sábado, 15 de mayo de 2010

EVOCACIONES ALCALAÍNAS

39.- Los carboneros de Alcalá

En el Alcalá de mis tiempos, había una población flotante sin trabajo fijo, que vivía de los salarios de espárrago, del poleo, de los caracoles, del contrabando, de la caza furtiva, de las tagarninas, de la planta de la zaragatona, de la mostaza, del cardillo, del cardo borriquero, de la siega... y, sobre todo, de la elaboración del carbón. Eran obreros eventuales, sin tierra, que se veían obligados a trabajar en lo que fuera. Nuestro paisano, Juan Romero Mejías, en su trabajo sobre los antiguos oficios artesanos de Alcalá, nos dice que los que más abundaban eran los carboneros. En mi niñez, se entonaba en el Colegio una canción que decía: “Los carboneros/ por las esquinas/ van pregonando/ carbón de encina;/ carbón de encina,/ cisco de roble,/ la confianza/ no está en los hombres”. Si en algún lugar tenía sentido la canción, era en Alcalá. Porque el carbonero venía a ser la figura más popular del pueblo. Hombres curtidos y pintados de negro, tez y manos tiznadas de carbón. ¡Aquellas imágenes las tenemos grabadas en el alma!

Pero lejos de espantar a los niños, era una figura impregnada de laboriosidad, de simpatía, de afecto, de cariño. Nadie rehusaba dar la mano a un carbonero, porque sabían que sus manos no manchaban; era lo único que poseían para alimentar a la familia. La temporada del carbón era larga, siete meses, desde mediados de octubre a mediados de mayo. Era el tiempo que menos mano de obra exigían las actividades agrícolas de la siembra, la “escardá”, la castra y la recolección. La única concesión de las grandes dehesas ganaderas era el “carboneo”, pero con restricciones. Agustín Coca Pérez, otro paisano, nos ha dejado una definición popular del carbonero: “Obrero del campo, que se empleaba, durante el invierno y parte del verano, talando, descepando y haciendo hornos de carbón.” Agustín se pregunta: ¿Desde cuándo se carboneaba en Alcalá? Y él mismo se contesta: “Desde que se inventó el carbón.” Efectivamente, habría que remontarse varios siglos atrás. Con una anécdota trata de darnos una pista: “Una vez un porquero se echó a dormir a la vera de una candela. Un cochino llegó y se puso a hozar. Y, hozando, hozando, aterró la candela. Cuando despertó el porquero, fue a calentarse y, al no ver la candela, empezó a desenterrarla, encontrando que la leña se había convertido en carbón.”

La palabra “carbón” la trajeron los romanos para denominar el carbono, “una sustancia fósil, negra y combustible, que fue en su origen materia vegetal, aunque sufrió cambios físicos y químicos a lo largo de las edades geológicas, convirtiéndose en carbón de piedra o mineral.” Se hallaba en muchos lugares de los términos de Alcalá, entre ellos, Los Santos y los Carrascales, explotado por el ingeniero Lavinqui (s. XIX). El carbón vegetal o de leña era un “sólido ligero, poroso, que se obtenía por destilación destructiva de la madera; ardiendo casi sin llama y usándose como combustible.” Romero Mejías tilda al oficio de carbonero de duro, penoso, sacrificado y mal retribuido. Evoca a los clásicos carboneros alcalaínos: los “Cantúos”, los “Roncos”, los “Tiburones”, los “Perol”, los“Tizón”, los “Petronilos”, los “Mena”... Por su parte, Coca Pérez dice que la elaboración del carbón exigía un proceso: Recoger la materia prima, es decir, la leña para convertirla en carbón. La mejor era la de caña, conseguida al talar los alcornoques y el quejigo con el hacha o el serrote; y también la del acebuche, la coscoja, el madroño, el brezo y otras, a base de espiochazos. A continuación, se construía el horno sobre un llano “limpio” donde se instalaba el alfanje. El armaero organizaba el horno con dos troncos paralelos sobre los que se entrecruzaba la leña; la más menuda se colocaba en la puerta o encendija para prender el fuego; los hombros o laterales del horno y el espaldar o parte posterior; y finalmente, la corona o parte alta. Después se preparaban las patañas de chascas con taramas de lentisco y se recubría con leña. Luego se hacía el aterrado; llevando la tierra con espuertas terreras para recubrir la chasca y dejando abierta la encendija y dos caños, a izquierda y derecha, más otro al frente de la encendija. A esto seguía el prendido del fuego por la encendija, donde estaban las ramillas más finas. El fuego subía hacia la corona. La parte delantera sufría la “caia” viniéndose abajo. Poco a poco, el hornero aterraba los huecos que se formaban. Tras esto, el fuego volvía a bajar y con el cabo de una zoleta se hacían los buyones o respiraderos. Se traía el fuego a la parte posterior y llegaba al caño del espaldar finalizando el proceso de cocción. Sólo quedaba quitar la tierra, sacar el carbón y apilarlo. Por fin, los arrieros, cargaban sus seras o lo envasaban en sacos para la venta.
Cuando se acababa la siega, la trilla y las corchas, llegaban los vendimiadores del marco de Jerez y se formaban cuadrillas para ir a carbonear. Los que iban a jornal, recibían la paga quincenalmente y volvían al pueblo para ver a la familia, asearse y hacer la muda. La jornada era de sol a sol. Unas quince horas cortando leña, apilándola y configurando los hornos. El hornero era el encargado de encender los hornos. El capataz de la cuadrilla regulaba el tiempo de trabajo: comienzo, cigarro y gazpacho (almuerzo) y comida. Los que iban “por cuenta” no tenían día ni noche. Se iba formando cuadrillas o en familia. Los arrieros llegaban por el carbón y lo llevaban al muelle, donde los fieles de los remitentes pesaban y compraban el carbón al ranchero. Los remitentes eran los que comercializaban el carbón vegetal.
A la salida de la Playa, conforme se toma la curva que baja a San Antonio, hay una peña de color negro como el carbón, que está ahí desde siempre. Dice Sánchez del Arco que, en el siglo XIX, la llamaban “Peña del Corral”. Los chavales íbamos a jugar entre aquellas rocas de granito. A veces, unos hombres nos cortaban el paso. Sucedía cuando colocaban los barrenos, grandes boquetes abiertos con barrenas, a los que llenaban de materia explosiva para volar las piedras. Después las molían y las empleaban en la construcción de carreteras. Detrás de “La Peña”, quiero recordar que estaba el solar de Muñoz, un muelle donde llegaban los arrieros con sus recuas de mulo cargadas para pesar el carbón y comercializarlo. Después, los camiones cargaban los sacos y seras para abastecer a la bahía de Cádiz, como un combustible de primera necesidad. Decían que, anteriormente, cuando los barcos navegaban con carbón, Alcalá abastecía a las dos bahías, la de Cádiz y la de Algeciras. Por eso, los niños la llamábamos la “Peña del Carbón”, por su cercanía a los montones apilados del negro combustible.
La estampa de los arrieros con las recuas de mulos cargadas de seras de carbón, era una acuarela costumbrista que aparecía por los caminos y veredas de Alcalá durante una buena parte del año. Y los camiones del carbón renqueaban por las carreteras camino de las bahías. En La Línea de la Concepción, hay una colina a la que llaman “Sierra Carbonera”. También allí abundaba la arboleda y se elaboraba carbón vegetal para la bahía de Algeciras y Gibraltar. Pero se agotó la materia prima y se acabó el carbón. En Alcalá, el carbón se vino abajo cuando se utilizaron nuevos combustibles: el vapor, el carburo, el carbón mineral, el petróleo, el butano, la electricidad, el gasóleo, el gas natural, el oxígeno, el combustible nuclear, la energía eólica y otras sustancias que se ensayan para obtener nuevas fuentes de energía.




JUAN LEIVA

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El tiempo que hará...