jueves, 10 de septiembre de 2009

LOS ORÍGENES DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS SANTOS

En las crónicas de Castilla Medieval, se narran con bastantes pormenores la derrota sufrida por el infante musulmán Abdul-Melik, hijo del Rey de Marruecos. Pero el contemporáneo “Poema de Alonso el Onceno”, aporta los primeros indicios de la conexión de esta célebre batalla con los remotos orígenes del Santuario de la Patrona alcalaína.
Octubre de 1339. El citado príncipe salió de Algeciras con ánimo de conquistar el fronterizo poblado de Alcalá. Para impedir su acción se formó enseguida un contingente de tropas cristianas, al mando del Maestre de la Orden de Alcántara, y con participación de varios Consejos de la Comarca. Este ejercicio hizo campamento en el Llano del Tardal, hoy de los Santos, antigua vega del morisco Monte Gibr (Alvar), junto al camino real antiguo o cañada del Esperón.
Al amanecer (relata el Poema) descubrieron los soldados un crucifijo colgado en una alta vara, hecho que nadie supo explicar y fue tenido por milagroso.

“La mannana ssalia clara.
Fesieron ssu oracion,
e vieron en una vara
Vn muy fermoso pendon;
Vn crucificio y estaúa
Fegurado noblemiente,
E a todos semajava
como vino carnalmente.
Las cinco llagas tenia
Con que Dios padescio muerte
De las llagas parecia
que corria sangre fuerte.
Mucho se maravillavan
de tan fermoso pendon,
E los ynojos fincavan
E fasian oración”.

Esta aparición era presagio celestial del éxito de la empresa. En efecto, poco después se libraba la batalla de Pagana o Patrite, en el llano de la Pelea, y allí pereció el reyezuelo moro, señalándose aún el lugar donde encontró la muerte. Su expedición quedó desde luego completamente desbaratada, y aunque su padre Abdul-Hassan, Rey de Marruecos vino luego a vengar la pérdida de su hijo, de ahí se derivó nueva y gloriosa victoria cristiana en la insigne batalla del Salado de Tarifa.
Con los sucesos, debió ser intensa la emoción religiosa de la hueste cristiana, penetrada de espíritu de cruzada y en la que participó con mesnada propia el obispo de Mondoñedo. Igual fervor experimentó sin duda el pueblo de Alcalá, liberado del asedio islámico. Ejército y pueblo hicieron constantemente la obligada oración de circunstancias, la invocación y cántico del Trisagio, el habitual himno trinitario o triple “Santo” en honor del Señor de los Ejércitos. Conforme era costumbre, los alcalaínos levantaron el Humilladero conmemorativo, sencilla Cruz de piedra sobre gradas; eso sí, colocando al pie una lápida con la evocadora alabanza:

SANCTVS
SANCTVS
SANCTVS

A este lugar devoto se iba a orar en las calamidades; colocado al borde del camino real, servía para los saludos de viandantes piadosos y tal vez fuera muchos años punto de romería o fiesta que recordara la antigua victoria.
El testimonio más fundado sobre los nuevos pasos del culto podemos sacarlo, sobre todo de fray José de San Anastasio, erudito carmelita que escribe en 1723, pero refiriéndose siempre a tradiciones antiguas y muy venerables.
En ocasión de una popular peregrinación al Humilladero para pedir remedio por la sequía la voz de un pastor ignoto proclamó que allí quería Dios se hiciese una ermita a la Virgen. Acogida con entusiasmo la idea, se determinó el sitio más a propósito y se construyó la pequeña iglesia sobre el fundamento de la piedra antigua de los “Sanctus”, la cual habría de dar la advocación de la Virgen de los Santos, alteración normal en un culto popularizado y concorde con la insigne titulación eclesial “Regine Sanctorum Omnium”.
La imagen de la Virgen tiene origen desconocido. Hay versión de que provino de la misma Parroquia local, pero es más divulgada la tradición consabida de que fue donada por dos caminantes desconocidos, suponiéndose también especial intervención divina en su artificio, anterior ciertamente a 1591 en que el Sínodo diocesano prohibió las llamadas imágenes de candelero y vestidas. Por este tiempo abundan las bautizadas alcalaínas de nombre María de los Santos, empiezan los más antiguos ex votos que han llegado a nuestros días y la ermita debió ampliarse cuando un documento habla de “la yglesia de nuesttra señora de los santos”.
Se aprecia que la construcción actual es heredera de otra anterior que ha dejado su huella románica en la portada del templo. Fue obvia también la aparición paulatina de algunas modestas construcciones o anejos, al intensificarse incesantemente el culto y estima comarcal de la Virgen de Alcalá.
El Cabildo la tuvo primitivamente en sus armas blasonadas y el pueblo la veneró por Madre y Reina desde siempre, aunque el Patronato oficial se otorgara por la Santa Sede en el siglo pasado (y el año próximo se cumple el primer centenario de esta gracia).
No debemos distanciar la transformación del humilladero en santuario mariano. Como hipótesis, nos atreveríamos a suponerla casi en los mismos linderos del reinado de Don Alfonso XI, que estuvo en Alcalá, otorgó ilustres títulos a la entonces pequeña villa cercada de murallas y mostró repetido fervor marianista. El Rey castellano invocó a la Virgen del Pilar cuando se dispuso para el rechazo de los invasores benimerines, erigió la ermita tarifeña de Nuestra Señora de la Luz en celebración de la victoria del Salado y dejó escrito que a Santa Maria “nos tenemos por Señora é abogada en todos nuestros fechos é a honra é a servicio de todos los Santos de la Corte Celestial”. ¿No parece propio de su piedad promover que la Virgen presidiera también el recuerdo de aquel otro gran suceso triunfal de su reinado?

Fernando Toscano Puelles.

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