Mirar sólo al retrovisor es peligroso
Estoy de acuerdo en que, igual que para
conducir un automóvil de manera segura son necesarios los espejos retrovisores bien
reglados -esas extensiones de nuestros ojos que nos proporcionan una mayor
visibilidad de lo que sucede detrás y a los lados del vehículo-, para seguir
caminando por los complejos senderos de la vida, es imprescindible que tengamos
en cuenta las experiencias acumuladas en el depósito de la historia. Esta
afirmación, sin embargo, no debilita la importancia de la necesidad de mantener
firme la mirada hacia adelante y a lo lejos, para leer las señales de tráfico
que nos orientan hacia nuestro destino y que nos evitan chocar con obstáculos
que amenacen nuestra supervivencia.
Por supuesto que me uno a las voces de
esos agentes culturales que, entusiastas, claman para que recuperemos, interpretemos, adaptemos y
difundamos nuestro valioso y fértil legado histórico, pero a condición de que
el recuerdo y el estudio del pasado los convirtamos en oportunidades para analizar
el presente y en estímulos para proyectar un futuro mejor. Las conmemoraciones,
además de rescatar trozos de las experiencias históricas, nos deben servir para
construir un porvenir más justo, una sociedad más equilibrada y un bienestar mejor
compartido. Es cierto que la cultura del olvido nos borra el sentido de
nosotros mismos y el significado de nuestras acciones; destruye los fundamentos
de nuestra historia y erosiona los cimientos de nuestra propia biografía, pero
también es verdad que, para vivir el presente plenamente, hemos de divisar,
aunque sea de una manera borrosa e imprecisa, un futuro mejor cimentado en
valores humanos.
Los actos conmemorativos no deberían
conformarse con ser meros transmisores de información, sino que, también,
podrían ser invitaciones para la reflexión sobre la realidad actual y sobre su necesaria
transformación, estímulos para la autocrítica del pasado y para la creación del
futuro. Conscientes de que los rápidos avances tecnológicos, científicos,
artísticos y culturales alteran todos los aspectos de nuestras vidas y
transforman el mundo, es imprescindible que los aniversarios propicien
encuentros con diferentes especialistas que nos ayuden a atisbar, al menos, la
manera de la que los permanentes e imparables cambios multilaterales afectan a
nuestra realidad actual y a nuestros proyectos del futuro.
Parto del supuesto de que la cultura no
es un patrimonio de ningún partido, no pertenece en exclusiva a la izquierda ni
a la derecha, no son sólo competencias de las ciencias o de las letras, sino ámbitos
abiertos a la libertad de la creación “crítica”, científica, literaria y
artística. Estoy convencido de que, para conseguir que estas evocaciones del
pasado nos ayuden a avanzar, tanto los grupos políticos de una o de otra
ideología, como las asociaciones científicas, literarias y artísticas, además de
ayudarnos a recordar nuestra historia, deberían pensar en la necesidad de
promover una cultura integradora capaz de una transformación individual y de unas
reformas sociales más humanas.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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