sábado, 21 de febrero de 2009

LA VIRGENCITA DE LA SALADA

Una mujer admirada por muchos títulos –humanos, sociales e intelectuales-, escribía a propósito de su historia personal, entrelazada con la alcalaína: “Todos los pueblos tienen su historia. Una historia que habla de fenicios, romanos o árabes. Pero creo que no es por esa historia por la que se ama a un pueblo. Es por esa otra historia, pequeña, íntima, hecha de pequeños detalles, que vive en nosotros, que nos calienta con su recuerdo, por lo que nos sentimos tan ligados a un lugar y lo amamos...” Vinieron a nuestra memoria estas frases de Anita Salgado cuando la procesión de la Virgen de la Salada de hace pocas fechas, porque esta imagen y esta capilla son pequeña historia, pero entrañable y cálida para los alcalaínos. ¿Quién no recuerda sus visitas de antaño, para rezar a la Virgencita suburbana en solicitud de protección por algún apuro o en gratitud por alguna gracia obtenida? La misma escritora, refiriendo los años de la guerra, apenas recién llegada al pueblo, evoca la vieja costumbre: “Íbamos por la calle de la Salada a ver a la Virgen. Todo el mundo tenía promesa, yo por no ser menos también las echaba...” (1). Se acudía y acude a la Virgen de la Salada pues ella reproduce, en la inmediatez del pueblo a la Madre, Reina y Patrona, nuestra intercesora ante Dios, que preside en su agreste y más alejado Santuario.
En dicho traslado del pasado mes de junio, hubo desagravio por los lamentables y perdonados destrozos de su camerín y efigie, y también alegría por la feliz restauración de la imagen, realizada con generosidad y pericia artística por Manuel Jiménez Vargas-Machuca. Y asimismo hubo deseos en algunos por conocer antecedentes de aquella singular capilla, sobre la que se sabe poco.
He aquí llegada la ocasión de reunir varios modestos datos.
Por lo pronto subrayar que es práctica antigua en las ciudades españolas este uso de erigir ermitas o situar retablos pictóricos, principalmente imágenes de Nuestra Señora, sobre las puertas de los recintos murados y a las entradas del pueblo. Muchas veces se colocaban las imágenes sobre cipos o columnas, según lo había establecido el canon VIII del I Concilio de Antioquía. Tal vez el mismo altar elevado de la Patrona que conocimos dentro de la Puerta del Sol, viniese a sustituir algún otro símbolo religioso más primitivo. La intensa piedad de la época se instalaba al aire libre con sus devociones particulares y significado propio. “Los pequeños lugares de oración que jalonan y santifican el espacio urbano, desacralizado y las imágenes y santos, protectores del microcosmos de una calle o una vecindad, se convierten para el homo religiosus en la proyección de la divinidad en lo cotidiano, sobre sus miserias y sus tragedias” (2).
Este oratorio mínimo de La Salada –es decir, próximo a la Fuente de ese nombre, que rotuló toda la prolongada vía-, estuvo ciertamente precedido de una sencilla ornacina con la Virgen, luego protegida en un recinto peculiar, ya con caracteres de minúscula capilla, donde Santa María con el Niño, bien exenta o ya sobre andas, es decir, la Virgen de los Santos, recibía las promesas, las oraciones y el saludo de los viandantes. Por su probable relación con este origen, no queremos dejar de mencionar que hacia 1740 era uso y costumbre pasear una imagen pequeña por las calles, pidiendo limosna en las calamidades o por la fiesta patronal, conforme lo expresa el mandato testamentario de unas andas que le hace ese año don Diego Cortegana:
“Declaro que yo y Dª Isavel de Cabrera mi mujer tenemos ofresido hacer unas Anditas pequeñas de plata, para el tavernáculo de Nuestra Señora de los Santos sita en el término de esta villa con que se pida por la calle, que han de ser maderas cubiertas de plata, mando que mis albazeas ajusten y paguen las dichas Anditas y las entreguen a dicha hermita y su mayordomo” (3).
Dicho encargo debió realizarse, y aunque las andas y la pequeña imagen estarían habitualmente en el Santuario, se llevaban al pueblo para las peticiones, como dice la cláusula transcrita. Acaso si se decidió en el siglo XVIII que fue época de auge de estas devociones que estos símbolos permanecieran en el mismo Alcalá y en su ya flamante capillita, sustituta de un primitivo y más elemental hueco en alguna pared. Por esta calzada llegaba la Virgen cuando se le traía al pueblo desde su Santuario.
No parece que las andas hoy existentes sean las arriba indicadas, porque se trata de tiempo demasiado lejano para la buena conservación; en las andas pequeñas que hoy están en uso público o privado –y algunas de las cuales son obras primorosas de Rosado-, no existe plata, si bien cabría pensar si el metal se refundió en las actuales de la Virgen, cuando recogiese de limosna toda la plata necesaria para estas nuevas andas, varales y templete cupulado, en la restauración de González Ripoll de 1896, después del vandálico robo sufrido en el Santuario.
Qué origen tenga la Virgencita de La Salada, lo ignoramos. El cuidadoso restaurador ha observado cierto mérito artístico en la imagen, con restos de policromía; el Niño parece de época distinta y de menos calidad. Ambos son de barro. Por lo demás es aplicable a la Virgen de los Santos de La Salada, cuanto consigna Sancho de Sopranis sobre otra antigua efigie de características semejantes: “Que pertenece al grupo de imágenes que entonces se llamaban vicarias, por ser las que en sustitución de aquellas de gran veneración, difícilmente se removían de sus Santuarios, de las que eran reproducciones más o menos fidedignas; se utilizaban en procesiones o se colocaban –tal fue este caso- en aquellos lugares donde se quería tener presente a las originales”.
Aunque de manera indirecta, consta la existencia del “nicho o capilla” en La Salada antes de 1846, pero sin duda instalado mucho tiempo atrás. En efecto se menciona este ornamento callejero con ocasión de la notable tarea que se impuso ese citado año un hombre emprendedor, José Mª de Puelles y Serri. Este alcalaíno –que había sido, por cierto, el primer Alcalde de elección popular, proyectó entonces, a título particular y benéfico, la construcción de una barriada para jornaleros y personas de escasos recursos en “la salida del pueblo por el lado de la Salada, cuyas casas llegaban hasta el nicho o capilla de la Virgen de los Santos”. Para tal obra obtuvo del Ayuntamiento “la concesión de ambos lados de la calzada, con la idea de hacer allí, como construyó en efecto, una barriada de pobres que se denominaría barrio de la Virgen..., construyéndose al cabo de veinte casas cómodas de un piso y seis de dos, todas con sus alcobas y cuadras, y poniendo al pueblo cerca de los pilares de la fuente”. (4)
Aunque la mayor parte de estas nuevas casas parecen corresponder al muro de contención de la Coracha, ya arriba se apunta que algunas estarían en la acera derecha, hecho que se confirmará con varios textos que aduciremos. El recinto primitivo que albergaría a la Virgen –el que llaman “nicho”- se transforma ahora, según puede deducirse, en camerín o capilla, no sólo resguardada de la inclemencia ambiente, sino en verdadera casita destinada al efecto. Más o menos estas construcción hubo de quedar englobada en el conjunto de las que llamaríamos “casas baratas” referidas, y aunque en parte separada por una tapia que llegamos a conocer, sí tuvo adosada otra vivienda, igualmente del “barrio de la Virgen”.
Así, consignado está en la testamentaría de Isidro, hijo del que llamaremos “fundador” y del que heredó la casa entonces número 17 “lindera por norte y levante con la misma calle, por sur con el arroyo del cuartel y por poniente con casa de esta testamentaría”. También cabe citar otra escritura de 1883 (5), con mención de la hacienda “Alamillos de la Cárdena, situada frente de la Coracha, mediando la calzada de la fuente pública Salada..., que linda por el Norte con la Reguera que sirve de desagüe de la calle de la Salada, por el Sur y Oeste con la casa-cuartel y casas de los herederos de don José María de Puelles y Serri y por el Este con los Alamillos”.
En 1916, el activo Arcipreste don Pedro Martínez Machado, con autorización del Obispo, concertó con doña Juana Ramona de Puelles la cesión por ésta, a la iglesia local y a perpetuidad, de la casa-capillita. Se hizo escritura de venta por razones legales, pero fue regalo de esa señora como consta por testimonios y se conoce por diversos adjuntos (6), a su vez, doña Juana Ramona hacía constar que la había heredado de su padre, otro de los hijos del constructor del barrio. Se describe entonces la llamada “Casa de la Virgen” marcada con el número 20, “compuesta de dos pisos, que con inclusión del corral, que está a su espalda, mide un área de treinta y cuatro metros y tres decímetros cuadrados; y linda por la derecha entrando con la casa conocida por el Cuartel, y por la izquierda y espalda con huerto de los herederos de Don Andrés Corrales Barranco”. La casa se aprecia en 250 pesetas, abonadas “con dinero exclusivo de las limosnas depositadas en el cepillo de la Hermandad de Nuestra Señora de los Santos, y para el solo objeto de dar habitación al servidor que cuide a tan venerable imagen”. Aquí reside el punto interesante, pues revela el uso del recinto también como vivienda permanente, adosada al camerín, y con planta elevada sin duda de erección moderna. En tal novedad insiste otro valioso párrafo del contrato:
“Desde tiempo inmemorial, existe adosada al muro lateral izquierdo de la casa descrita anteriormente una hornacina que contiene una imagen de talla de la Patrona de esta Ciudad, Nuestra Señora de los Santos, objeto de veneración constante de los piadosos alcalaínos, y como necesita, para su mayor culto y esplendor, una vivienda para residencia de la persona que cuide el ornato y limpieza del susodicho recinto, consagrado a la excelsa efigie, se ha autorizado por el Excmo. e Iltmo. Señor Obispo de Cádiz, Don José María Rancés y Villanueva, al compareciente Señor Arcipreste para que concurra a esta compraventa...”
Según nos informó don Pedro Fernández, acordó la Junta de Gobierno en época reciente –en la que fue celoso Mayordomo-, obras de ampliación de esta residencia aneja para los guardeses, quedando todo el bloque exento por completo al desaparecer también el trozo de tapia y mostrándose la estructura y techo de la capilla con formas arquitectónicas específicamente religiosas.
Hicimos mención del retablo de la Puerta del Sol ya desaparecido por su avanzado deterioro. Ahora añadiremos la reflexión de que, en cierto modo, nuestro oratorio de La Salada le suple con ventaja, porque aquí verdaderamente existe una imagen tallada y también está calzada, entrada secular del pueblo, se ha transformado en vía populosa y prolongada, tanto o más que cualquier otra vieja puerta de histórico acceso.
La calle de La Salada conservó este nombre al menos hasta 1885, cuando en 23 de julio el Ayuntamiento clasifica al pueblo por secciones urbanas: pertenecía a la sección 4ª: Amiga, Osorio, Barrio Nuevo, Revuelta, Alonso Cárdeno, Salada, Sol, Luna y Despeñadero. Sin embargo, ya en sesión municipal de 30 de julio de 1900 se encuentra en nueva clasificación y con distinta nomenclatura: Sección 5ª, formada por Despeñadero, Lerma, Nuestra Señora de los Santos, Sol, Río Verde, Tizones y Montes de Oca (7). Y sigue hoy, afortunadamente, llamándose igual.
El mismo día en que se traslada solemnemente la Virgencita a su capilla –reforzada la seguridad de ésta-, la actual Junta de Gobierno ha tenido la satisfacción de inaugurar y hacer bendecir la casa actualmente número 38 de la calle Real, planta baja, adquirida por la Junta anterior para local social ciudadano. Edificio que fue por cierto morada particular de la aludida doña Juana Ramona hasta su muerte en 1931. Es mansión de elegante presencia y bello herraje en cierros y balcones, presidida por la original cenefa o emblema de una alada cabecita de ángel de la guarda adornando su fachada. Nos resulta ahora posible pensar que la Virgen “ha pagado” a aquella señora su donación de casita, honrando la vivienda al hacerla su Casa-Hermandad y hogar privilegiado donde estará permanentemente –en hermosa ornacina, obra del generoso Emilio Ayllón- otra Virgencita de los Santos.
Casi todo lo que hemos dicho parece o es, menudo, casi particular, pero ¿no confesamos al principio que esta pequeña historia no es válida, e íntimamente querida, y que quizá por aquel carácter nos cale a todos más hondo, hasta el profundo subsuelo del alma? Al fin, hablamos a hijos de María de los Santos y sobre una capilla santa, porque a ella se va con amor y se puede ir a llorar cuando lo exige el drama de la vida. Esta vez, dijo con hondura Unamuno: “Lo más santo...es el lugar a que se va a llorar en común. Un Miserere, cantado en común por una muchedumbre, azotada por el destino, vale tanto como una filosofía. No basta curar la peste, hay que saber llorarla.”
Con nuestra Virgencita y esta su pequeña capilla urbana, ya connaturales entre nosotros, la ciudad se nos revela con su mejor sello: como lugar eminente de la comunión humana, signo de la Ciudad definitiva.
Fernando Toscano de Puelles

NOTAS.-

(1) Programa Ferial de 1968.
(2) J. Rodríguez Mateos, en El Folk-lore Andaluz, 1988, p. 281.
(3) Archivo Histórico Provincial, escribano Marchante, 2-VI-1740.
(4) Las citas son de Manuel, hijo del constructor del barrio, en su Historia manuscrita de la familia. El acuerdo municipal está consignado en acta de 20 de febrero de 1847.
(5) De 8 de octubre, ante notario Espinosa.
(6) La escritura es de 9 de febrero y la casa quedó inscrita en el Registro de la Propiedad al Libro 41, folio 17.
(7) Archivo Municipal, Libro Capitular 84, antiguo, folio 25.

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