domingo, 22 de noviembre de 2009

EVOCACIONES ALCALAÍNAS

20.- El contrabando

Alcalá, a mitad de camino entre Gibraltar y Jerez, era un punto estratégico en la ruta del contrabando. Eso hizo que su situación geográfica la implicara de lleno en el fenómeno contrabandístico. Por otra parte, la serranía de Ronda era el camino más apropiado para escapar de la vigilancia indiscreta de la guardia civil. La Línea se convirtió en el postigo del Peñón para el paso de un contrabando que seducía a los andaluces. Productos como el tabaco, los cigarrillos rubios, el café, la sacarina, el queso, la mantequilla, el chocolate, la carne enlatada, la leche condensada, los licores...Y otros artículos como el lino, la lana, los primeros electrodomésticos, las cafeteras de vapor, los mecheros de yesca y de gasolina, las plumas estilográficas, los primeros bolígrafos, la bicicleta inglesa, la máquina de foto, la máquina de escribir y otros mil objetos que barruntaban ya el consumismo.

El contrabando no era nuevo. Fue una actividad muy común en Alcalá y en toda la provincia de Cádiz. Desde principios del siglo XIX, se había convertido para muchas familias en la única forma de subsistencia. La causa era el elevado precio que el Estado imponía al gravoso sistema aduanero. Gibraltar, además, fue el cauce de Gran Bretaña para introducir sus productos a través de la verja. Miles de trabajadores linenses en bicicleta y matuteras a pie, pasaban cada mañana a trabajar a Gibraltar. Por la tarde, volvían cargados de productos de contrabando. La vigilancia británica no existía porque era su gran negocio. Y la española se dejaba untar y hacía la vista gorda.

Los contrabandistas estaban muy bien organizados. Unos expertos perros mochileros, a nado, sacaban la mercancía de Gibraltar por mar y las depositaban en lugares escondidos de la costa de la bahía de Algeciras. Allí esperaban los contrabandistas con reatas de mulos amaestrados que cargaban en grandes serones y desaparecían por sierra Carbonera para no ser sorprendidos por la guardia civil. Los mulos descubrían los tricornios y el uniforme a legua, porque la guardia civil a veces los mataban en plena huida. El botín era formidable: un mulo cargado de contrabando valía un capital.

A tal extremo llegó la situación de la sangría, que suponía el contrabando, que la Compañía Arrendataria de Tabaco, en abril de 1891, se vio obligada a colocar una red metálica de un metro de altura a todo lo ancho del Campo Neutral (hoy aeropuerto gibraltareño), en la banqueta de Levante y de Poniente. Quince días más tarde salió el Decreto determinando la Zona Fiscal de La Línea. Y, un mes más tarde, La Orden General para todo el Campo de Gibraltar. Pero los contrabandistas no se dieron por vencidos. Media España seguía fumando tabaco de cuarterón y los llanitos se aprovecharon para meter picadura falseada y mala.

Lo cierto es que la estrategia de los contrabandistas encontró nuevas rutas y utilizaba los camiones de pescado para transportar los cuarterones de tabaco a Sevilla y a Madrid. Uno de aquellos camiones volcó en la carretera de Los Barrios y dejó al descubierto una formidable carga de cuarterones y cajetillas de cigarrillos ingleses. El escándalo fue mayúsculo. A los pocos días, todo seguía igual. Se decía entre los chavales que el padre Lara iba todos los meses a Gibraltar y volvía cargado de contrabando escondido debajo de la sotana. Pero también se decía que daba muchas limosnas a los pobres.

Para los chavales, aquella ruta de La Línea, Puerto Gális, Alcalá y Jerez estaba llena de aventuras y romanticismos. Se diría que el oficio de contrabandista lo hubieran asumido con gusto muchos de ellos. Porque Alcalá también era tierra de contrabando.


Juan Leiva

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