Jesús nos sigue esperando. Unos brazos abiertos, un deseo de abrazar a todos los hombres... Unos ojos cerrados, un deseo de no volver a ver la maldad de los hombres... Una cabeza inclinada hacia delante para escucharnos siempre.... Unos pies clavados esperando siempre... Un costado abierto, estrecho... porque sólo pueden llegar al corazón de Cristo los que se hacen pequeños.
Jesús nos sigue invitando. "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (Mc 8,34). Nos sigue invitando a que no nos olvidemos de nosotros mismos y nos centremos en intentar hacer felices a los demás, en que caminemos por sus caminos y no por los nuestros, en dejar que se cumpla su plan en nosotros. Sólo respondiendo a la llamada que nos hace a cada uno de nosotros descubriremos el verdadero sentido de la muerte de Cristo e iremos preparando el camino para que el Señor resucite en nuestro corazón hasta poder descubrir que la Resurrección convierte el árbol muerto de la Cruz en símbolo de vida para siempre. Solo al final del evangelio Marcos desvela el misterio de la identidad de Jesús, cuando el centurión que estaba junto a la cruz exclama: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. En la muerte de Jesús en la Cruz se nos muestra su fidelidad insobornable a Dios Padre. En la Cruz contemplamos al testigo del amor y la misericordia de Dios. El crucificado es el que ha de guiar nuestros pasos. Optemos por la Cruz de la vida. Optemos por ser sarmientos de la vid verdadera. Olvidémonos de nosotros mismos. Carguemos con nuestras pequeñas cruces....y sigamos su camino.
José María Martín Osa
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