sábado, 31 de marzo de 2012

EVOCACIONES ALCALAÍNAS


“EN ABRIL, AGUAS MIL, PERO…”

Dice el refrán castellano: “En abril, aguas mil, pero todas caben en un barril.” Es decir, nunca son suficientes. La experiencia alcalaína subraya este dicho popular con una orografía siempre sedienta de agua. La sierra del Aljibe, las gargantas, los ríos y los arroyos se aprestan a recogerlas y engrosarlas en el río Barbate, para vaciarlas después en el Atlántico. Llegan las calores y siempre sorprenden a los agricultores y ganaderos desprevenidos. Afortunadamente, ahora los cogen más precavidos, porque los pantanos se encargan de recogerlas y racionalizarlas, aunque los alcalaínos nunca se sacian de agua.

El otro refrán recuerda otra obligación antigua que, afortunadamente, también ha desaparecido. “En abril, cada soldadito con su fusil.” A principios de año, se llamaban los mozos a filas para cumplir la “mili”. Se hacía por sorteo e inmediatamente les indicaban el día y el lugar donde tenían que incorporarse. Todos le temían a los lugares lejanos, sobre todo a las plazas españolas de África. Los tres meses de instrucción eran los más penosos, porque no se descansaba nunca y tenían que aprender la instrucción y a manejar el fusil. En abril, le entregaban el arma y el refrán: “cada soldadito con su fusil”.

Sin embargo, el cielo de Alcalá se tornaba azul profundo. “Dios se hace azul”, que diría Juan Ramón. Y el sol se paraba en los geranios, en los rosales, en los claveles y en los naranjos. El jazmín, la hierba Luisa, la Dama de Noche y el limonero del patio afinaban sus brotes para inundarlo todo de perfume. En el arriate, había geranios rojos, rosas y blancos; claveles reventones y azahares de pureza en el limonero. En el campo de Alcalá se organizaba una revolución ácrata de flores, todas ansiosas de abrir en abril. Por las tardes, el jazmín se ponía triste y, a la luz de la luna, se hacía de plata. El camino de la ermita se llenaba de flores. ¡Con qué belleza se vestían las orillas del humilladero!

De vez en cuando volvía el agua y el viento tras los cristales. Las flores se llenaban de lágrimas y los niños se dedicaban a verlas caer. Cuando podíamos, nos salíamos a la calle para competir con los barquitos de papel. El agua venía desde la Plaza Alta arrastrando maderas, latas y cañas. Y la Playa se convertía en el sueño soñado de todo el año. Los aires del Aljibe llegaban cargados de las esencias de las plantas medicinales.

Antes de marcharse abril, surgían dos acontecimientos de extraordinaria importancia: la Semana Santa y las Fiestas de San Jorge. La Semana Santa venía precedida del pregón y de los cultos a las imágenes, con el colofón de los besapiés de los “Cristos” y las besamanos de las “Vírgenes”. La eclosión semanasantera culminaba con los desfiles procesionales. Cada rincón de Alcalá, cada esquina de las calles y cada salida y entrada eran los lienzos más emotivos de la devoción a las imágenes. Y la Plaza Alta, un marco insuperable en las fiestas de San Jorge. Todo se inicia, de nuevo, con otro pregón; en los días siguientes la suelta de las vaquillas y otros tres días para gozar en el Alcalá monumental.


JUAN LEIVA

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El tiempo que hará...