Día del libro
El día Internacional del Libro
-una “fiesta” destinada a fomentar la lectura y a homenajear a los autores, a
las editoriales y a las librerías- nos ofrece una oportunidad para que nos
animemos a descubrir la importancia y el placer de la lectura, y para que valoremos
las contribuciones de quienes, con sus relatos, con sus versos, con sus ideas y
con sus palabras, han impulsado y siguen impulsando el crecimiento personal, el
progreso cultural, el deleite estético y el bienestar social de la humanidad.
La lectura nos sirve para tender
puentes, romper muros, sembrar semillas del mutuo entendimiento. Nos ayuda a
entender y a conectar con personas diferentes y a vivir, con el pensamiento,
con la imaginación y con las emociones, nuevas experiencias: nos alarga y nos
ensancha nuestra existencia. Nos puede servir también para que actualicemos
unos valores tan necesarios hoy como el respeto a los derechos humanos, el buen
trato a los animales, el fomento de la paz, la disminución de la violencia y,
en resumen, el fortalecimiento de unos principios morales que orienten nuestra
capacidad para analizar, para criticar y para mejorar la vida actual. Puede hacernos
más conscientes de la vida y, también, para evitar que nos anestesiemos ante el
dolor ajeno.
Los libros nos ofrecen oportunidades
para ponernos en el lugar de los otros, de los que han vivido en otros tiempos
o en otros lugares, para entender las vidas, los sentimientos, las creencias, los
pensamientos, los deseos y los temores de las personas con las que convivimos. Nos orientan
y nos estimulan para que mejoremos nuestros lenguajes y para que expresemos nuestra
peculiar manera de entender la vida y para
interpretar cómo la entienden otros, esos seres desconocidos que, quizás
están a nuestro lado o viven en mundos alejados.
Leer no es sólo deletrear letras
sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarnos en nosotros mismos y
acercarnos a los otros; es escuchar y hablar; es ser otros sin dejar de ser uno
mismo. Leer es realizar un viaje de ida y vuelta a lugares lejanos o a rincones
recónditos, es regresar al ayer o adelantarnos al mañana. Los libros son ventanas
y balcones abiertos a la inmensidad, al infinito y al misterio. La lectura nos educa
el gusto, nos intensifica el paladar -los sentidos y las emociones- para saborear
los placeres estéticos de la luz, de la oscuridad, del calor, del frío, de la
soledad y de la amistad, del miedo, de la esperanza o del amor; ensancha
nuestra capacidad de sentir, de evocar, de pensar y de soñar. Para paladear
esos jugos deliciosos que nos alivian, nos animan, nos vivifican, nos tonifican
y nos divierten. Nos invita a que volvamos a caminar, a pasear y a viajar para
que descubramos mundos insospechados. Nos dibuja sendas por las que penetrar en
el fondo secreto de las realidades humanas, claves para interpretar el sentido
profundo de los episodios y, en resumen, para vivir de una manera más plena.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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