jueves, 30 de abril de 2015

DISCURSO INAUGURAL DE LA "PLAZUELA EMIGRANTES DE ALCALÁ"




DISCURSO INAUGURAL DE LA PLAZUELA
“EMIGRANTES DE ALCALÁ”


         Buenos días dignísimas autoridades, alcalaínas y alcalaínos.

      Nos encontramos aquí esta bonita mañana de primavera, para inaugurar el nuevo nombre de la Plazuela, que a partir de hoy será conocida como: “Plazuela Emigrantes de Alcalá”.

         Y en primer lugar quiero expresar, en nombre de todas las personas que marchamos un día de este pueblo, nuestro más sincero agradecimiento al Ayuntamiento de Alcalá de los Gazules, desde su Alcalde, Ilmo. Sr. Don Julio Toscano Gómez, a los portavoces de los grupos municipales, Don Javier Pizarro Ruiz y don Juan Carlos Fernández Luna, y a la Concejala de Cultura doña Zulema Sánchez Bazán, y a todos y cada uno de sus concejales, por haber tenido la sensibilidad de atender nuestra demanda de que hubiera un lugar en Alcalá que recordara a los miles de hijos de este pueblo que viven y trabajan por el mundo. Muchas gracias. Muchas gracias.

         Esto empezó cuando el alcalaíno residente en Cataluña, don Bartolomé García García, lo propuso en un Pleno Municipal. La cosa pasó desapercibida, hasta que durante la celebración del I Encuentro de Alcalaínos en Cataluña, los componentes del Comité Organizador, recogiendo la voluntad de cientos de alcalaínos, le trasladamos al Alcalde nuestro deseo de que hubiera una calle en nuestro pueblo, que le recordara a la gente, que hay mucha sangre de Alcalá repartida por muchos lugares del mundo, sangre de los Gazules, sangre que añora a su pueblo y que ansía tener algún símbolo, algo como un cordón umbilical imaginario, le una a sus raíces; le una a este lugar donde por primera vez penetró en sus pulmones el aire fresco de nuestra sierra; algo que nos una para siempre a aquella cuna en la que quisiéramos seguir durmiendo todavía. Ya tenemos ese rincón que nos recuerda.

         Hoy es un día histórico para Alcalá de los Gazules. En este entrañable lugar lleno de viejos recuerdos, por el que parece que no ha pasado el tiempo, estamos juntas y hermanadas las dos Alcalá. La Alcalá actual que formáis los que vivís aquí, y la otra Alcalá que conformamos nosotros, los que hace años tuvimos que marchar, y que entonces éramos los que, como vosotros, paseábamos por estas calles ensoñadas y por esos callejones morunos llenos de encanto y de misterio; jugando al aro o corriendo detrás de aquellas preciosas chiquillas, con sus risas claras y sus largas trenzas brillando al sol, bajo este cielo azul inmaculado.

         Nuestro Alcalá era distinto al actual. Todo cambia con el tiempo. Ya no existen las posadas llenas de caballos, en los que llegaban los hombres del campo para hacer sus compras y solucionar sus asuntos. Hace tiempo que desaparecieron el carbón y el brasero. También se perdieron las calles empedradas. Se abandonaron los pozos. Y desapareció el bullicio continuo de personas llenando los patios y las calles. Alcalá sigue siendo igual en su silueta, pero es otra Alcalá. Hoy es una ciudad moderna del siglo XXI. Todo cambia. Y nosotros también hemos cambiado. Esa es la consecuencia que se produce, cuando tienes que abandonar tu tierra para instalarte en otra lejana y desconocida. Sigues queriendo y recordando a los tuyos, a los paisanos, sus caras, sus calles y las costumbres como eran entonces; y cuando los reencuentras, casi no los reconoces, porque el tiempo ha pasado como un rodillo, dejando su huella y ejerciendo su ley inexorable de adaptarse a los nuevos tiempos.

         No nos fuimos contentos de aquí. Marchamos llorando y con el corazón encogido, porque aquí se quedaban nuestros parientes, todos nuestros amigos, nuestros primeros amores, a veces rotos para siempre, y aquí quedaban todos nuestros recuerdos. Un viejo bolero decía: “Dicen que la distancia es el olvido…”, pero yo les puedo asegurar que, en nuestro caso, la distancia, en lugar de separarnos, nos ha acercado más a nuestras raíces, ha hecho que el amor que sentimos por nuestro pueblo se haya incrementado, y la palabra olvido no tiene sentido entre nosotros y Alcalá. Las palabras distancia y olvido, se han transformado en cariño y pasión.

         Hace ya casi sesenta años, que cada semana salían decenas de personas de Alcalá. Muchas no volvieron jamás. De este pueblo marcharon muchos, muchísimos más vecinos que de todos los pueblos de nuestro entorno juntos. Las estadísticas lo confirman. Nuestro admirado paisano don Juan Leiva nos lo recordaba hace pocos días en un precioso y bien documentado artículo. Alcalá se despobló. Se produjo una honda herida, un vacío, que sesenta años no han sido capaces de cicatrizar del todo. El gran poeta del Puerto de Santa María, Rafael Alberti, en sus memorias tituladas La Arboleda Perdida, cuenta que llegó un día a Alcalá de los Gazules, la del precioso nombre, alta maravilla torreada, para cumplir una promesa hecha a un buen amigo alcalaíno, al que había conocido durante su exilio en Rusia, tras la Guerra Civil Española. De esta visita, escribió:

Gloria del campo que está
desangrándose en sus hijos
que se mueren o se van
lejos a tierra extranjera
para poder trabajar.

         Esa es la tragedia real de la historia de este pueblo. Un pueblo que en muy pocos años perdió a más de la mitad de sus vecinos, con lo que las calles, la Playa y los patios perdieron encanto y alegría. Todos teníamos a alguien de quien acordarnos. Y es para recordar a todos esos alcalaínos que marcharon un día, para lo que nos encontramos esta bonita mañana en esta coqueta plazuela, este lugar de paso obligado de casi todos los acontecimientos importantes que se producen en nuestro pueblo. Considero que este es un lugar muy digno, dentro del callejero local, para que lleve nuestro nombre: Emigrantes de Alcalá. Cuantos pasen por aquí y lean esta hermosa placa, se acordará del pariente, del amigo, de la vecina o del paisano que reside en otras poblaciones lejanas de España y del mundo.

         Nos marchamos llorando, pero volvemos contentos. Estamos satisfechos porque en esa bonita cerámica pone: EMIGRANTES, pero a continuación dice: DE ALCALÁ. Y es verdad que somos de aquí y siempre nos enorgullecemos de serlo. Y lo decimos por donde quiera que vamos. Los que hemos nacido en Alcalá, no somos igual que los de cualquier otro pueblo de España. Alcalá no es igual que los demás pueblos. Un día dije que es:

Un pueblo de tez morena
y alma de paloma blanca
que guarda dentro la pena
y solito se la arranca.

         Nosotros somos diferentes acogiendo a las personas que vienen a visitarnos y también somos diferentes cuando vivimos en otros lugares. Cuando oímos la palabra Alcalá, se nos iluminan los ojos y una sonrisa aparece en nuestro rostro. Nosotros queremos más a nuestro pueblo, que los demás a los suyos. Un día escribí:

Mi pueblo no es cualquier pueblo
tiene unas cosas mi pueblo
que muy pocos pueblos tienen
cosas que no vende nadie
y que sólo Dios concede.

         Y después explicaba en versos todo lo bueno de nuestra tierra; como hacemos todos los días cuando nos encontramos con cualquier persona en Barcelona, en Madrid, en Bilbao o en Málaga. Nosotros no decimos que somos andaluces, nosotros solemos decir que somos de Alcalá de los Gazules, y casi siempre tenemos que añadir: si, si, de los Gazules, con G de gato. Y mira usted, nuestra Patrona es la Virgen de los Santos, que nos espera con su dulce y radiante mirada, en un precioso Santuario de cal blanca y teja mora, lleno de encanto y de embrujo, en el que el tiempo y los pulsos se paran y la emoción nos embarga, se sea o no creyente. Y allí junto a la Señora, disfrutamos de una sensación de paz interior, difícil de explicar, pero que aparece siempre. Vaya usted a comprobarlo, le gustará.

         Nosotros no necesitamos decir que somos andaluces, porque nosotros somos, en verdad, lo auténtico y genuino andaluz; como os recuerdo que dijo de nosotros el gran poeta granadino Federico García Lorca, cuando en una carta enviada a su paisano y amigo, el historiador y periodista Melchor Fernández Almagro, le decía: “…yo que soy andaluz y requeteandaluz, suspiro por Málaga, por Córdoba, por Sanlúcar la Mayor, por Algeciras, por Cádiz auténtico y entonado…por Alcalá de los Gazules, por todo aquello que es genuinamente andaluz.”

         Con estas palabras pretendo dejar muy claro que, aunque vivamos lejos de Alcalá, seguimos ejerciendo de alcalaínos, presumiendo de la belleza incomparable de este hermoso pastel blanco, encaramado a un monte, con la torre de guinda, y con el telón de fondo de nuestro Picacho, dándole color y protección a un paisaje verde, azul y rojo inigualable. ¡Qué bonito es nuestro pueblo!

En la sierra gaditana
Alcalá luce su historia
romana, mora y cristiana
y su belleza notoria.

         Somos alcalaínos que vivimos fuera de Alcalá, y en mi caso quiero decir que:

Es cierto que estoy contento
en la tierra catalana
pero no hay noche ni día
que no sufra la nostalgia
y el cariño que yo siento
por mi cuna gaditana.

         Por ello, pido desde aquí al Pueblo de Alcalá de los Gazules, que no nos considere extraños, pues seguimos siendo hijos de Alcalá, practicantes por donde quiera que vayamos. Así que te digo paisano querido:

Te lo ruego amigo mío
no me llames forastero
pues sufro un escalofrío.
No me sientas forastero
que yo nací en Alcalá
y por Alcalá yo muero.

         Y ya termino. Estamos en fiestas. Las Fiestas de nuestro Patrón San Jorge. Hoy es un día de alegría y de diversión más que de discursos. Quiero dar las gracias de nuevo al Ayuntamiento de nuestra Noble, Leal e Ilustre Ciudad, que ha hecho posible, con esta inauguración, que se vea cumplido el viejo sueño de muchos alcalaínos. Estamos agradecidos, pues con ello nos habéis dado una muestra clara de cariño y respeto, y con el mismo cariño y el mismo respeto os correspondemos.

         Tras agradecer también vuestra presencia en este acto, os ruego que cogidos de las manos, las dos Alcalá unidas, alcemos los brazos al cielo y gritemos con fuerza y con alegría

¡¡VIVA SAN JORGE!!

¡¡VIVA LA VIRGEN DE LOS SANTOS!!

¡¡VIVA ALCALÁ DE LOS GAZULES!!





Francisco Teodoro Sánchez Vera
25 de abril de 2015
Plazuela Emigrantes de Alcalá




miércoles, 29 de abril de 2015

HACIA UN NUEVO HUMANISMO - EL HAMBRE


Aunque parezca una obviedad, hemos de seguir insistiendo en que el hambre no es una enfermedad social infecciosa, traumática o genética, sino que es una malformación humana –o inhumana- originada por la forma –inadecuada, arbitraria e injusta- de la que los hombres en sociedad manipulamos y gestionamos los recursos que nos proporciona el entorno natural en el que vivimos.

Reconocemos que, a veces, el hambre es el resultado directo de las catástrofes naturales, pero, incluso en estos casos, sus más amplias y más graves consecuencias dependen de nuestra manera razonable o irrazonable, justa o injusta, solidaria o insolidaria de distribuir y de aplicar los medios para prevenir y para paliar sus efectos devastadores.

Por eso hemos de denuncia que el hambre es un mal cuyos orígenes, causas y efectos dependen, sobre todo, de nuestras actitudes egoístas y de nuestras conductas insolidarias. En mi opinión, si, por ejemplo, hiciéramos un ejercicio de imaginación y si nos representáramos a nosotros mismos en las situaciones de esos mendigos con los que diariamente nos cruzamos y, sobre todo, si nos esforzáramos un poco por sintonizar con sus sensaciones y con sus sentimientos, es posible que se avivara nuestro sentido de la justicia para exigir una concepción diferente de la economía, y es probable que se “alimentara” nuestra solidaridad activa, al menos, con algunos de los más próximos.


José Antonio Hernández Guerrero



HACIA UN NUEVO HUMANISMO - RECUPERAR LA ALEGRÍA



En mi opinión, en este nuevo tiempo primaveral, deberíamos hacer un renovado esfuerzo por recuperar, no la alegría forzada y obligatoria de las fiestas convencionales, sino esa otra alegría profunda, serena y constante, que consiste en comprender y en sentirse comprendido, en amar y en sentirse amado. Como todos sabemos, en la vida real, a veces, la alegría es compatible con los golpes del dolor e, incluso, con los crujidos de la tristeza. La alegría -la expresión directa del bienesentir, del bienpensar, del bienquerer, del bienser, del bienestar y del bienhacer- es la manifestación humana del gozo interior que nos produce la posesión de un bien o la esperanza de alcanzar un beneficio sustancioso como, por ejemplo, el placer sereno o exultante de la existencia y de la vida, la dicha honda del amor, la fruición placentera de la contemplación apacible de la naturaleza, la paz íntima del trabajo esmerado, la satisfacción profunda del deber cumplido, el gusto duradero de los bienes compartidos o de los servicios prestados.

Esta alegría sí que es, efectivamente, el resplandor directo y expansivo de una luz interior, el reflejo de un alma sencilla que disfruta cuando saborea la vida. Para sentir alegría, por lo tanto, no son necesarios los pensamientos sublimes, las grandes palabras, las elevadas metas ni los horizontes maravillosos, sino que son suficientes los paisajes cercanos, los momentos cotidianos y los pequeños pasos que damos para movernos por nuestra propia existencia, sobre todo cuando acompañamos y nos sentimos acompañados.

La “alegría” es un lenguaje que nos revela el bienestar que, “por dentro”, experimenta la conciencia cuando, a pesar de todos los pesares, la realidad coincide con los deseos, los hechos con las esperanzas, los esfuerzos con los resultados. Es alegre el que, sabiendo encajar las dificultades y los contratiempos, descubre el sentido a la vida, dirige una mirada positiva a las cosas, a los sucesos y a las personas; el que extrae lo mejor de la vida y mantiene el aliento, incluso, en los desalientos y, sobre todo, el que, por sentirse bien consigo mismo, tiene ganas de vivir y de servir. La senda más directa y más segura para lograr alegría es esforzarnos por transmitirla a los que nos rodean.  


José Antonio Hernández Guerrero

martes, 28 de abril de 2015

FOTOS DE SAN JORGE 2015 - SÁBADO 25 DE ABRIL DE 2015 - ALCALÁ DE LOS GAZULES




































































































El tiempo que hará...