Aquel pájaro grande lo veía casi todos los días. Volaba
majestuoso, tranquilo, dueño del espacio, de una colina hasta la otra del
pueblo. Algo me atraía de él, ver el mundo desde arriba, divisar las presas
desde lejos.
Pero un día dejé de verlo. Algo habría pasado, algo le
habría sucedido. Luego, más tarde, me enteré por unos campesinos que un buitre
había caído en una gran charca y luchaba por salir de ella. Pero no era fácil
o, al menos, muy fácil. El buitre, que eso era, luchó con todas sus fuerzas;
luchó todo lo que pudo y como pudo. Llegó, al fin, a la orilla, llegó cansado,
exhausto, sin energías. Pero había llegado y estaba en tierra firme, seguro,
aunque mojado.
Buscaba soluciones, no bastaban simplemente tener
decisiones; él quería volar, pero no podía. Pesaba demasiado, no solo su enorme
cuerpo, sino todo él, pues se encontraba totalmente empapado en agua. Tenía las
alas mojadas y de este modo, con las alas mojadas no podía volar. Pobre pájaro
anclado en la sucia arena de las orillas de una charca. Más, no se resignaba,
el era grande, era fuerte, había tenido fuerzas, había recorrido con la mayor
majestuosidad todos los espacios de la comarca. Él debía salir de aquella
enojosa situación lamentable, triste, impropia de él. Y pensó: hace sol, un sol
fulgurante, radiante, caluroso, y él será mi colaborador y cómplice, lo
aprovecharé y, de nuevo, seré feliz, podré volar, escalar las cumbres, recorrer
las distancias; las mismas de antes; no debe haber para mí mayor dificultad. Y
así lo hizo, extenderé mis grandes y poderosas alas y, abiertas, se me secarán
totalmente. Pasó un rato, y, aunque cansado por la postura de los mismos, se
notó que ya no tenía las alas mojadas.
Fue su salvación, su ilusión y su vida. Fue, para él, todo.
Volvía a ser lo que antes fue; el rey del firmamento, el señor de montes,
valles y colinas ¡Quién lo iba a decir! Y todo, solamente con el gesto de
extender las alas. Era lo mejor que tenía, todo lo que tenía, su fuerza y su
vida. Ya no tenía miedo ni vergüenza, ni pavor. ¿Qué dirían los demás buitres y aves todas? Todo un emperador de
los cielos arrastrándose por la sucia arena. Pero eso ya quedó atrás; el sol
que, a veces da la muerte, a él le había dado vida. Y probó por ver, si todo
esto era verdad. Correteó unas cuantas zancadas por la orilla, extendió sus
alas, tomó fuerza y se vio volando.
Eso era lo que anhelaba, ese era su deseo, ese su objetivo que, en solo unos
instantes se vio cumplido. Ya olvidó la charca, y la arena y sus alas mojadas;
de eso ya no se acordaba, ni quería recordarlo, ni volver su vista atrás.
Aquello ya era otra vida, la que había sido siempre, la de antes, y dio gracias. Ahora era un pájaro totalmente libre, un
ave dueña del espacio, un admirado buitre. Y voló, y subió a las alturas, y no
se cansó; sus fuerzas, también las de antes, las tenía totalmente intactas.
Ese fantástico buitre, perdón, eres tú. Fuiste grande,
libre, con deseos, ambiciones, ilusiones, tenías de todo, podías moverte a tus
anchas; tenías tu esposa, tus hijos, tu gran coche, pero, sobre todo, no tenías
lo más importante; no tenías tu trabajo, indefinido, satisfecho con él, bien remunerado. Eras algo así, como el dueño del mundo,
al menos, de tu mundo. Pero no hay mucho que mucho dure. Y aquella vida de
bienestar, de paraíso en la Tierra, de felicidad, se vino abajo, como una negra
nube, persistente, amenazante, se fue extendiendo por doquier. Y se nos volaron
deseos, ambiciones, ilusiones, bienestar y, cogiéndonos un tanto desprevenidos, fuimos -vamos- pagando sus funestas consecuencias.
Esa nube que no eran ni cirros ni nimbos, ni cúmulos, ni estratos, tenía otro
nombre que luego fue “cacareado” hasta la saciedad. Esa negra nube se llamó
“CRISIS”, así, con mayúscula, y, todos, o casi todos fuimos víctima de ella.
Todos fuimos aplastados por ella. Perdimos todo porque perdimos el trabajo,
muchos fueron al paro. Aquello que en el Paraíso Terrenal se nos vino encima
como castigo, fue después su salvación mundial. Trabajo significó riqueza,
bienestar, vida, felicidad.
Y, si volvemos a recordar el buitre, habrá quien se quede de
por vida, arrastrado por aquella vil arena; pero otros, distintos, que
pensarán, harán hacer trabajar a su cerebro, buscarán soluciones, ilusiones y...
algo hallarán, un trabajo más mediocre, de menos brillo y duración, pero eso
mismo hará que puedan tener un plato caliente a diario y salir del paro hasta
que desaparezcan las nubes y el horizonte se vea despejado.
A no ser que queramos acudir a Toñi Moreno, con su programa
“Entre todos”, antes “Tiene arreglo”, y que podamos al menos hallar el camino
que conduce a la normalidad, a la vida digna de familia, de ausencia de escasez,
de carestía, de hipotecas. Y de nuevo salió el sol y nos calentó a todos, y las
alas a todos se le secaron para poder vivir de nuevo como antes. Y así todo
cambió.
Alcalá, 7 de enero de
2014
José Arjona Atienza
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