Dedicado a mi madre y a la tuya
Fíjate
–querida amiga, querido amigo- cómo las madres viven las cosas sencillas y cómo
disfrutan con los sucesos ordinarios: cómo se ponen contentas con el resplandor
de la ropa “escamondá”, con el olor de un buen puchero, con el sabor del pan, y
cómo paladean, digieren y asimilan la vida de cada día. Las madres -la tuya y
la mía- conciben y viven sus vidas como unos irrenunciables compromisos a vivir
sus propias vidas llenando de vida otras vidas: la tuya y la mía. Fíjate, por favor, en lo que hacen y, sobre todo, en la manera de hacerlo.
Pon
atención en la forma modesta y vital con la que desarrollan todas sus
actividades, en sus formas tan sencillamente humanas de dotar de sentido a los
tiempos y a los espacios -a los tiempos cortos y a los espacios reducidos-.
Fíjate en la modestia y en la sabiduría con las que conciben y realizan sus
actividades como irrenunciables compromisos a vivir la vida. Cada problema
constituye una ocasión para proporcionarnos un bienestar momentáneo y una
felicidad compartida.
Fíjate
cómo viven cada momento -los suyos y los nuestros- con profundidad y con
intensidad. Cómo saborean los placeres pequeños, los disfrutan y hacen que los
disfrutemos nosotros. Fíjate en la habilidad que poseen para acompañarnos, para
escucharnos, para comprendernos y para querernos: para construir el hogar y
para generar una confortable atmósfera de convivencia.
El
espíritu de las madres -de la tuya y de la mía- permanece permanentemente sin
disolverse, flotando en suspensión en este ambiente, en esta tierra en la que
habitamos y en el fondo íntimo de nuestras conciencias. Hoy, inevitablemente,
es un día para, al menos, experimentemos sus presencias y para darles las
gracias.
Gracias,
mamá.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático
de Teoría de la Literatura
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