viernes, 15 de marzo de 2024

DOMINGO V DE CUARESMA - ANGUSTIA Y ORACIÓN

 

Angustia y oración

Domingo 5º de Cuaresma

 

La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

         El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

 

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

 

El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

         Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora”.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

 

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

         Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

         La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

         En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

         A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

         La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

 

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

A VISTA DE GAVIOTA

 

A vista de gaviota

 

Con sueños de marinero

contemplando mi ciudad

volando voy por su cielo;

un litoral con sus playas

donde la besan las olas

que llegan desde la mar,

bañando todo su suelo.

 

Entre su verde llanura

hay un parque natural

cubierto de luengos caños           

a donde se da la sal.                      

Agua que espera su baño,

cuan espejo de la mar            

que todos se andan mirando.

 

Hay una muralla vieja

clavada sobre la arena

rajada por la mitad,

que las olas que allí baten

no la pudieron tirar;

solo lograron romperla

con las fuerzas de la mar.

 

Hay un río dividiendo

en dos partes mi ciudad

como los vientos que llegan;             

unos vienen de la mar, 

otros que llegan de Oriente                          

en forma de vendaval,

que casi arrastra a la gente.                      

 

Hay una pequeña playa                                  

rodeada de pinares;

donde sale una atalaya

vigilante de los mares

entre las dunas de arena,

a donde de niño yo iba

que me llevaba mi madre.

 

Mi ciudad de cien palacios,

con sus cien escudos de armas

en la puerta principal;

algunos yacen en ruina

sin quererlos derribar,

porque dicen que allí duermen

historias que dio la mar.

 

Resalta su costa oeste

mirando siempre a la mar,

donde hay blancos veleros

por una hermosa bahía

con sus velas siempre al viento,

sembrando de sentimientos

las playas de mi ciudad.

 

José Ares Mateos

jueves, 14 de marzo de 2024

HISTORIA UNIVERSAL DE LAS SOLUCIONES

 La política es una tarea compleja que debemos aprender y, por lo tanto, estudiar.


José Antonio Marina

Historia universal de las soluciones

Barcelona, Ariel, 2024

Uno de los mayores obstáculos para “hacer política” y para interpretar y valorar la historia de las decisiones y de las acciones políticas es la escasez de rigor en los principios, en los criterios y en las pautas que aplican, y la abundancia de prejuicios personales e ideológicos en los que se suelen fundamentar los análisis de los comentaristas y de los historiadores. En esta obra José Antonio Marina sistematiza una exhaustiva cantidad de ideas claras que sirven de soportes para una práctica nueva de la acción política y unas reflexiones profundas sobre la evaluación de decisiones tan importantes y sobre la necesidad de abordarlas desde diferentes Ciencias Humanas como la Filosofía, la Historia, la Psicología, la Antropología y, por supuesto, la Ética.

Él parte del supuesto de que la función de la política es resolver problemas, pero reconoce que, con demasiada frecuencia, en vez de considerarlos correctamente, al plantearlos mal, los complican de forma creciente. Por eso su afirmación inicial es categórica: para tomarse en serio la política y para recuperar ese “hilo de oro” de la historia de la humanidad, no hay más remedio que estudiarla y aprenderla adecuadamente.

En la primera parte expone la teoría de la “inteligencia resuelta”, esa facultad de plantear y de resolver los asuntos con el fin proporcionar correctos dictámenes. Explica con claridad y con rigor cómo los problemas y las soluciones de las complejas y entrelazadas cuestiones políticas, jurídicas y morales –que en última instancia buscan la felicidad humana- se pueden y, por lo tanto, se deben evaluar. Al referirse a los inevitables conflictos que se generan en los ámbitos políticos, sociales y éticos, propone que se estudien como “problemas humanos”, y que se traten de solucionar mediante la comunicación y la colaboración –a través del diálogo- con el fin de alcanzar el bienestar público. Para eso es imprescindible –afirma- que los políticos y los demás ciudadanos nos impliquemos en la búsqueda de soluciones adecuadas y válidas.

En la segunda parte, tras insistir en la necesidad de desarrollar la “inteligencia política” para resolver los problemas sociales y para encontrar esa felicidad colectiva, propone un programa que conduzca a lograr la Gran Política, una empresa fundamentada en la ética universal y explicitada en la Declaración de los Derechos Humanos. Es un proyecto que supone un esfuerzo de “civilización” y de “reeducación” de los políticos –hasta ahora sólo formados en la cultura del poder- y que exige un nuevo aprendizaje dirigido a los demás ciudadanos con el fin de que todos colaboremos en la lucha por la igualdad y en la búsqueda de la “pública felicidad”.

En la tercera parte de este proyecto –ambicioso, denso e imprescindible para políticos, para profesores, para los periodistas y para los ciudadanos responsables-, nos advierte a todos que es urgente que unos y otros nos decidamos a subir ese escalón que nos constituye en “ciudadanos de una ciudad libre” y nos estimula a todos para que nos dispongamos a colaborar en la solución de los problemas ya planteados en las diferentes culturas como el valor de la vida humana, la relación del individuo con la tribu, el poder, los bienes, la sexualidad, la relación con los débiles, el trato a los extranjeros o la relación con los dioses. Una obra, a mi juicio, básica, seria y, por supuesto, actual y renovadora.

 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

sábado, 9 de marzo de 2024

DOMINGO IV DE CUARESMA - AMOR DE DIOS Y RESPUESTA HUMANA


Amor de Dios y respuesta humana

4º domingo de cuaresma. Ciclo B 

Existe una clara relación entre las tres lecturas de este domingo: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.

Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:  "El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!"»

La primera lectura resume la cuarta etapa de la Historia de la salvación. Nos traslada a Babilonia, donde los judíos llevan medio siglo deportados (586-539 a.C.). La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)

Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

̶  Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

a) que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;

b) que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;

c) que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.

Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)

Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Reflexión final

En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado

Los errores de Nicodemo

         “Sabemos”.

         Maestro

enviado por Dios.

         Las señales demuestran que Dios está contigo.

Jesús

         Para conocer a él (el reinado de Dios) hay que nacer de nuevo: bautismo

         Entonces se aprende

         Que Jesús es tan misterioso como el viento: no se sabe de dónde viene y a dónde va. El bautizado sabe que viene del Padre y va al Padre.

         A diferencia del viento, no va de E a O, de N a S. Baja del cielo y sube al cielo. Encarnación y Ascensión.

         Ese descenso del cielo tiene una misión: ser elevado en alto (morir) para que todo el que cree en él tenga vida eterna. (Diferencia con los sinópticos: morir para entrar en su gloria).  

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

RECUERDOS DE DON QUIJOTE

 

Recuerdos de Don Quijote


Erase un buen escudero

de los campos de Castilla

sentado sobre la silla

de un asno rucio, altanero.

 

A un hidalgo acompañaba

que buscando mil batallas

siempre lo metía en trallas

de los palos que le daban.

 

No llegaba a comprender

de su valiente señor,

que creyera poder ver

los gigantes que él no vio.

 

Por los campos de Castilla

fueron tantas las batallas

que le daban tanta tralla

sufriéndola en sus costillas.

 

Tendido va sobre el asno

ese bajito escudero

junto al hidalgo guerrero

soportando tanto daño.

 

Eran muchos los dolores

por su cuerpo repartido,

debiendo ser asistido

de sus malos sinsabores.

 

Cabalgaba entre lamentos

el más rechoncho escudero

que hubiera en el mundo entero,

diciendo mil juramentos.

 

Y su señor enojado

reprendía a su escudero

por ser éste mal hablado

sin ser valiente guerrero.

 

Platicando van los dos

de todo lo acontecido,

descifrando como ha sido

el luchar con gran valor.

 

Y llegaron a una venta

que se hallaba en el camino,

donde quiso su destino

jugarle nefasta treta.

 

Allí pidieron posada

maltrechos y sin dineros,

y como lluvia del cielo

vio presentarse a su amada.

 

Libros de caballerías

de caballeros andante,

le alumbraron el semblante

al hidalgo en ese día.

 

Se presentó ante los dos

una hermosa posadera

que al hidalgo cautivó,

y le hablo de ésta manera.

 

¡Oh, mi amada dulcinea,

de las flores, la más bella,

y de todas las estrellas

tú, eres quién centellea.

 

Eres del cielo mi luz

y en la tierra eres mi vida,

eres mi amada querida

y de mi espada la cruz.

 

Tantos fueron sus requiebros

que lo tomaron a risas

y sin darse grandes prisas

en comer se entretuvieron.

 

Cuando quisieron marchar

sin pagar al posadero

por ser andante guerrero

y exento estar de pagar,

le llovieron mil pedradas

y mil palos que le daban

sin poderse defender,

de la venta los echaban.

 

Y de nuevo cabalgando

caballero y escudero,

andan los dos platicando

de aquel infiel posadero.

 

Y con fan de aventureros

por los campos de Castilla

marchaban para Sevilla

el hidalgo y su escudero.

 

Y durmieron bajo el cielo

por venírsele la noche,

sin encontrar un buen porche

que le diera tal consuelo.

 

Bajo vetustas encinas

de un valle bello y hermoso,

descansaron dolorosos

de sus maltrechas heridas.

 

Son tan amplias las hazañas

de ese tan famoso hidalgo

mi deseo es dejar algo

para próximas campañas.

 

José Ares Mateos

FILOSOFÍA DEL DESEO. MANUAL PARA VIVIR EN PLENITUD

 El deseo: el motor que nos impulsa, orienta y, a veces, frena nuestras vidas.


Frédéric Lenoir

Filosofía del deseo. Manual para vivir en plenitud.

Barcelona, Ariel 2024

Empujados por los deseos, aunque no siempre sepamos expresar sus verdaderas razones, durante la vida vamos cambiando las ansias que nos ayudan a seguir creciendo o a permanecer frustrados. No estoy de acuerdo con quienes afirman que, con el tiempo, disminuyen o desaparecen todos los deseos, porque, en mi opinión, seguimos anhelando mejorar hasta el final, aunque sólo sea manteniendo la tranquilidad y permaneciendo en silencio o en soledad. A veces alimentamos algunos deseos incumplidos en la niñez o en la adolescencia, pero –con menor vehemencia-, los apetitos siguen siendo motores durante todas nuestras vidas. Las experiencias nos confirman que los deseos son fuerzas impulsoras y orientadoras, cuyas carencias despojan de contenidos nuestros tiempos, nuestros espacios y nuestras actividades.

En esta obra, tras proporcionarnos una amplia información sobre los análisis de importantes filósofos, antropólogos, psicólogos y neurocientíficos, Frédéric Lenoir, filósofo y sociólogo, nos hace tomar conciencia de la fuerza con la que siempre y de manera peculiar en la actualidad, además de los deseos propios, nos contagiamos de las aspiraciones ajenas y las mezclamos con sentimientos de tristeza o de “envidia”. Explica, por ejemplo, cómo a través de la incitación al consumismo, con la eficaz palanca de la publicidad, se excitan los deseos de mejorar nuestro estatus social mediante la adopción de unos signos externos tan superficiales como, por ejemplo, los relojes, los zapatos, los coches o los teléfonos de determinadas marcas comerciales.

Nos advierte que el descubrimiento de la permanente insatisfacción estimula la creación de productos cada vez más efectivos y llamativos para lograr el aumento del consumismo, y nos recuerda cómo el sociólogo francés Jean Baudrillard (1929 – 2007) ya en 1970, en su obra La sociedad de consumo, explicó cómo nuestra dimensión simbólica, mítica y mágica opera en las sociedades consumistas. Una de las consecuencias de esta realidad es la pérdida “progresiva” del espíritu crítico y el empobrecimiento “creciente” del deseo. Por eso, con el fin de evitar o de frenar que seamos manipulados por la excitación de los deseos, nos proporciona una amplia batería de pautas estratégicas con las que podamos fortalecer nuestros juicios críticos, nuestra capacidad de análisis y nuestras habilidades de discernimiento. 

Como afirma el autor, “ante la preponderancia que la tecnología ha asumido en nuestras vidas, pensar bien se ha vuelto vital y […] si los ciudadanos sólo reciben información complaciente con sus deseos y afín a sus creencias y ya no son capaces de escuchar los argumentos de los demás, ninguna democracia puede funcionar”.

En mi opinión, esta obra, además de oportuna, debido a las herramientas que proporciona para orientar y para fortalecer el sentido crítico de los alumnos de filosofía y de comentarios de textos, es una ayuda imprescindible para los profesores de las diferentes Ciencias Humanas que pretendan estimular los juicios sobre los comportamientos personales y colectivos. No sólo proporciona un abundante arsenal de principios teóricos sino también una amplia y diversa batería de herramientas prácticas para aplicarlas a las diferentes y cambiantes situaciones de la vida y para, como él declara, “vivirlas en plenitud”.  

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

sábado, 2 de marzo de 2024

DOMINGO 3º DE CUARESMA - JESÚS, NUEVO TEMPLO DE DIOS

 

Jesús, nuevo templo de Dios

Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B

 

La escena de la expulsión de los mercaderes del templo la cuentan los cuatro evangelios. Pero, como ocurre a menudo, hay algunas diferencias entre ellos.

Preguntas para un concurso

1. ¿Cuándo tuvo lugar dicha escena? ¿Al comienzo de la vida de Jesús o al final?

2. Esta escena ha sido pintada por numerosos artistas, entre ellos el Greco. En todas ellas aparece Jesús empuñando un azote de cordeles. Pero, de los cuatro evangelios, sólo uno menciona dicho azote; en los otros tres Jesús no recurre a ese tipo de violencia. ¿De qué evangelio se trata?

3. Sólo un evangelio dice que Jesús prohibió transportar objetos por la explanada del templo. ¿Cuál?

4. ¿Qué evangelista cuenta la escena de la forma más breve?

5. ¿Quién la cuenta con más detalle, incluyendo una discusión con las autoridades judías?

Respuestas

1. Juan la sitúa al comienzo de la vida de Jesús. Mateo, Marcos y Lucas al final, pocos días antes de morir.

2. El único que menciona el azote es Juan.

3. Esa prohibición sólo se encuentra en Marcos.

4. El más breve es Lucas.

5. Juan.

El relato de Juan (Jn 2,13-25)

El concurso anterior no se debe a un capricho. Pretende recordar que los evangelistas no cuentan el hecho histórico tal como ocurrió, sino transmitir un mensaje. Por eso alguno insiste en un detalle, mientras otros lo omiten por no considerarlo adecuado para su auditorio. Lucas, por ejemplo, reduce al mínimo la actitud violenta de Jesús, mientras que Juan la subraya al máximo. El relato de Juan se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos.

Un gesto revolucionario

 

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

̶ Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

 

A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar la acción de Jesús, no capta sus repercusiones. Nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar con lo más sagrado. Pero, desde el punto de vista de un judío piadoso, el problema es más grave. Si no hay vacas ni ovejas, tórtolas ni palomas, ¿qué sacrificios puede ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo pagarán los judíos procedentes del extranjero su tributo al templo? Nuestra respuesta es muy fácil: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten a rezar. Esa es la postura de Jesús. A primera vista, coincide con la de algunos de los antiguos profetas y salmistas. Pero Jesús va más lejos, porque usa una violencia inusitada en él. Debemos contemplarlo trenzando el azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.

Imaginemos la escena en nuestros días. Jesús entra en una catedral o una iglesia. Se fija en todo lo que no tiene nada que ver con una oración puramente espiritual, lo amontona y lo va tirando a la calle: cálices, copones, candelabros, imágenes de santos, confesionarios, bancos…  ¿Cuál sería nuestra reacción? Acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, poder comulgar, confesarnos, incluso rezar.

¿Por qué actúa Jesús de este modo? En el evangelio de Marcos, lo explica como un buen maestro, empalmando dos textos proféticos, de Isaías y Jeremías: “¿No esta escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pues vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos”.

En el evangelio de Juan, Jesús no actúa como maestro sino como hijo: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Estamos al comienzo del evangelio (lo único que se ha contado después de la vocación de los discípulos ha sido el episodio de las bodas de Caná), y ya se anuncia lo que será el gran tema de debate entre Jesús y las autoridades judías en Jerusalén: su relación con el Padre. Ese sentirse Hijo de Dios en el sentido más profundo es lo que le provoca esa fuerte reacción de cólera, incluso trenzando y usando un látigo (detalle que no aparece en los Sinópticos).

Juan explica esta reacción con unas palabras que no aparecen en los otros evangelios: «Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.» El celo por la causa de Dios había impulsado a Fineés a asesinar a un judío y a una moabita; a Matatías, padre de los Macabeos, lo impulsó a asesinar a un funcionario del rey de Siria. El celo no lleva a Jesús a asesinar a nadie, pero sí se manifiesta de forma potente. Algo difícil de comprender en una época como la nuestra, en la que todo está democráticamente permitido. El comentario de Juan no resuelve el problema del judío piadoso, que podría responder: «A mí también me devora el celo de la casa de Dios, pero lo entiendo de forma distinta, ofreciendo en ella sacrificios». Quienes no tendrían respuesta válida serían los comerciantes, a los que no mueve el celo de la casa de Dios sino el afán de ganar dinero.

La reacción de las autoridades

 

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

̶  ¿Qué signos nos muestras para obrar así?

Jesús contestó:

̶  Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Los judíos replicaron:

̶  Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

En contra de lo que cabría esperar, las autoridades no envían la policía a detener a Jesús (como le ocurrió siglos antes al profeta Jeremías, que terminó en la cárcel por mucho menos). Se limitan a pedir un signo, un portento, que justifique su conducta. Porque, en ciertos ambientes judíos, se esperaba del Mesías que, cuando llegase, llevaría a cabo una purificación del templo. Si Jesús es el Mesías, que lo demuestre primero y luego actúe como tal.

La respuesta de Jesús es aparentemente la de un loco: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré”. El templo de Jerusalén no era como nuestras enormes catedrales, porque no estaba pensado para acoger a los fieles, que se mantenían en la explanada exterior. De todas formas, era un edificio impresionante. Según el tratado Middot, medía 50 ms de largo, por 35 de ancho y 50 de alto; para construirlo, ya que era un edificio sagrado, hubo que instruir como albañiles a mil sacerdotes. Comenzado por Herodes el Grande el año 19 a.C., fue consagrado el 10 a.C., pero las obras de embellecimiento no terminaron hasta el 63 d.C. En el año 27 d.C., que es cuando Juan parece datar la escena, se comprende que los judíos digan que ha tardado 46 años en construirse. En tres días es imposible destruirlo y, mucho menos, reconstruirlo.

Curiosamente, Juan no cuenta cómo reaccionaron las autoridades a esta respuesta de Jesús. (Resulta más lógica la versión de Marcos: los sumos sacerdotes y los escribas no piden signos ni discuten con Jesús; se limitan a tramar su muerte, que tendrá lugar pocos días después.) Pero el evangelista sí nos dice cómo debemos interpretar esas extrañas palabras de Jesús. No se refiere al templo físico, se refiere a su cuerpo. Los judíos pueden destruirlo, pero él lo reedificará. Tenemos aquí, también desde el comienzo del evangelio, algo equivalente a los tres anuncios de la Pasión y Resurrección en los Sinópticos, aunque dicho de forma mucho más breve: “Destruid este templo (Pasión) y en tres días lo levantaré” (Resurrección).

Cuaresma y resurrección

Esto último explica por qué se ha elegido este evangelio para el tercer domingo. En el segundo, la Transfiguración anticipaba la gloria de Jesús. Hoy, Jesús repite su certeza de resucitar de la muerte. Con ello, la liturgia orienta el sentido de la Cuaresma y de nuestra vida: no termina en el Viernes Santo sino en el Domingo de Resurrección.

Jesús, nuevo templo de Dios

Hay otro detalle importante en el relato de Juan: el templo de Dios es Jesús. Es en él donde Dios habita, no en un edificio de piedra. Situémonos a finales del siglo I. En el año 70 los romanos han destruido el templo de Jerusalén. Se ha repetido la trágica experiencia de seis siglos antes, cuando los destructores del templo fueron los babilonios (año 586 a.C.). Los judíos han aprendido a vivir su fe sin tener un templo, pero lo echan de menos. Ya no tienen un lugar donde ofrecer sus sacrificios, donde subir tres veces al año en peregrinación. Para los judíos que se han hecho cristianos, la situación es distinta. No deben añorar el templo. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio, que él mismo ofreció.

Portentos y sabiduría (1 Corintios 1,22-25)

En la segunda lectura aparece también el tema de los prodigios. Pablo, judío de pura cepa, pero que predicó especialmente en regiones de gran influjo griego, debió enfrentarse a dos problemas muy distintos. A la hora de creer en Cristo, los judíos pedían portentos, milagros (como se ha contado en el evangelio), mientras los griegos querían un mensaje repleto de sabiduría humana. Poder o sabiduría, según qué ambiente. Pero lo que predica Pablo es todo lo contrario: Cristo crucificado. El colmo de la debilidad, el colmo de la estupidez. Ninguna universidad ha dado un doctorado “honoris causa” a Jesús crucificado; lo normal es que retiren el crucifijo. Pero ese Cristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Quien sienta la tentación de considerar el mensaje cristiano una doctrina muy sabia humanamente, digna de ser aceptada y admirada por todos, debe recordar la experiencia tan distinta de Pablo.

 

Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. 

El Decálogo: tercer momento de la Historia de la salvación (1ª lectura)

            Pensando especialmente en los catecúmenos se recuerda en la primera lectura el Decálogo. A pesar de su enorme interés, es difícil tratar las tres lecturas en la homilía. Por su estrecha relación con la Cuaresma convendría limitarse a la segunda y al evangelio.

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

El tiempo que hará...