lunes, 7 de marzo de 2011

EVOCACIONES ALCALAÍNAS





65.- ALCALÁ, SUS CABALLOS Y SUS CABALLEROS

Eugenio Moreno Reyes nos esperaba a Andrés y a mí en Santo Domingo. Allí estaba, y encontramos también a Iván Valencia, el penúltimo herrador de Alcalá. Eugenio es uno de los descendientes de una larga saga de alcalaínos que se han dedicado a la cría caballar. Su bisabuelo, Antonio Moreno Hidalgo, estaba afincado en Las Viñas, por lo que lo llamaban “El Maestro Barbero de las Viñas”. Era natural de Alcalá, pero vivió toda su vida laboral en Las Viñas. Su trabajo consistía en gestionar una pequeña finca heredada de sus padres, pero su profesión era barbero. Se trasladaba de cortijo en cortijo a caballo, para pelar y afeitar a los trabajadores. Compraba los potros y él mismo los domaba a su gusto. Tenía buena mano con los caballos. Su último caballo lo domó con 70 años. También tocaba la guitarra y sobre los años sesenta, en colaboración con Elena Pastor Morales, ganaron el I Premio de Bailes Regionales en el Gran Teatro Falla de Cádiz, presentando el “Gazpacho de Alcalá”. Cincuenta años después, su bisnieto, José Manuel Moreno Reyes, actuó en el mismo lugar del escenario del Falla, con el Coro de Carnaval “El triángulo”, alcanzando la final del concurso de agrupaciones. El abuelo de Eugenio, hijo de Antonio, se llamaba Eugenio Moreno Celis y se casó con Belén Román Estudillo. Tenía un ventorrillo, pero lo dejó y se vino al pueblo. Continuó, durante treinta años, la profesión de su padre, barbero, y la afición a los caballos y terminó regentando la Posada de la Cruz. Fue un gran jinete, por lo que su fama cundió por toda la comarca. El padre de Eugenio, Diego Moreno Román, heredó también la profesión de peluquero y la afición a los caballos. Después se colocó en Acerinox y se trasladó con la familia a Los Barrios, pero nunca perdió la vinculación con el caballo. Así, todo el conocimiento del que era depositario se lo fue transmitiendo a su hijo desde pequeño, inculcándole el amor por este bello y noble animal. En esa labor didáctica fue clave contar con “Camarón”, ese potrillo tordo de apenas dos años que le regalón a Eugenio su abuelo materno, Pepe Reyes. Aquel colino, que estuvo enla casa unos quince años, llegó a ser uno más de la familia. Como afirmaba Diego Moreno Román, “potro y jinete se domaron juntos; se enseñaron mutuamente”. Hoy, Eugenio es un caballero joven, que gasta sus mejores horas en el trabajo, en la cría caballar y en montar a caballo. Cuando acabó sus estudios, tuvo la oportunidad de pasar unos meses en la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, donde entra a fondo y con pasión en el conocimiento de la equitación tratando de absorber como una esponja toda la sabiduría que conserva la Escuela jerezana. En ella se tituló como Juez de Doma Clásica, Doma Vaquera y Alta Escuela Española, disciplina en la colabora como periodista para la Federación Andaluza de Hípica.

En el todo-terreno de Eugenio, bajamos de Alcalá hasta El Prado, pasando por la salina de Ignacio Toscano Puelles, que tenía una mina de sal y estuvo en explotación algún tiempo. La carretera de acceso a la “Huerta de Reyes” estaba cortada y tuvimos que dar un gran rodero. El día es una primavera avanzada, cuando asoma la carretera del Valle y pasamos cerca de la cantera de piedra del Hurón. Más arriba encontramos el “Puerto de la Pará” y el cruce de caminos. El río Fraja corre paralelo a la carretera y aparece bajo un puentecillo nuevo, porque el antiguo puente colgante se lo llevó la riada de 1992.

Atravesamos el río con el todo terreno y salimos de la fangosidad. Frente, aparece la “Huerta de Reyes” y el “Cerro de los Pájaros.” Una bandada de pajarillos hace honor a su nombre. Y un manantial, que abasteció de agua a Alcalá, pasa por la casa y la alberca. “Aquí veníamos los chavales a bañarnos en verano” –comenta Andrés. “Esta es la finca de la familia” –dice Eugenio. Con cierta ufanía, Eugenio nos enseña su tesoro, sus caballos. Trae una jaca y dice: “Esta es “Bandolera”, la yegua que manda en la cuadra. Y este es “Curro”, el mejor caballo, pero con una historia trágica.

Tuvo la mala fortuna de caer sobre un pozo ciego del que hubo que sacarlo con una excavadora atándolo con cuerdas. En la briega para poder salir, el animal se había cortado completamente el tendón de una de sus patas. Hubo que operarlo. Eugenio y su padre se turnaban para poder estar en todo momento ayudando a un caballo que ni siquiera podía levantarse. Inventaron un artilugio para que no moviera el pie hasta que curara. Lo pudimos salvar sin tener que sacrificarlo y ahí está vivo y sano. Aunque no podrá ser un caballo dedicado a la doma, debido a las secuelas que aquel infortunio le dejaron, “Curro” tiene una nobleza enorme y sobre su lomo aprenden a montar los chiquillos que quieren iniciarse. Os aseguro que se llega a amar al caballo como si fuera un compañero. Cada caballo tiene su pequeña historia, de gran calado en el valor sentimental de cada uno de ellos. El “Rubio” es un alazán que nació hace unos cinco años en el molino de Jara, fue propiedad de Jorge de la Jara Pérez (primo de Eugenio), un gran jinete que recientemente nos dejó.

Una de las actividades tradicionales de Alcalá fue la ganadería caballar. Eso se debía a las formidables dehesas que se extendían en sus términos, al trabajo del campo y al influjo que tuvieron los caballos jerezanos en nuestro pueblo. Según Sánchez del Arco, las dehesas alcalaínas eran ocho: Barracones de Alberite, Hernán Martín, Dehesa Jota, Laganes, Laurel, Dehesa del Montero, Sauzal y Hoyo de la Zarza. Reunían un total de 427 cabezas de ganado caballar, y 846 de ganado vacuno. Y añade que, en 1893, “Gozaba Alcalá de justa fama por sus caballos de hermosa presencia y noble condición, siendo estimadísimos para tiro y más para silla.”

Recordamos también que, en el siglo XIX, los dueños de cuadras de Alcalá eran cerca de veinte: “Jorge Jara Rodríguez, cuya ganadería caballar procedía de los Caleros de Paterna, cruzada con la de Zapata de Arcos y con la de Moreno Rodríguez, también de Arcos. En invierno pastaban en sus dehesas y en verano en el cortijo de la Pagana.” Y otros eran Antonio Pérez, Antonio Puelles, Francisco Hita García, Isabel Fernández, José Sánchez, José Jiménez, Juan Carrillo, Herederos de Juan Álvarez, Antonio Visglerio, Juan Cabrera, Pedro Visglerio, Pedro Toscano, Miguel Caro, Melchor Román, Manuel Coca, Manuel Cuesta, Domingo Acedo y Pedro Cuesta Mariscal. Sus yeguas procedían de la Cartuja de Jerez y pastaban en el Cermeñuelo en invierno y, en la Pagana y en la Mata del Tuerto en verano.” (Sánchez del Arco, Eloy, pág. 118).

Los chavales, en cualquier prado de Alcalá, podíamos descubrir luminosas estampas de caballo en la década de los 40. Una de ellas era la de las yeguas dando de mamar a sus potros y potrancas, mientras los caballos pastaban tranquilamente. De pronto, se desencadenaba una espantada electrizante y los potrillos con sus madres emprendían veloz carrera sin que se supiera la razón. Los caballos se apresuraban detrás, como para proteger a las madres y a los hijos. El espectáculo era de lo más bello. Se paraban de pronto y cada potrillo se arrimaba a la ubre de la madre para mamar. Duraba unos minutos, como si respondieran a un impulso materno. Al cabo de la mamada, volvían las madres a comer y a seguir el rito instintivo. Era el milagro de la maternidad y de la paternidad superando al de los propios humanos.

En la evocación, titulada “Los sementales”, recordamos el acontecimiento de la llegada de los soldados de la “Remonta” de Jerez, con los caballos jerezanos, para cubrir a las yeguas y asegurar la pureza de la raza. La tradición, en 1985, seguía, porque entre las cien ganaderías de caballos de pura raza, españoles y árabes, de la provincia de Cádiz, aparecidas en el Diccionario Enciclopédico de la Caja de Ahorros de Jerez, se encuentra la de Juan Gutiérrez González, de Alcalá de los Gazules, con las siglas de “LI” de raza española. Estas siglas, como las otras ganaderas, las tienen asignadas para el tatuaje de sus crianzas. Hoy hay catalogadas bastantes cuadras.

Actualmente, el cultivo de los caballos alcalaínos casi ha quedado reducido al desfile en la Romería de los Santos, montados por caballeros y mujeres alcalaínas a la grupa, estampa pintoresca y castiza que ofrecen los nativos y envidian los visitantes. Los chavales participábamos de ese orgullo, pero era sólo un sueño: tener un caballo y montarlo en la Romería de Los Santos.

El caballo andaluz es un animal fácilmente domesticable, de miembros fuertes, cabeza grande, hermosos ojos laterales, orejas puntiagudas, pequeñas y movibles. Su nariz tiene ollares ampliamente abiertos, cuello largo y pelo suave, tupido y corto, excepto en la parte superior del cuello, de largas crines, y en la cola. El caballo tiene 40 dientes y la yegua 36. Las tres razas más comunes de caballo andaluz eran el de tiro, el de silla y el de carrera y saltos. “Los caballos andaluces criados en Jerez de la Frontera y su entorno, son muy estimados en todo el mundo, antes incluso de que el caballo inglés se pusiera de moda. El andaluz ocupaba el primer lugar como caballo de silla, no distinguiéndose del árabe, y siendo tan proporcionado y tan bello, que Napoleón sentía gran predilección por él, hasta el punto de que su caballo de guerra era andaluz, conservándose su esqueleto en el Museo de Historia Natural de París.” (Sansón Andrés, Tratado de Zootecnia.)

Hace ya algunos meses, en una de mis visitas a Alcalá, encontré a un chavalito de unos seis o siete años, a caballo por la cuesta de Río Verde, como un auténtico jinete. Iba orgulloso, tranquilo, seguro, sin temor alguno. Le saqué una foto y le pregunté: “¿A dónde vas?”. Y me contestó como un hombre: “A dar un paseo por el pueblo.” Y volví a interrogarle: “¿Y no te da miedo que el caballo se espante con los coches?” Y me contestó con tono despectivo: “¡Anda ya!”. Y siguió el paseo con su caballo. Cuando salía con el auto por el cerro de la Ortega, lo vi de nuevo en su caballo por la carretera. Iba hablando con él como con un amigo, como dos cómplices de aventuras y sueños. Y a mí me asaltaron los recuerdos evocadores de aquellos años de mi niñez.

Hoy, en Alcalá, queda todavía afición al caballo, pero el automóvil lo ha desplazado hasta el punto de romper la auténtica tradición. Incluso las paradas de sementales que se hacían en Alcalá han desaparecido. Los ganaderos se tienen que desplazar a Jerez y llevar las yeguas en vehículos para ser cubiertas. En muchos casos, las preñan por inseminación artificial. Entonces, el caballo alcalaíno era una referencia obligada por su tradición ganadera. Quedan algunos jinetes jóvenes, discípulos de Antonio Fernández Muñoz, como Adriano Cuesta Márquez, Manuel García Alconchel, Javier Giráldez Rodríguez, Diego Herrera Reyes, Juan Fernando Holgado Estrada, Jorge de la Jara Pérez (q.e.p.d.) y Juan Manuel Pérez Lozano, que motivan a otros jóvenes y les enseñan la doma y las lecciones elementales de la equitación.

Según los especialistas, los caballos cartujanos constituyen la variedad más pura y menos contaminada de la raza española. Y terminamos con un lírico árabe, que canta la creación del caballo con estas palabras:

“Cuando Dios quiso crear al caballo, dijo al viento del sur: ‘De ti produciré una criatura que será la honra de mis allegados, la humillación de mis enemigos y la defensa de los que me atacan’. ‘Sea’, respondió el viento. Cogió entonces Él un puñado de viento y creó al caballo. Le habló: ‘Te llamo caballo, te doy raza árabe, a tu crin anudo el bien, cabalgándote se logrará botín, la gloria se hallará donde tú estés. Yo te distingo de todos los animales, sobre ellos te hago señor; la querencia de tu amo te concedo; te permito volar sin alas; servirás para perseguir; servirás para huir; en tus lomos subiré a hombres que Me glorificarán, exaltarán y aclamarán.” (Alí Ibn Abi Talib. Califa de Medina (Arabia) 656661. Cita de Alcornocaleños).

JUAN LEIVA

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Comentar que Jorge Manuel de la Jara Pérez (q.e.p.d.), Juan Manuel Pérez Lozano y Eugenio Moreno Reyes, era y son biznietos de Antonio Moreno Hidalgo, Maestro Barbero de Las Viñas.

Anónimo dijo...

Me ha hecho gracia, yo también soy bisnieto de Antonio Moreno Hidalgo

Anónimo dijo...

Me alegró mucho que te haya hecho gracia. El Maestro barbero tiene muchos biznietos y todos muy buena gente, (como se suele decir), por Algeciras, Madrid y Barcelona hay algunos, en este caso del articulo publicado, creo que se refiene a los nietos que han seguido alguna afición suya como es el caballo, o la guitarra, me gustaría saber quien eres y también si hay más nietos que se dediquen a alguna de sus aficiones como eran: el caballo, la guitarra, el flamenco, la barbería, etc, soy Manuel Pérez Moreno, nieto suyo. Abrazos,

Anónimo dijo...

Hola! pues soy de Barcelona, nieto de Antonio Moreno Celis y creo que el bisnieto más joven del Maestro barbero. Desafortunadamente nadie siguió con alguna de estas aficiones, aunque mi abuelo ha hecho todo lo posible para que nos apasionen las guitarras, el caballo... (aunque no practiquemos) Él mismo nos hizo una guitarra para cada nieto y cuando tenía buena memoria nos enseñaba a manejar el instrumento. Soy Yeray Márquez Moreno hijo de Rosario Moreno Rodríguez. Me gustaría saber más sobre Antonio Moreno Hidalgo. Abrazos a todos!

Eugenio Moreno Reyes dijo...

Seguir las tradiciones familiares es una forma de honrar y mantener vivas a las personas que nos precedieron y que, con mucho esfuerzo, sembraron las semillas que hoy siguen dando frutos.

yerym2 dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Mi padre (Miguel Moreno Romero), hijo de Gabriel Moreno Celis,me ha hablado de este blogs y me parece muy interesante. El siempre me dice que la afición mia por el baile flamenco viene de mi bisabuelo (Antonio Moreno Hidalgo), y me recuerda cuando ganaron un concurso de chacarrá.Yo bailo flamenco desde hace muchos año, y me gustaría saber más, ver fotografías, saber historias, sobre mis antepasados. Yo soy Estefanía Moreno Romero. por cierto, mi hermana Sandra Mª, aunque no se dedica a la peluqueria, si curso los estudios, aficción que le venía desde pequeñita, cuando pelaba cualquier muñeca que caía en sus manos.

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