Siempre ha
sido la falta
de una buena
visión, el gran problema
de mi vida Desde mis
años juveniles no he tenido
más remedio que
habituarme a esta
carencia. Estoy acostumbrado
a la oscuridad.
Mi actual
estado físico me
lleva a redactar
este escrito en
el que os
entrego un poema que he
compuesto sobre mis
dificultades de siempre
con la vista (uno
de los cinco
sentidos corporales), y en él trato
de mostrar una
sonrisa esperanzada sobre
el hombre y
el manejo de
sus discapacidades. La
inteligencia, la voluntad y
el esfuerzo pueden
vencer la carencia
de algunos de
nuestros sentidos. Con el
poema quiero enviar un
mensaje solidario a
las personas que
se encuentran en una situación
similar a la
mía. Fuerza y
esperanza. Es muy
triste la oscuridad
visual, pero es mucho
peor la oscuridad
del alma y
del cerebro. A veces, la
oscuridad es el
refugio de nuestros miedos.
Si vencemos los miedos,
la claridad (para los
que somos gaditanos
será, “salada claridad”) se
instalará en nuestro
entorno para siempre. El
poema dice :
“¡ Necesito ver el sol
!.
Estoy cansado de
noches
bailando a mi
alrededor
por un camino
sin nombre.
Sé que no
verá jamás
la enferma pupila
oscura,
la que de
niño encendía
la luz de
mi despertar.
Niebla sobre sombras
negras
que opacan a
mis balcones
tapiadas a la
belleza
que observaron hasta
entonces.
La luz se
fue por el río
dejando sobre el
sendero
un túnel negruzco
y frío.
Mi juventud gimió
herida
al entender que
ya más
vería los rayos
celestes
ni las estelas
del mar.
Murieron mis ilusiones
cuando apenas empezaban
a aprender a
caminar.
y confirmando el
suceso
un toro negro
se puso
de telón rígido
y seco.
Siempre sentí devoción
por el Dios
que está en
el Cielo
que expresó Su
voluntad
de castigar mis
pecados
con este madero
duro
que llevo de
compañero.
He aceptado mi
desgracia,
La Virgen fue
mi consuelo
bajo su manto
de seda
recuperé la esperanza
y encontré nuevos
luceros
para soportar mi
cruz
hasta el final
del sendero.
El amor fue
el lazarillo
que acompañó mi
camino
y tras tan
duro suplicio
encontré al fin
mi destino.
Hoy que soy
hombre de edad
he aprendido tantas
cosas
que me atrevo
a asegurar
que el triunfo
en esta vida
no te lo
dan los sentidos
sino el trabajo
esforzado
amparado en el
saber
que los sabios
han legado.”
Y
tras esta reflexión
poética, dejo un relato
corto en el
que os cuento
otra historia relacionada
también con la
oscuridad:
“Me encontraba
un día en
el Principado de
Asturias. Estaba hospedado en un pequeño
hotel cercano a los Picos
de Europa, ese rocoso
e inaccesible lugar,
cuna de Pelayos , único reducto del
territorio español, que no
consiguieron conquistar los
moros. Bellísimos paisajes,
altos roquedales, tremendas cimas
y peligrosos precipicios. Tierra de
mineros, de fabadas, de sidra
y romerías a
las que con
tanto amor canta el
admirado Víctor Manuel. Era
al principio de
los años ochenta
del pasado siglo
XX. Tras una opípara
cena, decidí dar un
paseo por los
alrededores de mi
alojamiento. Cogí un bastón
y blandiéndolo con firmeza, empecé a caminar por
una estrecha vereda, iluminada a
tramos, que se adentraba
entre unos frondosos
árboles hacia los
altos picos. Caminé un buen rato
tratando de digerir
el excelente queso
de Cabrales, que regado con
la exquisita “sidriña”
de la tierra, había
disfrutado durante la
cena. Unos minutos
después, de repente, se apagaron
las farolas. Quedó todo
a oscuras. Me paré
aturdido y un
poco preocupado. La
oscuridad era total.
Traté de tocar
el suelo, con el bastón, delante de
mis zapatos y
encontré el vacío. Con
ansiedad busqué apoyarlo
a mi derecha
y tampoco encontré
el suelo. Lo intenté
a la izquierda
y lo mismo.
Me preocupé seriamente. Sentí temor. Palpé
con mi mano
izquierda y acaricié
una roca de
dimensiones suficientes para
poder apoyarme en
ella. Tuve el presentimiento de
encontrarme en la
cima de un
risco, al borde
de un precipicio
de centenares de
metros, en el que
podría encontrar la
muerte. Sin mover un
músculo de mi
cuerpo, por temor a
una caída, con el
solo movimiento de mis resecos
labios temblorosos a
los que no
podía controlar. Decidí
esperar ayuda. A
lo lejos se oía el
ladrido de algún perro, y
percibía ráfagas esporádicas
de luces de alguna
linterna en la
lejanía. . No me atrevía
a gritar. Sabía que
estar al borde
del abismo. Pensé que el tiempo
se había muerto. Los
segundos pasaban con
una lentitud desesperante. Trataba
de controlar mis
nervios, no moverme y
así evitar el
desastre Aferrado a
la roca y
asiendo con firmeza
mi bastón, recé todas
las oraciones que
fue refrescando mi
memoria. El miedo
era mi compañero. Seguía la
oscuridad. Estaba sufriendo un terrible suplicio que
duró unas seis
horas. Cuando más asustado
estaba, apareció una pequeña
raya de luz
alumbró el alba.
Poco a poco
la luz se
fue apoderando del
paisaje. Llegó la amanecida. Y
de pronto me
encontré en un
prado de unas
dimensiones superiores a
las reglamentarias de
un campo de
fútbol. Un prado deliciosamente verde, con
una sola roca
en toda su extensa
superficie plana, una roca a la que yo
seguía aferrado como
un náufrago a
un madero. ¿Dónde estaban
los terribles precipicios?. Al
mirar mi mano
que seguía asiendo
con fuerza el
bastón, observé horrorizado
que estaba partido
por la mitad, solo
quedaba de él
la empuñadura y
un trozo astillado
de unos veinte
centímetros. El trozo que
faltaba se había quedado
en algún hoyo
de la vereda
verde, y por poco
me mata de
miedo. ¡Qué vergüenza!.”
¡
Ay la
oscuridad y sus
miedos ¡. Bueno, es cierto que
conozco Asturias bastante
bien, pero en realidad, de
verdad nunca tuve
el más mínimo
percance en mis
visitas al Principado. Se me
ha ocurrido esta
historieta para recuperar
la alegría y
el buen humor. Un
poco de humor
siempre va bien. Reír, o
al menos esbozar
una sonrisa es
bueno, y con
las risas se olvidan las
penas.
Francisco Teodoro Sánchez Vera
2 de marzo
de 2019
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