PRESENTACIÓN DEL PREGONERO PARA LAS FIESTAS DE SAN JORGE 2019:
ISIDRO MATEOS VISGLERIO.
Excelentísimas
autoridades, pregoneros y pregoneras de anteriores ediciones, presentes todos,
buenas tardes:
Cierto día de febrero, quiero recordar, sonó mi teléfono. Era para
informarme de quién iba a ser el pregonero de este año, sobre la fecha del
pregón, y para que fuera preparando su presentación. Resultó que se trataba de
Isidro Mateos Visglerio. En principio tengo que decir que sabía quién era, lo
había visto en el pueblo alguna que otra vez, pero que recuerde, nunca había
hablado con él.
Al que conocía era a su hermano Diego que fue mi profesor de tecnología
en la SAFA (Recupero para mi memoria el dibujo técnico y las prácticas en los
bancos del amplio taller).
Se
me proporcionó el teléfono de Isidro y se me comentó que para preparar esta
presentación podía consultar a sus
buenos amigos de aquí, del pueblo, o, que me dirigiera a su primo Domingo que
regenta un bar en La Alameda. Tenía, por tanto, tres posibilidades de
información: los amigos, el familiar y el protagonista, Isidro. Estuve
valorando las tres alternativas y al final me decidí por la última, porque creí
y sigo creyéndolo, que, si iba a presentar a una persona, por muy formal que fuese
el acto, antes debía conocerla personalmente.
Llamé por teléfono a Isidro y quedamos para tomar un café en el
restaurante Pizarro. Era la apacible mañana del 7 de abril cuando nos encontramos
en la terraza. A Isidro lo acompañaba su amigo Ángel. Nos saludamos y comenzamos
a hablar del asunto que nos había reunido.
Enseguida me di cuenta de que estaba ante una persona sencilla, humilde,
que confesaba que lo único que había hecho en su vida era enseñar: “Casi nada”,
dije para mis adentros.
Me contó que había impartido clases en Alcalá, a los alumnos y alumnas,
entonces mayoritarias, de los cursos de radiofonía. También había realizado la
tarea de enseñante en el entonces flamante Instituto de Alcalá. Me refirió que estuvo en el seminario sin el
cual nunca hubiera podido estudiar, como les ocurría a tantos otros de la
época.
Continuó contándome que durante un tiempo impartió clases cerca de
Jerez. Más tarde le surgió la oportunidad de ir a Sanlúcar de Barrameda, donde
las condiciones laborales eran más favorables. Allí impartirá además cursos de
verano para gente venida del norte. Con las oposiciones superadas, continuó su
tarea como docente. Así hasta su jubilación.
En otra faceta de su vida me cuenta que formó parte de la corporación
municipal durante dos periodos consecutivos en los primeros años de la
democracia. Fue concejal de cultura.
Lo
contó de pasada, como algo anecdótico, con la mayor naturalidad del
mundo, sin advertir que refería historia,
verdadera historia. En la actualidad se utiliza alegremente el adjetivo “histórico”
para cualquier nimiedad, entendiendo esta palabra con su significado más usado de “pequeñez”, de “insignificancia”).
Fue concejal de cultura, digo, y
fue en parte de este período cuando acompañó al profesor Marcos Ramos Romero en
la preparación del último libro editado sobre la historia de Alcalá, afirmación
comprobable y reconocida documentalmente en la Introducción de la primera
edición que tengo en mi casa de la obra “Alcalá
de los Gazules”., editada por la Diputación de Cádiz dentro de la colección
“Historia de los pueblos de la provincia de Cádiz”.
Me refirió la curiosidad de que
Marcos Ramos había sido antes su profesor en la preparación de su carrera y que
por esas casualidades de la vida se volvieron a encontrar por el acontecimiento
referido.
Pero ¿alguno de los aquí presentes puede imaginar cómo se generó ese
ambiente de conversación de toda la vida, como si se tratara de dos amigos que
se hubieran conocido desde siempre? Creo que nadie sería capaz de intuir de
dónde procedía esa concordia (en el sentido etimológico de “con corazones”, “el
estar conformes de un mismo sentir y padecer”.
Esa comunicación espontánea nació
sin duda de nuestro amor por el latín. Cuando nos encontramos, Isidro me comentó
que supo de mí, hace ya bastantes años, por un alumno de latín, el hijo de Ángel.
Me ilusionó encontrar a alguien a quien no tenía que convencer de la
importancia del estudio del latín, que no pensara ni por asomo que esa
actividad era absurda y una pérdida de tiempo. Disfrutamos hablando unos
minutos de esa lengua.
Pero además había otro elemento intelectual que nos identificó, se
trataba de nuestra estima por la lengua francesa. Dice el Diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española que “estima” es “la consideración y aprecio
que se hace de una persona o cosa por su calidad y circunstancias”. Ambos confirmamos
nuestro amor por la lengua de Molière con nuestros respectivos certificados de
B2.
Nuestro encuentro acaso duro poco más de media hora, pero hacía tiempo
que no pasaba un rato tan agradable y diferente.
Creo
que acerté al elegir la fuente de información directa, más que una fuente
resultó ser un hontanar de sensaciones positivas: agrado, afabilidad,
satisfacción, … porque uno descubre que en el mundo aún hay personas que
merecen la pena sean conocidas, por su humildad, por su sencillez, por su
naturalidad.
Para
esto también sirve San Jorge, para aproximarnos, para conocernos mejor.
En algunas ocasiones no se necesita más tiempo para que el
acontecimiento ocurra.
Quien es un buen conversador necesariamente tiene que ser un buen
orador. Escuchémoslo con la mayor atención. Quedémosnos con el pregonero de San
Jorge de este año de 2019, garantía de una deleitosa oratoria: Isidro Mateos Visglerio.
José Gutiérrez Domínguez.
PREGÓN DE SAN JORGE 2019
Isidro Mateos
Visglerio
Parroquia de
san Jorge mártir
Alcalá de los Gazules
Jueves, 25 de abril de 2019
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Quisiera adornar mis palabras
Con la elegante rima de unos poéticos
versos.
Quisiera decirlas
Con la pomposidad de una oratoria
solemne.
Como así, de verdad, lo intento.
Con deseos de acierto, con respeto.
Quisiera dejar muy claro
Que yo no he sido ni soy pregonero,
Que, aunque tampoco soy
escritor,
Sencillamente escribo lo que quiero.
Lo que me sale del alma y del corazón
Por lo que muero.
Quisiera guiar mi nave desconcertada
Y llegar con el deber cumplido a mi puerto,
Para poder sentirme alcalaíno,
Donde nací y me crié
Y donde me lacraron de su cuna el sello.
Y a la vez,
sanluqueño,
Donde trabajé
muchos años
Como profesor o
maestro.
Y chiclanero,
Donde vivo con
mis hijos
Y mi mujer
Bárbara Acedo.
Donde puedo
sentirme orgulloso
De ser, por qué
no, extranjero,
Al estar siempre
pensando
En regresar a mi
pueblo,
Con mis paisanos
y amigos,
A los que
quiero.
Buenas
noches.
¾
Sr. Cura Párroco de la Parroquia de San
Jorge Mártir.
¾
Sr. Alcalde y Corporación Municipal de
la muy noble, leal e ilustre ciudad
de Alcalá de los Gazules.
¾
Sres. Pregoneros de San Jorge.
¾
Queridos familiares, paisanos y amigos
todos.
Antes de
comenzar, vaya por delante mi agradecimiento al equipo de gobierno local por
otorgarme el honor de pronunciar el pregón de San Jorge 2019. Realmente siento
una gran satisfacción y un especial orgullo por el privilegio concedido.
Del mismo modo, quiero agradecer a Don José Gutiérrez Domínguez sus
palabras de presentación, especialmente porque me ha dado la oportunidad de
conocerle personalmente y así poder valorar sus magníficas cualidades como
persona y profesional de la enseñanza; también, porque coincidimos en la
importancia de mantener nuestra tradición humanista y el gusto por la lengua de
Virgilio o Cicerón; y además porque, siendo un erudito, es digno de admiración
por su sencillez y generosidad.
Al
amparo del patronazgo que nos protege, voy a expresarme hablando de mi gente,
de sus costumbres y tradiciones, mediante algunas de mis vivencias en el
pueblo, donde tuve la suerte de nacer.
Como
todos los neonatos de la década de los años 40, cuando yo vine al mundo en una
casa de la calle Ildefonso Romero, sin lugar a duda fui atendido en mi
nacimiento por la matrona Doña María Ulloa. Bueno, la llamaban
Dª María La Partera.
Más
tarde, siendo niño, me quedó la imagen y el recuerdo respetuoso de una mujer de
cierta corpulencia que, envuelta en un pañolón negro, entraba despaciosa pero
con presteza en un patio de la calle de Los Pozos, para atender a una
parturienta. Sus virtudes altruistas y generosas hicieron que fuera una mujer
muy querida por nuestros paisanos.
Como es de
suponer, no puedo recordar nada de mi bautizo, pero sí sé que recibí el
sacramento del bautismo de la mano del Padre Lara que, al derramar el agua
sobre mi cabeza, me imponía también los nombres de Jorge, María de los Santos.
Esta circunstancia la conocí después cuando estuve de amanuense en el archivo
parroquial.
Durante algún
tiempo, escribí muchas partidas de bautismos, de matrimonios y de defunciones.
En las actas bautismales, transcritas a los libros correspondientes, a todos
los niños, además del nombre elegido por la familia, el sacerdote celebrante
añadía siempre Jorge María de los Santos o María de los Santos Georgina, según
fuera varón o hembra.
Aunque no
recuerdo muy bien los años que estuve en la Miga y las actividades que allí
realizábamos, sí tengo en la memoria que yo asistí a la de Doña María García,
que estaba situada en el sobrado de la casa de la familia de los Jara. Se entraba por el callejón
Angostura que comunica la calle de Los Pozos con El Altillo. Allí íbamos con
nuestra sillita de enea y la pizarra, que en su marco de madera llevaba atados
el pizarrín y un trapo, algo humedecido, que servía de borrador. Imagino que en
la pizarra haríamos palotes o garabatos y trazaríamos también las vocales o los
primeros dígitos.
No recuerdo si
las Migas eran mixtas, o si se aprendían canciones o se contaban cuentos. Lo
cierto es que sirvieron de base para lo que después fueron las guarderías y hoy
son las escuelas infantiles.
Yo también
estuve en la escuela de Don Manuel Marchante, mi primer
maestro, que dirigía y enseñaba en la Escuela Nacional unitaria de Alcalá.
Quiero recordar que nos sentábamos en unos pupitres de madera pintados de
negro, con tres o cuatro plazas y donde había unos tinteros de plomo. Don
Manuel era un hombre mayor, de pelo canoso, vestido siempre de negro, con gafas
redondas, oscuras y de una miopía considerable. Mostraba siempre una compostura
seria y formal que imponía atención y respeto.
A mis seis años,
recuerdo a este maestro como el que me inició en la afición y el gusto por la
lectura, aunque en un principio teníamos que practicar con algún niño mayor de
la clase, para después pasar el examen lector en voz alta junto a su mesa. El
niño mayor, con el que yo practicaba la lectura, se podría decir mi instructor,
era Antonio
Ruíz, el hermano de Elena y Santos Ruiz.
Aunque había
nacido en la calle Ildefonso Romero o calle
Villabajo, mis padres se trasladaron a vivir a la calle de Los Pozos. Era
entonces esta calle una arteria importante de comunicación con los campos y
molinos de Patriste y las dehesas de los montes propios. Por su suelo empedrado de
guijarros y cantos rodados, que presentaba con las lluvias un aspecto bastante
irregular, pasaba con frecuencia la caballería mayor o menor de nuestros
hombres de campo, alguna vez un coche o una moto, y muchas veces los vecinos y
paisanos que iban o venían a los pozos -Arriba,
En medio o Abajo-, a la alameda o a los trabajos rurales. Era, pues, una
calle muy concurrida.
Nosotros, los
niños, llenábamos su pavimento de alegría y bullicio con nuestros juegos
infantiles. Aprovechábamos sus partes más uniformes y llanas para girar el
trompo, y los boquetes, como hoyos para jugar a las canicas. Había unos niños
más habilidosos que otros, a mí Antonio Valdivia siempre me ganaba,
porque tenía el hoyo “enriolado”,
además de una buena maña.
Las puertas de
las casas de los vecinos entreabiertas nos proporcionaban escondites en sus
patios de entrada, que olían a jazmín y a rosas o a pucheros y a papas fritas.
En las noches de verano, las mujeres sacaban las sillas a las casapuertas para
tomar el fresco y charlar o criticar a los viandantes. Es decir, los clásicos
cotilleos. Nuestros juegos de las noches (salto de la mula, policías y
ladrones, la bombilla, el pañuelo, etc.) terminaban siempre formando un corro
en el suelo y contando chistes o cuentos como descanso del ejercicio físico
anterior.
Recuerdo también
las obritas de teatro que escribíamos y representábamos en el patio de “Juana
la de Jacinto”, donde acudían otros niños para ver nuestra
representación entre las cortinas de sábanas remendadas y viejas, pero, eso sí,
blancas y escamondadas.
Me acuerdo con
especial cariño del día de mi primera comunión. Yo la hice cuando tenía 7 años.
Eran tiempos difíciles y no había una economía familiar saneada para hacer
gastos especiales. Así que, tanto el traje como el rosario y el librito eran
prestados. Me llamaba la atención el ayuno de cualquier alimento y agua que
había que guardar antes de comulgar.
Otro preparativo
era la estampita que se encargaba a la imprenta que representaba Rafael
el de Tejidos Alcalá. Después de la misa solemne y especial, como en casi
todas las casas, había un desayuno distinto al de diario: pan frito y
chocolate, o alguna magdalena y bizcocho cocido en el horno del Mauro
o las ruedas de tejeringos de Joaquina. Luego, todos estábamos
deseando recorrer las casas de los familiares y amigos para entregar los
recordatorios y recibir algunas monedas.
Terminábamos el
día con la foto de rigor. Ante un tapiz y una imagen del Niño Jesús, Ricardo
el retratista dirigía la sesión fotográfica haciendo que el modelo
mirara, sonriera o cambiara de postura.
Recuerdo a Ricardo como un fotógrafo callejero, con
su cámara alemana siempre colgada al hombro y preparada para captar y dejar
constancia de los mejores momentos de personas, reuniones o eventos. Tenía los
dedos y uñas de la mano de un color tabaco oscuro, quizás debido a los líquidos
empleados para el revelado en su laboratorio doméstico. Las imágenes, plasmadas en sus fotografías en
blanco y negro, nos trasladan ahora a otros tiempos, quizás llenos de distintos
sentimientos y emociones. Sin lugar a duda, Ricardo
era el historiador fotográfico de nuestra vida local.
En nuestra
niñez, formábamos parte también del grupo de los tarsicios. Don
José “El Secretario” nos reunía en uno de los salones de la Iglesia de
la Victoria, a donde por las tardes íbamos a rezar, cantar o recibir charlas de
formación humana y religiosa. Don José era un hombre carismático, sabía atraer
nuestra atención y curiosidad, además de motivarnos para las prácticas
piadosas.
En Semana Santa,
preparaba con tiempo una escenificación del Domingo de Ramos, que en su día se
llevaba a cabo recorriendo las empinadas calles del pueblo. No sé muy bien qué
criterios seguía Don José para elegir el papel principal, es decir, el de
Jesucristo, pero lo cierto es que yo tuve el honor de representar ese rol y me
vi recorriendo las calles de Alcalá, montado en un borrico y repartiendo
bendiciones entre palmas y ramos de olivos. “Pueri hebreorum portantes ramos olivarum.”
“Mi
infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...” decía el poeta
sevillano Antonio Machado.
También mi
infancia y adolescencia son recuerdos de un patio, del patio de la Victoria.
Entre sus muros y soportales, entre las neuronas de mis recuerdos, permanece el matrimonio formado
por Miguel
y María Ramos que asistían al Padre Barberá, el cura
que le puso letra al himno de la Virgen de los Santos “Madre buena, madre santa, ten de tu pueblo indulgencia...”
Entre sus muros
y soportales, también están los hombres de los cursillos de cristiandad, los
adoradores nocturnos, los tarsicios, el club juvenil que creamos Luis
Pizarro, Manolo Pazos y yo, entre otros; la subasta de los cuartos para
la romería y la octava, los talleres de costura y otras muchas actividades
parroquiales, culturales o profanas que se organizaban entonces.
Pero,
lo que con mayor intensidad se marcó en mi memoria fueron las visitas que
realizaba al patio el singular y conocido personaje, Juan Rarro, el hijo de Manolito
Cielo, el que pronosticaba el tiempo.
Mi
buen amigo de la infancia, Paco Teodoro, lo describía así:
“No recuerdo verle malhumorado,
La bondad de su rostro era notable,
Con la mirada pícara y amable
Balbuciendo un piropo enamorado.”
Juan entraba en el patio, todos los días a la misma
hora, y recogía colillas del suelo que cuidadosamente desmenuzaba y guardaba en
el bolsillo. Después con paso lento y arrastrando los pies, buscaba la escoba y
barría. Al pasar bajo los soportales y ver una llave de la luz, la arropaba con
sus descuidadas y arrugadas manos, como si fuera un micrófono, y rezaba y se
comunicaba con Dios.
En alto y con
una voz profunda y temblorosa, le pedía que lo llevara al patio de las malvas,
que ya estuviera harto de vivir, que quisiera morirse. Yo me acercaba
silencioso y le preguntaba qué era el patio de las malvas, y él, sorprendido de
que yo no lo supiera y mirándome fijamente con sus pequeños ojos saltones, al
rato me contestaba que era el cementerio.
Seguramente se
sentiría infeliz por ser el hazmerreir de todos, pero no cabía la menor duda de
que Juan Rarro era una persona
entrañable, sensible,
Porque marcaron
mi vida, no puedo olvidar mis años de Seminario. El Padre Quintero me eligió,
junto a otros cuatro compañeros, para hacer los estudios eclesiásticos en el
seminario de San Bartolomé. Otros cinco paisanos, mayores que nosotros, nos
habían precedido, pero finalmente sólo fueron tres del total los que se
ordenaron sacerdotes. Entre ellos, mi primo y amigo Paco Álvarez, al que
siempre tengo presente y recuerdo con especial afecto.
Él llegó a ser
un cura comprometido con la situación de entonces, sin dejar de ser siempre un
hombre muy religioso, ejemplar, cercano y amigo. Popi, como cariñosamente le llamábamos, fue un sacerdote de
profunda humanidad y sencillez evangélica, que supo sobrellevar su enfermedad
con dignidad y suma entereza. Nacido en Alcalá, paisano nuestro, también le
gustaban nuestras costumbres y nuestras cosas.
También recuerdo
con cierta añoranza la mañana del día de regreso al solar santo, después de unas vacaciones. Mi madre solía prepararme,
con esmero y como algo especial, un
candié, es decir, una yema batida con azúcar y un chorrito de vino dulce,
para después, acompañado por mi padre que me llevaba la maleta de cartón, ir al
Bar Dominguito y comer una torta de
Inés Rosales. Era la costumbre. Esto me daría fuerza para coger el autobús que
me llevaría a la capital. Entonces, el autobús, también llamado el correo, que conducía Velázquez y cuyo cobrador era Jorge el del correo,
tardaba casi dos horas en hacer el trayecto a Cádiz.
En el pregón
pronunciado por mi amigo Nicolás Toscano, nos mentaba como
los seminaristas, que se alternaban en el rezo vespertino del rosario, y como
los acompañantes del Padre Jesús Alcedo con el Camirro, la capilla misionera rodante.
Además, recordaba también nuestros paseos diarios a La Calderona para bañarnos en la alberca y el posterior descanso al
regreso en la fuente de la Salá,
durante las calurosas tardes del verano.
El agua de la Salá, de un extraño sabor salobre, corría cristalina y nos
refrescaba, aunque había que tener cuidado con las sanguijuelas, porque allí
también abrevaban muchas bestias. Pero, lo importante era que estábamos
disfrutando de un bien cultural, construido en la época romana y que seguía
dando utilidad después de varios siglos.
Efectivamente,
nos gustaba acompañar a este sacerdote, en sus desplazamientos a los cortijos y
gañanías alcalaínas, para atender a los habitantes del campo en sus necesidades
religiosas. Fue una experiencia edificante y formativa, porque pudimos conocer
a mucha gente de las distintas fincas del término municipal de Alcalá: El Rocinejo,
El Torero, El Puerto de La Pará, Las Viñas, El Búho o La Cañá de Medina.
Los
estudios eclesiásticos realizados en el Seminario de San Bartolomé me abrieron
las puertas para estudiar magisterio. Mi situación económica no me permitía
asistir a clase de forma oficial y tuve que hacer la carrera como alumno libre,
a la vez que trabajaba dando clases particulares.
Por
aquel tiempo, en la década de los 60, empezó a implantarse el bachillerato
radiofónico. El objetivo del mismo era atender la educación de los muchos
alumnos libres que surgían en los pueblos. Alcalá no podía ser menos y fueron
muchos jóvenes los que accedieron a este nivel de enseñanza y pudieron realizar
una carrera. Existían dos aulas regentadas por los maestros nacionales Don
José
Arjona y Don José Luis Fernández.
Este
semillero de alumnos, cuya mayoría eran mujeres, me permitió ejercer de un modo
prematuro mi futura profesión de maestro. El haber traducido a Horacio, Ovidio o Cicerón me permitió
dar clases particulares de latín,
asignatura obligatoria en el antiguo bachillerato.
En 1968 se
inauguró el curso escolar del Colegio Libre Adoptado “Sainz de Andino” en el
edificio de la OJE, donde hoy está instalado el consultorio médico, para
después pasar a la Casa de la Cultura. Recuerdo haber dado allí algunas clases
de Religión, sustituyendo al Padre Reverendo. Más adelante y ya
en el edificio actual, estuve durante dos cursos como maestro factótum. Lo mismo daba Trabajos
Manuales que Lenguaje u otras asignaturas que, por excesivo horario, no pudiera
atender el profesor titular.
Al formar parte
de los docentes del centro, tuve la oportunidad de conocer a la diligente y
afanosa directora, Dª Elena Toscano. Quiero expresar mi agradecimiento a
esta mujer y a su marido Don Diego Márquez, que fueron los
artífices de la formación académica de varias generaciones de jóvenes
alcalaínos. Su empeño y dedicación profesional hicieron que muchos alumnos
consiguieran el bachillerato para sus carreras universitarias o sencillamente
se prepararan con éxito para sus futuros trabajos profesionales.
Tengo que decir
también que no me disgusta que algunos de mis antiguos alumnos me recuerden
como un docente severo y exigente, porque les hacía memorizar las conjugaciones
verbales y las preposiciones o diferenciar la oración principal de las
subordinadas. Los examinadores del Instituto Isla Verde podrían comprobar más
tarde los buenos resultados. La enseñanza de entonces no era peor ni mejor que
la actual, sencillamente era distinta.
Este humilde poeta ha soñado
Con romeros haciendo el camino,
Con jinetes que van cabalgando
Y carretas de bueyes uncidos.
Con personas que vienen andando,
Con los padres que van con sus hijos.
Con mujeres que rezan cantando,
Y guitarras que llevan el ritmo.
Con algunos que vienen llorando,
Con ateos, agnósticos y críticos
Que reniegan la fe del cristiano,
Pero van con el mismo destino:
A la Virgen de Todos los Santos
Lleva
la ruta del peregrino.
Esta
noche, Señora,
He
soñado contigo.
La Virgen de Todos
los Santos. Creo que fue durante el verano del 64, cuando mis amigos Antonio
Lozano, Paco Teodoro y yo realizamos un entusiasta encargo del
historiador Don Fernando Toscano. Consistía en describir y transcribir
todos los cuadros exvotos que colgaban de las paredes del santuario,
aprovechando la limpieza a fondo de su interior.
Además de la
antigüedad de algunos de ellos (1758), al tenerlos en nuestras manos para su
descripción, pudimos comprobar, y así lo comentábamos, no sólo la simbología de
la devoción a nuestra patrona la Virgen de Todos los Santos sino también el
compromiso de mostrar, mediante una pintura, el agradecimiento por el milagro o
la gracia concedida.
No cabe la menor
duda de que tuvimos en nuestras manos la
mayor y más interesante colección de exvotos de Andalucía.
Porque también
aporté mi granito de arena y tuve algún protagonismo, no puedo pasar por alto
los albores del fútbol en el Alcalá de los años setenta.
Un grupo de
amigos, guiados por Juan Romero el de las Patatas, iniciamos esta aventura. Juan era un hombre que siempre estaba
dispuesto a llevar a cabo actividades musicales y deportivas. Nuestro objetivo
no era otro que ocupar las tardes de ocio de los domingos, durante la temporada
liguera, bien bajando al prado a ver el partido, bien acompañando al equipo
local en sus desplazamientos a los distintos pueblos de la provincia.
Lo teníamos casi
todo: jugadores, terreno de juego, trámites federativos, pero nos faltaba algo
tan importante como eran el vestuario y el vallado del campo. El empeño y la
implicación de muchos aficionados hicieron que, después de una primavera y un
caluroso verano y con la ayuda inestimable de Miguelón y los hermanos Manolo
y Alfonso
El Torero, tuviéramos el vestuario construido y el recinto deportivo
vallado con hincos, alambres y jérguenes. Nació así nuestro Club Polideportivo Gazul, que después
cambiaría su nombre por el de Atlético
Alcalá y que nos haría vivir grandes tardes futboleras.
En la misma
década de los setenta, viví con cierta incertidumbre, inquietud e ilusión las
tres etapas de la transición española: la reforma política, el referéndum de la
constitución del 78 y las primeras elecciones generales. Pero fueron mucho más
ilusionantes para mí las primeras elecciones municipales democráticas, que me
permitieron formar parte de la corporación municipal. Durante este periodo de
tiempo, además de otros acontecimientos, quizás por mi modesta aportación,
recuerdo con complacencia la inauguración oficial del campo municipal de fútbol
y la presentación de la Historia de Alcalá de los Gazules, escrita por mi
profesor del seminario Don Marcos Ramos Romero.
Tuve la dicha de
acompañar al historiador en muchas de sus visitas que previamente hizo a
nuestra localidad. Desde ir a ver los frondosos álamos y alisos, que vigilan y
refrescan las riberas del Rocinejo y los fresnos majestuosos, de cuya madera se
hacen los dornillos artesanos, hasta
el acebuche centenario del molino del Nogal;
desde las ruinas del castillo y la Laja de los Hierros hasta la ermita de los Santos; o desde el archivo
municipal hasta los domicilios de algunos paisanos que custodiaran cualquier
vestigio histórico por insignificante que fuera.
Hablamos sobre
el lugar de aparición del Bronce de
Lascuta, sobre las características y la evolución del latín arcaico en que
está escrito y sobre el sitio inmerecido en el que se encuentra dentro del Museo del Louvre.
Es digno elogiar
aquí las gestiones que está llevando a cabo nuestro alcalde para recuperar este
importante documento epigráfico romano. No sólo porque es la inscripción en
latín más antigua de la Península, sino por ser una prueba fehaciente de la
presencia romana en nuestro término municipal.
Era el día 3 de
abril de 1979, a veinte días escasos de la festividad de San Jorge, cuando
fuimos elegidos concejales. El concejal de Fiesta, Manolo Guerra, se
encontró con el gran inconveniente de no poder contar con el presupuesto
adecuado para su celebración. Así que nos pusimos manos a la obra y empezamos a
pedir la colaboración económica de los vecinos. Con el dinero recolectado entre
particulares y comerciantes, su delegación de fiesta pudo realizar distintas
actividades, llenas de participación y entusiasmo, que presagiaban para el
futuro otra manera de programar y vivir San
Jorge. Creo que se le debe a esta persona, afanosa, ocurrente y de gran
imaginación, el fomento y la popularidad de nuestras fiestas patronales.
Al encontrarme
hoy bajo la solemne imagen ecuestre de nuestro patrón, quisiera aprovechar la
oportunidad para dirigirme a él y formularle una especial oración de súplica:
“A ti, Mártir San Jorge, Patrón de Alcalá de los
Gazules, imploro tu mediación, en la celebración solemne de tu onomástica.”
Protégenos de todos los dragones
Que continuamente merodean a nuestro alrededor.
Del dragón del paro y del desempleo,
Que asola tanto a nuestro pueblo.
Del dragón de la droga y de la delincuencia,
Del dragón de la corrupción y de la mentira,
Del dragón de la violencia de género,
Del dragón del dolor en las enfermedades graves,
Del dragón de la incultura y la ignorancia.
Que haya
trabajo y prosperidad,
Que haya pensiones dignas para nuestros mayores.
Que cese la discriminación y reine la tolerancia.
Que se erradique la pobreza infantil,
Que haya igualdad y dignidad de las personas.
Que las fiestas patronales que desde hoy
comenzamos
Sean un ejemplo de hospitalidad y respeto.
Que tengamos una sana diversión
Y vivamos estos días
En alegre armonía y convivencia.
Otro lugar y
recuerdo de mis vivencias ha sido y sigue siendo también Patriste. Creo que es una de las zonas más atractiva, hermosa y con
encanto de Alcalá. Y ¿qué puedo decir de Patriste?
Patriste me trae recuerdos de peleas y escaramuzas entre
moros y cristianos. Paz triste, Pan triste.
Patriste me despierta, al amanecer de las mañanas
primaverales, con los trinos melodiosos del mirlo y del jilguero o del
ruiseñor, que canta entre los árboles de la orilla del río que discurre
bullicioso entre las piedras y cantos rodados.
Patriste me abre la Ruta
de los Molinos, que serpentea entre chaparros, acebuches y lentiscos, hasta
llegar a las cascadas de la Garganta del
Espino. Y cuando nuestro viento sopla fuerte, Patriste me enseña las barbas blancas y majestuosas del levante,
que respaldan y acarician las cumbres de la Sierra del Aljibe.
Patriste me sabe a buñuelos y a tortas fritas, a pan
moreno cocido en el horno de leña, a gazpacho caliente y a refrito de
espárragos, a caracoles y a tagarninas, a murtas, a peruétanos y a madroños de
la sierra.
Patriste me sabe a miel y a meloja, que producen las
abejas libando el néctar de las mil flores que visten sus campos en primavera:
las margaritas silvestres, los lirios azules, las zullas de color púrpura, las
jaras blancas o los jaramagos amarillos. Como diría el poeta de Moguer: Las florecillas rojas, celestes y gualdas.
Patriste me relaja por completo con la musicalidad y
armonía que lleva el agua, que corre cristalina por el cao, que antiguamente abastecía los molinos harineros.
Patriste rompe y raja el silencio de las noches otoñales
con los bramidos poderosos e imponentes de los venados en celo, empezando la
berrea.
Patriste me huele a humo, al humo blanquecino de la
madrugadora candela encendida con secas boñigas de vaca, para calentar agua en
la caldera de cobre o en el barreño de zinc, en algún día del invierno.
Así empezaban
entonces los preparativos de la matanza del cerdo, que se llevaba a cabo en el
ámbito rural. Casi todas las familias engordaban un lechón durante el año con
los desperdicios de la comida. Era una manera de aprovecharlo todo.
“Del cerdo hasta los andares” y “a todo cerdo le llegaba su sanmartín.”
A partir de esa fecha, se iniciaban los trámites de la matanza: el cebado final
en su alimentación y la preparación de los ingredientes para hacer las
morcillas, los chorizos, el lomo metío en manteca y la salazón del tocino.
Solía tener la
matanza una parte festiva a la que acudían muchos vecinos para ayudar y comer
el riguroso gazpacho caliente -cuchará y
paso atrás-. Y, sin lugar a duda, una parte económica, ya que todo se
aprovechaba para el posterior consumo doméstico. A mí, particularmente, me
llamaba la atención el que se ofreciera a los familiares y amigos el recordado presente, que consistía en una morcilla y algún trozo de carne y tocino.
Patriste me invita a visitar el molino del Nogal, por donde pasaba a diario “la entraña del PAN NUESTRO de cada día.”
Era una muestra de la pequeña industria rural del siglo pasado hasta la década
de los sesenta. La llegada de los motores de gasoil y eléctricos, además de la
crisis del campo, fueron las causas del abandono y posterior desmantelamiento
de los molinos que se encontraban en el sendero, que hoy lleva su nombre.
En el molino del
Nogal no sólo se molía trigo sino que
también se hacía pan. Todavía conserva, tras el paso del tiempo, la estructura
adecuada para llevar a cabo estas dos actividades.
Al entrar, se
oye el ruido del agua viajera que, bajando desde El Montero a través del arroyo de Patriste, y después de haber visitado los trece molinos anteriores,
se precipita por el cubo de presión hasta poner en funcionamiento el antiguo
mecanismo artesanal. El recuerdo y la imaginación, mezclada con la realidad, me
permiten ver los movimientos del rodezno y de la piedra volandera; la solera,
la cabria, el cernedor, la torva llena de granos de trigo y la harina blanca
cayendo al harnero o harinal.
Por otro lado, se conserva también la artesa
y el gran lebrillo esmaltado, donde se amasaba con los puños y se daba
continuas vueltas a la masa, para formar después las teleras y cocerlas en el
horno de leña. El pan moreno se vendía después a los carboneros, a los
corcheros y a los pastores de la Sierra del Aljibe, y a los hortelanos de las
huertas del Rocinejo. Pero,
Ya no muelen los molinos, ya no existen.
Sólo queda su estructura en la memoria.
La solera o la piedra volandera
Son las huellas, el vestigio de su historia,
Que recuerdan la molienda molinera
Y a la gente de los campos de Patriste.
Patriste me recuerda a Isabel García, mi abuela materna, la del
rancho de Visglerio, a mis suegros Juan Acedo y Antonia Costilla, a mi cuñado Tomás,
que vive en el Molino del Nogal, a Catalina Herrera, la del ventorrillo, al
maestro Torres, cosiendo las suelas de unas botas camperas, a Jacinto Cabrera, que a
sus noventa y pico de años todavía lleva su bastón de mando, a Manolo Hita y a Manolita Puerto, y a
muchas más gentes que poblaron sus campos e hicieron del cultivo de la tierra y
del pastoreo de sus animales, su estilo y medio de vida.
Patriste nos hace respirar aire puro, que nos renueva por
dentro, que nos libera de preocupaciones absurdas, que nos genera energía
positiva y nos transmite paz interior y seguridad.
Alguien dijo del
escritor Gerald Brenan “que echó a
los aires del mundo un águila llamada Alpujarra”, para significar que dio a
conocer La Alpujarra granadina a todo el mundo. Sin duda fue el mejor
extranjero que relató la España del siglo XX. Un gran hispanista.
Tras este
preliminar, me tomo la libertad de expresar aquí un agradecimiento especial a
una persona de pro, paisano nuestro, al que yo, haciendo el parangón con hispanista calificaría como “alcalaísta”, valga la expresión. Él es
un buen alcalaíno del siglo XXI, que está relatando nuestra historia local y
contemporánea de una manera plástica, gráfica y sencilla, pero a la vez
participativa, aportando toda la documentación necesaria, mediante las redes
sociales. Me refiero a Andrés Moreno Camacho.
Con estas
palabras quisiera grabar a fuego una placa virtual al creador y administrador
del Blog mialcalá, agradeciéndole la información sobre nuestras costumbres y tradiciones, que
continuamente nos aporta a los alcalaínos que estamos diseminados por todas
partes. Andrés nos aglutina manteniéndonos unidos en la distancia y poniéndonos
en contacto con nuestras raíces.
Mediante su Blog nos da a conocer puntualmente:
La cuidada
prosa, la esmerada preparación y la riqueza plástica de los pregones anuales de
La Semana Santa, de La fiesta de San Jorge, de La Feria y de la Romería de los
Santos.
La belleza y la
armonía, el ingenio y la sensibilidad, y por supuesto el talento y la
expresividad de los poemas escritos por Manolo Guerra, Paco Teodoro,
Paco Gil o Pepe Arjona.
Las
colaboraciones especiales, algunas llenas de sentimientos y recuerdos añorados,
de Juan
Galván, de Tomás Acedo o de
Juan
Leiva.
Las bien
documentadas y comentadas aportaciones históricas, siempre interesantes y
atractivas de Jaime Guerra o de
los hermanos Gabriel e Ismael Almagro.
Y no me puedo
olvidar de la colección de fotos de todos los eventos celebrados y
protagonizados por alcalaínos tanto dentro como fuera de Alcalá. Los de
Cataluña, los de Madrid y los antiguos alumnos del Convento que se concentran
todos los años con su apoyo y colaboración.
Andrés Moreno también se
ocupa de publicar todos los trámites de los recientes nombramientos de personas
de Alcalá, que son distinguidas por su prestigio personal, artístico o
carismático.
La distinción de Hijo Adoptivo al cantautor,
compositor y músico español Alejandro Sanz, por llevar siempre a
gala ser el embajador de lujo del pueblo más bonito de España. Últimamente nos
halagaba con estos bonitos y sentidos piropos: "Alcalá de los gazules...eres mi casa, mi hogar, mi abrazo del
alba, mi plaza alta de madrugá. Eres imán, me seduces, estuche de vida, máquina
de felicidad.”
El justo y merecido nombramiento de Hijo Adoptivo a nuestro estimado y
querido amigo Paco López. Para mí siempre, Paco el Maestro. Recordado maestro que fue paradigma humanista de
generosidad, de sencillez y de gran sensibilidad. “Hasta el mismo Jesucristo le gustaba que las gentes le llamaran el
Maestro.” En palabras de nuestro alcalde: “por su eterno agradecimiento a tanto esfuerzo y lucha desinteresada
por mejorar siempre la vida en nuestro pueblo.”
Y la meritoria designación de Hijo Predilecto al artista polifacético, escultor, pintor y escritor, nuestro
paisano y amigo Jesús Cuesta Arana. El
Consistorio supo valorar en su día "las
simpatías que despertaba este artista alcalaíno por su sencillez y
cercanía", además de los muchos méritos adquiridos en su larga y
dilatada trayectoria profesional.
Guardo gratos recuerdos de la infancia,
cuando Jesús nos deslumbraba dibujando en un santiamén lances taurinos o
modelando hábilmente con barro figuras de animales. Era la germinación de su
semilla artística, que nos viene dando selectos y abundantes frutos, no sólo en
la pintura y la escultura sino también en su “ars scribendi”.
Al recordar
estas merecidas distinciones y por coincidencia en el tiempo, cabe aquí también
hacer mención de nuestro paisano y amigo Manolo Caro, amante y virtuoso de la
guitarra, gran persona y buen poeta, que además siente pasión y entusiasmo por
la música. Vaya mi reconocimiento especial por sus apasionadas aportaciones
artísticas, por sus composiciones musicales, por su coro Amigos del Camino y por la creación de los Rangers, grupo que de algún modo formó parte de las manifestaciones
de la música pop en Alcalá.
Dedico las últimas palabras de este relato de vivencias a mi
primo Juan Coca y a mis tres cuñados, que nos dejaron
recientemente y que ya no están con nosotros. Pero viven en mi recuerdo, porque
fueron prototipos del afán de cultura, de la sencillez y del trato cercano,
valores que caracterizan por lo general a los alcalaínos.
A Juan
Coca, porque llevaba a gala haber conocido personalmente al poeta
marinero Rafael Alberti, al que acompañó en su primera visita, después
del exilio, a Alcalá de los Gazules, “la
del precioso nombre, alta maravilla torreada”. El portuense Carmelo
Ciria, amigo del poeta, diría después que a Rafael le gustaba nuestro
pueblo, porque su solo nombre ya era maravilloso.
También,
porque Juan tenía un espíritu
inquieto y aventurero, altruista y generoso, muy peculiar de nuestro ADN, que le llevó a la zona amazónica de
El Ecuador, para colaborar activamente en un programa de ayuda a una comunidad
indígena de la selva tropical. Allí, como recompensa a su jubilación, estuvo
trabajando durante un año inolvidable junto a Anita, su siempre adorada esposa. Era su asignatura pendiente, que obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude.
Desde
aquí levanto mi copa de vino chiclana para brindar con él y por él en
el Bar Dominguito, donde jugábamos al
dominó y donde muchas veces manteníamos interesantes conversaciones.
A Francisco
Hita, porque representaba el empeño y el disfrute que tenemos los
alcalaínos por la cultura. En cierto modo, era como el poeta pastor
Miguel Hernández. Francisco
también pastoreaba sus cabras, hacía apetitosos quesos y entre una cosa y otra,
dedicaba tiempo a la lectura para poder después tertuliar y conocer todos los
palos de una agradable conversación.
A Kiko
el de Lola, porque conocía todos los intríngulis de la vida diaria
alcalaína. En su pequeña tienda de buenos productos ibéricos, situada junto al
mercado de abastos y que hoy regenta mi cuñada Chari Acedo, los clientes
conversaban sobre los acontecimientos que sucedían a diario. Él era un buen
comunicador y sabía escuchar y mantener charlas amenas con ellos, mientras
esperaban ser atendidos en sus demandas de jamón o queso emborrado.
Y
a Vicente
Ruiz, porque conocía pelos y señales de todos los paisanos, ya vivieran
en Alcalá, ya estuvieran fuera. Tenía una memoria prodigiosa y recordaba
siempre todos los pormenores o circunstancias familiares de cada uno, que a su
vez adornaba con alguna anécdota o curiosidad ocurrida antaño.
Antes
de terminar, quiero decirles que efectivamente he sido el último del pelotón en
llegar a la meta de la Plaza Alta. Pero tengan la certeza de que no me han
faltado ganas ni empeño en hacer cuidadosamente los preparativos necesarios,
para poder correr esta carrera con el maillot gazul de la participación,
de la ilusión y del agradecimiento.
He hablado ya de mi gente,
De sus costumbres y tradiciones,
De todo lo que se siente
Al haber nacido y vivido,
Donde tuve la gran suerte,
Alcalá de los Gazules,
Muy Noble, Leal e Ilustre Ciudad,
Mi pueblo de siempre.
¡Que viva nuestro pueblo de Alcalá!
¡Que viva nuestro Patrón San Jorge!
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