lunes, 19 de septiembre de 2011

EVOCACIONES ALCALAÍNAS



La calle Real es la principal, la que destaca sobre las demás, la que ostenta un apelativo emanado de la autoridad del rey. En muchos pueblos se nombran con este adjetivo algunos espacios: Puerta Real, Capilla Real, Teatro Real, Real de la Feria, Calle del Real... Son títulos concedidos por el rey para los grandes acontecimientos realizados con su presencia o la de su delegado. Real es lo mismo que regio, suntuoso, excelente. En algunas ciudades, a la calle principal se le llama “Calle Larga”, “Calle Ancha”, “Calle Principal”, “Calle Real”. En Alcalá siempre se le llamó “Calle Real” y así se le sigue llamando. Ciertamente, en nuestra ciudad hay calles más largas, más anchas y más suntuosas, pero no más importante.


La calle Real une dos puntos simbólicos de la ciudad, la Alameda y la Plaza Blasa o la Plaza Plazuela. Eladio Garzón Rodríguez, en el año 2000, describía la calle Real con estas palabras: “La calle Real  puede ser la síntesis de la trayectoria histórica del país. Cada etapa política la rotuló con el nombre del personaje sobresaliente de turno o el que se le antojara. El pueblo en su sabia y experta noción de los hechos, siempre la llamó calle Real. Siempre me impresionó su equilibrio, distinción y adustez.”[1] Alternan las viviendas con las  tiendas y los comercios con los cierros. Casi todos sus edificios tienen cierta nobleza  y capacidad.  

La calle comienza en la misma Alameda, pero en realidad su diseño se inicia formando un ángulo casi recto con la de “Río Verde.”. Es una de las pocas calles equilibradas, llena de armonía, de vitalidad, de cierros decimonónicos, de amplitud suficiente para tener aceras de defensas. Casi todas las demás casas de Alcalá tienen que guardar el equilibrio ante la orografía del terreno, buscar la armonía con los paisajes, abrir vanos y ventanas buscando el sol, remedar aceras imposibles... Aquí los paisajes se suplen con los patios y la profundidad de las casas.

La primera esquina de la calle Real, a mano izquierda, era el despacho de la curtiduría de Antonio Mansilla. El suelo tenía una reja de hierro para dar luz al sótano. A mano derecha, una habitación con escalera daba acceso al piso alto. Y, en el fondo, una especie de cocina y la bajada al soterrado. En los años 40, ahí venían los zapateros y talabarteros del pueblo a retirar la materia prima de sus trabajos: cueros para botas, para jáquimas, para monturas de los caballos y para zahones que se sujetaban al muslo de los jinetes.
 
Frente a la curtiduría, en la acera derecha, estaba la tienda de Vicenta Mansilla. Vicenta era una mujer mayor, encorvada y con cara bondadosa, que vendía aceite, quesos emborrados y jabones, con otros derivados que no puedo recordar. Atendía con cariño a los niños, pero hablaba poco y bajito. Lo mejor era su queso emborrado, que despedía un olor profundo que excitaba el apetito. Aquel queso artesano no lo he vuelto a encontrar en ningún sitio, sólo en Alcalá. El secreto debía estar bien guardado en la sabiduría familiar.

Más arriba, a la izquierda, hacia la mitad de la calle, aparece el callejón Chamorro y un rincón llamado el Patio Campanas. Ese callejón me trae los mejores recuerdos de la infancia porque allí  estaba, en la década de los 40, la Escuela de niños, regentada por don Manuel Marchante. No estoy seguro, pero la imagen que tengo es la de una habitación grande en forma de “eLe”. El brazo principal de la “L” y sus ventanas lo ocupaban los chavales mayores; en el menor sin ventanas se sentaban los niños más pequeños. Salían al recreo al Patio Campanas. Ahora, cuando ha ido a evocar el callejón Chamorro y el Patio Campanas, ha visto que todo es más pequeño de lo que él tenía en el recuerdo de los 7, 8 y 9 años de edad.

En los edificios de la derecha de la calle Real, conforme vamos de la Alameda a la Plazuela, se encuentra el nº 38, en cuya planta baja se alberga la sede de la Hermandad de Nuestra Señora de los Santos. Según Fernando Toscano, fue adquirido por la Junta de la Hermandad para local social ciudadano. Este edificio era la morada particular de doña Juana Ramona hasta su muerte en 1931. Es una mansión de elegante presencia y bello herraje en cierros y balcones, presidida por la original cenefa o emblema de una alada cabecita de ángel de la guarda adornando su fachada. Fernando termina diciendo que “resulta ahora posible pensar que la Virgen ha pagado a aquella señora su donación de casita, honrando la vivienda al hacerla su Casa-Hermandad y hogar privilegiado donde estará permanentemente, en hermosa hornacina, -obra del generoso Emilio Ayllón- otra Virgencita de los Santos.

Más arriba, a la derecha, la calle Real se bifurca en dos. La casa donde se unen las dos calles –Real y Carril Alto- era la tienda de Juan Ramos. La calle Real sigue hacia la Plazuela a la izquierda, mientras a la derecha sale otra que actualmente se llama Fernando de Casas y que anteriormente llamábamos carril Alto. En una magnífica foto de “Un siglo en imágenes”, han quedado grabada las tres alusiones: la calle Real, la de Fernando de Casas y la casa de Juan Ramos.

Antes de llegar a la Plazuela, aparece otra calle, la de Sáinz de Andino paralela a Fernando de Casas, e inmediatamente una plaza, con sonidos cacofónicos reiterativos, acaba su corto espacio, “plazoleta Plazuela”. Antiguamente, la llamaban “plaza Blasa”. En realidad, más que una plaza es la prolongación de la calle Real que enlaza con la calle de Las Brozas y con la de Ildefonso Romero. 

La Plazuela siempre estuvo impregnada por los olores químicos de la Botica o Farmacia de Galán, que representaba un auténtico museo de productos y brebajes de viejos galenos y avezados farmacéuticos. Una colección de tarros y recipientes de porcelanas chinas, blancas con rótulos azules, indicaban las sustancias con denominaciones latinas: raíces, tallos, flores, simientes y zumos de yerbas, matojos y matorrales que nacían espontáneamente en los montes de Alcalá. Aquellas yerbas tenían propiedades prodigiosas contra las enfermedades más populares.

Los cierros de forja daban a la calle una fisonomía de casas solariegas, desde donde se podía ver, sin ser visto, a las personas que pasaban por la calle. Eran observatorios protegidos por celosías y visillos discretos. Y los balcones estaban preparados para acoger macetas y ostentar sus flores para ornato de las fachadas. La planta baja solía tener bastante fondo y terminaba en un patio o corral con plantas aromáticas y flores olorosas. Era frecuente también tener algunos animales domésticos y lugares destinados a lavadero con un cobertizo para secar la ropa.

Las habitaciones de la planta baja, en muchas de las viviendas, estaban transformadas en tiendas o establecimientos comerciales; algunas, en bares; otras, en bancos o agencias y, la mayoría eran viviendas de personas dedicadas a profesiones liberales: médico, maestro, abogado, banquero...Eran casas bien cuidadas, bien encaladas y con los cierros y balcones pintados con esmero. Por aquel entonces había pocos coches y no tenían acceso a la Plaza Alta. Se quedaban en San Antonio, en la Playa, en el entorno de la Alameda o en la calle Real. 

La calle Real era el paseo de invierno en las tardes de sábado y de domingo. Todo su encanto estaba en las idas y venidas desde la Alameda hasta la Plazuela. Los niños lo hacían correteando a las niñas; los jóvenes, paseando con sus novietas; y los mayores, observando el panorama. La población duplicaba a la actual; unos 12.000 habitantes. En las noches de verano, la costumbre era la tertulia familiar en la puerta de las casas. El calor sofocante del día se transformaba en una brisa suave que bajaba de la sierra del Aljibe y subía de los ríos Barbate, Fraja y Patrite.  

El verano terminaba con la romería al Santuario de la Virgen de los Santos. Los niños recogían los libros que heredaban de sus hermanos o de sus amigos. Los mayores preparaban los campos para recibir las primeras lluvias, allá por San Miguel, y hacer las primeras siembras. Y los ganaderos preparaban las vaquerizas y los apriscos para  guarecer a los animales en el crudo invierno. Se dejaba el verano atrás, la estación de las fiestas y de la libertad de los niños. Y en la Escuela nos esperaba el otoño triste y el crudo invierno.
                                                                                     

JUAN LEIVA


[1] Cita de Gabriel Almagro, Arsenio Cordero y Jaime Guerra.  Alcalá de los Gazules. Un siglo en
   imágenes. Eladio Garzón. Conferencia, año 2000. Pág. 31.

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El tiempo que hará...