· Primero
aprende cuanto puedas, después reparte lo que quieras.
· De
lo mucho que Dios te dio, dale algo a los
demás.
· Abre
tu alma para que los demás admiren lo que en ella existe.
· Admirando
tus buenas obras, admira a Dios que te las infundió.
· Por
ser como eres haces mucho bien.
· Te
vi, te valoré tu interior, me enamoré y no me engañé.
· Has
hecho tantas obras buenas en tu vida, que ni siquiera recuerdas que tal vez
tengas reservado una parcelita en el Paraíso.
· Cuando
vienen tiempos malos, mira hacia atrás recordando la estrofa:
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y
mísero estaba
que solo se sustentaba
de las hojas que cogía.
Habrá otro, entre sí, decía
más pobre y triste que yo?
y halló la respuesta viendo
que iba otro cogiendo
las hojas que él arrojó.
· La
caridad te conduce a la verdad.
· Vivimos
a nuestro aire porque no pensamos en el futuro.
· Piensa
en el más allá y no pecarás, dice el Kempis.
· Vemos
la maldad en lo ajeno porque no nos miramos en el espejo lo suficiente.
· Nos
molesta la lluvia porque nos molesta y no pensamos en el beneficio que le
supone al campo.
· No
podemos imaginar la eternidad porque nuestra mente es muy limitada.
· A
los cuarenta años, ya en plena madurez, podemos emprender el verdadero camino.
· El
soñar de un bebé, de poder captarlo, nos haría ver la felicidad absoluta.
· Los
políticos son nuestros administradores pues nosotros les pagamos a ellos.
· No
me agrada mucho la Navidad porque unos ríen
mucho y otros lloran bastante.
· No
podemos imaginar el futuro porque nadie ha vuelto del más allá.
· La
vela se consume por ayudar a iluminar a los demás: ¿eres tú como ella?
· Cada
avance de las manecillas del reloj es un paso que nos acerca al infinito.
· A la
tortuga y el caracol no les va a afectar la subida de la factura del precio de
la luz.
· La
actividad constante de mi mente es como la revisión para I.T.V. de mi memoria.
· Entre
la pena más honda y la alegría más eufórica, existe solo un puentecillo de
agua: las lágrimas.
· Uno
creía que “la prima de riesgo” era una prima de su madre que era algo “ligerilla
de cascos” y nunca querían invitarla a su casa ni que viniera al pueblo, porque
ellos estaban bien considerados y la otra
no la verían moralmente con buenos ojos, los demás vecinos.
· De
la enemistad más profunda al trato más cordial se podría pasar con solo un beso
de paz.
· El
ciervo no se afilaba sus cuernos con el sacapuntas.
· De
lo que doy no me acuerdo, lo que me dan lo recuerdo.
Alcalá, 22 de
enero de 2014
José Arjona Atienza
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