Homenaje a
los apóstoles anónimos
Domingo 14 Tiempo
Ordinario. Ciclo C
Lectura breve, políticamente correcta (Lucas 10, 1-12)
En aquel tiempo, designó el Señor
otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos
y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
‒ La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies
que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino!
Mirad que os mando como corderos
en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os
detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid
primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará
sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y
bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios."
Quien conoce el evangelio de Mateo sabe que Jesús envió a
los Doce con instrucciones muy parecidas. Pero Lucas no habla de doce, sino de
setenta y dos (6 x 12: otro número simbólico). En su perspectiva, la misión no es obra de un pequeño grupo de selectos; si
el mensaje del evangelio se difundió por el imperio romano fue gracias a gran
número de personas anónimas, igual que ocurre en nuestros días.
Curiosamente, lo primero que deben
hacer los setenta y dos es rezar para que el Señor envíe operarios a su mies.
El tema empalma con el del domingo pasado, a propósito de los tres casos de
vocación. Jesús hablaba con tanta dureza que parecía no querer seguidores. Aquí
queda claro que son absolutamente necesarios y hay que pedir al dueño de la
mies que los envíe. El dueño de la mies no es Dios Padre, sino el mismo que
Jesús, que les ordena ponerse en camino. Con una advertencia y unas órdenes.
La advertencia: no van a una labor
fácil ni agradable. Van como corderos en medio de lobos. El peligro no es la
dentellada que provoca la muerte sino la que desprestigia y tira por tierra el
mensaje del evangelio. El imperio romano estaba repleto de grupos y
predicadores religiosos parecidos a muchos de los actuales que utilizan la
religión como forma de ganarse la vida. Por eso, la mejor forma de evitar las
dentelladas de los lobos es llevar una forma de vida totalmente pobre y austera:
No llevéis talega, ni alforja,
ni sandalias. La talega
hace referencia al dinero, la alforja al alimento, las sandalias al vestido.
Luego añade Lucas unas
palabras que sólo se encuentran en su evangelio: y no os detengáis a saludar
a nadie por el camino. Eso mismo le dijo el profeta Eliseo a su criado
Guejazí, un día que lo envió a una misión urgente (curar al hijo de la
sunamita). Lucas, que conocía el Antiguo Testamento de memoria, pensó que este
momento era el adecuado para poner en boca de Jesús las mismas palabras. La
misión de los discípulos es urgente, no se puede perder el tiempo charlando a
mitad de camino.
¿Qué hacer cuando llegan a un
pueblo o aldea? Jesús concede una importancia capital al alojamiento,
insistiendo en no cambiar de casa, ya que esto puede provocar muchos celos y
tensiones. Probablemente refleja su experiencia personal; y Lucas, la de los
primeros misioneros.
Las palabras siguientes resultan extrañas en este sitio: Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios." Los discípulos ya habían llegado a un pueblo y habían sido bien acogidos por una familia, que les da de comer. Si Lucas hubiera escrito con ordenador, quizá hubiera marcado bloque, cortado y pegado, cambiando el orden de las frases. O quizá no, porque este orden ilógico deja para el final, dándole mayor importancia, la misión de los discípulos: curar a los enfermos y anunciar la cercanía del Reino de Dios. Exactamente lo mismo que hacía Jesús.
Continuación, políticamente incorrecta (Lucas 10,17-20)
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios." Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.
[La liturgia omite la condena de Corozaín y Betsaida, dos ciudades galileas que no aceptaron a Jesús].
Los setenta y dos volvieron muy
contentos y le dijeron:
‒ Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó:
‒ Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
Lectura del
libro de Isaías 66, 10-14c
El texto, muy poético, puede
desconcertar al lector moderno. Por eso comienzo con dos aclaraciones:
1) Para un judío, Jerusalén
representa infinitamente más que para un católico Roma o el Vaticano. Desde el
siglo VI a.C. hasta el tiempo de Jesús, que fueron los siglos más duros en la
historia de Judá (dominio sucesivo de babilonios, persas, griegos y romanos),
la mayor esperanza se centraba en la gloria y esplendor de Jerusalén. El tema
aparece en numerosos textos proféticos y Salmos.
2) Jerusalén es representada
como ciudad y como madre. Como ciudad, quedó totalmente destruida después de la
conquista de los babilonios en el año 586 a.C. Como madre, se vio desprovista
de hijos, porque fueron deportados. Y los hijos, a su vez, están desprovistos
del alimento y el cariño de su madre.
En este contexto, el profeta
proclama su mensaje utópico, centrado en la vuelta de los hijos a su madre, la
mayor alegría para Jerusalén y el mayor consuelo para los desterrados. También
habla, en el centro, de la paz y la riqueza que inundarán la ciudad. Un mundo
maravilloso de alegría, consuelo, paz y esplendor.
¿Cómo se consigue? ¿Qué deben hacer los judíos? Según este poema, nada. Todo lo hace Dios. Es él quien hace derivar hacia Jerusalén la paz y la riqueza de las naciones; es él quien consuela. Es él quien manifiesta a sus siervos su poder (su mano), como dice la última frase del poema.
Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis,
alegraos de
su alegría, los que por ella llevasteis luto.
Mamaréis a sus pechos y os saciaréis
de sus consuelos,
y apuraréis
las delicias de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor:
«Yo haré
derivar hacia ella, como un río, la paz,
como un
torrente en crecida, las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas y
sobre las rodillas las acariciarán;
como a un
niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo,
y en
Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro
corazón,
y vuestros
huesos florecerán como un prado;
la mano del Señor se manifestará a sus siervos.
El contraste entre la lectura de Isaías y el evangelio
El mundo
utópico de Isaías, el esplendor de Jerusalén, se realiza sin esfuerzo alguno,
por pura obra de Dios. En cambio, el mundo utópico que predican Jesús y los
discípulos conlleva mucho sacrificio y esfuerzo. Además, es un mensaje que
puede ser rechazado, como le ocurrió al mismo Jesús en Corozaín y Betsaida.
Pero la última palabra es de victoria y esperanza: Satanás, símbolo de la
oposición al evangelio, cae del cielo como un rayo, mientras que los discípulos
triunfan sobre los espíritus inmundos y, sobre todo, sus nombres están escritos
en el cielo.
Además, y esta es la gran aportación de
Lucas, esos discípulos enviados a la misión no son un grupo de selectos. Todos
hemos conocido gente que nos ha hecho gran bien desde el punto de vista humano
y cristiano, que nos han anunciado el Reino de Dios. Y también nosotros hemos
llevado y debemos llevar adelante esa tarea, a veces dura, y muchas veces con
sensación de fracaso. Pero esto no es motivo para dejar de esperar en el
triunfo de la utopía.
Padre José Luis Sicre
Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura
por el
Pontificio Instituto
Bíblico de Roma
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