U N D I A
E N M A T A R O
En el
otoño del año
1987 , me telefoneó mi
amigo y paisano Antonio Pizarro
Medina , diciéndome que se
encuentra en Barcelona con
su esposa Mercedes . Me
dice que viene
a hacerse una
revisión médica en la Clínica
Quirón y estará
unos días en
la ciudad; que le
gustaría saludarme .
Contento de oír su
voz, le pregunté por
el hotel en
el que se alojaba,
y me dirigí con Pepita a
buscarles. Antes llamé a
Currito Romero y su esposa Silveria Pacheco, que por aquel tiempo vivían en
Barcelona; ciudad a la que Seat, de la que Curro era directivo, había trasladado la dirección
general. Los cité en el hotel, y nos encontramos en la recepción a los pocos
minutos. Tras los saludos cariñosos de
Antonio y Mercedes, salimos a pasear por la
Ciudad Condal.
Cenamos en el
Restaurante Oliveta; ubicado en mi barrio del
Pueblo Seco, junto al Paralelo; propiedad
de un paisano de Medina Sidonia. Después de cenar estuvimos viendo el
espectáculo de “El Molino”.
Mientras
cenábamos, les pregunté qué querían hacer el día siguiente, sábado. Antonio nos dijo que le
haría ilusión ir a Mataró, donde vive Juan
Llaves, su amigo de la infancia al que hacía muchos años que no veía. Contaba de Juan que
era muy buena persona y que además había
jugado muy bien al fútbol, junto a Curro
y el mismo. Yo lo recordaba muy vagamente,
no así a sus hermanos Paca
y Pepe el
ciego, a los
que tenía frescos
en la memoria .
Con aquella capacidad que tenía para recabar la
atención de las gentes, nos hizo pasar
un rato delicioso hablándonos del Regina
CF y otras cosas que contaba. Han pasado los años y aún lo recuerdan en el restaurante. Montó una gorda.
Todas las mesas pendientes de él.
Afirmaba que el Regina había sido lo más grande
que existió en la historia futbolística de nuestro pueblo.
Explicaba innumerables hazañas
inventadas (¿te acuerdas Curro cuando. . .? )
del club que presidía Juanito Parra y en el que había jugado junto a Curro. Lo mejor de lo mejor de los años
cincuenta. Nombraba la alineación
completa del equipo, que bajo la batuta del gran Mena, la pulga de Jerez; Paco de portero, Gabriel
Puerto, Jorgito Armario, Carlos Cordero y Fernández, Velázquez y otros más que
no recuerdo; quizás Bellido; habían deleitado a los aficionados
al fútbol de la época. Con el recordado don
Arsenio y su paraguas, vigilando la actuación arbitral desde la
banda. No faltó el recuerdo de El Remache.
Sabía que
estaba gravemente enfermo, pero eso no mermaba
su enorme sentido del humor y su simpatía; siempre gesticulante y exagerado, pero con una mímica graciosísima y
entrañable.
Juan Llaves
vivía en Mataró, pero no teníamos más datos. Conduciendo Curro, nos dirigimos
Antonio, Mercedes y yo hasta la capital
del Maresme. Por aquel tiempo yo era
responsable de la Casa de Andalucía de Barcelona, y tenía a muchos conocidos que eran
directivos de peñas y hermandades andaluzas de los pueblos barceloneses; por lo que sugerí acercarnos a
una de estas entidades a preguntar por socios alcalaínos. Al llegar
a la ciudad Antonio Pizarro recordó que tenía la dirección de Diego Acedo
Puerto, un querido paisano que vive en
Mataró con su familia.
Encontramos
con facilidad el domicilio de Diego. Quiero recordar, el tiempo difumina las cosas, que era una planta
baja, amplia, limpia y ordenada, con
losas blancas y negras en el suelo. Me encontré con una simpática familia que olía
a Alcalá. Estaban en la casa Diego y dos
señoras, una de ellas su esposa y la otra creo
que sería la hermana de ella por el gran parecido físico que tenían;
a los tres los recordaba de la calle de
Los Pozos de mi infancia. Estaban también sus hijos, simpáticos y guapos,
reconocí también a la hija mayor de mi
etapa en el pueblo. No sé por qué, me pareció
aquella familia muy nuestra; aquella casa parecía un trocito de Alcalá en Cataluña.
Tras el
hallazgo del paisano Diego, ya fue fácil encontrar la pista de Juan Llaves. Nos marcaron en un
plano la plaza del Molino, en la que estaba el bar Ceuta; centro de encuentro
de nuestros paisanos en las horas de
descanso. Al entrar en el establecimiento,
dos personas que reconocieron a mis acompañantes se levantaron y
vinieron a saludarnos. Al parecer Juan Llaves se encuentra enfermo e ingresado. Pero se corrió la noticia de
nuestra llegada y en pocos minutos había
más de cincuenta personas nacidas en Alcalá, llenando el bar hasta los topes; a
rebozar que diría un castizo.
Buen ambiente.
Yo no conocía a nadie, pero traté de saber
quienes eran. Se empezó a oír algún
¡viva Alcalá!, mezclado con
los vivas a la Señora de los Santos, nuestra patrona bendita.
Antonio estaba
contento y quiso que su visita fuera
recordada. Empezó a cantar canciones futboleras, y otras propias de nuestro pueblo. Después pidió que le trajeran
una botella de anís y un cuchillo
metálico; y tras subirse encima de una mesa, empezó a dirigir al coro improvisado que cada vez se
hacía más numeroso, con la participación
entusiasta de los vecinos del barrio.
Ante la cantidad
de público, no se cabía en el local, decidimos
trasladar la mesa-escenario a la plaza .
Recuerdo a Pizarro
subido a la mesa, con la botella de anís
y el cuchillo percutor en las manos,
dirigiendo al personal, desde su altura.
Artista completo. El lo hacía todo, dirigía, tocaba, cantaba y ponía orden. Todos los alcalaínos rodeando a la
figura; como una aguerrida cohorte romana protegiendo a su César. Detrás los vecinos del
barrio, que se encontraron, sin esperarlo, con un espectáculo de Fiesta Mayor. Y de verdad, aquello
era una espléndida fiesta.
Se solicitó silencio
y Antonio anunció que iba a recitar un
poema que había escrito para homenajear
al gran torero Paquirri, que había muerto en Pozoblanco pocos años antes.
Con una voz trágica, y potente, que le salía
del estómago; encogiéndose de dolor su cuerpo
alto mientras recitaba sus versos; en la noche se oía
volar un eco lúgubre y sentido por la muerte del maestro entre los cuernos de Avispado. Alargaba los versos atrayendo
al numeroso público con gestos y golpes rítmicos en la botella
de anís (Fran--cis--co Riverassssssss, Paquirriiiissssssssss)
lo que provocaba un intenso murmullo y afirmativos gestos de cabeza, de una
audiencia totalmente entregada y compungida; triste por la muerte del torero, y por la soledad de la cupletista que quedaba viuda
y sola en la vida. Hasta tres veces tuvo que repetir el poema
a petición popular. Con la plaza llena de
devotos seguidores e iluminada ya eléctricamente.
En medio de una ovación unánime; que Antonio, con los brazos en alto y aplaudiendo a su vez a
los paisanos y audiencia en general; agradecía
complacido y feliz, desde su mesa-escenario. Más de una lágrima rodó sobre las caras
de hombres y mujeres, que reaccionaron con
nuevos vítores a Alcalá y la Virgen de los
Santos. Triunfo apoteósico de Antonio Pizarro Medina en la Plaza del Molino de Mataró.
No hay carteles
que lo atestigüen, ni videos que ofrezcan las
imágenes; pero está en la memoria de muchos alcalaínos, yo uno
de ellos, la tarde que una plaza catalana fue un enclave gaditano. Allí se olía a churros de Joaquín, a los molletes
calentitos de Juan Panera y a los ricos gazpachos calientes de mi querido Manolito Jara en el
pozo antiguo, del patio de la ermita. Esas cosas que son nuestras, y solo nuestras; aunque nos guste compartirlas
con todo aquel que se acerca a
nosotros como hombre decente y solidario.
El tiempo que
viva, recordaré siempre aquella tarde que
Antonio Pizarro Medina, de Alcalá de los Gazules; como reza en su tarjeta de visita, que conservo; salió a hombros
de una plaza bonita catalana. Era otoño, tiempo de vendimia y de octava en la ermita
de los Santos; cuando el “duende” caprichoso,
se quiso pasear por esa placita de un pueblo
del litoral catalán barcelonés.
Francisco Teodoro Sánchez
Vera
Cuaderno “Gente
que yo conocí” - 2006
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