Ahí estaba él. Hacía tiempo que no
nos visitaba. Ni siquiera se presentó a tiempo de escuchar el Pregón que abría
la Feria de nuestro pueblo. Él se lo perdió. Fue un Pregón original y ameno a cargo
de la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús Nazareno en una serena noche de
verano. Y también se privó de seguir la Elección de la Romera Mayor Juvenil e
Infantil junto a sus Damas. Y el Encendido Oficial del Alumbrado y Apertura del
Recinto Ferial. Pero él venía a lo que venía, dispuesto a hacerse notar y, por
desgracia, casi acabaría consiguiéndolo. Y eso que por aquí no nos debiera
coger de sorpresa, pues lo conocemos de toda la vida. Ya sabemos cómo se las
gasta, de sus ideas, de su prepotencia. En ocasiones hasta hemos agradecido su
estancia entre nosotros. Sobre todo cuando ha venido en son de paz, cuando se
comporta de forma tan agradable que es como una caricia que nos alivia y nos
reconforta. Pero esta vez no, esta vez era distinto, como en los peores
momentos que le recordamos y, además, inoportuno. El segundo día de Feria ya empezó a
dar la cara y a pavonearse creyéndose el protagonista, como diciendo: “¡¡Aquí
estoy yo!!”, “¡¡A ver quién puede más!!” Estaba agresivo, eran como acometidas continúas,
como ataques de ira, como si disfrutara haciendo daño a las personas y a las
cosas. Ya se le veía venir. Casi podíamos asegurar que venía a “cargarse” la
Feria, a terminar con las ilusiones de los mayores, de los pequeños, de los
feriantes, del pueblo…
Por la tarde, ya era el dueño y
señor del Real. Sus embestidas eran aún más fieras. Se habían tomado algunas
medidas para mitigar su castigo pero, como dijo aquel torero: “Lo que no pué
sé, no pué sé y además es imposible”. No hay quién pueda. Él seguía haciendo de
la suyas, a diestra y siniestra, de aquí para allá. Ya de noche, la gente
atemorizada hasta presentía el peligro, intentaba en vano hacerle frente o
corría a protegerse bajo cubierto donde podían estar a salvo del “azote” y
donde con “pan, ganas, música y vino, se andaba el camino”. Muchos chiquillos decepcionados, los
feriantes preocupados y los mayores esperanzados en “capear el temporal” con la
mayor dignidad y valentía posible, procurando que no cundiera el pánico.
Homenajes, Concursos, Bailes,
Elecciones, Canción Española, Degustaciones, Exhibiciones… en las diversas
Casetas, pero siempre en el interior de las mismas. Fuera de ellas y en los
cacharritos, sesión reducida por mor de él. Bueno, menos gasto para los padres.
Menos ingresos, por tanto, para los feriantes. Menos disfrute para los
pequeños.
El sábado, más de lo mismo, y es que
“cuando un tonto coge una verea, ni la verea deja al tonto ni el tonto a la
verea”. Ahí estaba él de nuevo, cada vez
más crecido, más soberbio, más cruel si cabe. Aún quería más. Todavía no estaba
contento. No estaba por “dar la de cal”, sólo “la de arena”. Arena, y mucha, en
forma de latigazos. Arena…¡hasta en el sentío!
El domingo, quizás un poco agotado
por tanto ímpetu, quizás por congraciarse, acaso porque hasta los más malvados
pueden tener también su corazoncito, posiblemente porque observaba que los
alcalaínos no se rendían fácilmente y le plantaban cara, quiso darnos un
pequeño respiro. Pero siempre al acecho, amenazante, como dándonos a entender
¡“Que no me he ido todavía”!, !“Que sigo aquí”!
Por la noche fue amainando y, casi
avergonzado por su conducta o porque en realidad no había conseguido totalmente
su propósito, inició su retirada lentamente, volviendo la mirada hacia detrás a
cada momento, desafiante, hasta desaparecer. Permaneció en Alcalá hasta que
terminó la Feria. Ya se daba por satisfecho. Misión cumplida. La batalla
concluyó con pérdidas por ambos bandos. Él nos mostró la peor de sus caras,
pero nosotros le hicimos frente, dentro de nuestras posibilidades, con los
mejores deseos. Así es la vida, unas veces se gana y otras se pierde o se
empata. Esta vez, aunque no ha sido un triunfo apoteósico, lo hemos superado,
aunque con dificultades.
Tampoco ha estado tan mal. Hay cosas peores. Esperemos
que no vuelva de nuevo en la Romería con aires de venganza. Pero, bueno, aquí
estamos nosotros. Habrá más Ferias, sobre todo para los más pequeños y jóvenes.
Y podremos tomar, al final de cada noche, unos exquisitos churros con chocolate
y azúcar en lugar de con arena. Y se podrá llevar a cabo un Paseo a Caballo en
mejores condiciones y no irán los caballistas con el sombrero bien sujeto en la
cabeza o en la mano.
También hemos de
ver algo positivo de su estancia entre nosotros. Al menos ha conseguido que los
alcalaínos hayamos estado más cerca unos de otros durante estos tres días, más “unidos” y mejor
“alimentados” y “bebidos”.
El lunes, todo había vuelto a la
calma. Me encontré con un jinete que había intentado el Paseo de Caballos cada
día. En su cara se notaban los efectos del combate en días anteriores. Es que
había sido una auténtica guerra. Se me ocurrió preguntarle: ¿Qué tal la Feria?
¿La Feria?- me contestó- Pues no sé qué decirte, ¡yo he estado casi todo el
tiempo corriendo detrás del sombrero!
Francisco Gil García
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