viernes, 12 de diciembre de 2025

DOMINGO 3º DE ADVIENTO - ¿ESPERAMOS UN MESÍAS SALVADOR O UN MESÍAS JUSTICIERO?


¿Esperamos un Mesías salvador o un Mesías justiciero?

Domingo 3º Adviento. Ciclo A.

 

¿Una pregunta absurda? (Mateo 11,2-11)

            Eso diría la mayoría de los cristianos. Esperamos un Mesías salvador. Sin embargo, Juan Bautista, como vimos el domingo pasado, esperaba las dos cosas: un Mesías que respetara los árboles buenos y guardara el trigo en el granero, pero también que talara los árboles improductivos y quemara la paja. Un Mesías con el hacha y el bieldo. Y estaba convencido de que ese Mesías era Jesús. Sin embargo, cuando Herodes mete a Juan en la cárcel, las noticias que le llegan lo desconciertan.

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

            Jesús no está actuando como el Mesías justiciero. Pase que no vaya vestido, como él, con una piel de camello, ni se alimente de saltamontes y miel silvestre, pero no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de a dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.

            La respuesta de Jesús parece desconcertante porque repite lo que Juan ya sabe. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profe­tas.

"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abri­rán,

saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35,5)

"Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán,

despertarán jubilosos los que habitan en el polvo" (Is 26,19)

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren" (Is 61,1)

            A partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres.

            A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.

            El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:

-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.

            Estas palabras eran fundamentales para los cristianos del siglo I, teniendo en cuenta las posibles tensiones entre los discípulos de Jesús y los de Juan sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio. Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».

            Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.

Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora (Is 35)

            Los dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro, primero a Asiria, luego a Babilonia.

            La respuesta del profeta a los judíos desterrados en Babilonia es muy poética y de tremendo optimismo. El camino de miles de kilómetros hasta Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada en cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Pero el desierto se transformará en un vergel. Lo importante es que los viajeros se animen, convencidos de que Dios les ayudará a terminar felizmente su viaje.

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.

Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

            Hoy día hay millones de desplazados a causa de las guerras, del hambre, de las persecuciones de cualquier tipo. Pero el camino no se convierte para ellos en un vergel; generalmente tropiezan con una frontera cerrada y los detienen en campos de refugiados (más bien de concentración). La lectura de Isaías puede provocar en nosotros un rechazo por su ingenuo optimismo. O el deseo de comprometernos con esas personas y con la solución del problema.

Paciencia (Santiago 5,7-10)

            Los primeros cristianos también se vieron obligados a pasar del ingenuo optimismo (Jesús volverá pronto) a la realidad de su retraso. En esta circunstancia el autor de la carta de Santiago exhorta a la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas. «La venida del Señor está cerca», «el juez está ya a la puerta». La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los sufrimientos.

Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

Reflexión final

            El evangelio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe. Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas. El Adviento es un buen momento para pedir esa fe y no escandalizarnos de él.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

EDUCACIÓN DESDE LA INFANCIA

 De cómo el bienestar depende de la educación infantil

Félix Vázquez Casal

Educación desde la infancia

El niño y la niña de 0 a 6 años de edad

Madrid, Amazón, 2025

                            

Apoyándose en un análisis detallado y serio de las características psicológicas de los niños y de las niñas durante sus primeros seis años, y orientado por sus experiencias clínicas y pedagógicas, Félix Vázquez Casal, psicólogo y profesor, nos propone a los padres y a los maestros una serie de principios sólidos y de pautas concretas que nos sirven para asumir la “cultura del aprendizaje”, ese compromiso que nos obliga a seguir preparándonos para desarrollar unas tareas que exigen actualizar permanentemente los conocimientos y adquirir una mentalidad creativa desarrollando destrezas que nos ayuden a roturar nuevos caminos.  

Tras reconocer la importancia “decisiva” del nacimiento en el contacto directo con su madre y con su padre, desarrollado después en un ambiente familiar y social, explica con claridad cómo su educación ha de orientarse en el doble sentido personal y social. Frente a quienes creen que educar desde el nacimiento es demasiado pronto, muestra cómo, desde entonces, el bebé necesita las atenciones y los cuidados más básicos y el contacto físico y afectivo con su madre y con su padre.

A mi juicio, lo más importante de esta obra es la claridad con la que muestra cómo el punto de partida de la educación de las niñas y de los niños es la comprensión de los rasgos psicológicos que definen el modelo inédito de cada uno de ellos. Efectivamente, tanto los padres como los maestros debemos estar atentos para descubrir su personalidad mostrándoles, además de nuestro cariño, nuestro respeto a sus peculiares formas de interpretar la vida.  

Sus detallados análisis de la educación en un contexto de libertad con límites y como fundamento de la vida social, y las detalladas orientaciones de la educación de los niños por edades: de 0 a seis y a doce meses, de uno a dos, a tres, a cuatro, a cinco y a seis años nos proporcionan principios, criterios y pautas concretas para orientarnos en una de las tareas más importantes que debemos desarrollar como padres de nuestros hijos y como educadores de nuestros alumnos. No perdamos de vista que la niñez es una época decisiva en la salud mental, familiar y social de las nuevas generaciones. El lenguaje claro, el detallado análisis de los cambios que experimentan los niños y la consideración de las cambiantes situaciones a las que se enfrentan durante estos primeros y decisivos de sus vidas hacen de esta obra una guía práctica apoyada en los principios, criterios y pautas de una actualizada educación humana personal, familiar y social.    

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

sábado, 6 de diciembre de 2025

DOMINGO 2º DE ADVIENTO - UTOPÍA, ACOGIDA, CONVERSIÓN


Utopía, acogida, conversión.

Domingo 2º de Adviento. Ciclo A 

¿Cómo vivir el Adviento? Las lecturas nos sugieren tres posibilidades. No se trata de elegir la mejor, las tres deben compaginarse.

1. Utopía: la esperanza del paraíso (Isaías 11,1-10)

            ¿Alguien que vea al telediario o lea el periódico puede esperar que nuestro mundo se convierta en un paraíso? Más bien tiene motivos para desear que la situación no empeore. El autor del precioso poema que leemos hoy en primer lugar no vivió una época mejor la nuestra, sino mucho peor. A pesar de todo, mantuvo su fe en un futuro mejor.

            El domingo pasado, la primera lectura nos situaba en un mundo utópico sin guerras ni carrera de armamentos. Este domingo, nos habla de la utopía de la paz universal, simbolizada por la vuelta al paraíso. El poema de Isaías podemos leerlo como un tríptico.

            La primera tabla ofrece un paisaje desolador, parecido al de las ruinas de Ucrania y Gaza. El territorio de Judá es como un bosque arrasado y quemado después de la invasión y la guerra. Pero en medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David; el vástago, un rey semejante al gran rey judío.

            En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Sobre él vienen todos los dones del Espíritu de Dios y los pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

            La tercera tabla da por supuesto que el rey tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca, que se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey») como proponía el ideal de Gn 1,30. Como símbolo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

            Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.

2. Acogida (Romanos 15,4-9)

            León XIV, durante su visita a Turquía con motivo de los 1700 años del Concilio de Nicea, ha insistido en la importancia de la unión de los cristianos. Esa idea encaja perfectamente con la segunda lectura.

            Las primeras comunidades estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. Hoy día pueden darse problemas parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales. En este contexto, la lectura de Pablo nos exhorta a estar de acuerdo y acogernos mutuamente.

3. Conversión (Mateo 3,1-12)

            El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, que implica el doble aspecto de vuelta a Dios y cambio de vida, basándose en la predicación de Juan Bautista. Mateo divide el relato en dos partes.

            En la primera, Juan predica la conversión, pero añade como motivo la cercanía del reinado de Dios, tema que será fundamental en la predicación de Jesús. Un mensaje exigente pero muy positivo, bien acogido por la gente.

            En la segunda, los protagonistas son los fariseos y saduceos, representantes de las autoridades judías opuestas a los cristianos. A ellos Juan se dirige de forma insultante (“camada de víboras”) y con tono amenazador. El hacha está dispuesta a cortar el árbol que no dé buen fruto, y no les servirá de nada decir que pertenecen al pueblo elegido, que son hijos de Abrahán. Incluso cuando habla del personaje superior a él, no dice simplemente que bautizará con espíritu santo, sino con espíritu santo y fuego, porque separará el trigo de la paja y ésta la quemará en un fuego inextinguible.

            Este pasaje nos obliga a examinar si producimos buenos frutos o si nos refugiamos en la cómoda confesión de que somos cristianos, católicos, y no necesitamos convertirnos. Por otra parte, plantea la duda de si Jesús actuará de esa forma terrible que anuncia Juan Bautista. La respuesta a esta pregunta la ofrecerá el evangelista más adelante.

Reflexión final

            Como en un concurso deberíamos preguntarnos: ¿cuál de las tres propuestas me resulta más fácil? ¿Practicar buenas obras? ¿Acoger a los que son distintos, a los que me resultan molestos por cualquier motivo? ¿Mantener una actitud de esperanza, de fe en un mundo mejor? A la inversa, podemos preguntarnos cuál de las tres me resulta más difícil. Esta sencilla reflexión puede ayudarnos a vivir la próxima semana de acuerdo con el espíritu del Adviento.

 

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J,

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

COSAS QUE HE APRENDIDO DE GENTE INTERESANTE

Respuestas claras a preguntas interesantes 


Miguel Ángel Quintana Paz

Cosas que he aprendido de gente interesante

Filosofía, Política y Religión

Barcelona, Deusto, 2025

                                                       

         En esta obra, Miguel Ángel Quintana Paz, profesor, investigador y columnista, nos plantea unas interesantes cuestiones filosóficas, religiosas, económicas y sociales actuales, que responden a esas preguntas sobre la vida que nos hacemos muchos lectores de diferentes edades, creencias y tareas profesionales. Parte del supuesto de que, en cualquier caso, la vida humana es un quehacer complejo que requiere permanentes análisis, “porque –explica- es algo más que un muro de Facebook en el que pulsar Me gusta o Me enfada”. Y es que, efectivamente, el curso de la vida, como todos sabemos, siempre va hacia adelante y en serio, aunque estas obviedades las empecemos comprender “demasiado tarde”.

¿Merece la pena que gastemos energías si, al final, ni en este ni en otro mundo, alcanzaremos recompensas? o “aunque no mejoren las cosas concretas, ¿de veras que no cambia nada de tu vida al cumplir con tu deber? ¿Es racional que nos sintamos orgullosos de nuestro país? ¿Es verdad que la izquierda tiene mayor sensibilidad que la derecha? ¿Cabe hablar de un ecologismo conservador? ¿Son los cristianos mejores personas?

A estas y a otras cuestiones interesantes y actuales nos responde de manera clara Miguel Ángel Quintana Paz apoyándose en sus lecturas de filósofos como Platón, Aristóteles, San Agustín, Plotino, Hobbes, Nietzsche o Hobbes, de políticos como Galileo, Montesquieu, Marx, Camus, Gramsci o Cassirer, y de religiosos como Jesús de Nazaret, San Pablo, el papa Francisco o Hans Küng.

Con un lenguaje claro y directo, esta obra, oportuna y estimulante, nos proporciona una serie de ideas que nos estimulan para que cuestionemos unos planteamientos que en la actualidad gozan de aceptación generalizada en los discursos filosóficos, políticos, religiosos, sociales, pedagógicos y periodísticos como, por ejemplo, “empatía”, “consenso”, “diálogo” y “valores”. En mi opinión, constituye, además, una invitación para que todos nos replanteemos el uso de palabras que poseen múltiples y, a veces, opuestos significados. A mí me ha resultado interesante y oportuna.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 28 de noviembre de 2025

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO - QUÉ Y CÓMO DEBEMOS ESPERAR

 

Qué y cómo debemos esperar

Primer domingo de Adviento.

Ciclo A

 

Los textos bíblicos de los cuatro domingos de Adviento no constituyen propiamente una preparación a la Navidad, sino una introducción a todo el nuevo año litúrgico. Por eso abarcan etapas muy distintas: 1) lo que se esperó del Mesías antes de su venida; 2) su nacimiento; 3) su actividad pública, y las reacciones que suscitó; 4) su vuelta al final de los tiempos. Estas cuatro etapas se mezclan cada domingo y resulta difícil relacionar las distintas lecturas. Si buscamos un elemento común sería el tema de la esperanza: ¿qué debemos esperar?, ¿cómo debemos esperar?

1. ¿Qué debemos esperar? La utopía de la paz universal                              

            La primera lectura (Isaías 2,1-5) responde a una de las experiencias más universales: la guerra.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos.

Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.»

Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.  No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.

            Israel debió enfrentarse desde su comienzo como estado a pueblos pequeños, a guerras civiles y a grandes imperios. Pero no sólo los israelitas era víctimas de estas guerras, sino todos los países del Cercano Oriente, igual que hoy día lo son tantos países del mundo.

            Podríamos contemplar este hecho con escepticismo: el ser humano no tiene remedio. La ambición, el odio, la violencia, siempre terminan imponiéndose y creando interminables conflictos y guerras. Sin embargo, la lectura de Isaías propone una perspectiva muy distinta. Todos los pueblos, asirios, egipcios, babilonios, medos, persas, griegos, cansados de guerrear y de matarse, marchan hacia Jerusalén buscando en el Dios de Israel un juez justo que dirima sus conflictos e instaure la paz definitiva.

            El texto de Isaías une, lógicamente, la desaparición de la guerra con la desaparición de las armas. En este contexto, hoy día es frecuente hablar de las armas atómicas, los submarinos nucleares, los drones de última generación. Sin embargo, la ONU advierte que en el mundo circulan mil millones de armas de fuego, que causan innumerables muertos.

            Esta primera lectura bíblica nos anima a esperar y procurar que un día se haga realidad lo anunciado por el profeta: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

2. ¿Cómo debemos esperar? Vigilancia ante la vuelta de Jesús (Mateo 24,37-44)

            La liturgia da un tremendo salto y pasa de las esperanzas antiguas formuladas por Isaías a la segunda venida de Jesús, la definitiva. En el contexto del Adviento, esta lectura pretende centrar nuestra atención en algo muy distinto a lo habitual. Los días previos al 24 de diciembre solemos dedicarlos a pensar en la primera venida de Cristo, simbolizada en los belenes. El peligro es quedarnos en un recuerdo romántico. La iglesia quiere que miremos al futuro, incluso a un futuro muy lejano: el de la vuelta definitiva de Jesús, y la actitud de vigilancia que debemos mantener.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

            La actitud de vigilancia queda expuesta en dos comparaciones, una tomada del Antiguo Testamento, recuerda lo ocurrido en tiempos del diluvio; la segunda, tomada de la vida diaria, presenta al dueño de una casa que desea defender su propiedad contra los ladrones. El mensaje es el mismo: estad en vela.

            Ambas comparaciones insisten en que la venida del Hijo del Hombre será de improviso e imprevisible; no habrá ninguna de esas señales previas que tanto gustaban a la apocalíptica (oscurecimiento del sol y de la luna, terremotos, guerras, catástrofes naturales).

            Las dos exhortan a la vigilancia, a estar preparados, pero no dicen en qué consiste esa vigilancia y preparación; se limitan a crear un interés por el tema. Esta falta de concreción puede decepcionar un poco. Pero es lo mismo que cuando nos dicen al comienzo de un viaje en automóvil: «ten cuidado». Sería absurdo decirle al conductor: «Ten cuidado con los coches que vienen detrás», o «ten cuidado con los motoristas». El cristiano, igual que el conductor, debe tener cuidado con todo.

3. ¿Cómo debemos esperar? Disfrazarnos de Jesús (Romanos 13,11-14)

Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.

            Pablo parte de la experiencia típica de las primeras comunidades cristianas: la vuelta de Jesús es inminente, «nuestra salvación está más cerca», «el día se echa encima». El cristiano, como hijo de la luz, debe renunciar a comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, riñas y pendencias. Es el comportamiento moral a niveles muy distintos (comida, sexualidad, relaciones con otras personas) lo que debe caracterizar al cristiano y como se prepara a la venida definitiva de Jesús. Ese pequeño catálogo podría haberlo firmado cualquier filósofo estoico. Pero Pablo añade algo peculiar: «Vestíos del Señor Jesucristo». Esto no es estoico, es típicamente cristiano: Jesús como modelo a imitar, de forma que, cuando la gente nos vea, sea como si lo viese a él. Creo que Pablo no tendría inconveniente en que sus palabras se tradujesen: «Disfrazaos del Señor Jesucristo». Comportaos de tal forma que la gente os confunda con él. Buen programa para comenzar el Adviento.

Reflexión final

Las lecturas de este domingo pueden fomentar, más que la esperanza, la desilusión. Si finalmente se firma paz en Ucrania, no faltarán otros iluminados que provoquen nuevas guerras. A mucha gente le interesa más la misión Artemis que la segunda venida de Jesús. Y la radio y la televisión harán propaganda en los próximos días de las cenas navideñas y de los regalos que debemos comprar. A pesar de todo, el cristiano, como Abrahán, debe «esperar contra toda esperanza».

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

 

AMBICIÓN MORAL

 Llenar el tiempo y emplear los saberes en mejorar nuestro mundo

 

Rutger Bregman

Ambición moral

Barcelona, Península, 2025

                                                     

Vivir humanamente no es sólo alargar la vida añadiendo minutos a los minutos, sino, además, trabajar para construir una existencia personal y social digna, un yo más completo y un nosotros más hermanados. Es llenar el tiempo de valores y el espacio de alicientes gratificantes, es saciar las hambres hondas que no siempre las notamos. En esta obra se denuncia la convergencia que existe entre las crisis que asolan nuestra civilización actual y la crisis de la conciencia moral que, además de ser una de las más graves, es una de las causas principales de muchas actitudes desesperanzadas.

Por eso, a mi juicio, es oportuna esta obra en la que Rutger Bregman nos explica de manera clara y convincente que, además de "sobrevivir" o "supervivir", debemos "vivir" humanamente. Denuncia que estudiar, trabajar, descansar, leer, escribir, luchar, ganar o perder, para lograr sólo beneficios personales sin tener en cuenta el bien común, no es vivir como seres humanos. Demuestra que desperdiciamos el talento cuando no lo ponemos al servicio del bien común. Explica con exhaustivas estadísticas cómo la vida humana, frente a la de las plantas y a la de los animales, se debería caracterizar por la ambición moral, por el deseo de hacer del mundo un lugar mejor. Nos ofrece “la ambición moral” como la medicina capaz de “hacer del mundo un lugar decididamente mejor”.

En mi opinión, el valor más importante de esta obra oportuna es la claridad con la que muestra cómo vivir humanamente es sentir con todos los sentidos y, además, amar, esperar y soñar. Está dirigida a todos nosotros y, en especial, a los que, creyéndose unos privilegiados, no advierten que sus cualidades físicas y mentales, la fuerza de los músculos de sus brazos o la originalidad de sus ideas publicitarias carecen de valores humanos si no contribuyen de manera directa al bienestar de la mayoría, a quienes desperdician el tiempo y las energías por no ser conscientes de que la vida humana es demasiado importante y demasiado breve. 

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

viernes, 21 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXIV - SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

 

Solemnidad de Cristo Rey

Domingo 34 Ciclo C

 

Inicialmente esta fiesta se celebraba el domingo anterior a la de Todos los Santos (1 de noviembre). La reforma del Concilio Vaticano II decidió cerrar el año litúrgico con esta festividad, para subrayar la victoria final de Jesús.

David, el rey salvador (2 Samuel 5, 1-3)

            La primera lectura sólo se comprende recordando los acontecimientos previos. Años atrás, el primer rey israelita, Saúl, ha muerto luchando contra los filisteos. Le ha sucedido un hijo bastante inútil, Isbaal, y el poder se concentra en las manos del general Abner. Pero tensiones internas y externas llevarán al asesinato de Abner y, más tarde, de Isbaal. Las tribus del norte, sin rey ni general, se sienten desconcertadas. Y consideran que la única solución es ofrecerle el trono a David, que ya es rey de Judá desde hace siete años. Y se dirigen a la que entonces era capital de Judá, Hebrón (Jerusalén todavía no había sido conquistada).


En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:

            ‒ Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."

            Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

            Nosotros leemos estas palabras sin darle especial importancia. Pero el que los del norte vengan a buscar la salvación en el rey del sur era entonces algo inaudito, que sólo se explica por la necesidad urgente de un rey que los salve.

Jesús, ¿un rey incapaz de salvar? (Lucas 23, 35-43)

            Los contemporáneos de Jesús también esperaban un rey con capacidad de salvar. La lectura del evangelio de hoy lo deja muy claro. Las autoridades, los soldados, uno de los malhechores crucificado con Jesús, lo repiten hasta la saciedad. Pronuncian los mayores títulos: Mesías de Dios, Elegido, rey de los judíos, Mesías. Pero sólo están dispuestos a aplicárselos a Jesús si se salva a sí mismo, o, como dice el otro crucificado, «sálvate a ti mismo y a nosotros». La sorpresa aparece al final, en la petición del buen ladrón.

            En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:

            ‒ A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.

            Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:

            ‒ Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

            Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.»

            Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

            ‒ ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.

            Pero el otro lo increpaba:

            ‒ ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.

            Y decía:

            ‒ Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

            Jesús le respondió:

            ‒ Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.

            El evangelio de san Juan pone en boca de Jesús, durante el juicio ante Pilato, las palabras: «Mi reino no es de este mundo». Y eso mismo dice aquí, no Jesús, sino el que conocemos como «el buen ladrón». El reino de Jesús no se realiza en este mundo, no es aquí donde realizará obras portentosas para que la gente lo acepte como rey. Su reino se encuentra en una dimensión distinta, en la que entrará a través de la muerte. Por eso, el buen ladrón no pide que lo salve. Sólo pide un recuerdo: «acuérdate de mí».

            A lo largo de su vida, Jesús escuchó muchas peticiones: de leprosos que deseaban ser curados, de ciegos y cojos, de padres de niños difuntos, de discípulos asustados por la tormenta… Pero esta resulta la petición más bella y más sencilla: «Jesús, acuérdate de mí». El buen ladrón pide muy poco. Pero hace falta una fe profundísima para creer que ese ajusticiado, al que todos rechazan y del que todos se burlan, dentro de poco será rey, y que un simple recuerdo suyo puede traer la felicidad. Así ocurre en la promesa que Jesús le hace: «hoy estarás conmigo en el paraíso».

            «Acuérdate de mí» y «estarás conmigo» son las dos caras de una misma moneda, de la intimidad plena entre el rey y su súbdito, más satisfactoria que todas las prebendas y beneficios mundanos que regalan otros reyes.

Jesús, mucho más que rey (Colosenses 1,12-20)

Si los presentes junto a la cruz negaban la realeza de Jesús, Pablo, sin llamarlo “rey”, habla de su reino y coloca a Jesús por encima de todo lo imaginable en cielo y tierra. La lectura podemos dividirla en dos secciones.

En la primera, se da gracias a Dios por un regalo inimaginable. Imaginemos que somos ciudadanos de un país pobre, miserable, sin futuro; de repente, nos conceden la ciudadanía de un país maravilloso, el pasaporte para entrar en él, e incluso nos llevan en avión en primera clase. Eso es lo que ha hecho Dios con nosotros: del mundo de las sombras y del pecado nos traslada al reino de su Hijo querido.

La segunda parte resulta difícil entender si no se conoce la situación de los cristianos de Colosas (en la actual Turquía). ¿Era Jesús superior a los semidioses tan venerados por el pueblo: tronos, dominaciones, principados, potestades? ¿Se extendía su dominio a los seres visibles e invisibles, al pasado y al futuro, al ámbito de los muertos? Preguntas que pueden parecernos trasnochadas pero esenciales para ellos. Pablo responde situando a Jesús por encima de todo lo imaginables en cielo y tierra, pero sin olvidar la realidad de su muerte en cruz.

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Nota sobre el sentido originario de la fiesta

Cuando Achille Ratti fue elegido Papa en febrero de 1922 y tomó el nombre de Pío XI, tenía la experiencia reciente de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa. Pocos meses después, en octubre, Mussolini organizaba la marcha sobre Roma, que llevaría al triunfo del fascismo. Un año más tarde (8 de noviembre de 1923) Hitler intenta un golpe de estado en Múnich. Pío XI, alarmado por las tensiones crecientes en Europa y en todo el mundo, piensa que la única y verdadera solución a los problemas de tipo social, político, económico, es atenerse al mensaje del evangelio. Si Cristo fuese el rey de este mundo, muy distintas serían las cosas. Entonces instituyó esta fiesta, aprovechando que en 1925 se cumplían mil seiscientos años del concilio de Nicea, que proclamó la realeza de Cristo al añadir al credo apostólico las palabras: “y su reino no tendrán fin”.

            Ha pasado un siglo. El lenguaje, como tantas cosas, ha cambiado; las verdades profundas, no. No creo que muchos católicos se animen a decir hoy día que la solución a los problemas que afectan al mundo actual sea Cristo Rey. Pero sí debemos estar dispuestos a defender los valores evangélicos del amor al prójimo, especialmente al más necesitado, de reconocernos todos como hermanos, hijos del mismo Padre, de la compasión, la justicia, la paz.

 

 

Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

SANGRE - HISTORIA ÍNTIMA Y CULTURAL

 Un órgano corporal y un símbolo religioso, social y político


Mar Gómez Glez

Sangre

Historia íntima y cultural de un fluir constante

Barcelona, Ariel, 2025                                       

 

El cuerpo humano y cada uno de sus miembros y de sus órganos han sido descritos en todas las culturas como soportes de significados que tratan de explicar quiénes somos, qué somos y cómo somos. Los seres humanos, como es sabido, somos simbólicos y necesitamos símbolos “vivos” con los que definir nuestras peculiares maneras de interpretar nuestras vidas. Es comprensible, por lo tanto, que, además de describirlo con estudios anatómicos y fisiológicos, tradicionalmente también se haya interpretado mitificado y sacralizado por poetas, filósofos y teólogos. 

Esta obra sobre la sangre, escrita por Mar Gómez Glez, es, al mismo tiempo, serio, detallado, claro y bello. Sus destinatarios son los profesionales de la medicina, los poetas, los teóricos, los historiadores, los críticos literarios y, además, todos los que estamos interesados en conocer las diferentes interpretaciones que se siguen haciendo de este fluido que es vital y misterioso.

Explica con detalle y con claridad cómo, junto al corazón, ha sido el órgano más presente de nuestro cuerpo. Nos recuerda cómo ha sido valorado en la tradición judeocristiana, y describe sus significados sociales y hasta políticos. Por supuesto, descubre y profundiza sus usos literarios y estéticos, sin olvidar “la más violenta de las actividades humanas: la guerra, donde más sangre se pierde”.

Además de explicar con claridad las razones de sus valores fisiológicos y la importancia de sus análisis clínicos para diagnosticar las diversas enfermedades, evoca la imagen del vampiro usada metafóricamente por Marx para describir al capital. A mi juicio, la importancia de esta obra clara y amena, a pesar de su rigor, es útil para los profesionales de la medicina que se sienten llamados a explicar a los pacientes las dolencias y las terapias, es esclarecedora para los teóricos e historiadores del arte y de la literatura, y, además, altamente instructiva para los lectores interesados en conocer el funcionamiento y los significados de nuestros órganos corporales vitales.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura


viernes, 14 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXIII - EL FIN DEL AÑO Y EL FIN DEL MUNDO

 

El fin del año y el fin del mundo

Domingo 33 Ciclo C

 

Para la Iglesia, el año litúrgico no termina el 31 de diciembre sino a finales de noviembre. De ese modo puede reservar cuatro domingos antes del 25 de diciembre para celebrar el Adviento, que forma ya parte del nuevo ciclo. El último domingo del tiempo ordinario (34) se dedica siempre a celebrar la fiesta de Cristo Rey. Y el penúltimo (33) a recordar el fin del mundo y de la historia. Algo que puede parecer bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura, pero que fue esencial para los primeros cristianos y que ofrece materia interesante de reflexión.

Del entusiasmo ingenuo a la esperanza apocalíptica

La gran tragedia experimentada por el pueblo judío a comienzos del siglo VI a.C. (deportación a Babilonia, destrucción de Jerusalén y de su templo, pérdida de la independencia) provocó al cabo de unos años un florecimiento de profecías que anunciaban la vuelta de los desterrados, la prosperidad y esplendor de Jerusalén, la gloria futura del pueblo de Dios. Los profetas rivalizaban por ver quién anunciaba un futuro mejor. Y la gente, durante siglos, alentó esas esperanzas. Hasta que la realidad se impuso, dando paso a una gran decepción: ni independencia, ni riqueza, ni esplendor. La decepción fue tan fuerte, que algunos grupos vieron la solución en la desaparición del mundo presente, radicalmente malo, y la aparición de un mundo futuro maravilloso, del que sólo formarían parte los buenos israelitas. La primera lectura de hoy lo afirma con toda claridad.

Primera lectura (Malaquías 3,19-20a)

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir ‒dice el Señor de los ejércitos‒, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

            En este breve pasaje, lo único que precisa comentario es la metáfora final. Para nosotros, «un sol de justicia» es un sol terrible, del que buscamos refugio bajo cualquier sombra. Pero este no es el sentido aquí, sino todo lo contrario: «un sol salvador, que nos salva con sus rayos». ¿De dónde viene esta extraña metáfora? Probablemente de Egipto, inspirándose en la imagen del sol alado, que representa su acción benéfica sobre todo el mundo. 

El cálculo del momento final y las señales

            Ya que la mentalidad apocalíptica considera inminente el fin del mundo, desea calcular el momento exacto en que tendrá lugar y las señales que lo anunciarán. Las dos preguntas que formulan los discípulos a Jesús en el evangelio de hoy recogen muy bien ambos aspectos: ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Para la mentalidad apocalíptica, cualquier acontecimiento trágico, sobre todo si era de grandes proporciones, anunciaba el fin del mundo. Por eso, en el evangelio de este domingo, cuando los discípulos oyen anunciar la destrucción de Jerusalén, inmediatamente piensan en el fin del mundo.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.  Jesús les dijo:

‒ Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

Ellos le preguntaron:

‒ Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?

            El peligro de esta mentalidad es que resulta estéril. Todo se queda en cálculos y señales, sin comprometerse con los problemas del mundo que nos rodea. Y eso es lo que pretenden evitar los evangelios sinópticos cuando ponen en boca de Jesús un largo discurso apocalíptico, que la liturgia mutila abundantemente (en nuestro caso, los 29 versículos de Lucas 21,8-36 quedan reducidos a los doce primeros; menos de la mitad).

La respuesta de Jesús

Él contestó:

‒ Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

Luego les dijo:

            ‒ Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

            Las palabras de Jesús recogen un buen catálogo de las señales habituales en la apocalíptica: 1) a nivel humano: guerras civiles, revoluciones y guerras internacionales; 2) a nivel terrestre: epidemias y hambre; 3) a nivel celeste: signos espantosos.

            Pero nada de esto anuncia el fin del mundo. Antes, y aquí radica la novedad del discurso, ocurrirán señales a nivel personal y comunitario: persecución religiosa y política, cárcel, juicio ante tribunales civiles; incluso la traición de padres y hermanos, la muerte y el odio de todos por causa de Jesús. Esta parte abandona la enumeración de catástrofes apocalípticas para describir la dura realidad de las primeras comunidades cristianas. En todas ellas habría algunos juzgados y condenados injustamente, traicionados incluso por sus seres más queridos. Sólo dos frases alivian la tensión de este párrafo tan trágico.

            La primera resulta casi irónica, pero no lo es: Así tendréis ocasión de dar testimonio. La persecución, la cárcel y los juicios injustos no se deben ver como algo puramente negativo. Ofrecen la posibilidad de dar testimonio de Jesús, y así lo interpretaron los numerosos mártires de los primeros siglos y los mártires de todos los tiempos.

            La segunda alienta la confianza y la esperanza: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Más bien habría que decir que perecerán todos los cabellos de vuestra cabeza, pero salvaréis vuestras almas, que es lo importante.

            Si siguiésemos leyendo el discurso, todo culminaría en la aparición de Jesús, «el Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria». Es el sol del que hablaba Malaquías, que ilumina y salva a todos los que creen en él.

Frente a la curiosidad, testimonio

            Las lecturas de este domingo corren el peligro de ser interpretadas en el Primer Mundo como mero recuerdo de lo que ocurrió entre los primeros cristianos. Muy distinta será la interpretación de bastantes iglesias africanas y asiáticas, que se verán muy bien reflejadas y consoladas por las palabras de Jesús. También nosotros debemos recordar que, sin persecuciones ni cárceles, nuestra misión es aprovechar todas las circunstancias de la vida para dar testimonio de Jesús.


Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.

Doctor en Sagrada Escritura por el

Pontificio Instituto Bíblico de Roma

El tiempo que hará...