SANTIAGO APÓSTOL
25 DE JULIO
El nombre de Santiago (o Sant-Yago) puede inducir a engaño a
quienes ignoran su origen. En realidad, llevaba el nombre de Jacob, tan antiguo
como su pueblo.
Era hijo de Zebedeo y de Salomé. Y con su hermano Juan fue
llamado muy pronto al seguimiento de Jesús. Los dos hermanos dejaron a su
padre, la barca y las redes que eran su vida, allá en el lago de Galilea, y
siguieron a Jesús.
¿Por qué le siguieron con tan rápida decisión? ¿Deseaban
alcanzar el poder y la gloria? ¿Cuánto tiempo tardaron en aprender que seguir
al Maestro los llevaba a servir a los más humildes de la tierra?
Ésas son algunas de las preguntas que nos asaltan en la
celebración de la fiesta de este “hijo del trueno”. Así llamaba Jesús a estos
dos hermanos, tan impulsivos.
LA GRANDEZA DE LA ENTREGA
El evangelio nos dice que Santiago y Juan, hijos de Zebedeo,
formaron junto a Pedro el grupo de los discípulos predilectos de Jesús. Con él
estaban cuando resucitó a aquella niña, hija de Jairo. Con él estaban en el
monte cuando se transfiguró y les mostró su gloria. Y cerca de él estaría en la
noche dolorosa del Jardín de los Olivos.
Como se ve, habían tenido muchas oportunidades para conocer el
espíritu de su Maestro. Y, sin embargo, pretendían que Jesús les concediera los
puestos de mayor importancia en su reino. Jesús contestó a su petición,
preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y de la muerte
que él mismo habría de apurar.
Jesús les hizo saber que en el reino del Mesías la grandeza no
se alcanzaba por el camino del poder, sino por el de la entrega de la propia
vida al servicio de los demás (Mt 20,20-28).
Los dos hermanos respondieron, a su vez, que estaban dispuestos
a beber el cáliz de la amargura como su Maestro. Pero sus pretensiones de
grandeza reaparecen entre líneas en los textos evangélicos. Sin embargo,
andando el tiempo ambos habían de entregar la vida por el evangelio.
El mensaje de Jesús era claro, pero no era fácil de admitir.
Nunca lo ha sido. A lo largo de los tiempos, los humanos hemos luchado más por
conseguir el poder que por ponerlo al servicio de los pequeños y los
desheredados. Lo habían gritado ya los profetas de Israel, pero hacía falta que
el Hijo del Hombre lo repitiera con sinceridad y coherencia para que resultara
de verdad escandaloso.
LA DIGNIDAD DE LOS SIERVOS
En la fiesta del apóstol Santiago es oportuno recordar el
frescor de aquel ideal evangélico. Ante las pretensiones de los hijos de
Zebedeo, Jesús tuvo que advertir a todos sus apóstoles sobre el sentido que el
poder y la grandeza tendrían en su reino. La grandeza no estaba en el dominio
sobre los demás, sino en el servicio a los demás (Mc 10,44). Ese es el espíritu
del evangelio.
• “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro
servidor”. No se trata de condenar el razonable empeño de crecer y madurar.
Pero es preciso reconocer que la grandeza no radica en el “tener” sino en el
“ser”. No es grande quien aplasta y avasalla a los demás, sino quien sabe vivir
desviviéndose por los otros.
• “El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro
esclavo”. No se trata de arrancar el legítimo deseo de superarse y avanzar en
la carrera. Pero es preciso confesar que las prioridades verdaderamente humanas
no se miden por las vidas aniquiladas, sino por las vidas tuteladas. No es el
primero el que mata, sino el que ayuda a vivir.
– Señor Jesús, sabemos que tú no has venido al mundo para ser
servido, sino para servir y dar tu vida en rescate por muchos. Ayúdanos a
participar de tu humildad. Y concédenos esa dignidad escandalosa de continuar
tu servicio a los aplastados y a los débiles. Amén.
José-Román Flecha Andrés
0 comentarios:
Publicar un comentario