Todos nos necesitamos
Más tarde o más temprano todos caemos
en la cuenta de que nos necesitamos mutuamente, de que todos somos frágiles en
algún momento y de que, entonces, tendremos que pedir ayuda para afrontar las situaciones
de dificultad. Vivimos nuestra vida en el aquí y en el ahora junto con otros,
atrapados en la realidad de problemas continuos que hemos de resolver sobre la
marcha y con la ayuda de los demás. No nos preocupemos demasiado por los que no
son conscientes de esa debilidad porque ya verán cómo la misma vida se ocupará
de que se den cuenta de que la naturaleza y la humanidad funcionan –deben
funcionar- de esa manera solidaria.
Para descubrirlo es suficiente con que
miremos a nuestro alrededor y prestemos mayor atención a las personas
necesitadas de ayudas con independencia de los lugares en los que se encuentren,
de la edad, del sexo, de la profesión, de la ideología y de las demás circunstancias
biográficas económicas y sociales de cada una. La pandemia nos sigue mostrando
la fragilidad de nuestras vidas y, al mismo tiempo, nos está descubriendo lo
importantes que somos los unos para los otros y la necesidad de que nos
cuidemos mutuamente y de que establezcamos relaciones humanas apoyadas en el
respeto, en el reconocimiento y en la confianza mutuas.
Los psicólogos nos explican que, tras
las grandes crisis y en situaciones graves, muchas personas y también muchas
sociedades desarrollan “resiliencia”, ese conjunto de destrezas que nos sirven
para superar los obstáculos, para encontrar la formas de cambiar el rumbo, para
sanar emocionalmente y para continuar avanzando hacia las metas personales y
sociales previstas o, quizás, para descubrir nuevos sentidos y propósitos en la
vida. ¿Cómo? Recobrando fuerzas, recuperando la confianza y, sobre todo, siendo
más altruistas, más comprensivos y más compasivos con los que más sufren. Lo
primero que se me ocurre es que, además de ampliar los conocimientos,
deberíamos dominar las emociones negativas que nos conducen a alejarnos y a menospreciar
a los otros como, por ejemplo, los miedos, la ansiedad, la ira, el enfado o la
tristeza, y, sobre todo, que cultivemos las emociones positivas como la
alegría, la gratitud, la comprensión, la empatía, el perdón, la esperanza, el
amor y la compasión, esos valores que nos hacen, simplemente, humanos.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático
de Teoría de la Literatura
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