Queridos hermanos:
Alguno puede preguntarse si la fiesta de hoy, no es una repetición del día de Jueves Santo, (en ella también celebramos el Día de Amor Fraterno y de la Caridad), o de lo que actualizamos cada domingo y cada día en la Eucaristía. Hay que remontarse a la tradición, para conocer el verdadero sentido de esta fiesta, que está sobre todo, centrada en la adoración al Santísimo y su vivencia en la religiosidad popular.
Hoy salimos a la calle en procesión, esperemos que no con la pretensión, de enseñar nuestras Custodias, palios, peinetas… lo cual nos convertiría, en una muestra de arqueología. Salimos, porque Él está siempre en salida y aunque a nosotros nos cueste, quiere poner su mesa en las casas, en las calles, en las plazas, en las esquinas. Derramó su sangre por todos o por muchos, no entremos en discusiones litúrgicas, y nos recuerda que nosotros, debemos poner también nuestra vida al servicio del pueblo.
Al celebrar la Eucaristía, reconocemos que nuestra vida, nuestros bienes, nuestro trabajo, son un bien de toda la comunidad, renunciamos como Jesús, a la pertenencia exclusiva. Por eso, para celebrar esta fiesta se necesita valentía, sólo desde la audacia, se puede creer en el desafío que nos recuerda, que nuestra vida no es una propiedad privada, sino algo que está al servicio del bien común. Nos lo deja claro el lema de Cáritas, en este Día de la Caridad: “Llamados a ser comunidad”. Antes, nos lo ha dicho en la segunda lectura San Pablo en su carta a los Corintios: “El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.
Se trata de vivir en este día la “cultura del encuentro”, éste es el sentido de nuestra presencia en las calles, la Campaña de Cáritas, recoge unas palabras del papa Francisco que nos lo explicita: “La acogida y la apertura a los demás, lejos del miedo que sólo nos lleva a ver riesgos y peligros, son una oportunidad para descubrir el rostro de Dios en cada hermano y hermana, para celebrar en comunión los dones y riquezas que nos regala a cada uno para poner al servicio de la construcción del bien común que es de todos”. Al comer juntos el pan, les decimos a los hermanos: esta es mi vida entregada por vosotros (repasemos el Evangelio de hoy). Comulgar es darse a los demás y recibir a los demás, saber aceptar al “extraño” en nuestro grupo, nuestra mesa, nuestros círculos, nuestro pueblo, nuestro barrio… y eso es el encuentro, del que se nos habla desde Cáritas.
Cada vez que celebramos esto en memoria suya, nos introducimos en la historia de liberación que comenzó Dios, sacando a su pueblo de la esclavitud y alimentándole con el maná, como nos recuerda la primera lectura del Deuteronomio. La Eucaristía nos conduce hacia la tierra prometida, para aprender a vivir en común en la misma casa, en la Tierra común que nos acoge a todos. Todas las personas de un lugar u otro, tenemos los mismos derechos. Por eso, esta fiesta es un símbolo de lo que es el Reino, todos comemos el mismo pan y no puede ser que mientras unos comen hasta hartarse, otros pasen necesidad.
Lo que estamos haciendo este domingo, es para hombres y mujeres recios, no es algo ritual o vacío, es poner en juego la vida, es donarse y aceptar la vida de los otros, es dejarse habitar por Jesús y habitar en Él. Es compartir la mesa del trabajo diario, con toda la humanidad que sufre, no separar esta mesa del altar, de las mesas de la vida. Será quizás por eso, por lo que nos cuesta tanto celebrar la Eucaristía y salir a la calle, acompañando en procesión a todos los que buscan su liberación. Es mejor domesticar lo que nació como alternativo, subversivo y revolucionario, aunque a unos cuantos les fuera la vida en ello.
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