Como reconocen nuestros visitantes, nuestra Ciudad posee unas condiciones
naturales y unas características urbanas excepcionales para vivir confortablemente
y para convivir apaciblemente. Ya es sabido que el paisaje es una realidad
física y una representación cultural que confiere unas dimensiones y unos significados
peculiares a las acciones que los seres humanos protagonizamos en ellos. En varias ocasiones hemos explicado cómo, a
nuestro juicio, los mares que confluyen en nuestra Bahía, en este nudo de
conexiones marítimas y de relaciones territoriales, contribuyen a formar el talante abierto
y, al mismo tiempo, acogedor y cordial de muchos de sus habitantes.
También hemos señalado la intensa influencia de los vientos, no sólo en
nuestros hábitos biológicos sino también en nuestros pensamientos, en nuestras
emociones, en nuestras actitudes vitales y en nuestros hábitos sociales.
Esta privilegiada situación geográfica y esta herencia del peculiar
urbanismo constituyen una llamada de atención para que los consideremos como un
patrimonio que, además de disfrutarlo, hemos de cuidar para rentabilizarlo y
para legarlo en las mejores condiciones posibles a las generaciones venideras.
Las luces, los colores, los
olores e, incluso, los sabores tan peculiares de nuestras calles y de nuestras
plazas, pueden verse afectados gravemente si no los tratamos, por ejemplo, como
las habitaciones, los patios o los pasillos de nuestras propias viviendas.
Sin dejar de apoyar los pies en
el terreno de nuestra realidad, los gaditanos, además de exigir que los
políticos, ayudados por los arquitectos, sociólogos, filósofos, artistas y
escritores, elaboren sus proyectos
acordes con las necesidades actuales y teniendo en cuenta nuestro peculiar modelo
de ciudad, deberíamos contribuir para que las calles de cualquiera de los
barrios volvieran a ser lugares privilegiados de encuentros, de reuniones y de
paseos. Nuestra configuración urbana y nuestras temperaturas atmosféricas hacen
posible que vivir en Cádiz no sea sólo residir sino, además, “habitar” en estos
escenarios que hacen posible la convivencia y la diversión casi durante todo el
año. Pero para eso serían necesarios varios cambios con el fin de que, por
ejemplo, se ampliara el número de calles peatonales y, por supuesto, que
contáramos con mayor extensión de carriles de bicicletas.
Tengamos en cuenta que nuestra
ciudad, igual que nuestros hogares, son espejos que proyectan nuestra vida
interior, reflejan nuestro rostro y
desnudan nuestro espíritu. Crear espacios de convivencia es, a mi
juicio, la mejor manera de humanizar nuestra ciudad: vivir en Cádiz es convivir
con nuestro mar, con nuestras plazas y con nuestras calles pero, sobre todo,
con las gentes, tan diferentes y tan iguales, con las que nos cruzamos, con las
que disfrutamos y con las que sufrimos.
Y es que, efectivamente, si las calles y las
plazas de nuestra ciudad están impregnadas de nuestras vivencias, reflejan nuestros espacios íntimos y
manifiestan los contenidos profundos de nuestros pensamientos y de nuestras
emociones, también deberían pregonar nuestras aspiraciones de mejora económica,
de progreso social y de crecimiento cultural.
Este peculiar paisaje, la
intensa luminosidad de este cielo y los permanentes cambios de estos mares, que
influyen tan intensamente en nuestra forma de pronunciar las palabras y en el
significado propio que les asignamos, en la manera de interpretar los cantes y
en el modo de contemplar el paso del tiempo, deberían estimularnos, además, a
reinterpretar nuestra existencia y a reinventar nuestro futuro. De la misma
manera que esta singular configuración urbanística ha forjado nuestra peculiar
idiosincrasia, el nuevo Cádiz debería ayudarnos a proyectar la vida que nos
queda por vivir, a concebir, absorber y a negociar el sentido de nuestras
mejores aspiraciones de futuro. Es aquí donde hemos de gestar nuestros deseos y
donde han de nacer nuestros impulsos más humanos; es en este rincón donde hemos
de satisfacer las ansias más nobles y donde corremos el riesgo de experimentar
nuestras más profundas frustraciones.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la
Literatura
0 comentarios:
Publicar un comentario