Los
reyes magos somos nosotros
Fiesta
de la Epifanía
El
autor del primer evangelio (el de Mateo), que probablemente reside en Antioquía
de Siria, lleva años viviendo una experiencia muy especial: aunque Jesús fue
judío, la mayoría de los judíos no lo aceptan como Mesías, mientras que cada
vez es mayor el número de paganos que se incorporan a la comunidad cristiana.
Algunos podrían interpretar este extraño hecho de forma puramente humana: los
paganos que se convierten son personas piadosas, vinculadas a la sinagoga
judía, pero no se animan a dar el paso definitivo de la circuncisión; los
cristianos, en cambio, no les exigen circuncidarse para incorporarse a la
iglesia.
Mateo prefiere interpretar este hecho como una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un relato que no debemos interpretar históricamente, sino como el primer cuento de Navidad. Un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales.
La estrella
Los antiguos estaban convencidos de que el nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III:
“Se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo” (Contra Celso I, 58ss).
Sin necesidad de recurrir a lo que pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición del Mesías.
El bueno: los magos
De
acuerdo con lo anterior, nadie en Israel se habría extrañado de que una
estrella anunciase el nacimiento del Mesías. La originalidad de Mt radica en
que la estrella que anuncia el nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá.
Pero la gente normal no se pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho
de astronomía. ¿Quién podrá distinguirla? Unos astrónomos de la época, los
magos de oriente.
La palabra “mago” se aplicaba en el siglo I a personajes muy distintos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes sobrenaturales, a propagandistas de religiones nuevas y a charlatanes. En nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior, como luego veremos.
El malo: Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas
La narración, muy sencilla, es una auténtica joya literaria. El arranque, para un lector judío, resulta dramático. “Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes”. Cuando Mt escribe su evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le llevó incluso a asesinar a sus hijos y a su esposa Mariamme. Si se entera del nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo mata.
Un cortocircuito providencial
Y se
va a enterar de la manera más inesperada, no por delación de la policía
secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habilidad
narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el
cielo y las estrellas. Omite su descubrimiento y su largo viaje.
La
estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se
advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y
religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento
más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar, y los magos se
ven obligados a entrar en Jerusalén.
Nada más llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. Una bomba para Herodes.
El contraste
Y
así nace la escena central, importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y
la consulta a sacerdotes y escribas. La respuesta es inmediata: “En Belén,
porque así lo anunció el profeta Miqueas”. Herodes informa a los magos y éstos
parten. Pero van solos. Esto es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autoridades
políticas y religiosas judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús.
Conocen la Biblia, saben las respuestas a todos los problemas divinos, pero
carecen de fe. Mientras los magos han realizado un largo e incómodo viaje,
ellos son incapaces de dar un paseo de nueve kilómetros. El Mesías es
rechazado desde el principio por su propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá
años más tarde.
Los magos no se extrañan ni desaniman. Emprenden el camino, y la reaparición de la estrella los llena de alegría. Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad (incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa de Herodes.
Los Reyes magos no son los padres, somos nosotros
A alguno quizá le resulte una interpretación muy racionalista del episodio y puede sentirse como el niño que se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten.
La mitificación de la estrella
La
estrella ha atraído siempre la atención, y sigue ocupando un puesto capital en
nuestros nacimientos. Mt, al principio, la presenta de forma muy sencilla,
cuando los magos afirman: “hemos visto salir su estrella”. Sin embargo, ya en
el siglo II, el Protoevangelio de Santiago la aumenta de tamaño y de
capacidad lumínica: “Hemos visto la estrella de un resplandor tan vivo en medio
de todos los astros que eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos
invisibles”. Y el Libro armenio de la infancia dice que acompañó a los
magos durante los nueve meses del viaje.
En tiempos modernos incluso se ha intentado explicarla por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno, ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la infancia? ¿Y cómo va a pararse una estrella encima de una cuna? Para Dios «nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites.
El número y nombre de los magos
En
el Libro armenio de la infancia (de finales del siglo IV) se dice: “Al
punto, un ángel del Señor se fue apresuradamente al país de los persas a
avisar a los reyes magos para que fueran a adorar al niño recién nacido. Y
éstos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses,
llegaron a su destino en el momento en que la Virgen daba a luz... Y los reyes
magos eran tres hermanos: el primero Melkon (Melchor), que reinó sobre los
persas; el segundo, Baltasar, que reinó sobre los indios, y el tercero, Gaspar,
que tuvo en posesión los países de los árabes”. Para Mt, el dato esencial es
que no son judíos, sino extranjeros.
Según Justino proceden de Arabia. Luego se impone Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce.
El contraste entre la primera lectura y el evangelio
La liturgia parece ver en el relato de los magos el cumplimiento de lo anunciado en el libro de Isaías (Is 60,1-6).
¡Levántate,
brilla, Jerusalén, que llega tu luz;
la
gloria del Señor amanece sobre ti!
Mira:
las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos,
pero
sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti.
Y
caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta
la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti;
tus
hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces
lo verás, radiante de alegría;
tu
corazón se asombrará, se ensanchará,
cuando
vuelquen sobre ti los tesoros del mar
y
te traigan las riquezas de los pueblos.
Te
inundará una multitud de camellos,
de
dromedarios de Madián y de Efá.
Vienen
todos de Saba, trayendo incienso y oro,
y proclamando las alabanzas del Señor.
Sin embargo, la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos, los judíos desterrados, la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él.
Padre José Luis Sicre
Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada
Escritura por el
Pontificio Instituto
Bíblico de Roma
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