sábado, 1 de febrero de 2014

DESDE MI BALCÓN


La esquina de mi casa, encima de la ancha puerta del garaje, da a dos calles y al paseo de la Playa o “carretera”, siendo las calles Río Verde y Alfonso el Onceno. Por este lugar, debajo de mi balcón, entran y salen el noventa por ciento de los coches que desean irse o venir. No es esto una suerte porque algunos con su ruido de motor a escape libre, sobre todo los vehículos de dos ruedas, te molestan un tanto. En cambio, sí que tiene mi balcón una ventaja respecto a los habitantes que se mueven y que pasan por ahí abajo. Vienen del fondo del paseo, bajan del Lario, de Río Verde o del barrio Flores. Casi todos confluyen en la esquina de “los chinos”, que es casi como “Estación Termini”, la película de hace bastante tiempo ya.
No podrá nadie conceptuarme como de “cotilla”, que no lo soy, pero como la vista no conoce murallas, basta que solo mire por los cristales estando en mi sillón sentado para que al instante vea el palpitar de un pueblo, el rebullir de sus gentes, el sentir de sus aficiones y hasta el sufrir de sus vicisitudes. Veo el interior en su sufrir, su corazón angustiado y hasta su monedero medio vacío.
Van o vienen de la plaza, tirando de su carrito o sin él, andan tristes o desolados, es la crisis, otros, otras más decididos, van al Polideportivo para hacer algo de gimnasia, lo noto por la indumentaria que llevan puesta, veo el niño que corre alocado y tropieza con algo, con la farola o los árboles de enfrente, otros, más ágiles, se empeñan en demostrarnos con su bici que bien pudieran aspirar a imitar a Perico Delgado o incluso al mismo Indurain, ¡qué ilusos! Pero lo más sobresaliente de la visión tras mis cristales, incluidos los de las gafas, es el corrillo.
El ser humano es muy dado a formar corrillos, impensadamente, inesperadamente, por azar, primero dos, es lo mínimo, uno más, tres; después se acerca una pareja, no la de la Guardia Civil, y ya van cinco, y continúa la cosa. A veces es tan amplio el corrillo que, parece ser, van de manifestación, es lo único que no puedo adivinar, de qué protestan o a qué se oponen, ¡hasta donde irán a llegar ni quién le irá a hacer caso! Jamás pasarán de San Antonio, ni siquiera llegarían al puerto Levante, pero la cosa es dar qué hablar, al mismo tiempo que se distraen, porque, hay tan poco en qué entretenerse o incluso divertirse. Otra cosa es cuando el corrillo está quieto, de pié, como haciendo guardia ante el Palacio Real, la Moncloa o la Zarzuela. En este caso casi se puede averiguar hasta de qué hablan o qué se proponen por la forma con la que hablan, la dureza de sus gestos o la amplitud del movimiento de sus brazos, que parecen “molinos de viento” en días de fuerte viento. Miro sus caras desencajadas, o dulces o melancólicas. Tenemos mucha variedad de gestos o rostros, tantos que pudiera decirse, que, del corrillo, naciera los grandes actores o actrices, esos que manejara Berlanga o alguno de nuestros grandes directores de cine y que cristalizaron en espectacularidad en películas como la tan trillada “Bienvenido Mister Marshall”, gloria de cine español. Aquí, ahí abajo, todos los días se ruedan escenas de cine y nadie las aprovecha. Somos así de generosos. Creamos y no exportamos. Hacemos y no nos aprovechamos.
Del corrillo, si se escucharan sus contenidos, no es cosa de poner en la esquina de los chinos un micrófono, duraría menos que un perro en una autovía, se podrían sacar temas para muchos artículos o varios libros. De costumbres, de sociología, de política, de economía, de amores, de todo, hasta del paro o del tiempo. Yo invitaría al periodista que no tiene de que hablar o escribir, que se venga aquí, se apostille en la esquina y tendrá ya ganado el pan del día. Es que Alcalá es tan diferente. En lo diferente, en lo distinto, en lo original, está la personalidad. Tanta tiene nuestro pueblo.
¡Que sería de España sin el corrillo! Sus gentes se encontrarían solitarias, aisladas, como en un desierto. El corrillo es su prensa diaria, prensa de todo, noticiario de política y de deportes, sus noticias de la radio y su telediario de las tres. Podríamos pasar sin comer, sin pan, pero sin corrillo no.
Yo no he visto un “guiri” sin melena ni una película que se haga sin plató, y no he visto quien no arrastre su pena y ni un pueblo sin corro.
Más tendré todavía algo que ver si la “cosa” no llega a verse clara, el corrillo no dejará de ser nuestra lengua y también es nuestra vara.

Alcalá, 8 de enero de 2014

José Arjona Atienza

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