domingo, 10 de julio de 2011

PREGÓN DE LA FERIA DE 1969 DE ALCALÁ DE LOS GAZULES




Reina de las Fiestas, dignas Autoridades, señoras y señores:
Vengo a Alcalá de los Gazules, en esta noche, con el oficio de las campanas, alborotar el aire con la voz que me queda y la intención del bronce que es tirar de los hombres para arriba. Al menos, las campanas de madrugada sirven de despertador y de aguasueño, de revientadescansos y recuerdo que espera el nuevo día y su afán.
Vengo a pregonar mi mercancía del modo que Dios me da a entender, pues el que pregona y quiere decir más que puede, llena su boca de lo mismo que vacía su corazón, o viceversa, que a veces uno se atranca, como los enamorados que hacen silencio y, para decirlo todo, hasta cierran los ojos para no ver el beso que se les va.
A cantar Alcalá, su presente y su pasado, la nebulosa de su historia picoteada por la cresta del gallo de su Torre Lascutana, la nubulosa de su leyenda de surtidores y serrallos donde crecen, como almáciga, las adelfas del Barbate, las pinturas prehistóricas de la Janda, las piedras labradas de Alcalá-Benalup, los miedos del Vivillo que todavía pulen la sierra camino de Algeciras, la corza virgen que cambió un venable por los cuernos de su amor subiendo a la Pilita de la Reina y la fogosidad ecuestre y amorosa de aquel Gari-Sánchez de Vargas, incontinente derribador de caballos y doncellas que nos hace pensar que tenía hueso, tanto era su vigor. A cantar la zulla de vuestros pastos que mete carnes y apaga genios de toros bravos, los catarros de ese gigantón que estornuda más allá del Peñón de Gibraltar y forma el viento de Levante que escora los chaparros hacia el poniente, las veredas del contrabando, el sentido de vuestras fiestas en sus casas y sus cosas, en sus hombres y mujeres, sin otra seriedad y otra ciencia que las que dan el amor a la tierra y al romance.
Os traigo verdades pasados por sueño y por vino, como coplas de ciego, que así se cantaron siempre las glorias y los fracasos, los amores y el crimen. Al son del pandero y la vihuela corrieron de boca en boca los humos de las batallas, los de las olimpiadas, los peligros de epidemia, las consejas de la salud y la murmuración, las recetas de pócimas y filtros para sanar de amor o de incordio.
Siempre el pregonero cantó la vida, y el tópico de su oficio fue un tópico de airear lo que estaba ya en el aire, de decir lo que todos esperaban que se dijera, sin importar mucho el qué sino el cómo, que todo pasa como en la prosa del galán que se llega a la reja a decir lo que hay que decir a la sombra de unos ojos negros, que negros son todos los ojos de mujer en la sombra.
Y al llegar a la vera de la reja, como el que es mocito y puede perder si no se explica, tengo que hablar de mí para hablaros de vosotros.
Yo, pueblo de Alcalá, nunca pregoné nada, que no me alcanza la voz. Nunca fui mantenedor de Juegos Florales. Actos académicos, o mujer que no fuera la propia. Yo no nací en Alcalá, ni tengo intereses, tierras o negocios en su término municipal. No hay carne, vanidad o dinero que me traiga a este puesto como reclamo de pájaro perdiz. Si aquí me encuentro, podéis creerme que solo se debe a un afán de demostraros mi gratitud.
Lo más caro que un nombre puede dar de si, es su obra. Por sus obras los conoceréis, dice el Evangelio. Pues bien, en la mía, en lo que dure, poco o mucho, mi nombre irá siempre unido al de este pueblo.
Repito que os hablo de mi para hablaros de vosotros, pues ya, Alcalá de los Gazules, su sonido y su paisaje, el sentido de sus gentes y su idioma, el sabor de sus dehesas y de su serranía, son la carne de mi literatura y de la vuestra. No hace todavía tres años que escribí un libro humilde y ruidoso: “El mundo de Juan Lobón”, que es lo que me une a vosotros. Ese libro fue poner en orden todas las cosas que aprendí de las gentes de este pueblo. Ese libro es, para mí, el alma de Alcalá de los Gazules personificada en el más humilde de entre vosotros, porque la humildad deja ver el paisaje y, además de la primera de las virtudes, es un símbolo de esperanza y un homenaje a la justicia. Lo que todos somos, lo somos en nuestra humildad, en lo que tenemos de niños, de pequeñez, de confianza en Dios. Lo que atiné a contar, bien o mal, no era mío más que por la voz, porque la letra y la música estaba escrita ya y ahí sigue, para el que quiera interpretarlas, entre el Picacho y los Aguijones, entre el Jautor y Peña Arpada, en la Ermita de los Santos, en estas calles donde empinaron sus caballos los mejores jinetes de la Frontera, en esa forma vuestra de ser hombres y mujeres para arriba, hombres y mujeres que nunca se asustaron de subir cuestas.
En medio de un mundo que no crece hacia el amor sino hacia la comodidad, que no busca el hombre sino la luna, ni el pago sino la propina, este milagro de casas colgando de la peña, que condiciona una forma plena de entender la vida, representa un asidero de confianza en el corazón dolorido de la humanidad.
En unos años de patear vuestra tierra, de mezclar mi soledad con la vuestra, no solo en el pueblo y en cortijos, sino hasta en chozas que sólo San Pedro y yo conocemos, he visto levantarse el fantasma de los siglos, el papel del hombre en la naturaleza, el cazador que escrutaba la montaña en la época de piedra, primo hermano del que pintó la maravillosa Catedral de Altamira, la fe de la sangre en su destino, la confianza en los pocos conceptos bien digeridos, el podenco de ojitos de miel biznieto del slugui árabe, cristianizado y españolizado por un cruce con el barbucho, pariente del que le dicen turco, perro de careo para ovejas que son un signo de paz; las viejas palabras castellanas, llenas de vigor y expresividad, que habéis conservado a través de los siglos, palabras tan hermosas como hachíos, pergaña, sencido, cañega, que de puro pilongas y metiditas en casa no pudieron empinarse al diccionario de la lengua; vuestro reverencial usted entre compadres que, antes de serlo, se hablaban de tú, para que haya un respeto.
Eso he visto entre venados y corzos, entre cochinos jabalíes y águilas, conejos y pájaros perdices, atendiendo el vuelo de la tórtola y de la paloma torcaz, entre alfilerazos de regañes y toda la flora que va desde el helecho primitivo al milagro de un clavel plantado en una lata de tomate.
Este pueblo de tesoros escondidos, sarcófagos fenicios y arcas de monedas, me ha contado sus secretos a cambio de un poco de sudor, como hace el pozo que da agua al que suda subiéndola, porque agua con agua se paga.
Por eso vuelvo hoy como deudor a pagar la letra de este mes, a cantar la gallina del arrepentimiento por lo vuestro que hice mío, a contaros los pájaros y salvajina que madrugué en vuestras tierras, las lindes de espino y las de corazón que traspuse sin vuestro permiso, cuando la Guardia Civil hacía la vista gorda, el agua y el vino que me cambiasteis por un poco de sed, la generosidad que me disteis por nada, como dan alegría las muchachas, sin darse cuenta, llenando de color y relincho reprimido el eterno domingo de esa Playa.
Las fiestas de Alcalá que hoy reiteramos, vienen a ser el festejo del cumpleaños cristiano de este pueblo, cumpleaños de un bautismo de sangre que hizo fluida la continuidad de una fe que posiblemente sembró el propio San Pablo sobre esta piel de toro de nuestro mapa.
Cuenta el romance de Alfonso XI, aquel rey castellano que fue hijo de Sancho IV y padre del rijoso y huesosonante Pedro el Cruel, que las tropas cristianas acampadas en el llano del Tardal, (lo que hoy conocemos por los Santos) tuvieron, poco antes de darse la batalla de Pagana o de Patrite, la aparición milagrosa de un gran crucifijo sobre un árbol. Enardecidos por aquella visión, derrotaron al infante Abuc Melic, hijo del Sultán de Marruecos, precisamente en el Llano de la Pelea.
Este infante moro, que era tuerto y, sin embargo, no había tenido mal fario hasta entonces, fue un cabalgador infatigable, amigo de las justas y las casidas, versificador de las rosas y los chorros de agua, las mujeres en plural y la Sota de Bastos en singular, personaje tan lleno de ángel, nostalgias y sugestiones que todavía en el antiguo reino de Granada, el Pico Veleta, conserva en recuerdo un turbante blanco de nieves.
Como acción de gracias por aquella victoria, levantó el pueblo su humilladero para orar en las duras y las maduras, con su lápida de Sanctus, Sanctus, Sanctus, que pasó a ser el lema de la Patrona. Aquel humilladero, meta de peregrinos, terminó en ermita y ya en el siglo XV, según narra Fray José de San Anastasio, que era calvo y gran ayunador y escribía de cuatro renglones con la zurda, le trajeron allí la imagen de la Patrona y se subieron después hasta Alcalá, a ver unos parientes, que, sin ninguna duda, se apellidaban Puelles y Puelles, desapareciendo a continuación con ciertos humos sobrenaturales.
Esta imagen, que actualmente entiende y atiende la fe de Alcalá, que sana enfermos y organiza bodas, que preside las lluvias y los soles de la cosecha, que interviene en los partos dobles de cabras, ovejas y vacas, que da conformidad en las malas y esperanza en las peores, viene a ser como un símbolo de continuidad desde aquella fecha memorable de 1339, que hoy refrescamos en el recuerdo con estas fiestas.
Pensad que la configuración actual de Alcalá. –quitando los pisos que han caído ahí, a la derecha según se entra, sin duda para hacer feo- es, poco más o menos la de aquel puesto fronterizo de la Ribera del Barbate que levantaron los primitivos pobladores, y redificaron los bástulos-fenicios, alternando la albañilería con la caza y el pastoreo, al amparo de la Torre Lascutana que les servía de vigía.
Gente de buena vista, que miraba al lejos, los bisabuelos de los Perea y el Gorito, que ven donde nadie, se clavaban en esas alturas haciendo competencia al alcón y al gerifalte, para adivinar de donde venía el peligro, que les brillaban los ojos como a los gatos en la noche.
Ya con la dominación romana, que trajo la toga, los jueces de paz, el arado y algunos inventos más sin demasiada imaginación, Asta Regia sometió el pequeño poblado fronterizo a su jurisdicción, es decir, al arbitrio de sus impuestos y al tacón de su bota. (Ni que decir tiene que la tal Asta Regia, era el nombre que le daban a Jerez cuando todavía no se había abierto la Casa Domecq).
Pero el año 189 antes de Cristo, el procónsul Paulo Emilio, que para mí era amigo de la cacería y venía a tirar las tórtolas ahí al Pradillo y las torcaces en los Chozones, cuando había rastrojo de habas o garbanzos, declaró libre el poblado, dándole posesión plena de su torre Lascutana. Este alivio de servidumbres e impuestos dio nueva vida a sus pobladores, que debieron festejarlo en las coplas de carnaval, ya que a poco, en la cronología de los tiempos, aparecen monedas bilingües con Hércules y Espigas, a la manera de los duros del Cádiz decimonónico, que revelan el carácter y la vida de esta zona dentro de la heptápolis gaditana.
Este país que fue el puerto de arrebatacapas para las invasiones a lo largo de su historia, que mezcló más sangres que las morcillas y más leches que la Central de la Merced, que no solo conoció fenicios, cartagineses, romanos, celtas, suevos, vándalos y alanos, griegos, judíos, ostrogodos, godos y visigodos en una Babel increíble, sino también sus culturas, e inculturas, lejos de quedar aplastado por lo foráneo, acertó el modo de asimilarlo todo y quedar encima, como el aceite.
Esta zona de la geografía vino a ser como una encrucijada de caminos, los que venían de la mar y los que iban hacia ella. Su condición fronteriza, entre la sierra y la llanura, su orografía y la espesura de sus bosques, vinieron a ser como una esponja donde todo entraba y nada salía.
En el 711 la península ibérica recibió el alma morena de los moros, moros de todo palo, desde el rubio árabe que trajo los números y la filosofía griega refrescada bajo los surtidores del serrallo, hasta el azul del desierto que cuenta arenas y camellos esperándolo todo de la luna.
La historia de la Cava y Don Rodrigo, llena de amor y carne fresca, cuando aquella hembra de tronío, arrebatada de pasión, dice el romance, quitaba piojos amorosamente de la cabeza del rey perdulario, en un gesto precursor de la higiene, desconocía que sus calenturas eran sangre en el corazón para su padre el Conde Don Julián, que con Tarik, lugarteniente de Muza, venía corneando las puertas de España hasta estos pagos, donde se dio la primera batalla de la media luna a orillas de ese Barbate que todavía sangra por las adelfas.
Vinieron en el 711 con sus Mahomas y sus turbantes y aquí estuvieron legalmente hasta 1492, pero, en realidad, siguen aquí, en los ojos negros de nuestras mujeres, en los piropos de nuestros piropeadotes profesionales, en la pasión africana de nuestra sangre, en nuestro amor por los juegos del agua y de las flores, en nuestra facilidad para ganarlo y perderlo todo, en nuestra improvisación y nuestro fácil conformar bajo el sol que nos caliente y nos quita el apetito, haciéndonos soñar que el paraíso es algo como un jardín florecido de besos y mujeres.
Vinieron en el 711 y siguen aquí seguimos, con nuestra escalada bélica y romancera, con la conquista y la reconquista que nos dio carácter para siempre con sus glorias y sus miserias, sus generosidades y sus intransigencias de crisol donde todo lo divino y lo humano se funde.
Ahí tenéis esta Al calat, que quiere decir el Castillo. La antigua Torre Lascutana o de Lascut, de ser vigía de los primitivos pasó a baluarte romano, a fortaleza árabe con su guardia fronteriza formada toda por nobles caballeros, jinetes de antología procedentes de Gaza, los Gazúes o Gazules que le pusieron apellido al Castillo.
Ya antes de la reconquista, Alcalá fue escenario de luchas fronterizas, de incursiones guerreras que venían a llevarse la vaca y la mujer, el grano y el dinero que amasaba el trabajo. Hasta aquí alcanzó la lanza de aquel reino cristiano de raza árabe de Omar Ben Afsum (Omar hijo de Alfonso), que dominó la sierra y que, de no haberse desvanecido en la desgracia, hubiera abreviado en siglos el logro de lo que conocemos por reconquista.
De esta época nos llueve el romancero del Moro Gazul, enamorado de la esquiva Zaida, rival vencedor de Albenzaide y en el amor vendido, arisco y poético, que derribaba toros y doncellas con ardor y cambió las plumas verdes de su cimera que le regalara Azarque por las negras de un pavo capón, llevado de un ataque de celos bajo el signo de Capricornio.
Es entonces cuando la Antigua Regina de Plinio, el poblado de las orillas del Barbate, el poblado de la Torre de Lascut, se llena de surtidores y ruido de aguas de Azarques, Audallas y Alfarries, de cimitarras y claveles, altos torreones, ajimeces y celosías en los ventanales para tentar a los mirones mientras se bañaban las uríes, Zaidas, Celindas y Fátimas blanqueadas de nardos y jazmines, inspiradoras de sublimes barbaridades como aquella del rey moro que mandó sembrar de almendros su provincia, para que, al tiempo de la caída de la flor, aprendiera su amada, sin pasar frío como era la caída de la nieve.
Aquellos muros y fosos, adarves y piedras guerreras, que son los cimientos y la hondura de vuestras casas, el arroyo verde del romance que sigue siendo el nombre de una de vuestras callecitas, las fogatas que anunciaban de monte a monte las noticias que quemaban las alturas de Vejer, Alcalá, Arcos y Torre Estrella, siguen siendo un calor de cuna que da dignidad a vuestra sangre, a vuestra casta, a vuestro estilo bronco y serrano, donde hasta el limosnero que alarga su mano no pide, sino que cambia su sonrisa por unas monedas.
No quiero saltar en el tiempo y contaros los sitios de Gibraltar y el hospital de sangre que fue este pueblo, ni la llegada infausta del general francés Latour Maubourg que pasó a cuchillo a la población, ni la acometida de agua antigua que se hizo desde la finca de los Montes de Oca. Quiero hablaros de algo muy personal, como una confidencia. Veréis: el moro Gazul, que todavía vive en Alcalá y viene de tarde en tarde a lo de Pizarro a contarme sus cosas, bajó la otra tarde oliendo a hombre y a caballo, como los centauros, y me dijo muy enfadado que él nació en buena cuna, de buena madre y que no consentía que quedara su apellido en deshonra. Pueden creerme que la actitud de un moro enfadado, y con razón, es impresionante. No cabe duda que un hombre, cuando lo es, vela por la limpieza de su nombre, que es lo que llevamos de eternidad temporal para dejárselo a nuestros hijos. El buen nombre, tiene ecos de honra, eso que se pierde y nunca más se encuentra en la tierra. El nombre del Gazul está arruinado, con nidos de primillas y vencejos, hecho una lástima porque la vejez de los siglos le ha quitado fuerza a su brazo para enmendar el entuerto.
No hablo de sueños. Al-calat, quiere decir el Castillo, la raíz del nombre propio de este pueblo. Cuando un castillo se hunde, algo tuyo se hunde, pueblo de Alcalá. Esa Torre Lascutana que hizo posible la vida de relación del puesto fronterizo del Barbate, que ocupó un campamento de la Cora de Sidonia, porque en él podían sus hombres hacerse fuertes, que con Alfonso X el Sabio fue sede de la Orden Militar de Santa María de España (que después pasó a Torre Estrella ese imponente bastión que se alza enfrentando los Alburejos), ese Al-calat, es el nombre propio del moro Gazul y está olvidado.
Yo, señor Alcalde, en nombre de ese viejo amigo, encomiendo su cuita en mi pregón, modestamente, aprovechando el lance: que esas piedras se restauren por quién corresponda, porque es el nombre propio de este pueblo lo que está en ruinas. El pregón de mi mercadería es rogar que la Torre de Lascut, vuelva a enseñorear el horizonte como la cresta de un gallo que desde allí lanza su desafío a los siglos.
He venido a cantar las fiestas de Alcalá y, antes que se me acabe la cuerda quiere rendir homenaje a sus reinas, a la que se nos va y a la que nos viene, representando a la mujer y a la tierra húmeda, madre, amante, novia, donde se ampara toda soledad. Porque el hombre siempre está solo, como un chivo huérfano que busca en la mujer la generosa teta de la compañía. La ofrenda de la rosa y la del verso, la palabra de amor, la inquietud y la duda del corazón enamorado, son candelas en el juego del amor que prolonga la vida. Por eso, al cantar a la mujer alcalaína, canto a la vida que es hembra y va a la romería con un ojo en la tierra y otro en el cielo, sin ponerse bizca en tan dura empeño (que ya es difícil) para hacer divino lo que aquí abajo y humano lo de allá arriba.
Las Fátimas, Celindas, Zaidas y Zoraidas que han de presidir las cañas y torneos de la vida, en el futuro, los alanceamientos de los Toros bravos de Sidonia, de los nuevos Vanegas y Fodarquez, Mazas y García Pérez de Vargas, de este pueblo, merecen también mi ramo de flores palabrero, porque no solo tienen ya la única obligación de su belleza, que la belleza no es solo un sentido de modista y maquillaje, sino conservación del estilo cristiano de este pueblo, de la vida y de la muerte, espuela y freno del varón, pues si la mujer no conserva la raza ¿quién la va a conservar?
Desde aquí pueblo de Alcalá, al contaros mis cosas que son las vuestras, quiero desearos que siempre seáis vosotros, que no perdáis vuestra esencia campesina, el estilo de todo lo vuestro tiene aires de viejo y de eternidad: vuestra honestidad hecha carne, vuestra hidalguía, vuestro desinterés, vuestra paz de noria y vuestra sencillez. El hecho físico de vivir en un pueblo cuesta arriba, la realidad de las ruinas de piedra, imitándose a sí mismas, por encima de las modas y los modos, es un ejemplo vivo para el mundo.
Ahora sólo me queda desearos que sigáis poniendo el corazón en las cosas, trabajando por el pan nuestro de cada día, con ánimo de mejorar siempre, corriendo a lo que venga, si viene, como el que torea a solas en su plaza y lo hace lo mejor que sabe porque ha brindado el toro de su quehacer a la Virgen de los Santos.





Luis Berenguer y Moreno de Guerra
Premio Nacional de Literatura

6 comentarios:

Andrés Moreno dijo...

Nuestro agradecimiento a la viuda de don Luis Berenguer, doña Elvira Monzón y a su hija Susana, por haber permitido la publicación de este magnífico pregón en nuestro blog.

Anónimo dijo...

me gustaria saber el nombre de las damas de la feria, están guapisimas.

Juan Ulloa dijo...

Los nombres de las Damas y Reina de la Feria de 1969 en Alcala de los Azulejes son:
Reina:
Chari Rodríguez González

Damas:
Mari Carmen Perales Pizarro
Dora Acedo Alberto
Rosa Mari Marchante Andrade
Petra Cordero Barroso
Manoli Lozano Sanchez
Antonia Chica Gallardo

Anónimo dijo...

deberiais de poner una foto de ellas ahora para ver el antes y el despues, claro está si ellas los autorizan, me encantaria

Anónimo dijo...

me gustaria k pusieran todas las damas con sus repectivas reinas desde el 2000 hasta el 2010

Anónimo dijo...

alguna está en las fotos de la peña La Canastera...Actual.

El tiempo que hará...