Tres
lectores para una boda
Domingo 2º del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
Para la mayoría de los católicos, sólo hay una fiesta de Epifanía, la del 6 de enero: la manifestación de Jesús a los paganos, representados por los magos de oriente. Sin embargo, desde antiguo se celebran otras dos: la manifestación de Jesús en el bautismo (que recordamos el domingo pasado) y su manifestación en las bodas de Caná.
En
aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la
boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No les queda
vino." Jesús le contestó: "Mujer, déjame, todavía no ha llegado
mi hora." Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que él
diga."
Había
allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los
judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: "Llenad las
tinajas de agua." Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó:
"Sacad ahora y llevádselo al mayordomo." Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los
sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio
y le dijo: "Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
Imaginemos tres posibles lectores de este relato.
El cristiano sencillo y benévolo
El relato no le plantea problemas, le gusta. Le gusta que lo primero que hace Jesús en su vida pública no sea irse al desierto a ser tentado por Satanás (como cuentan Mateo, Marcos y Lucas) sino asistir a una boda, con los cinco discípulos que ya le acompañan. Le gusta que esté presente su madre y le divierte la pelea entre madre e hijo, porque él, por mucho que proteste, termina haciendo lo que ella quiere. Aunque hay que reconocer que exagera, porque seiscientos litros de vino son demasiados litros; además, de excelente calidad, como afirma asombrado el mayordomo. El lector sencillo está de acuerdo en que este milagro revela la gloria de Jesús y comprende que los discípulos creyesen en él. Lo único que no le gusta del todo es que al final no vuelva a mencionar a la madre de Jesús, que es, en realidad, quien lo obligó a hacer el milagro.
El creyente crítico
Está básicamente de acuerdo con el cristiano sencillo, pero le gustaría que el evangelista hubiera tratado con más detalle algunas cuestiones. ¿Por qué no llama a María por su nombre y se limita a hablar de “la madre de Jesús”? ¿Quiénes son los que se casan y por qué han invitado a la boda a ella, a Jesús y a sus amigos? Caná está muy cerca de Nazaret, a doce kilómetros, pero los de Caná dicen que “de Nazaret no puede salir nada bueno”. Debe de ser una familia especial, en buenas relaciones con los nazarenos, al menos con la familia de Jesús; y ser muy rica, porque en la casa hay seis tinajas de unos cien litros cada una (¿para qué querrán tanta agua?) y en la boda cuenta con un mayordomo y sirvientes. En cuanto a la falta de vino, le extraña que sea María quien se da cuenta, no el mayordomo; y que ella quiera que la gente siga bebiendo y fuerce a Jesús a resolver el problema. Una mujer sensata preferiría que bebiesen agua. Lo de la conversión del agua en vino prefiere no pensarlo demasiado. Algunos químicos dicen que eso es imposible, a pesar de que muchas bodegas los hacen continuamente. ¿Y cómo se enteran los discípulos de que Jesús ha hecho el milagro? ¿Lo ha contado el mayordomo? El evangelio termina diciendo que sus discípulos creyeron en él, pero no dice nada del mayordomo, ni del novio (la novia no tiene voz ni voto) ni de los invitados, que se bebieron el vino. ¿También ellos creyeron en Jesús? Al final, el creyente crítico se lía la manta a la cabeza, acepta el milagro y le pide a Dios que aumente su fe en Jesús, como hizo con los discípulos.
El conocedor del Antiguo Testamento
Comparte
la fe del cristiano sencillo y comprende las preguntas del creyente crítico, a
las que intenta ofrecer alguna respuesta.
Empezando
por el principio, los evangelios no son biografía de Jesús, no pretenden contar
con detalle todo lo que hizo y dijo. Lo que consideran secundario lo omiten
tranquilamente. ¿Qué más da que el novio se llamase Isaac o Zacarías, fuera
sobrino de María o amigo de José, que ya habría muerto porque no asiste a la
boda?
A María no la llama por su
nombre, sino por su título de “madre de Jesús”, igual que “la madre del rey”
era el mayor título de una mujer en el reino de Judá. Y destaca, con cierto
humor, su papel fundamental en este primer milagro de Jesús. A su petición, él
responde mala manera, poniendo una excusa de tipo teológico: “todavía no ha
llegado mi hora”. Pero a María le traen sin cuidado los planes de Dios y la
hora de Jesús cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Y está tan
convencida de que Jesús terminará haciendo lo que ella quiere que así se lo
dice a los criados.
Juan es el único evangelista que pone a María al pie de la cruz, el único que menciona las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De ese modo, abre y cierra la vida pública de Jesús con la figura de María. Cuando pensamos en lo que hace en la boda de Caná, debemos reconocer que Jesús nos dejó en buenas manos.
Pero es también
muy importante el simbolismo de la boda y del vino.
Para los autores bíblicos, el matrimonio es la mejor imagen para simbolizar la relación de Dios con su pueblo. Precisamente porque no es perfecto, porque se pasa del entusiasmo al cansancio, se dan momentos buenos y malos, entrega total y mentiras, el matrimonio refleja muy bien la relación de Dios con Israel. Una relación tan plagada de traiciones por parte del pueblo que terminó con el divorcio y el repudio por parte de Dios (simbolizado por la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia). Pero el Dios del Antiguo Testamento podía permitirse el lujo, en contra de su propia ley, de volver a casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de Isaías:
“Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a
llamar el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.
La primera lectura, tomada también del libro de Isaías, recoge este tema en la segunda parte.
Por
amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa
la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos
verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y
diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Para el evangelista, la presencia de Jesús en una boda simboliza la boda definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad inquebrantables.
En cuanto al simbolismo del vino, otro texto del libro de Isaías habría venido como anillo al dedo:
“El Señor de los ejércitos prepara para todos los
pueblos en este monte
un festín de manjares suculentos, un festín de
vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”.
Este es el vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este banquete no se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un banquete para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad.
Tercera epifanía
El final del evangelio justifica por qué se habla de una tercera manifestación de Jesús. “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.” Ahora no es la estrella, ni la voz del cielo, sino Jesús mismo, quien manifiesta su gloria y hace que los discípulos crean en él. Al final del cuarto evangelio se dice: “Todo esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios y creyendo en él tengáis la vida eterna”. En la boda de Caná se pone la primera piedra de esa fe que nos salva.
Padre
José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor
en Sagrada Escritura por el
Pontificio
Instituto Bíblico de Roma