Angustia y oración
Domingo 5º de Cuaresma
La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.
Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)
El cuarto
evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a
la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad
que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos
días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del
templo de Jerusalén.
En aquel
tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos
gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y
Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
-Ha llegado la hora de que sea glorificado
el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí
mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará
para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí
también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi
alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto
he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-Lo he glorificado y volveré a
glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que
había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-Esta voz no ha venido por mí, sino por
vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a
ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos
hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de
que iba a morir.
El evangelio comienza y termina en tono de
victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a
Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción
litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han
venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés
de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia
mí”.
Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.
Oración en el huerto (Carta a los Hebreos
5,7-9)
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido:
Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va
a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole
que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se
detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando
afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno
de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir
que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.
Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.
El templo y el huerto
Es evidente
la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado
(Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas
lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con
él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran
diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a
pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le
cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado
de la muerte.
La ciencia
bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del
mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar
los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos
y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.
En un
primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión
racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al
Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una
posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como
añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más
humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.
A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.
La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)
La primera
lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.
«Mirad
que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa
de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando
los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza,
aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que
haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en
su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano,
diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán, desde el pequeño al
grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus
pecados».
Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma