Pascal
Bruckner
Un instante eterno. Filosofía de la
longevidad
Madrid,
Siruela Biblioteca de Ensayo
En la actualidad, la mayoría de
nosotros, a no ser que nos veamos sorprendidos por una enfermedad mortal o por
un accidente trágico, nos encaminamos con relativa rapidez hacia una dilatada
ancianidad. A mi juicio, debería ser normal que nos preguntáramos cómo estamos
viviendo o cómo viviremos ese último recorrido que, si lo preparamos con
habilidad, con esmero y con sabiduría, podría ser el tiempo adecuado para
recuperar oportunidades, para aprender y para emprender los caminos de una
longevidad lo más grata posible, para abrir puertas a lo desconocido, para
escribir páginas aún en blanco, para extraer enseñanzas de las dolencias y de
las limitaciones físicas y, en resumen, para vivir, para disfrutar y para
celebrar lo que nos queda de vida.
Tengo la impresión de que, en contra de
la opinión generalizada, el futuro, más que de los jóvenes, puede ser de los
mayores porque, como revelan las estadísticas, el número de los nacimientos está
descendiendo, mientras que la cantidad media de vida de los ancianos está aumentando.
Confieso que, mientras cavilaba sobre
estas elementales ideas, he descubierto este libro que las propone, las plantea
y las explica de una manera clara, interesante y, al mismo tiempo, profunda. Sus
reflexiones, fundamentadas en análisis serios, en datos contratados y en
experiencias vividas, nos ofrece la oportunidad para que nos planteemos de
manera razonable las cuestiones fundamentales de la vida humana como, por
ejemplo, si deseamos vivir mucho tiempo o vivirlos de una manera razonable, intensa
y provechosa. Nos proporciona orientaciones concretas para alimentar el
bienestar y para soportar las adversidades de las enfermedades físicas y de los
trastornos mentales, en un periodo en el que convivimos tanto con nuestros
contemporáneos como los que han fallecido y a los que convocamos con nuestros
agradecidos recuerdos.
Su punto de partida es la constatación
del “cómico desajuste generacional”, esa tendencia generalizada a perseguir “la
eterna juventud” mientras olvidamos que la edad humaniza el paso del tiempo,
pero también lo hace más dramático. Efectivamente es frecuente que se produzca
una alteración de los valores cuando, por ejemplo, consideramos a la infancia o
a la juventud como el fin de la existencia, como la meta a la que pretendemos -inútilmente-
regresar tras un largo viaje.
A juicio de autor, el hecho de que una
de cada dos niñas que nazcan hoy llegará a los 100 años evidencia que la
longevidad nos afecta a todos porque saber que podemos llegar a vivir un siglo
cambia por completo la concepción de los estudios, de la carrera, del trabajo,
de la familia, del amor e, incluso, de la muerte. Es probable que los que lean
con atención esta oportuna reflexión, con independencia de la edad que hayan
alcanzado, pronuncien la palabra GRACIAS
con la que culmina el libro: “la única palabra que debemos decir cada mañana,
en reconocimiento del regalo que se nos ha dado”.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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