sábado, 30 de abril de 2016

CLAVES DEL BIENESTAR - ASUMIR LA REALIDAD


Los seres humanos poseemos una singular tendencia a engañarnos a nosotros mismos, a convencernos de que las realidades que perciben nuestros sentidos son puras imaginaciones y meras apariencias. A veces, impulsados por convicciones ideológicas, por creencias religiosas, por falacias pseudocientíficas o, incluso, por convenciones artísticas y literarias -cuya función específica consiste en emocionarnos mediante ficciones-, tratamos de persuadirnos de que algunas verdades comprobadas por nuestros sentidos son falsedades.   Pero el hecho cierto es que no podemos cerrar los ojos ante los objetos físicos y ante los sucesos reales: podemos ignorarlos, olvidarlos e, incluso, negarlos; pero no está en nuestras manos hacerlos desaparecer como si no hubieran existido.

La realidad es tozuda, irrenunciable y, si le somos infieles, las consecuencias son graves. Por mucho que lo empujemos, el corcho vuelve a salir a flote. La realidad no desiste. Los deseos humanos o la voluntad pueden hacerlo. No podemos hacer concesiones sobre la gravedad o sobre la dureza de los materiales o sobre la impenetrabilidad de los cuerpos.


La realidad tiene una naturaleza que hemos de reconocer y aceptar humildemente: si la desconocemos o la negamos, se "venga" a su manera de nosotros, con un sistema implacable de resistencias y de reacciones. Pero también hemos de reconocer que la realidad es poliédrica y no es sólo física y biológica sino también humana, personal, psicológica, social e histórica. Sus estructuras son más complejas y, por eso, más difíciles de descubrir, de definir y de precisar, aunque no por eso son menos efectivas. Y el error respecto a ellas o la falta de respeto también los pagamos con estrepitosos fracasos. A veces tengo la impresión de que los políticos de diferentes ideologías tienen en común una obstinada ceguera para percibir lo que realmente ocurre en la sociedad. Quizás deberían leer el Ensayo sobre la ceguera del premio Nobel de Literatura, el portugués José Saramago, en el que traza una imagen aterradora -- y conmovedora -- de los tiempos sombríos que estamos viviendo. 


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz

CLAVES DEL BIENESTAR - MIEDOS

                                       
Experimentar miedo cuando nos acecha algún peligro es un síntoma bueno y una reacción -emocional y fisiológica- beneficiosa. Como todos sabemos, el miedo es la respuesta espontánea que, tras la toma de conciencia de una amenaza, nos estimula para que nos defendamos, para que evitemos los riesgos alejándonos de ellos, resguardándonos en lugares seguros, protegiéndonos con escudos preventivos. Otras veces, sin embargo, el miedo -si logramos vencerlo- es un impulso que nos empuja para que, provistos de las armas adecuadas, nos enfrentemos a las agresiones con mayores garantías de éxito. Puede ocurrir, también, que algunos aprovechados -desactivando su función protectora y haciéndonos más frágiles- desencadenen nuestro temor intencionadamente, y que lo empleen  como ardid perverso para vencer nuestra resistencia a confiar en ellos y, así, lograr más fácilmente nuestra adhesión a sus propósitos.


Fíjense cómo lo usan los tiranos, los terroristas y, en general, todos los sinvergüenzas ambiciosos que, cobardemente, pretenden jugar con ventajas y beneficiarse debilitando inicuamente nuestras defensas físicas y desactivando nuestras protecciones anímicas. La historia de la humanidad está plagada de personajes célebres sembradores de terror, que han conseguido acumular poderes políticos, religiosos y económicos, gracias a su habilidad para amedrentarnos anunciando males y prediciendo ruinas y catástrofes. Es cierto que, en muchos casos, esos pájaros de mal agüero y esos profetas de calamidades, son unos neuróticos asustadizos que, con su pesimismo, pierden la credibilidad, pero también es verdad que, en amplios sectores de la población, logran crear un clima de inseguridad y un ambiente de ansiedad. 


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz

LAS CLAVES DEL BIENESTAR - ESPERANZA


Todos conocemos a personas que se caracterizan por recordar preferentemente los hechos malos del pasado, por destacar los aspectos negativos del presente y por advertir los peligros del futuro. Son aquellos individuos dolientes y afligidos para quienes “todo tiempo pasado fue peor”, si no fuera porque el presente les parece todavía más horrible que el pasado y porque están convencidos de que caminamos veloz e irremisiblemente hacia el caos fatal y hacia la catástrofe más aniquiladora.

Cuando comentamos con ellos cualquier suceso, estos conciudadanos inconsolables nos recuerdan, sobre todo, las calamidades desoladoras, los rostros cínicos, las miradas crueles y las perversas acciones: la memoria, la razón y la imaginación constituyen para ellos unas temibles luces que alumbran a un mundo que es para ellos un sórdido museo de penalidades, un infierno de padecimientos y  un antro de vergonzosas perversidades.

En mi opinión, hemos de defendernos de estos “aguafiestas” para evitar que nos estropeen la función y nos amarguen la existencia. Sin caer en ingenuos optimismos,  hemos de buscar la fórmula eficaz para evitar que esta desolación pesimista nos contagie y tiña toda nuestra existencia con los colores lúgubres de sus lamentos pero, además, hemos de encontrar un acicate en el que agarrarnos y una clave que nos ayude a interpretar los signos de esperanza que lucen en medio de ese oscuro paisaje. Si las sombras y los nubarrones pueden servir para resaltar las luces y para aprovechar mejor los días soleados, la profundización en el dolor y en la miseria del mundo nos puede ayudar para que descubramos el germen vital que late en el fondo de la existencia humana. Si pretendemos evitar el desánimo, en el balance permanente de la crítica y, sobre todo, de la necesaria autocrítica, hemos de evaluar los otros datos positivos que compensan los malos tragos. Apoyándonos, por ejemplo, en la convicción de la dignidad y de la libertad del ser humano, en nuestra capacidad para mejorar las situaciones y para aprender, sobre todo de los errores, podemos  alentar esperanzas y elaborar proyectos de progreso permanente de cada uno de nosotros y de la sociedad a la que pertenecemos.


Reconociendo el declive que el individualismo contemporáneo ha introducido en las relaciones humanas, esta "ansiedad de perfección" nos permitirá compartir el sentido positivo de la vida, generar unos vínculos más estrechos entre los hombres, las mujeres y la naturaleza, y, en resumen, recuperar el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que nos rodea. Sólo así mantendremos la posibilidad del amor y los gestos supremos de la vida. Si pretendemos que nuestras vidas no sean escenas sueltas –“hojas tenues, inciertas y livianas, arrastradas por el furioso y sin sentido viento del tiempo”-, hemos de buscar ese vínculo, ese hilo conductor, que las rehilvane y que proporcione unidad, armonía y sentido a nuestros deseos y a nuestros  temores, a nuestras luchas y a nuestras derrotas.   


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz

lunes, 25 de abril de 2016

FOTOS DEL TERCER DÍA DE LAS FIESTAS DE SAN JORGE - 24 DE ABRIL DE 2016



























































































El tiempo que hará...