Salomón, el joven rico
y los discípulos
Domingo 28 Ciclo B
Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la
de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras
preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los
discípulos, que renuncian a todo para seguirle.
1.
Salomón: la sabiduría vale más que el oro
El libro de la Sabiduría se escribió en
el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no
lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser
Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al libro.
Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que
Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la
derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo.
Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas
palabras en boca del rey:
7 Supliqué y se me concedió la
prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
8 La preferí a cetros y
tronos,
y en su comparación tuve en nada la riqueza;
9 no le
equiparé la piedra más preciosa,
porque todo el oro a su lado es un poco de arena,
y, junto a ella, la plata vale lo que el barro;
10 la quise
más que a la salud y la belleza
y me propuse tenerla por luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
11 Con ella me vinieron todos
los bienes juntos,
en sus manos había riquezas incontables.
2. El
joven rico: la riqueza vale más que Jesús
El relato ofrece
detalles curiosos, típicos de la forma de contar de Marcos. Se acerca uno
«corriendo», «se arrodilla», lo llama «maestro bueno» (provocando cierto
malestar en Jesús), formula su pregunta, Jesús «lo mira con cariño». Al final,
el individuo «frunce el ceño» y se va triste. El protagonista, antes de
formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá
también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no
se aplica en Israel a ningún maestro (Strack-Billerbeckx sólo recoge un ejemplo
del siglo IV d.C.).
Cuando se
puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
‒ Maestro bueno, ¿qué he de
hacer para heredar vida eterna?
Jesús le respondió:
‒ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno
fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio,
no robarás, no perjurarás, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él le contestó:
‒ Maestro, todo eso lo he cumplido
desde la adolescencia.
Jesús lo miró con cariño y le
dijo:
‒ Una cosa te falta: anda, vende
cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo.
A estas palabras, el otro frunció
el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.
La pregunta
El problema que le
angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para
entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra
expresión judía de la época, "formar parte de la vida futura" o
"del mundo futuro"; lo que muchos entre nosotros entienden por
"salvarse". Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto
del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y
desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos
imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para "salvarse", las
respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida le hicieron
sus discípulos al rabí Eliezer (hacia el año 90) y les respondió: "Procuraos
la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a
la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los
sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así
conseguiréis la vida del mundo futuro".
La respuesta de Jesús
Jesús,
antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso
precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por
entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado
por error cristológico).
Luego
responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos
ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no
defraudarás», que no está en el decálogo.
Lo curioso
es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que
podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de
Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para
Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse»
basta portarse bien con el prójimo.
Cuando el
protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con
cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en
esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús,
de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los
pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.
La reacción del rico
Entonces es
cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta
actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados),
pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.
No
es lo mismo salvarse que entrar en el reino de Dios
Mientras el
rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el
problema de los ricos.
Jesús miró
en torno y dijo a sus discípulos:
‒ Qué difícil es que los ricos entren en el
reino de Dios.
Los
discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió:
‒ ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un
camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de
Dios.
Ellos
quedaron espantados y se decían:
‒ Entonces ¿quién puede
salvarse?
Jesús se
les quedó mirando y les dice:
‒ Para los hombres es imposible,
no para Dios; todo es posible para Dios.
Las
palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren
una aclaración. Entrar en el
reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado
claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico
o pobre. Entrar en el Reino de Dios
significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y
permanente con la persona de Jesús en esta vida.
Ante el
asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa
comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media
comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría
en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación
sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús
expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la
comunidad cristiana.
¿Por qué se espantan
los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién
puede salvarse?; 2) ¿cómo vamos a subsistir?
En el primer caso, los
discípulos reflejarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de
Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?
En el segundo caso,
los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsistir si no entran
ricos en ella que pongan sus bienes a disposición de todos.
En cualquier
hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por terminado
el tema.
3. Los discípulos: Jesús vale más que todo
Pedro
entonces le dijo:
‒ Mira,
nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Contestó
Jesús:
‒ Todo el
que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y
por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y
hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo
futuro vida eterna.
La intervención de
Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los
discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido».
Ahora quiere saber qué les tocará.
La
respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia
total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá
su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en
padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta
vida, Mc añade «con persecuciones».
Decía
Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los
discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.
Reflexión y advertencia
Este pasaje
del evangelio sólo tiene en cuenta dos posturas extremas: la del rico que
conserva sus bienes y no sigue a Jesús, y la de los discípulos que lo siguen
renunciando a todo. ¿No cabe un término medio? Otros relatos evangélicos y las
cartas del Nuevo Testamento dejan claro que sí. Marta, María, Lázaro, José de
Arimatea, Nicodemo… forman parte de la comunidad cristiana sin renunciar a
todos sus bienes ni seguir a Jesús físicamente. Sin embargo, el evangelio de
este domingo no pretende ofrecer ese término medio, sino animar al seguimiento
de Jesús renunciando a todo.
Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma