Alcalá
es distinta, diferente, no sé si también única. Aunque hay un dicho que se
escucha: ”Las ciudades, los hombres y los monos, vistos unos vistos todos”. No
pretendo decir con esto que sea mejor ni peor, solo que es diversa. Y esos son
los rasgos que la caracterizan, los que hacen que sea como decía el cantante “A
mi manera”. Al fin y al cabo como tú, como yo y como las demás. De eso
hablaremos ahora y que, recordado en la distancia del tiempo aún producen una
sonrisa.
Estaban
D. Pedro Mariscal. D. José Espinosa, tal vez D. Manuel Ahumada, D. Antonio
Visglerio y algunos más tomando unas copas; de esto hará más de medio siglo.
Era el Párroco en aquella época D. Manuel Barberá Saborido, de Chiclana, que,
siendo de la misma “pandilla” en aquel momento no se encontraba con ellos, sino
en la sacristía de la Victoria. Siendo fechas de Navidad, lo propio era hacer
regalos, más o menos como ahora. A uno se le ocurrió una idea, a modo de broma,
si no maquiavélica sí un tanto pesada: regalarle un pavo al Párroco. Dicho y
hecho, con total consentimiento. Compran un pavo de los que por esas fechas
recorrían en manada las calles para ser vendidos. Llaman a un jovenzuelo con el
mandato de llevarle tal agasajo al Sr. Cura Párroco. el mozalbete hace lo que
le han mandado. Entra en la Sacristía, saluda y dice “Don Manuel, de parte de
tal y tal y tal, que tome usted este pavo para estos días navideños”. ¡Ay, por
Dios, para qué se habrán metido en esto! Dile que muchas gracias y que Dios se
lo pague a todos. “Anda, échalo ahí en el corral (la sacristía se comunicaba
con un patio, que, a su vez, tenía otra puerta que daba a la calle, lo que hoy
es las tres salidas y el Huerto del Indiano). El joven salía por
la sacristía sin nada, el Párroco le daba cinco duros y se despedían. El caso
es que en la puerta del patio había otro compinche del anterior que cogía el
pavo y se lo llevaba.
Los dos
amiguetes se reunían y se dirigían al bar donde se encontraban sus mentores,
para darle el “parte” de la jugarreta. Lo mismo hacían con otros dos jóvenes
distintos, al menos el que portaba el pavo y, en la sacristía la misma “escena”
con el Párroco que lo agradecía, ordenaba echarlo al corral, el otro lo recogía
y lo sacaba de nuevo, el Cura regalaba otros cinco duros y la despedida. La
rueda volvía girar y de nuevo la misma operación. El pavo, otro emisario
distinto, el corral, la puerta y la propina.
El
Párroco escamado ya de tanto pavo y en tan poco tiempo, se levanta de su
sillón, se dirige al corral, entra y cree encontrar, al menos, media docena de
pavos. Mira, remira, gira su vista, busca por huecos y escondrijos y ¡oh
sorpresa! allí no había ni un solo pavo. Creyéndose burlado, engañado y con la
decepción y el desencanto propio al que había sido sometido, no duda que es
obra de los mismos. Sale a la Alameda, se dirige al bar de sobra conocido y ...
el final lo omito, os lo podéis imaginar. Allí hubo de todo: risas, jarana,
“arrepentimientos”, palmadas en el hombro, invitación a otra copa, etc.
Esta era
la Alcalá de entonces, porque al Párroco lo apreciaban, lo estimaban, lo
querían. Precisamente por eso sucedió esto. Todo terminó con mutuos y
fraternales abrazos. como debe ser. Y es que era Navidad.
José Arjona Atienza
Alcalá, 20 de Diciembre de 2013
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