viernes, 15 de agosto de 2025

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO - ECHANDO LEÑA AL FUEGO

ECHANDO LEÑA AL FUEGO 

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO


Dicen que ha sido la ola de calor más larga desde que existen registros, con incendios en España, Francia, Turquía… En este contexto parece de mal gusto que Jesús se presente como un gran pirómano ansioso de pegar fuego al mundo. Y no para ahí la cosa. Los europeos concebimos el mes de agosto como un momento de vacaciones, de descanso, al menos para muchos. Y las lecturas de este domingo no ayudan a descansar. Comienzan hablando del profeta Jeremías, arrojado a un aljibe para que muera (1ª lectura). Sigue la carta a los Hebreos hablando de Jesús, que soportó la cruz, y nos recuerda que todavía no hemos derramado sangre en nuestra lucha con el pecado (2ª lectura). Y el evangelio, al deseo de Jesús de pegar fuego al mundo, añade que no ha venido a traer paz, sino división, incluso en el ámbito más íntimo de la familia.

Después de las enseñanzas de los domingos anteriores, centradas en lo que nosotros debemos hacer, Jesús nos sorprende hablando de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas palabras.

Presupuesto necesario para entenderlo es conocer la mentalidad apocalíptica, de la que Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro, el Reinado de Dios.   

Lucas va a introducir algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es muy típica de los autores bíblicos.

La misión: prender fuego

            He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

            Lo primero que viene a la mente es un campo ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu Santo,

El destino: la muerte

Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!

            También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan Bautista al pecado: cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El bautismo equivale entonces a la muerte y el paso a una nueva vida. Así lo usa Jesús en un texto del evangelio de Marcos, cuando dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.

La mision: dividir

            ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
            En adelante, una familia de cinco estará dividida:

            tres contra dos y dos contra tres;

            estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,

            la madre contra la hija y la hija contra la madre,

            la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

            Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a María: este niño “será una bandera discutida”.

            Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Sin embargo, para no tener que hacerlo, decide enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.

            Jesús dice todo lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a traer división en el seno de la familia.

La unión de las tres frases

            ¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente relacionado con su muerte.

¿Tiene sentido todo esto para nosotros?

            Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que “venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la derecha de Dios.

El ejemplo de Jesú 

            Por una feliz casualidad, la segunda lectura (Hebreos 12,1-4) ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo, conocedor de las Olimpiadas griegas: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.

            Jesús, como cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina triunfando.

            Ahora nos toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo. Incluso en una época de descanso y vacaciones, es bueno recordar el ejemplo de Jesús, su entrega plena.

Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Reflexión final

            Estas lecturas no han sido elegidas para amargarnos las vacaciones, pero nos ayudan a pensar en los que no tienen vacaciones, en los perseguidos por su fe y sus denuncias, como Jeremías; en los que han elegido un duro y peligroso trabajo de médico, enfermero, asistente social, ayudante de cualquier tipo, arriesgando su vida en Gaza, Ucrania, Siria, Sudán, Congo…; en las familias que se han roto porque uno o varios de sus miembros han decidido seguir a Jesús. Podemos hacer algo más útil que protestar del calor: pedir por ellos.

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

 

LA ENSEÑANZA Y LA INVESTIGACIÓN COMO SERVICIO SOCIAL

 La enseñanza y la investigación como servicio social

Serafín Bernal Márquez                  

Los gérmenes de las vocaciones profesionales, como ocurre con los rasgos anatómicos y psicológicos, están ocultos en los genes y empiezan a germinar en la más tierna infancia. No es extraño, por lo tanto, que los amigos y los compañeros de Serafín Bernal lo trataran, desde muy pequeño, como ese personaje que llegaría a ser un científico, un profesor y un investigador.

Con su pinta de sabio ensimismado y con su discreta timidez, es el arquetipo del hombre correcto y de trato cortés. Controlado emocional y físicamente, es a la vez abstraído y atento; tiene algo de esa cortesía retraída de los pensadores, una manera de suavizar con el tono de voz el volumen de las cosas que sabe y una forma de mitigar con los gestos la autoridad con la que puede decirlas.

Los que somos testigos de su entrega a la Universidad de Cádiz hemos experimentado una satisfacción compartida y sentimos una honda alegría al comprobar cómo, paso a paso, ha ido convirtiendo sus propósitos iniciales en una fecunda realidad vital. Serafín es un corredor de fondo que, tras un disciplinado entrenamiento, y respetando todas las reglas de juego, ha luchado para competir consigo mismo, poniendo a prueba las dotes intelectuales que lo acreditan como investigador y como un profesor.

Gracias a su generosa dedicación, nuestra Universidad y nuestra sociedad se han enriquecido con los resultados de los proyectos que él ha desarrollado en el sector alimentario o en la industria farmacéutica -como, por ejemplo, la eliminación de un residuo tan altamente contaminante como es el alpechín-, o con los procedimientos para la depuración de microorganismos capaces de degradar la materia orgánica.

La Facultad de Ciencias se ha nutrido con sus clases teóricas y prácticas; los profesores nos hemos sentido estimulados con sus reflexiones, con sus palabras y, también, con sus elocuentes silencios. Es posible que sus alumnos retengan en sus memorias, no sólo los amplios conocimientos científicos que él les ha proporcionado y su permanente preocupación didáctica, sino también, su actitud atenta, disponible y servicial.

Sus trabajos de investigación científica nos transmiten la serenidad de su mirada y la cordura de sus juicios que nos marcan el camino hacia el conocimiento y hacia la sabiduría, hacia las claves que nos ayudan a ordenar y a clasificar esta alocada y desigual abundancia de información, esta excesiva cantidad de bienes mal repartidos, este caos de un mundo que nos conduce hacia el malestar y hacia la irritación de unos, y hacia el bostezo y hacia el aburrimiento de otros.

Concienzudo y tenaz, Serafín Bernal es un buscador de procedimientos técnicos y un indagador de sentidos, un investigador que, desde las claves que le proporciona la Química, trata de explorar, de iluminar y de tomar conciencia del profundo sentido humano, para desvelar sus misterios, para señalar caminos inéditos, métodos nuevos y vías despejadas hacia una progresiva elevación de la calidad de la vida humana.

Sus trabajos nos enriquecen con su labor académica, con sus propuestas humanistas, con esa escuela que él ha creado, y, sobre todo, con su imagen diáfana de hombre cabal. La clave de la serenidad que transmite el rostro despejado de Serafín estriba en su realismo, en su sencillez y en su laboriosidad. En estos tres rasgos tan humanos reside también el secreto del equilibrio que caracteriza a sus juicios ponderados. Incansable trabajador, no ha necesitado encaramarse en peanas para creerse más alto ni colocarse galones para tratar de convencernos de estar en posesión de unos títulos que siempre son engañosos: nunca le han preocupado esos símbolos que, como todos sabemos, son burdas trampas que muchos se han inventado para vestir inútilmente el vacío existencial y para alimentar la insaciable vanidad humana.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

sábado, 9 de agosto de 2025

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO - CUANDO MENOS LO PENSÉIS

 

Cuando menos lo penséis

Domingo 19 Ciclo C

 

El Nuevo Testamento termina con unas palabras de Jesús en el libro del Apocalipsis: “Sí, vengo pronto”. A las que responde el autor: “Amén. Ven, Señor Jesús”. Aunque la mayoría de los católicos no ha leído el Nuevo Testamento de punta a cabo, a muchos les suena la idea de “la segunda venida de Jesús” o “la vuelta del Señor”, sin que a nadie le quite el sueño. Esa vuelta no la ven como algo inmediato, ni siquiera a largo plazo.

A gran parte de los cristianos de finales del siglo I, cuando Lucas escribe su evangelio, le ocurría lo mismo. Desde niños, o desde que se convirtieron, les habían anunciado la pronta vuelta del Señor. Pero pasaron años, décadas, y no volvía. Escritos muy distintos del Nuevo Testamento recogen el desánimo y el escepticismo que se fue difundiendo en las comunidades. Hasta el punto de que el autor de la segunda carta a los Tesalonicenses se siente obligado a negar la inminencia de esa vuelta: «No perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por profecías o discursos o cartas fingidamente nuestras, como si el día del Señor fuera inminente» (2 Tes 2,2).

            Lucas también está convencido de que el fin del mundo no es inminente. Antes habrá que extender el evangelio «hasta los confines de la tierra», como expone en los Hechos de los Apóstoles. Pero aprovecha la enseñanza de generaciones anteriores para exhortar a la vigilancia.

            [El sacerdote puede elegir este domingo entre una lectura breve y otra larga. Sin detenerme en justificar los motivos, aconsejo limitarse a la breve.]

Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. 

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

Si se lee el texto de forma rápida parece hablar de los mismos personajes: unos criados y su señor. Sin embargo, cuando se lee con atención, se advierte que habla de dos señores distintos:

1) uno que vuelve de un banquete y al que esperan sus criados;

2) otro, que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón, y lo espera en vela.

Dos comparaciones anticuadas

Veinte siglos hacen que incluso las imágenes más expresivas se desvirtúen. La primera comparación trae a la memoria la serie Downton Abbey, con toda la servidumbre perfectamente uniformada y dispuesta a la entrada del palacio esperando la llegada del señor o la familia. Esto pasó a la historia. Imaginando una comparación actual diría: “Tened los chalecos antibalas puestos y las armas preparadas, igual que los agentes de seguridad que esperan que el Presidente salga de la recepción”. Demasiado llamativo y aplicable a poca gente. Pero lo más desconcertante es lo que hace el Presidente: en vez irse a descansar o a dormir, se dedica a servir la cena a sus guardias.

La segunda comparación, la del que espera la venida del ladrón, también parece anticuada. Esa función la cumplen las agencias de seguridad y la policía. Sin embargo, dados los numerosos fallos en este campo, es posible que el dueño de la casa se mantuviese en vela.

Los protagonistas

En el primer caso, los protagonistas somos nosotros, presentados como criados que esperan a su señor, Jesús. En el segundo, el dueño de la casa también nos representa a nosotros, atentos a que no nos roben. Imagen bastante atrevida, porque el ladrón es “el Hijo del hombre”.

Dos consejos distintos

Ya que se trata de dos comparaciones distintas, los consejos también difieren: en el primer caso, debemos imitar a los criados que esperan a su señor; en el segundo, imitar al propietario que espera al ladrón, preparados para la llegada imprevista del Hijo del hombre. Hay también una notable diferencia en cuanto al tono: la primera comparación da por supuesto que el señor encontrará a los criados vigilando y los proclama dos veces bienaventurados. La segunda tiene un tono de amenaza y peligro.

De la vuelta del Señor al encuentro con el Señor

            A mediados del siglo XX, los Testigos de Jehová estaban convencidos de que el fin del mundo sería en 1984 (70 años después de 1914, el comienzo de la Primera Guerra Mundial). Supongo que ahora mantendrán otra fecha. Pero no debemos reírnos de ellos. La adaptación de antiguas profecías a nuevas realidades es frecuente en el Antiguo Testamento y también en la iglesia primitiva.

            En el caso concreto de la lectura de hoy, sin negar la vuelta del Señor, el acento se ha desplazado a algo más cercano e indiscutible: el encuentro personal con él después de la muerte. En esta perspectiva, la exhortación a la vigilancia sigue siendo totalmente válida.

            Pero vigilar no significa vivir angustiados, sino cumplir adecuadamente las propias obligaciones, como deja claro la continuación del evangelio (en la forma larga que puede omitirse).

La primera lectura

            La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría 18, 6-9, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio. El texto dice así.

            La noche de la liberación [de Egipto] se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

            Primer punto de contacto: vigilancia esperando la salvación.

            El libro de la Sabiduría piensa en la noche de la liberación de Egipto

            El evangelio, en la salvación que traerá la segunda venida de Jesús.

            En ambos casos se subraya la actitud vigilante de israelitas y cristianos.

            Segundo punto de contacto: solidaridad

            Al momento de salir de Egipto, los israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían solidarios en los peligros y en los bienes.

            En el evangelio, Jesús anima a los cristianos a ir más lejos: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo. (Este punto de contacto sólo se advierte leyendo el comienzo de la lectura larga).

Reflexión final

            Leer este evangelio en el primer domingo de agosto, cuando muchos acaban de empezar las vacaciones, no parece lo más adecuado. Sin embargo, precisamente al comienzo de las vacaciones es cuando más nos aconsejan una actitud de vigilancia: con respecto a la protección de la casa, las ruedas del coche, la revisión del motor, la protección de los rayos solares… Siendo realistas, también al comienzo de las vacaciones es cuando muchos se encuentran definitivamente con el Señor. La vigilancia no es solo para el otoño.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

viernes, 8 de agosto de 2025

EL REINO MEDIO DEL ANTIGUO EGIPTO

 El equilibrio entre el poder, la cultura, el arte y el pensamiento

Wolfram Gerajetzki

El reino medio del Antiguo Egipto

Historia, arqueología y sociedad

Madrid, Rialp, 2025

                                                        

                                      

Aunque ya es aceptado que el Reino medio del Antiguo Egipto (aproximadamente 2050–1650 a.C.) fue el periodo más importante debido al elevado nivel de calidad que alcanzaron las artes, la historia y la literatura, a mi juicio, es oportuna la publicación de esta obra del investigador Wolfram Gerajetzki del University College de Londres que, por su claridad y por su precisión, logra que, además de interesante, nos resulte amena y sugerente.

A la exhaustiva cantidad de datos sobre una época considerada como el “Renacimiento” o como la “Edad de oro cultural y política”, se une la claridad con la que explica los diferentes rasgos que caracterizan a las obras de arte, de historia y de literatura, esos tesoros que, cargados de símbolos, siguen siendo admirados en la actualidad. Como es sabido, Egipto sigue despertando una atracción constante por su mezcla de misterio, de monumentalidad y de longevidad, y su civilización –que duró más de tres mil años- ha dejado un legado cultural duradero en sus pirámides, jeroglíficos, momias, mitología, arte y religión que todavía los seguimos estudiando.

Además de la información sobre los gobernantes, reyes, reinas, tesoreros, de las diferentes organizaciones de la corte real y de los acontecimientos más importantes, y sobre las campañas militares contra las tierras adyacentes de Nubia, Asia y Libia, a mi juicio, es valiosa la claridad de la explicación del restablecimiento de la unidad del país tras el caos del Primer Período Intermedio. Algunos modelos culturales, administrativos y religiosos que se consolidaron en el Reino Medio inspiraron las dinastías posteriores. Fue un periodo de consolidación ideológica que marcó el modelo ideal de realeza y orden (maat), muy venerado incluso siglos después, y representa un periodo de equilibrio entre el poder, la cultura, el arte y el pensamiento.

Las abundantes ilustraciones de esculturas realistas y de arquitecturas funerarias y de templos, los relatos literarios como La historia de Sinuhé o Las Instrucciones de Amenemhat, y las explicaciones sobre el equilibrio entre el poder, la cultura y la organización administrativa resultan interesantes para investigadores, historiadores y profesores, y atractivo para los lectores que disfrutamos con los relatos históricos y con este arte realista y expresivo, que refleja las emociones humanas, muestra escenas detalladas de la vida cotidiana y enriquece nuestra comprensión de este importante periodo.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

sábado, 2 de agosto de 2025

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO - DOS SABIOS ANTE LA RIQUEZA

 

Dos sabios ante la riqueza

Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Un sabio pesimista (¿u optimista?): Qohélet (Eclesiastés 1,2; 2,21-23)

            El nombre de Qohélet le suena a muy pocas personas. Sin embargo, muchos han oído citar su famosa frase: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», con la que comienza la primera lectura de este domingo. Pero su enseñanza no se refiere hoy a la vanidad sino a la riqueza.

En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que recoge dos reflexiones de Qohélet.

            La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).

¡Vanidad de vanidades, dice Qohélet;

vanidad de vanidades, todo es vanidad!

Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,

y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado.

También esto es vanidad y grave desgracia.

            La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal.

Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?

De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.

También esto es vanidad.

            Ambos temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.

Un sabio optimista (¿o pesimista?): Jesús (Lucas 12,31-21

            En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la parábola, y la enseñanza final.

El punto de partida

            En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

            ‒ Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.

            El le respondió:

            ‒ ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?

            Y les dijo:

            ‒ Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.

Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote, inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.

La parábola.

Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”

A diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.

            Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga, ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los descendientes o a otra persona.

            La enseñanza final. Si todo terminara aquí, podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.

Pesimismo, optimismo y realismo

            Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.

            Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo), enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos los proyectos.

            Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última frase.

            Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.

Frente al mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Y este consejo es tremendamente realista porque no se fija en lo que ocurrirá al final de la vida, sino en lo que puedo y debo hacer desde ahora mismo.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

LA CONVERGENCIA "AMABLE" ENTRE LA TEORÍA Y LA PRACTICA.

 La convergencia “amable” entre la teoría y la práctica



Ramón de Cózar Siever

Hombre de ciencia y de Técnica -las dos caras de una misma moneda-, Ramón es, además, un observador atento, crítico y responsable de la vida humana: de las reacciones de las personas con las que, solícito, convive, y de los vaivenes de la sociedad en la que, solidario, navega. Él suele comentar que el saber de la ciencia y el hacer de la técnica han de esta orientados por la mirada amable y por la reflexión seria de quienes pretenden vivir una vida intensa y gratificante. En mi opinión, esa conjugación armónica de teoría y de práctica, y esa firme coherencia entre sus convicciones y sus comportamientos constituyen uno de los rasgos que definen su vida familiar y su trayectoria profesional.

De Ramón me llama poderosamente la atención, además, su afán -su “manía” dice él- por pensar en lo que pasa a su alrededor, con el fin de ver algo donde los demás no ven nada y, sobre todo, con la pretensión de descubrir la vaciedad -el hueco- de muchas actividades y objetos que, en realidad, están huecos. Por eso suelo estar atento a sus comentarios sobre la vida cotidiana, sobre esos sucesos que, a la mayoría de los mortales, nos resultan insignificantes y anodinos. 

Estoy convencido de que el eje vertebrador de su talante personal e intelectual, -serenamente inconformista y discretamente audaz- está amasado por dos cualidades distintas pero íntimamente relacionadas: el don de la mesura y el don de la oportunidad. Ramón acepta casi todo, pero a condición de que sea en su justa medida y en su momento. Quizás sea ésta la clave profunda que explica por qué muestra sus saberes sin pregonarlos y propone sus teorías de manera apacible, sin esforzarse por subrayar las palabras, convencido de que la transmisión fluida de los conocimientos se realiza mejor a través de esa menuda y permanente lluvia de ideas claras que mediante chaparrones contundentes de conceptos oscuros acompañados de los rayos de la pedantería o de los truenos de la suficiencia: ofrece lo que sabe, inspirando confianza, estimulando interés y despertando curiosidad.

Su notable capacidad de discreción -no de reserva-, su regusto por el silencio fecundo -el silencio del saber- y su necesidad de intimidad -el único paraíso terrenal que vale la pena-, constituyen el ambiente propicio para elaborar sus propuestas documentadas y para desarrollar sus sugerentes hipótesis; es un trabajador sistemático, constante e incansable que, gracias al profundo conocimiento de los contenidos de sus clases hace fácil lo difícil.

Este humano y humanista integral, con sus afinados juicios críticos, que es capaz de identificar los detalles más sutiles, nos proporciona muestras de una potente inteligencia: no se conforma con los datos objetivos, desnudos, sino que busca las claves explicativas de los sentidos más profundos que identifiquen las relaciones y los paralelismos entre los deslavazados hechos de la experiencia cotidiana y las teorías de esas ciencias y de esas técnicas que él explica.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura


sábado, 26 de julio de 2025

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO - APRENDIENDO A REZAR

 

 

Aprendiendo a rezar

Domingo 17 del Tiempo Ordinario. Ciclo C

 

El domingo pasado, el evangelio nos animaba a escuchar a Jesús, como María. Hoy nos anima a hablarle a Dios. Ante una persona importante es fácil quedarse sin palabras, no saber qué decir. Mucho más ante Dios. Quizá por eso, los discípulos no rezan. Pero les suscita curiosidad ver a Jesús rezando. ¿Qué dice? ¿Por qué no les enseña a hablarle a Dios? Este será el tema del evangelio, que recoge dos cuestiones muy distintas: la oración típica del cristiano y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración, hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá Dios? Dada la importancia del tema, comentaré la primera lectura al final.

Aprendiendo a rezar (Lucas 11, 1-4)


            Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:

            ‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. 

            Él les dijo:

            ‒ Cuando oréis decid:

            “Padre,

            santificado sea tu nombre,

            venga tu reino,

            danos cada día nuestro pan del mañana,

            perdónanos nuestros pecados,

            porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,

            y no nos dejes caer en la tentación.”

Nota a la traducción

            En Lucas faltan dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y “líbranos del mal”.

            La liturgia traduce “nuestro pan del mañana”; debería traducir, como en la misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una discusión muy antigua sobre si epiousion se debe interpretar del alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.

Breve comentario al Padre nuestro

            El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como en Lucas).

            Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras: “proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar: “Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

            Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban la suma felicidad y todas sus esperanzas.

            Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.

            Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé “el pan nuestro de cada día”.

            Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona nuestras ofensas”.

            Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que pida “no caer en la tentación”.

            El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:

            Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros proble­mas; el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;

            Profunda, porque al presentar nuestros problemas no podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda esclavitud.

            Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos dirigimos a Dios como “Padre”.

            Comunitaria. “Padre nuestro", danos, perdónanos, etc.

            En disposición de perdón.

Necesidad de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)

            Y les dijo:

            ‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 

            Pues así os digo a vosotros:

            Pedid y se os dará,

            buscad y hallaréis,

            llamad y se os abrirá;

            porque quien pide recibe,

            quien busca halla,

            y al que llama se le abre. 

            ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?

            ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?

            ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

            Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

El ejemplo del amigo importuno

            En las casas del tiempo de Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y tener que soportar sus quejas y maldiciones.

            El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda, pide. Y consigue lo que quiere.

            Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.

La bondad paternal de Dios y un regalo inesperado

            En realidad, no haría falta ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar cosas buenas a sus hijos.

            Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud, pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocada muchas crisis de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.

            El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.

            Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.

Un regateo inútil (Génesis 18, 20-32)

En la primera lectura Abrahán es como el amigo inoportuno de la parábola, aunque, en este caso, su insistencia no sirve de nada. Sodoma y Gomorra desaparecerán de la historia porque no se encontraron en ella ni siquiera diez personas buenas. Prescindiendo de lo que pueda haber de histórico a propósito de esas dos ciudades, el episodio está contado pensando en Jerusalén, que también ha sido devastada por los babilonios en el año 586 a.C. ¿Cómo es posible que Dios no la haya perdonado? El autor de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La culpa es de la ausencia total de inocentes.


           
En aquellos días, el Señor dijo:

            ‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

            Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

            Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

            ‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

            El Señor contestó:

            ‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.

            Abrahán respondió:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

            Respondió el Señor:

            ‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

            Abrahán insistió:

            ‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.

            Le respondió:

            ‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.

            Abrahán siguió:

            ‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

            Él respondió:

            ‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.

            Insistió Abrahán:

            ‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

            Respondió el Señor:

            ‒ En atención a los veinte, no la destruiré.

            Abrahán continuó:

            ‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

            Contestó el Señor:

            ‒ En atención a los diez, no la destruiré.

            El lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. En las ciudades de Ucrania, de Siria, en Gaza, en Hiroshima y Nagasaki había sin duda más de diez justos. Dios no es el responsable de invasiones, bombardeos, destrucciones y deportaciones. De eso nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Pero Abrahán nos sirve de modelo. No se alegra al enterarse de que esas ciudades van a ser destruidas, intercede por ellas, intenta que no les sobrevenga la desgracia. Algo que muchas personas buenas siguen haciendo con procedimientos muy distintos y acudiendo a instancias de otro tipo. ¡Ojalá tengan más éxito que Abrahán!

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

El tiempo que hará...