La importancia y el peligro del instinto de identidad
Los dos “instintos humanos” más
primarios y, por lo tanto, los más irreprimibles, son el de supervivencia
(individual y colectiva) y el de identidad (individual y colectiva). Mientras
tenemos vida, en el sentido más elemental de esta palabra, nos sentimos
enérgicamente impulsados a conservarla y, en la medida de lo posible, a
prolongarla. Podríamos afirmar que estamos dispuestos hasta a perder la vida
con el fin de lograr los medios indispensables para mantenerla. El otro
instinto, no mucho menos irrefrenable, es el de la identidad, y consiste en un
impulso a ser uno mismo y a exigir respeto a la propia condición personal y
colectiva.
En la actualidad, debido a la movilidad
y a los permanentes cambios de residencia, el conocimiento de los complejos
mecanismos psicológicos y sociológicos que intervienen en la composición de las
identidades colectivas alcanza una importancia decisiva porque tiene graves y
complejas repercusiones en la convivencia social y en las relaciones políticas.
Tengo la impresión de que los gobernantes y los líderes de opinión caen en una
ingenua, inútil y, a veces, peligrosa simplificación.
No suelen tener en cuenta la variedad de
identidades a las que pertenecemos de forma simultánea -naturaleza humana,
origen, nacionalidad, religión, sexo, profesión, aficiones, etc.- ni reconocen que
la elección de las identidades prioritarias no depende exclusivamente de cada
uno de nosotros porque, a veces, son los demás quienes nos la asignan. Las
identidades -sobre todo las culturales, las religiosas y, a veces, las
deportivas-, son fuentes de orgullo legítimo y de lícita alegría, pero también
están en el origen de la mayoría de las dolorosas exclusiones sociales y de los
sangrientos conflictos políticos que, debido a sus efectos disgregadores,
terminan haciendo del mundo un lugar cada vez más peligroso. Cuando no somos
capaces de dominar la potencia del instinto de identidad y la fuerza de las
inclinaciones tribales podemos caer en un discurso patriotero y en una amenaza
para una sociedad que, inevitablemente, es y seguirá siendo cada vez más plural
y más cosmopolita.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría de la
Literatura
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