Domingo 5º de Pascua. Ciclo B.
El labrador, la vid y los sarmientos
El labrador, la
vid y los sarmientos
Para captar
la originalidad del evangelio conviene recordar otras referencias a la vid en
el Antiguo Testamento. Un salmo compara al pueblo de Israel con una vida
pequeña, que Dios trasplanta a la tierra de Canaán, donde crece de manera
espléndida y extiende sus pámpanos hasta el Gran Río (el Éufrates). Alude al
imperio davídico. Pero llega un momento en que la vid se ve asaltada, pisoteada
y destruida por los pueblos vecinos y los grandes imperios. ¿Por qué ha
ocurrido esto? Una canción de Isaías ofrece la respuesta: la vid, que ha
recibido inmensos cuidados por parte del labrador, en vez de dar uvas da
agrazones. Pasando de la imagen a la realidad, Dios esperaba de su pueblo
justicia y bondad y encontró malicia y maldad.
En el evangelio, la imagen cambia profundamente. La vid no es el pueblo, sino Jesús. Y adquieren un protagonismo inesperado los sarmientos, nosotros.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A
todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo
poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os
he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en
mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al
que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto
recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos
míos.»
Este pasaje se conoce como «la parábola de la
vid y los sarmientos». Título erróneo, porque no tiene en cuenta al
protagonista principal, el labrador, que es quien poda, arranca y tira los
sarmientos que no dan fruto. Y más bien que parábola es una fábula, donde los
protagonistas son animales o plantas que pueden hablar y actuar. En este caso,
los protagonistas secundarios, los sarmientos, no hablan, pero sí actúan.
Algunos deciden mantenerse unidos a la vid, y dan fruto abundante. Otros
deciden independizarse, cortar la relación con la vid, y dejan de dar fruto.
(La imagen de unas ramas en movimiento, en este caso alejándose del tronco,
recuerda la fábula de Yotán, que comienza: «Se pusieron en marcha los árboles
para elegirse un rey»).
El enfoque del evangelio, insistiendo en la
idea de permanecer en Jesús, se comprende recordando un episodio de Lucas. En
la aparición a los discípulos de Emaús, estos terminan pidiéndole: «Quédate con nosotros, Señor». En Juan cambia la perspectiva. Es Jesús
quien nos dice: «Permaneced en mí». Es muy distinto «quedarse con» y «permanecer en», aunque parezcan lo mismo. Lo segundo habla
de mayor intimidad, como la de un niño en el seno de su madre.
El título habitual subraya la importancia de la vid. Y en parte lleva razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí. Todas las acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque curioso, que nos obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios Padre en la vida del cristiano; y el papel fundamental de Jesús, aunque a veces tengamos la impresión de que no hace nada en nuestra vida.
1ª lectura: la viña
y la poda de Dios (Hechos de los Apóstoles 9,
26-31)
Aunque no tenga relación ninguna con el evangelio, el
texto de los Hechos se puede leer como una concreción del mismo. El final nos
dice cómo la vid, la comunidad cristiana, se extiende y fructifica. Y la
primera parte, la que trata de Pablo, recuerda lo que dice la fábula a
propósito del labrador: «a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto».
Podar es cortar, herir al árbol, despojarlo de algo que le ha costado tiempo y
esfuerzo producir. Pero el campesino lo hace para que esté más sano y fuerte. Eso
es lo que hace Dios con Pablo.
En aquellos días, llegado
Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían
miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo. Entonces Bernabé, tomándolo
consigo, lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor
en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado
valientemente en el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía con
libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y
discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse
los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso. La Iglesia gozaba de
paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor
del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.
Después de su conversión, Pablo podría esperar que lo
recibieran muy bien en Jerusalén. Pero ocurre algo muy distinto: no se fían de
él, lo rehúyen, hasta que Bernabé lo presenta a los apóstoles. Cuando comienza
a predicar, los judíos de lengua griega intentan eliminarlo y debe huir a
Tarso. En realidad, toda la vida de Pablo fue una gran poda, una vida llena de
persecuciones y sufrimientos. Pero a través de ellos se convirtió en el mayor de
los apóstoles. Dio mucho fruto. Una buena enseñanza para los que quisiéramos
que todo nos fuera bien en la vida, sin ningún tipo de dificultades.
2ª lectura: cómo
permanecer unidos a la vid (1ª carta de Juan 3,18-24)
El evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento
esté unido a la vid. La segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener
la unión.
Hijos míos, no amemos de
palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón
ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que
nuestro corazón y lo conoce todo. Queridos, si el corazón no nos condena,
tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque
guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su
mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en
Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el
Espíritu que nos dio.
El texto, como es habitual en Juan, resulta complicado y
mezcla diversos temas: el amor falso y el verdadero, el complejo de
culpabilidad, la confianza en Dios, la observancia de los mandamientos, la fe
en Jesús y el amor mutuo, la permanencia en Dios y el don del Espíritu.
Siguiendo la metáfora del evangelio, es una vid demasiado frondosa que conviene
podar. Bastaría recordar que amar de verdad y con obras equivale a creer en Jesús
y amarnos unos a otros. Esa es la forma de permanecer unidos a la vid y la
única garantía de que daremos fruto como cristianos.
Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma
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