¿Es posible,
Señor, que te arrancaran
de tu Cuerpo, la
piel hecha pedazos?
¿Es posible que
tantos latigazos
a los crueles
sayones no cansaran?
¿No sufrieron tus
carnes que dañaran
los verdugos,
Señor, con mil zarpazos?
¿No sentiste, en
silencio, los abrazos
que unos látigos
fieros te inmolaran?
Tantos golpes al
Cielo conmovieron
que, al instante,
las penas redimidas,
a las almas las
puertas se le abrieron.
Y, si pueden
salvarse algunas vidas,
yo deseo en el día
que me muera
ofrendarte, Señor,
mi piel entera.
José Arjona
Atienza
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