Los chavales de Alcalá nacíamos familiarizados con el corcho, esa piel protectora que hace del alcornoque un árbol especial. En cualquier casa estaba presente el corcho como un elemento al alcance de todos y complementario para distintas actividades: la panera, para guardar el pan; la pana lavadero, corcho grande y curvo para lavar la ropa; la tabla de corcho que se ponía delante de la mesa y de la cama como abrigo, o de las chimeneas, para impedir que prendieran las chispas; los tapones para cerrar las vasijas, botellas, garrafas; embalajes o corchos refinados para embalar; juguetes y pelotas de corchos para juegos de niño; láminas de corcho para desonorizar habitaciones; bolitas de corcho para balines de pistolas de juego infantil; salvavidas para aprender a nadar; panda, cada uno de los corchos que se utilizan en la almadraba para mantener a flote la relinga superior, de la que penden los paños de red que forman el cuadro y las raberas y otras mil utilidades aplicables a distintas actividades. Después, en Jerez, mi hermano Cristóbal, el mayor de los hermanos, trabajaba como administrativo en el Ayuntamiento jerezano en la década de los 40. Desaparecía una temporada de casa y todos estábamos deseando que volviera, para ver lo que nos traía. Le encomendaban que fuera con un ingeniero y unas cuadrillas de corcheros a los montes “de Propios jerezanos”, allá por El Jautor y el Puerto Gali, para el descorche. Yo creo que iba como administrativo y contador. Todo el Parque de los Alcornocales, a principios de junio y final de agosto, se ponía en movimiento. Cuando volvía, nos traía, a los hermanos más pequeños, algunas curiosidades de los montes. Eran figuras desprendidas de las mismas ramas y raíces de los árboles formando caprichosas figuras que nos regocijaban.
El alcornoque, por su constitución de corcho protector, es distinto a la generalidad de los árboles. Por eso, es apreciado por sus muchos valores ecológicos y protagonista de vidas, culturas y economías, alcanzando épocas muy remotas en la distancia y el tiempo. Es un árbol mediterráneo, cuyos bosques se extienden en los márgenes de Portugal, España, Marruecos y Argelia. Se podría decir con cierto orgullo que el corazón de estos bosques es el Parque Natural de los Alcornocales, cuyo centro es, a su vez, Alcalá de los Gazules. Se asegura que, en la Antigüedad, egipcios, griegos y romanos lo utilizaron como naves, útiles del hogar, ánforas, urnas funerarias y otros recipientes.Pero es en el siglo XVII, cuando se produce el esplendoroso maridaje entre el corcho y el vino, gracias al fraile francés, D. Pierre Pérrignon. Es un proceso ingenioso que se inicia con el descorche, unido a la cultura y economía de los municipios del Parque. Cuando llegan las cuadrillas, se introducen en el arbolado para conseguir las preciadas panas. Los camiones corcheros acercan el material a las industrias del Parque. Una vez en la planta, es refugado y estivado en sus patios, de donde se traslada a las calderas para su cocido, con el que mejora su elasticidad y aumento de calibre y deja en el agua hirviente elementos indeseables. Al raspado, le sigue el recorte de los bordes y, con una pericia y habilidad formidables, el escogeor o pajolí calibra y escoge las panas, clasificándolas por espesores y calidades.
Finaliza la etapa con el prensado y el enfardado con los que el corcho queda empaquetado para otros procesos industriales, desafortunadamente lejos del Parque Natural de los Alcornocales. Su principal destino es la industria vinícola. Es ahí donde alcanza “la esencia ritual” en torno a una buena botella. Le aporta un carácter insustituible, como es la nobleza y distinción a los mejores caldos, y la garantía y confianza a todos los que le acompañan. Esos usos industriales son revestimientos, artesanías, aislantes, parquets y pavimentos, tejidos, accesorios para la industria automovilística o espacial, mobiliarios...Buena cuenta de estos usos los tenemos en la oferta artesanal de diversos talleres del Parque Natural. Este es uno de los principales retos de los Alcornocales.Igual que dijimos de los arrieros y camiones carboneros, hay que decir ahora de los arrieros y camiones corcheros. Los arrecogeores reúnen las panas de corcho, mientras el rajador raja las panas grandes para darles un tamaño adecuado para la industria. Una vez apiladas las panas, llegan los arrieros con sus bestias y cargan los fardos sobre los adoques de los mulos. Y allá se van los mulos con el zagal hacia el patio, donde les espera el pesaor y el apuntaor. Se utilizaba el trípode con la romana y el plato para estimar la producción. Eso lo hacen los fieles, personas de confianza de la propiedad y del comprador. Y ya sólo queda el camión para que los cargaores realicen las espectaculares cargas sobre las bateas y salgan de las fincas camino de las fábricas. Parece imposible que puedan llegar a su destino sin que las panas salgan volando. Pero los cargaores saben bien lo que hacen. Los caminos de Alcalá se convierten entonces en acuarelas de recuas camino de los patios. Y las carreteras, en óleos de camiones cargados más allá de sus posibilidades.
Dice el Grupo de Desarrollo Rural, cuyo presidente es Luis Romero Acedo, que “Con la llegada de las calores de mayo, en los pueblos de los Alcornocales, se percibe el rumor del descorche que se aproxima. Son los preparativos de la batalla cuerpo a cuerpo que tendrá lugar en los montes cercanos. Se agrupan las cuadrillas, con el capataz buscando los mejores hombres, se arreglan los aparejos y se tratan las vituallas. Se pasa revista a las bestias y se afilan las hachas. El campo está visto, el trato hecho y los chaparros esperan en las agrestes mojeas.”
JUAN LEIVA
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