32.- BESAMANOS Y BESAPIÉS
Ya hace días que las iglesias están abiertas para los besamanos y los besapiés. En la Semana de Pasión, se multiplican las convocatorias y, si uno se enrola en la procesionaria que entra y sale de los templos, sólo tiene que dejarse llevar para no perder el camino. Me lo dijo mi barbero una vez: “Lo que más me gusta de este tiempo de Cuaresma son los besamanos y los besapiés. Visito todas las iglesias que tienen sus imágenes expuestas, para que podamos besar la mano de la Virgen o el pie del Cristo. Para mí, lo más importante de la Semana Santa es eso.”
“¿Y por qué? –le dije pensando que los andaluces somos muy besucones-. “Creo que hay otras cosas más importantes que esa ¿no es cierto?” “Para mí, no –me contestó- “La sensación que experimento es como si las llagas de los pies del Cristo estuvieran abiertas; o como si las manos de la Virgen estuvieran preparadas para acoger las mías. Es como una dependencia que no puedo eludir ningún año” Y entonces recordé que de niño, en Alcalá, me había ocurrido eso en la Victoria. Ciertamente, la presencia de las imágenes al mismo nivel que los fieles, me dieron la sensación de haberse bajado de los altares y de los pasos para ponerse al alcance de los visitantes.
Evidentemente, esto hay que entenderlo o haberlo vivido de pequeño, pero no se puede quedar ahí con el traje infantil. Porque el toreo, el fútbol o el cine tienen lo que se llama la afición, sus “hinchas”. Uno que no tenga afición a estos acontecimientos de masa, queda indiferente ante una verónica, ante un buen regate o ante un primer plano de cine. Y se queda desconcertado al ver a su médico pegar voces en la plaza de toros, en el campo de fútbol o en la sala de cine. En las fotos del lunes deportivo, vemos forofos locos y formidables “alabis” a los que nos cuesta trabajo dar crédito. Hace unas semanas, recibimos la noticia de la muerte de un hincha futbolista ante un gol del contrario. Supongo que, para entender esto, hay que tener afición.
Lo mismo ocurre a los cofrades ante sus imágenes colocadas “vis a vis”. Hay que entender lo que se pretende. Los hermanos le llaman fe; los cofrades, capillismo; los profanos, forofos. Evidentemente, las imágenes son iconos, símbolos, representaciones de las personas que pasaron por la vida haciendo el bien y dando ejemplo de solidaridad y amor. A veces son obras de artes, pero no se deben transformar en fetiches. La religión utiliza muchos símbolos y celebraciones para recordar, pero eso no quiere decir que contengan lo que representan. Lo mismo que una fotografía o una imagen nos recuerdan a nuestra madre o a nuestro padre, pero no lo contienen.
En cambio, hay símbolos naturales que contienen lo que representan. El humo es una señal que contiene lo que significa. Si un guarda forestal ve una columna de humo en los Alcornocales, inmediatamente alerta al helicóptero para que tome las medidas oportunas, porque está seguro que allí hay fuego. El humo es la señal inequívoca del fuego. Lo mismo ocurre con las acciones humanas. Si le das muchos besos a una imagen, no significa necesariamente que amas mucho a Dios o a la Virgen, porque la imagen es un icono, no contiene a Dios ni a la Virgen, es una imagen, un recuerdo. En cambio, si te acercas a un hermano para ayudarle, es seguro de que allí está Dios. Lo dice Cristo. “Si no amas a un hermano que ves, ¿cómo puedes amar a Dios que no ves?” Y es que la caridad y la solidaridad contienen lo que significan, el amor, Dios.
Cuando salía en las procesiones revestido de monaguillo, la presencia de las imágenes salvando los desniveles de las calles y asomando por las esquinas, acompañados por la música e iluminadas por los cirios, ponía los bellos de punta. Y veía a muchas mujeres llorar y a algunos hombres quitarse la gorra al pasar la imagen. Era un sentimiento de la mujer y una señal de respeto del hombre. Eso es sano, igual que no te gusta que rompan o pisoteen un retrato de tu madre, tampoco te gusta que le falten o no la respeten. Recuerdo, sin embargo, que lo que más admiraba la gente era que el padre Manuel y el padre Lara dieran limosnas a los pobres de Alcalá en aquellos tiempos de hambre. Era la mejor señal de que querían a la gente. Y le perdonaban todos sus defectos.
Los iconos tienen la virtud de recordarnos a Dios, a la Virgen y a los santos. Si somos sinceros, a través de ellos queremos amar a los hermanos. Alcalá ha tenido hombres y mujeres muy cabales, de mucho talento, de entrega a los demás; grandes bienhechores del prójimo. De eso nos enorgullecemos todos cuando vemos sus fotos y monumentos: San Juan de Ribera, el Venerable Viera, Pedro Sáinz Andino, Alfonso Perales, Sor Julia Romero Vera (Hermana María del Amor), Antonio Millán Puelles, el médico Juan Franco, Antonio Mansilla y un largo etcétera que podríamos recordar entre todos.
JUAN LEIVA
Ya hace días que las iglesias están abiertas para los besamanos y los besapiés. En la Semana de Pasión, se multiplican las convocatorias y, si uno se enrola en la procesionaria que entra y sale de los templos, sólo tiene que dejarse llevar para no perder el camino. Me lo dijo mi barbero una vez: “Lo que más me gusta de este tiempo de Cuaresma son los besamanos y los besapiés. Visito todas las iglesias que tienen sus imágenes expuestas, para que podamos besar la mano de la Virgen o el pie del Cristo. Para mí, lo más importante de la Semana Santa es eso.”
“¿Y por qué? –le dije pensando que los andaluces somos muy besucones-. “Creo que hay otras cosas más importantes que esa ¿no es cierto?” “Para mí, no –me contestó- “La sensación que experimento es como si las llagas de los pies del Cristo estuvieran abiertas; o como si las manos de la Virgen estuvieran preparadas para acoger las mías. Es como una dependencia que no puedo eludir ningún año” Y entonces recordé que de niño, en Alcalá, me había ocurrido eso en la Victoria. Ciertamente, la presencia de las imágenes al mismo nivel que los fieles, me dieron la sensación de haberse bajado de los altares y de los pasos para ponerse al alcance de los visitantes.
Evidentemente, esto hay que entenderlo o haberlo vivido de pequeño, pero no se puede quedar ahí con el traje infantil. Porque el toreo, el fútbol o el cine tienen lo que se llama la afición, sus “hinchas”. Uno que no tenga afición a estos acontecimientos de masa, queda indiferente ante una verónica, ante un buen regate o ante un primer plano de cine. Y se queda desconcertado al ver a su médico pegar voces en la plaza de toros, en el campo de fútbol o en la sala de cine. En las fotos del lunes deportivo, vemos forofos locos y formidables “alabis” a los que nos cuesta trabajo dar crédito. Hace unas semanas, recibimos la noticia de la muerte de un hincha futbolista ante un gol del contrario. Supongo que, para entender esto, hay que tener afición.
Lo mismo ocurre a los cofrades ante sus imágenes colocadas “vis a vis”. Hay que entender lo que se pretende. Los hermanos le llaman fe; los cofrades, capillismo; los profanos, forofos. Evidentemente, las imágenes son iconos, símbolos, representaciones de las personas que pasaron por la vida haciendo el bien y dando ejemplo de solidaridad y amor. A veces son obras de artes, pero no se deben transformar en fetiches. La religión utiliza muchos símbolos y celebraciones para recordar, pero eso no quiere decir que contengan lo que representan. Lo mismo que una fotografía o una imagen nos recuerdan a nuestra madre o a nuestro padre, pero no lo contienen.
En cambio, hay símbolos naturales que contienen lo que representan. El humo es una señal que contiene lo que significa. Si un guarda forestal ve una columna de humo en los Alcornocales, inmediatamente alerta al helicóptero para que tome las medidas oportunas, porque está seguro que allí hay fuego. El humo es la señal inequívoca del fuego. Lo mismo ocurre con las acciones humanas. Si le das muchos besos a una imagen, no significa necesariamente que amas mucho a Dios o a la Virgen, porque la imagen es un icono, no contiene a Dios ni a la Virgen, es una imagen, un recuerdo. En cambio, si te acercas a un hermano para ayudarle, es seguro de que allí está Dios. Lo dice Cristo. “Si no amas a un hermano que ves, ¿cómo puedes amar a Dios que no ves?” Y es que la caridad y la solidaridad contienen lo que significan, el amor, Dios.
Cuando salía en las procesiones revestido de monaguillo, la presencia de las imágenes salvando los desniveles de las calles y asomando por las esquinas, acompañados por la música e iluminadas por los cirios, ponía los bellos de punta. Y veía a muchas mujeres llorar y a algunos hombres quitarse la gorra al pasar la imagen. Era un sentimiento de la mujer y una señal de respeto del hombre. Eso es sano, igual que no te gusta que rompan o pisoteen un retrato de tu madre, tampoco te gusta que le falten o no la respeten. Recuerdo, sin embargo, que lo que más admiraba la gente era que el padre Manuel y el padre Lara dieran limosnas a los pobres de Alcalá en aquellos tiempos de hambre. Era la mejor señal de que querían a la gente. Y le perdonaban todos sus defectos.
Los iconos tienen la virtud de recordarnos a Dios, a la Virgen y a los santos. Si somos sinceros, a través de ellos queremos amar a los hermanos. Alcalá ha tenido hombres y mujeres muy cabales, de mucho talento, de entrega a los demás; grandes bienhechores del prójimo. De eso nos enorgullecemos todos cuando vemos sus fotos y monumentos: San Juan de Ribera, el Venerable Viera, Pedro Sáinz Andino, Alfonso Perales, Sor Julia Romero Vera (Hermana María del Amor), Antonio Millán Puelles, el médico Juan Franco, Antonio Mansilla y un largo etcétera que podríamos recordar entre todos.
JUAN LEIVA
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