Una de las primeras aficiones que aprendían los chavales de Alcalá era la caza de pajarillos. Al alba, las aves canoras inundaban la ribera y los corrales de la Coracha. En la Coracha mucha gente criaban un par de cerdos para la matanza y tenían un gallinero para el consumo de la casa. Los pajarillos venían a proveerse de la primera comida del día y organizaban un auténtico guirigay. Con el alba, encontraban satisfecho su afán, porque los campos prodigaban semillas de todas clases. Las bandadas salían en grupo perfectamente ordenados para caer sobre las gramíneas y abastecerse. Lo hacían muy temprano, a la hora que las monjas clarisas se levantaban para la misa.
Lo difícil era levantarse a esa hora sin despertar a la familia. Francisco Almagro tenía dos hermanos, Juan y Pepe; y su amigo Gaspar, diez, cinco hermanos y cinco hermanas. Iban los domingos a ayudar la misa a las clarisas y después se bajaban al “Prao” a poner la liria para cazar pajarillos. Idearon un despertador muy doméstico y rudimentario. Francisco vivía en la esquina del callejón Osorio y tenía despertador. Gaspar no tenía despertador y vivía en la otra esquina de la calle la Amiga, frente por frente a la de Francisco. Gaspar se ataba una cuerda al tobillo con una punta. La otra punta la tenía Francisco en su cama. A las cinco y media en punto, Francisco tiraba de la cuerda y Gaspar daba un salto de la cama. Ambos se iban juntos a ayudar la misa al convento de las monjas clarisas, que era a las seis de la mañana.
Todavía el sol no había llegado al Lario cuando ya ellos estaban poniendo la liria en el “Prao”. En una lata llevaban la liria, un pegamento natural, liga de una materia viscosa blanca y de resina de los árboles. El pajarillo que ponía sus patas en la liria no podía despegarlas y agitaba desesperadamente sus alas sin conseguir liberarse. También utilizaban las perchas, costillas o cepos, pero preferían la liria. Las perchas le rompían las patas o el cuello a los pajarillos, mientras que la liria los cazaba sin hacerles daño y podían meterlos en jaulas. Y allí, los canarios, los jilgueros, los verdones y otros pajarillos aprendían a cantar muy pronto, al lado de un pajarillo canoro. En todas las casas había jaulas con aves canoras.
Las primeras horas de la mañana eran las mejores para cazar. Verdaderas bandadas de pajarillos invadían las riberas del Barbate y de los otros ríos. Los pajarillos comían, bebían y llevaban semillas en sus patas a los nidos. Era un ir y venir antes de que las calores impregnaran los rincones umbrosos. Hacían bastante daño en los sembrados. Los insecticidas, los herbicidas y los fungicidas aún no habían hecho su despiadada aparición. De manera que los pajarillos, al salir el alba, ya habían iniciado su concierto matutino.
Los chavales conocían a la perfección las especies volátiles que atravesaban los cielos de Alcalá. Las había de ciertas proporciones, como la perdiz, la oca, el pato, la paloma común y la torcaz, la tórtola, el zorzal, el estornino... Y pequeñas, como el canario, el verdón, el jilguero, la cogujá, la curruca, el pechorrubio, la colibrí, la alondra, el ruiseñor, el avefría, el cuclillo... A eso de las doce, cuando amenazaba el calor, se recogían las perchas, haciendo un manojo con los pajarillos cazados. Después, se echaba un último vistazo a las lirias y se recogían los pajarillos vivos en una jaula.
Volvían a casa con la vanagloria de la caza. Las madres los pelaban y los adobaban con “yerbas” aromáticas. El olor recorría todo el callejón Osorio y la calle la Amiga. De las cocinas del bar “Dominguito” y de la del bar “Los Panaderos” salían también olores inefables que los mayores no podían esquivar. Aquellos sabores han permanecido en las evocaciones infantiles como algo imperecedero. A veces se vuelve por Alcalá con la esperanza de encontrarlos. Y, en ocasiones, salen de alguna casa, se huele, se recuerda, se desea, pero no se cata.
Afortunadamente, de nuevo se ven los pajarillos por los campos de Alcalá, pero no son las bandadas de entonces. Y, afortunadamente también, no se matan como se hacía en aquellos tiempos, porque está prohibido, aunque de eso ya se encargan los herbicidas. La caza y la normativa moderna han conseguido erradicarlo casi todo. Los chavales ya no conviven con las aves y los animales del campo. El pueblo ya no puede cazar porque esa afición es para bolsillos más potentes. Y hasta los ciervos, los jabalíes y los conejos van por la derecha en los Alcornocales.
JUAN LEIVA
Lo difícil era levantarse a esa hora sin despertar a la familia. Francisco Almagro tenía dos hermanos, Juan y Pepe; y su amigo Gaspar, diez, cinco hermanos y cinco hermanas. Iban los domingos a ayudar la misa a las clarisas y después se bajaban al “Prao” a poner la liria para cazar pajarillos. Idearon un despertador muy doméstico y rudimentario. Francisco vivía en la esquina del callejón Osorio y tenía despertador. Gaspar no tenía despertador y vivía en la otra esquina de la calle la Amiga, frente por frente a la de Francisco. Gaspar se ataba una cuerda al tobillo con una punta. La otra punta la tenía Francisco en su cama. A las cinco y media en punto, Francisco tiraba de la cuerda y Gaspar daba un salto de la cama. Ambos se iban juntos a ayudar la misa al convento de las monjas clarisas, que era a las seis de la mañana.
Todavía el sol no había llegado al Lario cuando ya ellos estaban poniendo la liria en el “Prao”. En una lata llevaban la liria, un pegamento natural, liga de una materia viscosa blanca y de resina de los árboles. El pajarillo que ponía sus patas en la liria no podía despegarlas y agitaba desesperadamente sus alas sin conseguir liberarse. También utilizaban las perchas, costillas o cepos, pero preferían la liria. Las perchas le rompían las patas o el cuello a los pajarillos, mientras que la liria los cazaba sin hacerles daño y podían meterlos en jaulas. Y allí, los canarios, los jilgueros, los verdones y otros pajarillos aprendían a cantar muy pronto, al lado de un pajarillo canoro. En todas las casas había jaulas con aves canoras.
Las primeras horas de la mañana eran las mejores para cazar. Verdaderas bandadas de pajarillos invadían las riberas del Barbate y de los otros ríos. Los pajarillos comían, bebían y llevaban semillas en sus patas a los nidos. Era un ir y venir antes de que las calores impregnaran los rincones umbrosos. Hacían bastante daño en los sembrados. Los insecticidas, los herbicidas y los fungicidas aún no habían hecho su despiadada aparición. De manera que los pajarillos, al salir el alba, ya habían iniciado su concierto matutino.
Los chavales conocían a la perfección las especies volátiles que atravesaban los cielos de Alcalá. Las había de ciertas proporciones, como la perdiz, la oca, el pato, la paloma común y la torcaz, la tórtola, el zorzal, el estornino... Y pequeñas, como el canario, el verdón, el jilguero, la cogujá, la curruca, el pechorrubio, la colibrí, la alondra, el ruiseñor, el avefría, el cuclillo... A eso de las doce, cuando amenazaba el calor, se recogían las perchas, haciendo un manojo con los pajarillos cazados. Después, se echaba un último vistazo a las lirias y se recogían los pajarillos vivos en una jaula.
Volvían a casa con la vanagloria de la caza. Las madres los pelaban y los adobaban con “yerbas” aromáticas. El olor recorría todo el callejón Osorio y la calle la Amiga. De las cocinas del bar “Dominguito” y de la del bar “Los Panaderos” salían también olores inefables que los mayores no podían esquivar. Aquellos sabores han permanecido en las evocaciones infantiles como algo imperecedero. A veces se vuelve por Alcalá con la esperanza de encontrarlos. Y, en ocasiones, salen de alguna casa, se huele, se recuerda, se desea, pero no se cata.
Afortunadamente, de nuevo se ven los pajarillos por los campos de Alcalá, pero no son las bandadas de entonces. Y, afortunadamente también, no se matan como se hacía en aquellos tiempos, porque está prohibido, aunque de eso ya se encargan los herbicidas. La caza y la normativa moderna han conseguido erradicarlo casi todo. Los chavales ya no conviven con las aves y los animales del campo. El pueblo ya no puede cazar porque esa afición es para bolsillos más potentes. Y hasta los ciervos, los jabalíes y los conejos van por la derecha en los Alcornocales.
JUAN LEIVA
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