jueves, 22 de abril de 2010

EL OLVIDO QUE NOS ESPERA

El olvido que nos espera.



J. Carlos Perales Pizarro.


Nuestro paisano “Andrés Capinete”, fotógrafo, pintor, artista, amigo, me pidió en 2007 que le escribiera un artículo para un proyecto que tenía en mente. Se trataba, según me contaba, de ilustrar con dibujos los artículos que escribiéramos sobre calles, barrios de Alcalá. La idea me pareció excepcional. De ahí surgió el artículo que os presento y que me gustaría compartir con vosotros y vosotras. Desde aquí, permitidme que anime a Andrés para que retome su original y bonita idea. He ahí el artículo que escribí:

El olvido que seremos. Es el título de un libro escrito por el periodista colombiano Héctor Abad Faciolince sobre la biografía de su padre, el doctor Héctor Abad, impulsor de la pacificación y asesinado en Medellín por los paramilitares. Es un libro contra el olvido, como dice Jordi Borja en un artículo de opinión en El País de 14 de diciembre de 2007. (Recientemente, en 2010, también Vargas Llosa escribía sobre el mismo libro, recomendándolo) Y de él tomé el título de mi artículo. Contra el olvido. Contra ese olvido que estamos condenados a ser algún día.

Es difícil poner límites a los recuerdos cuando éstos fluyen. Menos aún que sean limitados por calles o plazas. Es más difícil todavía, porque por donde nos movíamos, era un todo transitable, era todo una calle o una plaza. Me estoy refiriendo al Altillo, a los Pozos, al Parque, al Lario, al Lejío …

Y de pronto, cuando llegan algunos recuerdos, estos enlazan con otros y así sucesivamente. De pronto, aquella noche, ante “Perico Caena” (Perico el Mudo), de quien sentía temor cuando pequeño, me asaltaron muchos otros: Miguelín y sus hermanas; Joaquín el chato; el Coletas; el Nini, el Pato y sus hermanos; mi vecina Carmen; Mari Álvarez y mi tía Francisca; Paca la Larga, su amor imposible y su espera a lo “Penélope”; Los amigos de mi hermano Alfonso, el portugués y Pepe el peque; Luis el peque también, claro está; Mis vecinos lo “primillos”; la casa de los Jaras con la señora María de la O; Manolito, María del Mar...; Fernando y Currito, los hermanos zapateros; Puri, probablemente de haber nacido en otro momento y en otro lugar, una gran soprano y su hijo el torero; Manolo, el hijo de Antonia, que acabaría colgándose en su propia casa; El otro Manolo, el del francés, que moriría ahogado; Manolo o José María, el olvido que nos espera, dudo de su nombre, el hermano de Mariquita Casas, que murió de meningitis; los “marianas”, Juanito García y sus hermanos, hermanas, padres y tíos, Remache, el Sargento Macías; Anita Ardila y Miguel Hormigo; Julito Romero, su hermano, sus hermanas, sus padres; la miga de Fina, su negra melena, su extraña belleza, su madre, anciana, grande, de movimientos torpes y de cara oscura; son tantos los recuerdos, tantos las personas, tantas las añoranzas, tantos los lugares. En definitiva, como decía al principio, el olvido que nos espera.

Intentaré, no es fácil, trasmitiros parte de estos recuerdos que me asaltaron e intenté atrapar antes de que volvieran a desvanecerse.

Recuerdo, no sé qué edad podría tener, el temor a subir desde mi casa en la calle Arroyo al llano o descampado que llamábamos el altillo. Allí jugaban a las bolas o a los trompos. Allí subía mi hermano Alfonso con sus amigos y me gustaba acompañarle. Allí también jugaban otros niños. Entre otros, los que en el Altillo de entonces vivían. Perico “Caena” entre ellos. Me deba pánico. No sé por qué. Nunca lo llegué a entender. Quizás, lo pienso ahora, fuera el primer mudo que conocí y ese era el motivo. Nunca me mostró enemistad, sino todo lo contrario. A veces me lo he encontrado y el cariño que nos tenemos es mutuo. La última vez, en el Tanatorio de Chiclana recordábamos estos momentos. Me indicaba una y otra vez, dándose con el puño en el corazón, que se acordaba mucho de mi hermano Alfonso.

El altillo. Por aquel entonces era una auténtica zona donde la gente vivía en lo que hoy conocemos como chabolas, auténticas chabolas: latas, cartón, trozos de madera y por supuesto, ni luz, ni agua, ni alcantarillado: auténtica pobreza. Allí, entre otros, además de mi amigo Perico Caena, vivía mi tío Antonio, hermano de mi madre, con su mujer e hijos. Su mujer, Manuela, moriría pronto. Fue el primer entierro que vi. Desde una pequeña ventana de una de las habitaciones que daban a la calle los pozos y que entonces era almacén de ropa, vimos pasar el féretro. Estábamos en el almacén con mis primos, los hijos de la que se enterraba. No recuerdo nada más. Solo la tristeza de mi primo Alfonso (el Lupo). De los otros no recuerdo nada. Imagino que estarían tan tristes como él. El olvido que nos espera.

Allí también vivía otro gran amigo. Quizás debería decir mi gran protector. Con el paso del tiempo comprendí que mi amigo Joaquín el Chato, más que amigo, se convertiría, por encargo de mi madre, con total seguridad, en mi protector. Era mayor que yo. Me acompañaba a todos lados. Jugaba conmigo y creo que obedecía también algunos de mis caprichos. Siempre he recordado de él las meriendas que en mi casa hacía conmigo. Con el tiempo he comprendido que Joaquín posiblemente pasaba necesidades, no sé si muchas o pocas, pero con seguridad, aquellos rebanadas de pan que se comía y con el ansia que se las comía solo podían indicar eso. Lo he entendido después de muchos años.

Otro de los chavales que nunca olvidaré, también por otros motivos que no vienen al caso, es el “coletas”. Recuerdo perfectamente su cara y sus ropas. Recuerdo con total claridad su cara de piel oscura, su nariz grande y su flequillo. El Coletas solía hacer recados. No sé si de forma habitual o simplemente es como yo lo recuerdo y lo asocio. Hacía recados, con un aro de bicicleta que dirigía con un alambre. Necesariamente iba corriendo. El aro y el coletas iban necesariamente juntos. Su nombre y mi hermano Alfonso también los tendré asociados para siempre.

También en el Altillo, vivía una familia cuyas hijas padecían discapacidades importantes: creo que eran “síndromes down”, Creo recordar que eran dos hermanas. Nunca podré olvidar los gritos que se escuchaban. Se decía que a una de ellas debían mantenerla amarrada porque se hacía daño. No sé qué fue de ellas. Esta circunstancia necesariamente me lleva a recordar a Silvia, la del peque, síndrome down y querida por todos. Recuerdo el día del parto y las caras de preocupación de mis hermanas y, sobre todo, de mi madre.

Recuerdo también, como no, a Miguelín el zapatero. Su físico deformado, casi enano y zambo. Su cara triangular, su labio inferior exageradamente caído, sus orejas de pico y su pelo grasiento. Su mesa de trabajo, sus almanaques con desnudos de mujeres, el olor de los materiales, la parafina, el cuero, el tinte... Pero sobre todo recuerdo a su hermana. También de ella sentía miedo. Era incapaz de subir las escaleras que conducían de la zapatería a su casa. No sé qué tendría, pero me producía miedo. No sé si era solo enferma o si sufría también alguna discapacidad. Creo que era ciega. Su otra hermana, sin embargo, resultaba una anciana normal.

Los callejones que comunicaban la calle de los pozos con el altillo y la calle arroyo invitaban también a la imaginación más tenebrosa. Recuerdo en una noche de mucha claridad, de luna llena, con algunas nubes, con formas caprichosas, el temor que nos recorrió porque asegurábamos haber visto sobre el cielo formas de fantasmas. Allí en un recoveco, subiendo una escalera vivía Manolito Jara y María del Mar. Cuántas horas pasé en esas habitaciones. Siempre envidié aquellos fuertes de madera que su padre le construía. Recuerdo a sus primos Manolito y Francisco Javier. A su abuela María de la O, su casa, su patio, sus flores. Su blancura, su obesidad, sus piernas siempre inflamadas, sus granos, sus calostros. La disciplina que se respiraba ante Manuel de la Jara. Y su caballo, que ganó una carrera desde Cádiz a Madrid. El Molino, la harina, los sacos y el olor a trigo. Los toriles, los becerros, los caballos y a los Jaras. A Francisco con su fuerza bestial y, al mismo tiempo, bondadosa, levantando coches con una mano. A Jorge, su cordialidad, su cariño y su seriedad. A Fernando y a su autoescuela. Su coche, su bigote. A Mariquita Armario, a su hermana Chari, a aquel novio suyo que tantos años estuvo estudiando medicina y que era amigo, según se decía de José Feliciano, el ciego, el que cantaba aquello de “están clavadas dos cruces”. Finalmente, creo que él marchó a su tierra, no sé si doctor o no.

Recuerdo el Parque. Le llamábamos así a lo que era el Colegio Juan Armario. Allí jugábamos al fútbol. Mi amigo Jorge Alex, su hermano Miguel Ángel, el Nini, sus hermanos el Pato, José María, los hermanos Rojas, Paco Ardila, Juanito García y muchos otros. Éramos muchos. Juanini también era amigo, muy amigo y travieso. Vicentito y sus hermanas, rubias y pequeñas, su padre, su madre. Cuánto me alegro ver a Miguel “el veneno” empresario y poderoso. José el cerillo, su lealtad de amigo, la seguridad que trasmitía. Su muerte.

Alguna puerta más debajo de donde yo vivía, en la Calle Arroyo, vivía mi vecina Carmen. Era joven, rubia y muy inquieta. Tenía dos hijos: Juanito y Vicentito. Tenía algún problema de “nervios”, se decía. Eso al menos intuía cuando nos preguntábamos el porqué durante el día y la noche salía a la calle y miraba hacia abajo. Daba un extraño paso hacia fuera, miraba y volvía a entrar en su casa. Era continuo. De día y de noche. Escuchábamos abrir y cerrar el cerrojo de la puerta. Parece ser que su marido trabajaba en el extranjero y miraba, de forma enfermiza, si ya volvía. No supe nada más de Carmen. Desconozco si su enfermiza manía desapareció al ir a vivir a otro lugar o si su marido volvió.

Recuerdo a algunos muertos: Manolito el del francés. Se ahogó en el río, en el prado. Mi cuñado José María lo sacó. Recuerdo a su madre. Recuerdo cómo se respiraba la tragedia en la calle Arroyo. Sobre todo recuerdo a su madre y sobre todo pensaba en mi cuñado José María, que era el que se había tirado para sacarlo. Era para mí, entonces, una proeza tirarse al agua y sacar a Manolito, haber intentado salvarlo. Recuerdo perfectamente, aunque algo desdibujada por el tiempo, su cara.

También a otro muerto recuerdo, también su cara. Lo recuerdo con un mono azul. Trabajaba en algún taller. Contrajo meningitis y murió joven. Recuerdo a su madre y la tristeza que la acompañó desde ese momento. Vivía en la calle de los Pozos, casi en el puerto de la calle, cerca de Puri, la soprano, la que vendía carbón. Era hermano de Mariquita Casas, que ayudaba en mi casa. Una morena muy atractiva. Amiga de mi hermana Margari. Después trabajó en la tienda de zapatos, ayudando a mi madre. Ahora creo que vive en Los Barrios.

También, aunque mucho más reciente, recuerdo a Manolo, el hijo de Antonia. Perdió la cabeza. Estaba loco, decíamos. Era alto, destartalado y muy rudo, muy bruto. La cara pequeña y rojiza, pecosa. Siempre con gorra de campo. Era su trabajo. Su madre sufría la locura de Manolo. Un día apareció ahorcado en su casa. Nuevamente, mi cuñado José María y sus hermanos los Jaras volvían a convertirse en casi héroes. Fueron ellos los que lo descolgaron, ya muerto. Recuerdo al padre Hermida comentar que aquella mañana o el día anterior le había preguntado qué tal se encontraba. Comentaba Hermida que por su respuesta seria y cabal: decía que se encontraba bien y lo dijo muy serio se podría haber imaginado lo que después ocurrió. No supe luego qué ocurrió con Antonia. Imagino que descansaría, aunque con tanta pena como cualquiera otra madre. Vivía también en la calle de los pozos, en el puerto.

Allí también tenían la zapatería los hermanos Currito y Fernando Costilla. También Fernando perdió la cabeza, se decía. También lo recuerdo: delgado, recto. No sé si ya loco o no. Recuerdo a Currito, su hermano. Su rostro, su gordura, su color rojizo, su ropa y su olor. Lo sigo recordando, cada vez que veo a su inseparable amigo. Creo que sigue paseando como si fuera con Currito. Incluso, hay momentos que parece pararse para dejar paso a su amigo. Seguramente, siempre le acompañará.

Recuerdo necesariamente a los primillos (después supe que le llamaban así, por la familia del padre, Antonio Sánchez). Les conocíamos más bien por los “puelles”, por el apellido de su madre, Doña Juana Puelles. Vivieron una puerta más arriba de la mía hasta que se marcharon a Cádiz. Fui y soy amigo de ellos desde entonces: Paco, Pepe y sus hermanas Conchi, Isabel, Juani, Pepa, Mari y Antonia. Las recuerdo a todas. Fueron muchas las horas vividas y compartidas. Recuerdo a su padre, serio, recto. A Juana, su madre, entrañable, cariñosa. Con el paso del tiempo, me he preguntado muchas veces cómo era posible la amistad que nos unía. No sé cómo serían las relaciones de mi padre y del padre de ellos. Sí sabía de mi madre y su relación con Juana. Pero era indudable que la mitad de mi niñez la viví con ellos: en su casa, en su campo, al que íbamos en el Renault 4L y en el que compartimos tantas experiencias y, como no, las riquísimas tortillas de patatas con chorizo que preparaba Don Antonio Sánchez, el primillo.

Son tantos los recuerdos. Son tantos los olvidos. Somos todos recuerdos y con seguridad, seremos olvido.

Alcalá de los Gazules, 14 de diciembre de 2007.

Cádiz, 22 de febrero de 2010.

3 comentarios:

manuel dijo...

Vaya sorpresas no da la vida... la primera vez que entro en el blog,muy bueno,y en el primer articulo que leo se hace referencia a Manolo el de la calle Los Pozos,el hijo de Antonia;resulta que Manolo (Manuel Gutierrez Tirado)era primo mio,parece que lo estoy viendo subido en su derbi antorcha o con alguna de sus grandes pasiones,los caballos y la cacería yo he pasado muchos veranos en esa casa de Los Pozos y en la huerta que tenían cerca del ventorrillo de Patrite (la huerta del sargento creo que le llamaban)lo ultimo que supe de su madre,Antonia Tirado,es que despues de aquello se fue a vivir a Algeiras con una hija suya.

luis hormigo dijo...

Por pura casulaidad, he entrado buscando datos de mi padre que nació en ese bonito pueblo de Alcala, y resulta que me encuentro en este artículo una cita de Miguel Hormigo.
Me gustaria que me deijeran si se trata de mi padre
Mi padre sefú cuando hizo la mili a Algeciras,alli se caso y falleció en el año 1985
Un saludo
Luis Hormigo

fernando corrales castillo dijo...

soy fernando el chico de isabel la del parque junto con mis hermanos juan.paco,nini,jose maria corrimos mucho por esas calles yo vivia en frente del colegio el parque

El tiempo que hará...