Aplaudo
a quienes, en vez de disimular, presumen de sus canas.
En la actualidad, la mayoría de
nosotros, a no ser que nos veamos sorprendidos por una enfermedad mortal o por
un accidente trágico, nos encaminamos con relativa rapidez hacia una dilatada
ancianidad. A mi juicio, debería ser normal que nos preguntáramos cómo estamos
viviendo o cómo viviremos ese último recorrido que, si lo preparamos con
habilidad, con esmero y con sabiduría, podría ser el tiempo adecuado para
recuperar oportunidades, para aprender y para emprender los caminos de una
longevidad lo más grata posible, para abrir puertas a lo desconocido, para
escribir páginas aún en blanco, para extraer enseñanzas de las dolencias y de
las limitaciones físicas y, en resumen, para vivir, para disfrutar y para
celebrar lo que nos queda de vida.
Tengo la impresión de que, en contra de
la opinión generalizada, el futuro, más que de los jóvenes, puede ser de los
mayores porque, como revelan las estadísticas, el número de los nacimientos
está descendiendo mientras que la cantidad media de vida de los ancianos está aumentando.
En contra de las apariencias, rendir
culto a la juventud es una práctica engañosa que nos conduce a desarrollar unos
esfuerzos inútiles y frustrantes. Por muchos que nos afanemos nunca lograremos
disimular totalmente las marcas corporales del paso del tiempo. A veces lo
único que conseguimos es engañarnos a nosotros mismos con esas maneras ingenuas
y contraproducentes, y lo único que hacemos es acentuar el inútil rechazo de la
vejez. Esos procedimientos se convierten en manifestaciones claras de nuestros
miedos a parecer lo que somos. Son formas infantiles de engañarnos y de
falsificar paso el tiempo.
Con esos comportamientos ingenuos,
ponemos de manifiesto que no somos capaces de advertir que la edad humaniza el
paso del tiempo ni que la pretensión de una eterna juventud, repetida desde la
mitología griega y romana, y un tema en las canciones populares, es un recurso
publicitario mentiroso y contradictorio. Es una manera burda de mentir y de
mentirnos. Por eso aplaudo a quienes, en vez de disimular, presumen de sus
canas.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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