Razonar
bien no es suficiente
Aunque es comprensible que
experimentemos temores cuando advertimos que quien pilota el barco de nuestros
asuntos comunes es un inepto, también, a veces, deberíamos desconfiar de los
listos, de esas personas que poseen una elevada capacidad para razonar, para
explicar sus convicciones y para demostrar sus decisiones. En mi opinión, con
independencia de los conocimientos que posean los líderes y sean cuales sean sus
capacidades mentales, si, por ejemplo, son excesivamente categóricos,
dogmáticos y tajantes, pueden desviarnos del rumbo que nos acerque al puerto
prometido por ellos mismos. Muchos de los dictadores, como es sabido, están
adornados de esas destrezas intelectuales: son inteligentes y, quizás, “demasiado”
listos.
A veces, las adhesiones a ideologías
–de cualquier signo- son tan absolutas, tan parciales y tan subjetivas que
impiden conocer las realidades y desorientan y frenan la marcha hacia los
objetivos prefijados porque hacen que contemplemos el paisaje con una lente
distorsionada. Algunos creen que el autoengaño es beneficioso para su salud
mental porque, según ellos, la visión realista conduce a la depresión mientras
que el pensamiento ideológico proporciona seguridad y tiene efectos
beneficiosos.
En mi opinión saber razonar no es la
panacea porque, de hecho, lo que más limita el buen criterio no es el
conocimiento, sino nuestra actitud realista ante la vida. Si profundizamos en nuestros
“razonamientos” descubrimos que, con frecuencia son “motivados” porque se apoyan
en unas motivaciones –en unos “intereses”- inconscientes que racionalizan los
errores, evitan pensar en los problemas reales, no digieren las críticas y nos
impiden ver las cosas como son.
Para acertar con el buen camino es
imprescindible que estemos dispuestos a cambiar de opinión, a identificar
nuestras maneras de razonar tendenciosamente y de engañarnos a nosotros mismos
racionalizando nuestros errores. Con este fin deberíamos mejorar nuestras habilidades
de elaborar juicios y de profundizar en las actitudes que nos impiden calibrar
nuestros prejuicios.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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