La esquina de mi casa, encima de la ancha puerta del garaje,
da a dos calles y al paseo de la Playa o “carretera”, siendo las calles Río Verde y Alfonso el Onceno. Por este lugar,
debajo de mi balcón, entran y salen el noventa por ciento de los coches que
desean irse o venir. No es esto una suerte porque algunos con su ruido de motor a escape libre, sobre todo los vehículos de
dos ruedas, te molestan un tanto. En cambio, sí que tiene mi balcón una ventaja
respecto a los habitantes que se mueven y que pasan por ahí abajo. Vienen del
fondo del paseo, bajan del Lario, de Río Verde o del barrio Flores. Casi todos confluyen en la esquina de “los
chinos”, que es casi como “Estación Termini”, la película de hace bastante
tiempo ya.
No podrá nadie conceptuarme como de “cotilla”, que no lo
soy, pero como la vista no conoce murallas, basta que solo mire por los
cristales estando en mi sillón sentado para que al instante vea el palpitar de
un pueblo, el rebullir de sus gentes, el sentir de sus aficiones y hasta el
sufrir de sus vicisitudes. Veo el interior en su sufrir, su corazón angustiado
y hasta su monedero medio vacío.
Van o vienen de la plaza, tirando de su carrito o sin él,
andan tristes o desolados, es la crisis, otros, otras más decididos, van al
Polideportivo para hacer algo de gimnasia, lo noto por la indumentaria que
llevan puesta, veo el niño que corre alocado y tropieza con algo, con la farola
o los árboles de enfrente, otros, más ágiles, se empeñan en demostrarnos con su
bici que bien pudieran
aspirar a imitar a Perico Delgado o incluso al mismo Indurain, ¡qué ilusos!
Pero lo más sobresaliente de la visión tras mis cristales, incluidos los de las
gafas, es el corrillo.
El ser humano es muy dado a formar corrillos,
impensadamente, inesperadamente, por azar, primero dos, es lo mínimo, uno más,
tres; después se acerca una pareja, no la de la Guardia Civil, y ya van cinco,
y continúa la cosa. A veces es tan amplio el corrillo que, parece ser, van de
manifestación, es lo único que no puedo adivinar, de qué protestan o a qué se
oponen, ¡hasta donde irán a llegar ni quién le irá a hacer caso! Jamás pasarán
de San Antonio, ni siquiera llegarían al puerto Levante, pero la cosa es dar
qué hablar, al mismo tiempo que se distraen, porque, hay tan poco en qué
entretenerse o incluso divertirse. Otra cosa es cuando el corrillo está quieto,
de pié, como haciendo guardia ante el Palacio Real, la Moncloa o la Zarzuela.
En este caso casi se puede averiguar hasta de qué hablan o qué se proponen por
la forma con la que hablan, la dureza de sus gestos o la amplitud del
movimiento de sus brazos, que parecen “molinos de viento” en días de fuerte
viento. Miro sus caras desencajadas, o dulces o melancólicas. Tenemos mucha
variedad de gestos o rostros, tantos que pudiera decirse, que, del corrillo,
naciera los grandes actores o actrices, esos que manejara Berlanga o alguno de
nuestros grandes directores de cine y que cristalizaron en espectacularidad en
películas como la tan trillada “Bienvenido Mister Marshall”, gloria de cine
español. Aquí, ahí abajo, todos los días se ruedan escenas de cine y nadie las
aprovecha. Somos así de generosos. Creamos y no exportamos. Hacemos y no nos
aprovechamos.
Del corrillo, si se escucharan sus contenidos, no es cosa de
poner en la esquina de los chinos un micrófono, duraría menos que un perro en
una autovía, se podrían sacar temas para muchos artículos o varios libros. De
costumbres, de sociología, de política, de economía, de amores, de todo, hasta
del paro o del tiempo. Yo invitaría al periodista que no tiene de que hablar o escribir, que se venga aquí, se apostille
en la esquina y tendrá ya ganado el pan del día. Es que Alcalá es tan
diferente. En lo diferente, en lo distinto, en lo original, está la
personalidad. Tanta tiene nuestro pueblo.
¡Que sería de España sin el corrillo! Sus gentes se
encontrarían solitarias, aisladas, como en un desierto. El corrillo es su
prensa diaria, prensa de todo, noticiario de política y de deportes, sus
noticias de la radio y su telediario de las tres. Podríamos pasar sin comer,
sin pan, pero sin corrillo no.
Yo no he visto un “guiri” sin melena ni una película que se
haga sin plató, y no he visto quien no arrastre su pena y ni un pueblo sin
corro.
Más tendré todavía algo que ver si la “cosa” no llega a verse
clara, el corrillo no dejará de ser nuestra lengua y también es nuestra vara.
Alcalá, 8 de enero de
2014
José Arjona Atienza
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