Puñetas
En la actualidad, esta palabra es un vulgarismo que se usa,
ordinariamente, en su sentido metafórico y dentro de esas expresiones
coloquiales que pronunciamos cuando estamos hartos o irritados, como, por
ejemplo “vete a hacer puñetas”, “hacerle a uno la puñeta”, “ir a la gran
puñeta”, “el puñetero niño este”, “puñetería” o, simplemente, la exclamación “¡puñetas!”.
“Mandar a uno a hacer puñetas” o “enviarlo a paseo” es mucho más que
rogarle que nos deje en paz o pedirle que pare ya de molestarnos: es exigirle
que desista de estorbarnos o de entorpecernos. Inicialmente era una forma suave
de invitarlo a distraerse con una tarea menos molesta para nosotros y más
entretenida para él. “Hacer la puñeta” es molestar, fastidiar, importunar, irritar
o mortificar; es descentrar nuestra atención, desviar nuestro interés,
interrumpir una tarea o romper un proyecto. “Ir a la gran puñeta” es marcharse
lejos, tan lejos como la está “gran China”, por ejemplo, y “puñetera” es la
persona que, sin ser cruel, perversa ni violenta, nos resulta “jartible” o nos
da el “coñazo padre” en un momento determinado. “Puñetería” es un objeto
enojoso o una acción molesta. “¡Puñetas!” es una interjección con la que
expresamos sentimientos de admiración, de sorpresa o de enojo.
Recordemos que las “puñetas” son unos “puños”, unas bocamangas -las
partes de una prenda que rodea las muñecas- de encajes que llevan los trajes
académicos, las togas de abogados, de fiscales y de magistrados, y los hábitos
corales de los canónigos y de los beneficiados catedralicios. Pero el “puño”,
literalmente hablando, es la mano cerrada y, metafóricamente, la parte por
donde se coge el bastón o el paraguas.
Esta palabra es una de las que poseen mayores
derivados en nuestra Lengua Española. Algunos de ellos nos resultan evidentes
como, por ejemplo, en “puñado” -la
porción de algo que cabe en un puño-; “puñal” -un arma corta, de acero, que
hiere con la punta-, “puñetazo” -es un golpe con el puño-, “empuñar” -coger por
el puño un instrumento o un arma-. Otros derivados, como “pugnar” -rivalizar,
competir, pelear, luchar o combatir-, “púgil” -el que pelea, lucha o combate-
e, incluso, “impugnar” -refutar o rebatir-, “propugnar” -defender, patrocinar o
amparar- y “repugnar” -sentir aversión, repeler o dar asco- derivan también de
la misma palabra latina, “pugnus”, que dio nuestro castellano “puño”.
Recordemos también esa imagen tan repetida en nuestro lenguaje coloquial
como “meter en un puño” que, como nos dicen los diccionarios, significa “confundir,
asustar, aterrorizar y oprimir psicológicamente a una persona”. Julio Cejador y Frauca
(Zaragoza, 1864 - Madrid, 1927), en su obra Fraseología
o Estilística Castellana (1923), explica que esta expresión metafórica
quiere decir “atemorizar, dominar o avasallar tanto, que el otro se abata, se
achique o se aoville, de tal forma que pueda caber en el puño del que lo
atemoriza o lo oprime”.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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