lunes, 25 de junio de 2007

AÑORANZAS Y ALGO MÁS

Siempre es agradable decir algo del pueblo donde vimos la luz primera, máxime cuando la fuerza del tiempo no nos hizo perder ni los recuerdos ni los lazos de la sangre. Por las fuerzas de estos nudos de intimidad me atrevo a escribir estas pobres líneas para el programa de las fiestas de septiembre de 1969.
A todos nos gusta hablar de nuestro pueblo; virtud muy española que se troca en vicio también muy español porque ponemos el lugar por encima del universo, sin acordarnos de que para subir al espacio celeste se necesita técnica, organización y voluntad de trabajo, tres cosas que hemos abandonado o no hemos aprendido en nuestras tierras. Pero ¿quién no se olvida del vicio en estos momentos, si a la postre no vamos a hacer daño? Esperemos que al final hayamos construido algo en orden al presente y futuro alcalaíno, que es lo que debe importarnos al coger la pluma.
La feria de septiembre de Alcalá ha tenido y tiene siempre un atractivo singular porque remata, porque tropieza al final, (¡bendito tropiezo!), con la Romería al Santuario de la Virgen más bonita que un imaginero pudo hacer. Si la feria de mayo era la importante por su mercado, (digo era porque se fue con la desaparición de estos mercados que no tenían nada que hacer ante otros más importantes, fijos de por sí, y en sitios estratégicos, y por la evolución del campo), la feria septembrina es la alcalaína, la más nuestra, porque en ella se festeja a su patrona a la que tanta lata damos los alcalaínos al cabo del año. La más nuestra porque en estos días todos los nativos repartidos a lo largo y ancho de la Patria están presentes, en alma o cuerpo, para decirle a la Señora que en todo tiempo nos atendió: “Ahora nos toca a nosotros, tus hijos, darte gracias como aquí sabemos, rezando por medio del cante y la alegría; y este polvo que tragamos y este levante que nos azota nos sirve de acicate para unirnos a tu lado cuando paseas como lo hace una madre invitada por sus hijos. Nosotros sabemos que tú eres una mujer a la antigua usanza, pero hoy te vienes a dar una vuelta porque queremos verte entre nosotros apretujada de abrazos y lágrimas por tanto bien como nos hiciste, por tantos seres queridos como hoy tienes contigo...”. Por eso nosotros comprendemos que la feria de septiembre es la nuestra de veras.
Por los avatares de la vida, el que suscribe hace muchos años que no va a su feria. De año en año acudo al pueblo para gozar de familiares y amigos, pero desde este rincón extremeño recuerdo muy a diario mi niñez y juventud y me preocupa Alcalá.
El problema que tienen planteado muchos pueblos al estilo del nuestro es muy singular. Alcalá, por lo que sea, no ocupa un puesto muy interesante en el ámbito provincial. Desde luego el primordial motivo es que Alcalá ha sido y es un lugar rodeado por un término municipal cuyo campo no ha dado de sí toda su riqueza, en este caso ganadera, como muy bien exponía un articulista en “ABC” de Sevilla el pasado año. En el plano industrial, el corcho pudo ser una buena coyuntura para la vivencia de familias de la localidad, lo que tampoco se ha logrado. El turismo, según como se impulse, pude servirle de ayuda. La Ruta del Toro fue un preludio para la atracción turística al contar el término con ganado de lidia, pero esa Ruta está falta de una placita de todos que redundaría en beneficio de todos. En este aspecto, otra variante a tener en cuenta sería la unión de la mencionada ruta con la Promoción Turística de los pueblos serranos de la provincia. Para ello es imprescindible arreglar esa hermosa carretera que faldea el Picacho.
Por su situación, el conjunto urbano es muy atrayente. Gracias a la labor municipal, sus calles están asfaltadas o adoquinadas en casi la totalidad. Falla Alcalá en este orden en el cuidado de la parte artística más interesante, es decir, del casco antiguo, que se halla bastante abandonado, comenzando por la Parroquia de San Jorge y terminando por sus alrededores y alguna que otra fachada y muros dignos de mejor suerte. Un buen museo se puede hacer con todo lo que hay en la Parroquia de valor artístico; la Plaza Alta necesita un piso a tono; el Ayuntamiento viejo también pide a gritos su remozamiento; etc...
En el aspecto cultural no andamos holgados de estudios serios sobre el pasado alcalaíno que es muy interesante.
Con todas estas cosas no pensemos en un turismo de altura, pero sí digno y al alcance de nuestras posibilidades.
Alcalá se ha quedado fuera del Campo de Gibraltar, al que está unido por la Geografía y otros aspectos, no percibiendo, por tanto, del progreso que con toda justicia recibe actualmente esta zona de la provincia.
Vemos, pues, que hay facetas de Alcalá que no han sido atendidas como se merecen y que darían un impulso al pueblo hacia un futuro esperanzador, dejando el adormecimiento en que parece hallarse. Los pueblos son y serán lo que nosotros queramos, pues si bien la mano del Estado es poderosa, si en nosotros no existe el afán de iniciativa, de trabajo, de preocupación y de unión; si no estamos organizados, por mucho que la ayuda estatal apoye, no se conseguirá nada.
Alcalá es digno de mejor suerte. Es un viejo lugar cuyos cimientos nacieron hace miles de años. Sus muros conocieron a árabes y cristianos, a españoles y franceses. Entre sus muros vivieron nuestros mayores. Nuestros pies hollaron sus calles milenarias. Su aire conoció nuestro aliento lleno de ilusiones... Es un viejo lugar pero lleno de savia joven que florece cada primavera. Luego Alcalá no puede morir achacoso y sepultado sin pena ni gloria.
En nuestras manos están su pasado, su presente y su futuro. Si no se ha emprendido la tarea de su rescate, quedamos empeñados en hacerla desde ahora. Si así lo hacemos, abogados vamos a tener en el cielo. Se llaman María y Jorge, ¡ahí es nada!


Carlos Cordero Barroso

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