El
termómetro que mide nuestra humanidad
El sufrimiento, una de las vías más
seguras y directas para penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas
es también una de las claves para conocer el sentido profundo de la mayoría de
nuestras actividades. Baudelaire, con vigor, con entusiasmo y con hondura, nos
dice que la verdad reside en el sufrimiento, en el dolor que es la nobleza más
ilustre: la única aristocracia de este mundo, que completa y humaniza “turbadoramente”
la visión de las cosas.
En mi opinión, la manera de soportar
los propios sufrimientos y de colaborar para suavizar los de las personas con
las que convivimos, es la clave que nos descubre la pequeñez nuestras
dimensiones humanas, la abundancia de vulnerabilidades y, sobre todo, el
voluminoso caudal de falsas seguridades con las que construimos nuestros
proyectos, nuestras costumbres y nuestras prioridades
Las maneras de trabajar para soportar
los sufrimientos propios y para aliviar los de las personas con las que
convivimos es el termómetro que mide, nuestra inteligencia, nuestra imaginación
y, sobre todo, nuestra emotividad. El milagro de la compañía, de la atención,
de la ayuda, se produce cuando reconocemos que todos estamos necesitados de
ayudas y que todos podemos y deberíamos estar dispuestos a ayudar con
independencia de las ideologías, de las procedencias y de cualquiera de las
otras barreras todas ellas artificiales. Mientras que no seamos conscientes de
que ayudar es un deber, una obligación y una necesidad, la mayoría de los
problemas no tendrán soluciones.
Uno de los mejores criterios para
calibrar la calidad humana de las personas con las que convivimos es el grado
de atención y la cantidad de tiempo que dedican a acompañar a los “próximos”
que sufren. Todos sabemos que los sufrimientos -los inevitables precios de la
vida humana- pueden ser aliviados, al menos, por la compañía, por la comprensión
y por la ayuda de las personas próximas. Además de los cuidados de los que
ejercen las tareas profesionales de cuidarnos, la presencia, las palabras o los
silencios de las personas próximas son factores decisivos e ineludibles. Sin
esta convicción las ideologías y las creencias, todas, todas, son puras
–perdón: impuras e irritantes- palabrerías
Esta conclusión nos duele en la parte
más sensible de nuestro espíritu porque frustra las ilusiones largamente
alimentadas, destroza los proyectos minuciosamente elaborados, tira por tierra
los esfuerzos acumulados e, incluso, despoja de sentido las continuas privaciones
a las que muchos se han sometido durante toda la vida. El tiempo y las energías que invertimos
en aliviar los sufrimientos humanos son
los únicos termómetros que miden nuestra humanidad. Es ahí donde reside el
fundamento de la esperanza.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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