de Alcalá nos atreveríamos a afirmar que la luz y la sombra han sido sustituidas por colores, tonos y transparencias sin igual. Si da el sol en un plano encalado de una casa, ésta resplandece con destellos de oro. En cambio, la casa de al lado no está en sombra, por más que no reciba la luz directamente: también resplandece con un brillo suavemente añil en su fachada. Nadie podía soñar hasta ver a Alcalá de los Gazules desde este punto del camino las muchísimas clases de color blanco que existen.

         Rematando esta sinfonía de variaciones sobre el blanco, están los restos del castillo y la iglesia de San Jorge. Si desde el punto en que estábamos en el camino volamos hasta lo alto de la villa nos veremos en una placita de bellas proporciones, donde la parroquia tiende todavía sus protectoras cadenas para asilo de los delincuentes. Inmediato está el edificio del antiguo Ayuntamiento, con un arco de medio punto en su centro, que da salida a la plaza. Llama la atención ver que suspendida en el hueco del arco hay una plataforma con un pequeño altar y la inscripción: “Sanctus, Sanctus, Sanctus.”

         Atravesando verticalmente el pueblo, a guisa de estocada, llegaremos a la playa, que contra lo que pueda creerse no tiene ni mar, ni río, ni charca siquiera.

         La playa, ágora y mentidero, entrada y estación, parada y fonda, es el único paseo llano en el pueblo, donde se toma café y se recibe el correo de cada día. Aquí está el cine, que ha suplantado en su misión a la antigua placita de toros.

         Como último vestigio de Alcalá de los Gazules, bienvenida al que llega y agradable despedida al que se marcha, discreto y recatado del camino común nos aguarda el santuario de la Virgen de los Santos. La Patrona de Alcalá no es solamente esto, que ya es mucho. Para todo alcalareño legítimo es además o simplemente “la Señora”. Este tratamiento, expresión del vasallaje espontáneo que vincula al pueblo a su patrona, tiene una más amplia y muy consecuente trascendencia. La Señora ha recibido de sus fieles durante los largos años de su patronazgo extensas tierras de pasto y campiña, rebaños de ganados y espléndidos olivares. No hay duda de que es hermosa la costumbre de ofrecer flores a la Virgen. Pero no pasa de ser una costumbre. Lo que no es nada frecuente, y, por lo tanto, no es costumbre, salvo en este pueblo de rumbo, caballeroso y cristiano, es regalarle bosques enteros con arroyos y umbrías, campiñas donde brotan lirios y amapolas y olivos que marquen su tresbolillo de plata sobre el pardo suelo.


J.M.P.G.

NOTA.-

Este artículo fue publicado por don José Manuel Paredes Grosso en ABC el día 14 de febrero de 1963.

miércoles, 9 de julio de 2014

SÍMBOLOS DE ALCALÁ - EL PICACHO





De pequeño, a mí me gustaba ir al Picacho. Los jueves no había clase por la tarde, era un descanso a mitad de semana. Después lo cambiaron a la tarde del sábado. Mi padre cogía a tres o cuatro hijos pequeños y nos llevaba a dar un paseo por el campo, para descargar la casa de los trece hijos. Con frecuencia cogíamos el camino de Patrite, tomábamos la carretera de Jimena y llegábamos hasta la entrada del Picacho. Era una delicia adentrarnos en los bosques de los Alcornocales y pararnos en las llanuras a jugar.

Desde allí veíamos el pico del Picacho, el que le da nombre a las estribaciones de la sierra. Más arriba, había una laguna llena de flores de colores, pero mi padre no nos dejaba llegar hasta allí. A lo lejos, en las alturas, estaba La Pilita de la Reina. Yo soñaba con llegar allí. Quería realizar dos aventuras: subir al pico del Picacho y llegar hasta la Pilita de la Reina. Los niños de Alcalá llevábamos en el alma la sierra, como los de la bahía llevan el mar. El Picacho era el símbolo de nuestros sueños de aventuras.

A la vuelta, los molinos del camino de Patrite funcionaban a tope. En los años 40, había en Alcalá dieciocho molinos harineros y otros pocos aceiteros. Eran dos productos fundamentales para la vida. En las puertas de los molinos, había reatas de mulos, que llevaban el trigo y volvían empolvados con sacas de harina. Las familias más modestas comían gazpacho caliente y, para desayunar y merendar, pan con aceite y azúcar. Las plantas silvestres comestibles, como los espárragos, los cardos, las tagarninas y las frutas resolvían la cena.

Cuando se iba el sol camino del mar, para ocultarse tras el bamboleo de las aguas marinas, las sombras ocupaban la blancura de las casas de Alcalá y la torre se ocultaba tras la atalaya de la Coracha. Mientras, la noche se metía por las rendijas de las ventanas. ¡Qué derroche de misterios recorrían las bajadas, las subidas y los recovecos de mi Alcalá!

Hace tres años, cuando ya de mayor volví a saborear Alcalá, nos íbamos los sábados a hacer senderismo por los caminos de mi infancia. El último sábado de octubre de 2012, quise cumplir mi sueño de niño y nos fuimos camino de Patrite para ir al Picacho. El día otoñal invitaba a correr la aventura y fuimos entusiasmados. Sólo tuve un descuido, se me olvidó  precaver que, precisamente en esos días, cumplía la edad de las personas mayores, los ochenta.

Cuando habíamos ascendido unos quinientos metros, la humedad me sorprendió con un resbalón impresionante y fui a dar de bruces con una roca formidable. Intenté levantarme, pero no me respondían ni los brazos ni las piernas. Mi mujer tampoco podía conmigo. Afortunadamente, unos senderistas de Chiclana que hacían la ruta, al cerciorarse de lo que pasaba, con una agilidad de auténticos expertos, pidieron auxilios con los móviles y, en unos minutos, el lugar se vio concurrido por un helicóptero, un equipo de bomberos y una ambulancia.

El helicóptero no podía bajar impedido por la exuberante naturaleza que me rodeaba. Y yo pensaba que, tal vez, sin los senderistas, me podría haber convertido en un vegetal como toda aquella formidable naturaleza de los Alcornocales. Pero  los senderistas me sacaron a pulso en una camilla y me bajaron a la carretera donde una ambulancia esperaba para trasladarme a Cádiz. El tiempo que emplearon en realizar el auxilio me dediqué a reflexionar. Miraba mi cuerpo, mis piernas y mis brazos y consideraba que los humanos llegamos al mundo con un amigo inseparable que nos acompaña toda la vida. Es el soporte de nuestra personalidad, el cuerpo. Lo miraba con ternura, con agradecimiento y le pedía perdón por la poca atención que le había prestado.

Ese soporte es una virguería, una auténtica obra de arte. Los imagineros, los escultores y los médicos no acaban de sorprenderse ante la irrepetible estructura humana. Un niño llega a la vida con 300 huesos perfectamente organizados en el seno de la madre para realizar misiones impresionantes. Se reparten por todo el cuerpo y se distribuyen por la cabeza, por el tronco y por las extremidades. A su vez están organizados  por niveles jerarquizados, compuestos de aparatos y de órganos, formados de tejidos y conformados por células compuestas de moléculas.

Ese cuerpecillo posee cincuenta millones de células agrupadas, las cuales organizan aparatos y sistemas locomotores, musculares, óseos, respiratorios, digestivos, excretores, circulatorios, endocrino, nerviosos,  reproductores… ¡Qué maravilla! Sus constituyentes son hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno. Se unen entre sí para formar moléculas, como líquidas perlas de agua y de sangre; orgánicas, como los glúcidos, los lípidos y las proteínas. Todo eso convierte al ser humano en una extraordinaria máquina pletórica de vida.

Ahora, después de casi tres años, con mi soporte rehabilitándose, poniendo orden en mis baños y paseos, voy dando agilidad a los miembros, miro con inmenso agradecimiento a mi soporte y agradezco a aquellos senderistas con toda el alma que me hayan devuelto a la vida. Sus primeros auxilios fueron de oro, y su actuación en primeros auxilios de platino. Y cada día doy gracias a Dios y a la Virgen de los Santos, por haberme permitido continuar aquí y valerme por mí mismo. ¡Gracias, gracias, muchas gracias a todos los que me ayudaron a no convertirme en vegetal!
                                                                                                



Juan Leiva
     


martes, 8 de julio de 2014

JOSÉ PÉREZ BLANCO "PEREGIL"

          
 Monumento a Peregil en la Plaza Fray Jerónimo de Córdoba de Sevilla

En mi última visita a Andalucía para asistir al Traslado de mi Virgen de los  Santos desde su ermita hasta mi pueblo, Alcalá de los Gazules, del que es Patrona, Señora, Reina, Madre y Protectora entre otras cosas; pasé unos días en Sevilla.
         
Cada vez que paso por la preciosa ciudad del Betis, donde viví un largo  tiempo de mi vida, suelo visitar a mis amigos, mis familiares y aquellos lugares de  los que conservo un grato recuerdo en la memoria. Desgraciadamente de los   amigos, ya van faltando demasiados a la cita, ya muchos se marcharon para  siempre.
         
Una de las ausencias que más me duelen es la de mi gran amigo Peregil, dueño de la taberna “Quitapesares”, que está muy cerca de la iglesia de Santa  Catalina y de “El  Rincocillo”, este último, posiblemente, la taberna más antigua de  Sevilla. La visita, durante años, a la taberna de Peregil (José Pérez Blanco, su padre  se llamaba José Pérez Gil, de ahí el apodo), se convirtió en imprescindible durante  mis viajes a la capital sevillana. Era el lugar donde encontraba, además de a mi  amigo el dueño (hombre extrovertido, cariñoso, simpatiquísimo y un gran  enamorado de las cosas de Sevilla, y afamado bético) a una amplia muestra de los  muchos artistas que nacen en esta ciudad, entre los que Paco Gandía y El Risitas  eran clientes diarios y con los que pasaba unos ratos inolvidables. Peregil les  incitaba a que me contaran cosas, y en la corta distancia eran inmejorables. Pepe me  devolvía la visita cada vez que venía a cantar a Cataluña. Conoció bien la Ciudad Condal.
         
He vuelto como siempre al “Quitapesares”, ya no está Peregil. Su hijo Álvaro  es un muchacho extraordinario y muy simpático. La taberna sigue teniendo su buen ambiente, pero ya no está el grandullón de Manzanilla (Huelva). 
         
Pero aunque falta el amigo, me llevé una sorpresa muy agradable y  reconfortante, porque en la placeta donde se encuentra su negocio, le han levantado un bonito monumento a Pepe. Sobre un pedestal de mármol, se erige su  figura en bronce a tamaño natural, en postura cantaora.
         
Al felicitar a su viuda por la feliz idea del Ayuntamiento sevillano, me llevé la segunda gran sorpresa. Me dijo que el monumento no lo había erigido el  Excmo.  Ayuntamiento, que lo han levantado sus amigos, de su propio bolsillo. ¡Qué gran  categoría! ¡Qué pronto le llega el testimonio del cariño de sus amigos! Pepe con sus amigos del barrio, como estaba siempre. Saludando a todo el que pasaba a su lado  y contándole alguna cosa de la Macarena, de Curro o del Betis.
         
Cuando Peregil murió el 28 de enero de 2012, le envié a  su señora una carta  dándole el pésame y le adjuntaba este poema que quiero que compartáis conmigo  en recuerdo de un querido amigo mío y de mi familia.

Francisco  Teodoro  Sánchez  Vera
7 - 2014



                                          ADIOS   AMIGO   PEREGIL



Pepe  Pérez  “Peregil”
te   has   marchado  muy   temprano,
dejando  en nuestro  recuerdo
la  imagen del  buen  amigo
que  siempre  tiende  la  mano.

Allí   arriba  en  las  alturas
sonará   tu  buen  humor,
tu   buen  talante  y   tu  risa
de   onubense  y   sevillano,
rociero   y   cantaor.

“Peregil”,  amigo  mío,
siempre  te  recordaré
hablando  de  tus  amigos,
del  camino  del  Rocío,
del  Señor  del  Gran  Poder.

Cántale  bajito   Pepe,
no   le   grites,  te  lo  ruego,
tu   que  tienes  la   gran  suerte
de  estar  cerca  de  La  Estrella
en  el  reino  de  los   cielos.

Y  canta  luego  un   fandango
diciéndole   a   España   entera,
que  lamentas  no   volver
juntito  al   Guadalquivir,
donde  tu  Betis  te   espera .


Francisco Teodoro Sánchez Vera .
28 – 1 - 2012 

0TRA VISITA



Nos hiciste, Señora, otra visita
entre cantos y fervientes oraciones
y llegaron tus fieles a montones
y te sacan a Ti de tu Ermita.

Y te ven cada día más bonita
y te rezan y te cantan mas canciones
y a cantarte sus penas, corazones
siempre fieles cuando llega vuestra cita.

Y te besan creyentes vuestro manto
con lágrimas de corazones rotos
que las puede secar solo tu encanto.

Y a Ti llegan con flores tus devotos
que ya sienten que pronto te irás
y llevarte a ritmo de compás.

Te sacaron ayer de tu morada
y dejaste tu ansiada soledad,
tu silencio se torna en tempestad
de bullicio y de vida ajetreada.

Pero todos sabemos que, cansada
de bajarte y subirte la Hermandad
por las calles de esta tu ciudad
son las cosas de un alma enamorada.

Y ese amor de tus gentes que es pasión,
y es locura, y es canto y es ruido,
te lo expresan de todo corazón.

Tú has querido dejar tu blanca Ermita
este mes, y Alcalá agradecido
hoy mil gracias te da por tu visita.



Alcalá de los Gazules, 24 de mayo de 2014

José Arjona Atienza

El tiempo que hará...