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Sus obras son además de la aproximación cada vez más acertada al óleo, la plumilla o el lápiz de grafito un paseo hermoso para la vista y sereno para el espíritu, un dejarse llevar suavemente por los espacios casi perdidos y añorados de unos patios alcalaínos cargados de sueños y recuerdos, de familias sentadas a las puertas de las casas.
Cuadros que representan al campo donde las faenas agrícolas o ganaderas cobran carta de presentación en obras como la recogida de la aceituna, el algodón o la siega, que tantas manos curtieron y tanta sabiduría nos han dejado.
La naturaleza muerta de los libros y las velas, las flores y sus floreros, nos dejan traslucir las manos amorosas y delicadas de mujeres enamoradas de la vida y de jóvenes que se aferran al estudio porque ahí está el futuro. Quizás resume el autor la añoranza de las oportunidades que no todos tienen; y que en su caso como autodidacta, le ha llevado muchos años de labor callada y de aprendizaje en solitario del que ha surgido para la pintura.
La vistas de su pueblo natal, Alcalá de los Gazules, es transportarse cincuenta años atrás en el tiempo, a la infancia, a un mundo que subyace en la nueva realidad de los pueblos andaluces.
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