jueves, 30 de mayo de 2013

ALCALÁ DORMIDA


Es domingo y son las diez de la mañana. Luce el sol. Alcalá está quieta y silenciosa. Nada se mueve, nadie se oye, nadie se ve. De vez en cuando alguien baja por la calle Guillén Moreno procedente del Lario. Vuelve la esquina de la tienda de los “chinos”. Otro comienza a subir lentamente la calle Río Verde.
Domingo y soleado, pero no se oye nada. Solo el viento ululante de “levante”, fuerte y áspero, recorre todo el espacio, todas las calles, todos los tejados. Azota con furia las copas de los árboles de la “Playa”. Es un viento que nos hace saber que algunos sí estamos despiertos y levantados, y miramos y oímos. Solo unos pocos y yo. Los demás duermen o descansan en sus camas, en sus sofás, en sus casas. Alcalá parece muerta, como ciudad sitiada por un enemigo invisible, ciudad escondida, quieta, agazapada. Ráfagas de viento rugen como lobos. Un cojo con dos muletas intenta subir lentamente la pequeña pendiente de mi calle. Va por la acera e enfrente.
Lo demás, las calles, el paseo, el parque son dominio del viento; ese viento que no cesa, que no se cansa, que te achica el espíritu. Las puertas no se abren, las ventanas no se abren, los balcones tampoco se abren. No se oye ningún sonido de televisores. No se oye el ruido de un motor de coche, de camión, de moto… ¡Qué horror! Con lo que molestan y fastidian cuando pasan, algunos, a toda potencia, a todo gas. Muertos están mi pueblo y mi calle. Esta calle pequeñita que la han destinado a ser la entrada y salida del 90% del movimiento de los vehículos que se mueven por Alcalá. Hoy no se mueve ni uno solo. Sus habitantes han huido o no se han levantado. Presiento esto último. Solo yo, desde mi balcón miro y no observo nada. Bueno, algo, sí. Coches aparcados, algún perro que vagabundea. Y veo los naranjos, la farola, la carretera y poco más. Como veis todo inerte.
Corren papeles por el suelo, y hojas de árboles y envases de chucherías infantiles… Ni siquiera los pájaros se atreven a volar. Creo que existe solamente una Alcalá solitaria y yo, coches inmóviles y yo, naranjos y yo, viento que sopla y ulula y yo. Lo demás parece no existir. Pero sé que cuando pase un rato algo cambiará. Alguien más cruzará ante mis ojos, algún niño gritará, alguna golondrina volará. Yo, mientras tanto, también seguiré volando. Volará mi fantasía, volará mi imaginación, volará todo mi ser y veré otra Alcalá algo distinta y viva. Veré una Alcalá que se mueve, que se agita, que se pasea y que bulle, se encuentra y se saluda.
Veré la Alcalá distinta y auténtica, real y verdadera, la de siempre. La de ahora, la de estos momentos es una Alcalá ficticia que duerme y sueña, que descansa o que huye, que no se ve, que no está. Alcalá es edificación y población, casas y gentes, vehículos y niños, y tejados y cabezas, y chimeneas y cabelleras al aire. Veo la primera y no siento la segunda. Prefiero la segunda, la que está llena de vida y movimiento, sentimiento y pasión, y virtudes y defectos. La primera  es el continente, la segunda es el contenido; y nadie se bebe la copa por muy fino que sea su cristal sino el champán que hay dentro de ella. Y son ya las once de la mañana y nada me indica que vaya a cambiar por el momento. Pueblo sin apenas trabajo y pueblo con suficiente descanso.
Ya se ve algún movimiento; ya se ve algunos que miran; ya se oyen algunos ruidos de motores. Y se nota la vida. Giro 180 grados en mi sillón. Veo una pantalla y oigo el rugido de unos potentes motores de Fórmula Uno en ella, porque alguien ha conectado el televisor. Inclinado mi cuerpo ya no miro por el balcón. Ahora solo veo la tele. Todavía en la calle sigue sin haber nadie. Pero Alcalá despertará. De esto estoy totalmente seguro. Y así sucederá.


José Arjona Atienza

Alcalá, 12 de mayo de 2013 

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